Etiqueta: NARRACIONES

EL ESPEJO DE MATSUYAMA.

 

En Matsuyama, lugar remoto de la provincia japonesa de Echigo, vivía un matrimonio de jóvenes campesinos con su pequeña hija. Un día, el marido tuvo que viajar a la capital y, después de u…na larga tiempo, vio por fin a su esposo de vuelta a casa y escuchó lo que le había sucedido y las cosas extraordinarias que había visto, mientras que la niña jugaba feliz con los juguetes que su padre le había comprado.

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PASAJES DE LA HISTORIA: ALARICO I

 

Descripción: Pasaje de la historia por Juan Antonio Cebrían que narra la vida y aventuras del primer rey de los Godos.

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FOLLARME A UNA CHICA ENCIMA DE LA LAVADORA.

 

Esta es la amarga historia de un sueño roto: uno de tantos sueños que acabaron pisoteados y enterrados bajo la desangelada rutina cotidiana. Una triste historia que quiero compartir con ustedes. No busco compasión (podéis metérosla por el puto culo); si acaso, una brizna de humano consuelo.

Todo comenzó en una cafetería. Acudí a una cita que tenia con una chavala a la que había conocido días antes en el chat. Tras hablar un par de veces por teléfono con ella, se me antojo como una joven desinhibida y desenfadada, con muchas ganas de encontrar un novio: la presa perfecta. Al llegar al local, la encontré sentada esperándome. No era fea, cosa que ya sabía por la foto de carné digitalizada que me había mandado a través del IRC, pero estaba muy gorda, así que descarte de entrada entablar cualquier tipo de relación sentimental o sexual con ella. No soy de los que buscan la perfección física en la pareja, ni de los que rechazan una bien repartida voluptuosidad en el cuerpo de la mujer, pero cuando una dama pesa lo suficiente como para aplastarme y despanzurrarme algo en mí reacciona generando un cauteloso rechazo. Son cosas del instinto natural. Iniciamos, no obstante, una amena charla, en la que ella, tal como había hecho durante las conversaciones telefónicas previas al encuentro, intento incitarme a la pasión hablando de posturitas para hacer el amor, escenarios eróticos, trucos sexuales y no se cuantas chorradas mas. A la última chica que consiguió ponerme caliente en una cafetería le basto con pedirme la cucharilla de mi taza para disolver el azúcar, rechupetearla al acabar de mover el café para, supuestamente, limpiarla y colocarla de nuevo en mi platillo: si, me empalme allí mismo. Pero la gorda no tuvo tanta suerte, por más que intento darle un toque picante a aquella cita. El caso es que en un momento dado hablo de un escenario sexual bastante extraño: follar encima de una lavadora mientras la misma centrifuga, estando el chico sentado sobre la tapa de la maquina y la chica a horcajadas encima de él. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al imaginarme a aquella mole de carne sentada sobre mis piernas mientras un electrodoméstico hacia vibrar mi pandero. Pasada una hora, terminé aquello con un “ya te llamare otro día”, cosa que no hice.

De vuelta a casa, considere el tema de la fornicationis per machina. No encontré el asunto especialmente excitante, pues lo que la naturaleza varonil pide es sacar y meter el gusano, permitiendo que los testículos cuelguen cual badajo campanero y acompañen acompasadamente con su alegre vaivén a los movimientos de la cadera y los gemidos de la amada. Pero supuse que a las mujeres les habría de encantar, pues ellas se corren bien pronto si les vibra el chumino.

Unos meses mas tarde, conocí a una chica muy mona y comenzamos una relación amorosa relativamente estable. Tras follármela de todas las formas posibles y practicar con ella todas las guarrerías concebidas -mas algunas de las inconcebibles-, me acorde del tema de la lavadora, y se me metió en la cabeza que tenia que probar aquello.

Por aquel entonces, compartía piso con otros tres estudiantes. Vivíamos en un primero con pleno acceso al patio del edificio; de hecho, nuestra lavadora se encontraba justamente allí. Esta parecía haber sido fabricada entre la primera y la segunda revolución industrial. Cuando empezaba a centrifugar sufría una suerte de tembleque epiléptico; un trance mecánico que la ponía en movimiento, de tal manera que se iba paseando ella sola por todo el patio hasta que acababa el centrifugado. Siempre pensaba al verla en dicho estado que cualquier día me iba a tocar salir a la calle a buscarla:

–Oiga, una lavadora con unos gayumbos dentro, ¿no la ha visto usted pasar por aquí?
–No.
–Señor guardia. Mi lavadora me ha robado mis gayumbos rojos de la suerte. ¡Por el amor de Dios, haga algo y no se me quede mirando así!

Y de pronto, aquel escandaloso y tembloroso cacharro se convirtió a mis ojos en un aparato de inusitadas virtudes eróticas. El acto de meter y sacar mi ropa del bombo adquirió entonces una significación especial. Además, cuando cerraba la puerta lo hacia con tacto y cariño, y no de una patada, como tenia por costumbre.

El gran problema era que estaba, como ya he dicho, en el patio, a la vista de todo el vecindario. Cualquiera que se asomara a las ventanas interiores de su vivienda podía sorprendernos allí, enganchados en pelota picada como dos conejitos. Había, no obstante, una solución fácil: perpetrar el fornicio de madrugada, confiándole nuestra intimidad a la oscuridad y al buen hacer de Morfeo con todos los vecinos. Pero aun quedaban un par de detalles por resolver: el ruido de la lavadora y los rebuznos amorosos de mí pareja, muy dada a berrear durante el acto. A ella siempre podía amordazarla:

–Cariño, te voy a tapar la boca con un calcetín y nos vamos a subir encima de la lavadora a las cuatro de la mañana para follar. ¡Veras que divertido!
–¡Oh, si! Me corro solo de pensarlo. Que sea con el calcetín que llevas puesto.
–¿El izquierdo o el derecho?
–El de tu puta madre.

Bueno, tal vez bastara con pedirle simplemente que no gritara. Pero… ¿y el ruido de la lavadora? ¿Cómo iba a conseguir que aquel trasto no despertara a todos los habitantes del edificio, incluidos mis propios compañeros? Pensé que tal vez engrasándola toda entera… O probando a centrarle un poco el eje… O quizá nivelándola un poco… Puede que apretando tuercas aquí y allá… Pero, amigos míos, fue pasando el tiempo sin animarme en ningún momento a probar cualquiera de estas soluciones. De alguna manera, la idea de aquel capricho fue dando tumbos entre la materia gris mi cerebro, hasta que paso a un aparente olvido.

Meses mas tarde, trajeron al piso una lavadora nueva. Y es que los vecinos protestaban frecuentemente por el ruido que provocaba la que teníamos, por lo que el casero decidió acabar con las quejas al respecto. Era de marca alemana, y tenía un diseño muy atractivo. Toda ella parecía querer decir: soy sexy y eficiente. El día que me toco estrenarla, mecánicamente metí mi ropa dentro del bombo, coloque el programa adecuado –que en mi caso es invariablemente el de “Ropa muy sucia”; entiéndase como un eufemismo- y la puse en marcha. Aquello empezó a funcionar acompañado de un silencio perfecto: mi gata hace más ruido cuando anda. Entonces me quede absorto a la vez que contrariado, mirando el electrodoméstico con un cierto resquemor, notando que en mi alma se abría una especie de vacío emocional, una amarga sensación de fracaso… hasta que me acorde de aquel viejo capricho, y caí en la cuenta de que la nueva lavadora no era apta para las labores erótico-festivas porque no vibraba en absoluto. Buscando un alivio, gire el mando hasta ponerlo en el modo de centrifugado. Nada. El bombo daba vueltas vertiginosamente pero aquello no se movía lo mas mínimo. Además, el sonido emitido no era mayor que el zumbido de una mosca. “¿Y ahora que? ¿Me meto dentro y me tiro a las churris ahí?“, pensé. Fue cuando me empecé a mosquear. Di unas cuantas vueltas alrededor del trasto, buscándole un punto débil. Le pegue una patada en la parte de atrás, intentando descentrarle el eje. No lo conseguí.”¡Malditos alemanes!”, farfulle. Le pegue otras dos patadas sin mayor fortuna. “Perfeccionistas de mierda”, añadí. No se en que momento perdí el control de mis actos. Lo único que recuerdo con algo de claridad es que acabe pegándole puñetazos a aquel jodido cacharro mientras gritaba a grandes voces cosas como: “Tu no vas a poder conmigo, hija de puta”, “Los alemanes me vais a chupar la polla, desalmados”, “Me voy a follar a todas vuestras hijas aquí encima, cabrones”… y no se cuentas burradas mas.

Volví a tomar conciencia de mis actos cuando oí una voz que me llamaba por mi nombre. Al volverme, vi a mis tres compañeros de piso mirándome desde la puerta del patio asombrados a la vez que asustados… y a todos los vecinos asomados a sus ventanas. Golpee disimuladamente con el pie derecho el suelo del patio, probando si con ello conseguía abrir un agujero en la tierra para bajar a esconderme al infierno y quedarme allí acurrucado, tapándome la cara con las manos.

Y esta es mi historia. Si alguien tiene una lavadora vieja y nerviosa, le propongo que pruebe el curioso escenario sexual y lo disfrute. Yo ando ya en el ocaso de mi juventud, camino de una adusta madurez, y he dejado caer ciertos sueños en las profundidades de la desesperanza y de la frustración. Porque la vida es “asin”, ¡y que se le va a hacer!

~~~w0w~~~

PD1: De la obra Cuentos, misivas irreverentes y malas hierbas, inscrita en el Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de Andalucía.

PD2: Podéis escuchar el audio del articulo desde aquí. Cortesía de Tomás Galindo y su equipo del programa radiofónico “La Papelera”, emitido en Radio Tular Irratia.

FUENTE: Blog.innerpendejo.net

Anécdotas insubstanciales 2.0: El garbanzo asesino

 

Cuando entro a YouTube, a veces pierdo estúpidamente mi tiempo visionando alguno de los que llaman vídeos destacados, los cuales suelen mostrar a videobloggers de éxito contando paridas, nimiedades, banalidades, vacuidades, aburridas intimidades y peroratas existencialistas bastante vomitivas … Me hacen sentir como un imbécil, porque yo gasto mas horas que un tonto buscando siempre cosas interesantes para la bitácora. Pero eso se ha acabado. A partir de ahora me voy a convertir en un verdadero blogger 2.0, limitándome a relatar anécdotas insubstanciales relativas a mi vida personal. Por ejemplo, la que me sucedió ayer mismo.

Al mediodía, vacié sobre un plato el contenido de una lata de cocido de garbanzos precocinado y lo metí en el microondas. Lo mío siempre han sido las lentejas en lata, pero mi desatendido paladar me pedía algo nuevo con lagrimas en las papilas.Como no sabía el tiempo que necesitaba este guiso para calentarse, le di cinco minutos: dos más de lo que suelen necesitar las lentejas. Al sonar la campana de aviso del microondas, abrí la puerta de este y vi que me había excedido con el tiempo de cocción, pues aquello parecía una especie de infierno culinario. De hecho, el trozo de tocino que me había tocado en suerte crepitaba angustiosamente entre las legumbres, aparentando estar retorciéndose de dolor. Metí la cuchara en el plato para remover un poco el cocido con la intención de disipar el exceso de calor. Entonces sonó un ‘pop’ y un garbanzo traicionero saltó desde el caldo describiendo, cual bala de cañón, una trayectoria parabólica en el aire hasta caer finalmente sobre mi antebrazo izquierdo. Me llevé la mano derecha hasta el punto del impacto con un gesto de dolor, pues el ardiente garbanzo me había quemado. Al retirarla, vi que la maldita legumbre asesina me había dejado un círculo de piel enrojecida. Sin pensármelo dos veces, salí corriendo hacia del hospital mas cercano.

Aguanté con resignación en la Sala de Espera de Urgencias durante dos horas junto a otros pacientes. Cuando me tocó el turno, entré a la consulta que me indicaron por megafonía, donde me atendió un señor.

– ¿Y usted que tiene? -me preguntó.
– Un garbanzo asesino se ha abalanzado sobre mi causándome gravísimas quemaduras -contesté indolente, intentando demostrar una cierta actitud estoica ante el terrible ataque sufrido. 

Me miró con los ojos muy abiertos, y me indicó: “Usted debe ir a la consulta número ocho, que está en el primer sótano, al final del pasillo nueve”.

Bajé hasta la mencionada consulta. Allí, una doctora me explicó que para elaborar un diagnostico adecuado necesitaba hacerme antes un test, el cual llamaban de Rorschach. “De acuerdo”, dije. A continuación, me enseñó extraños dibujos de inspiración pornográfica compuestos por manchas, los cuales me pidió que identificara correctamente.Creo que no fallé ninguno: el mono masturbador, la pareja de lesbianas comiéndose el coño, el labriego follándose a una cabra, la novicia usando un rosario como carrete tailandes… Al finalizar la prueba, la médico extendió por fin una receta para lo mío y me despidió amistosamente. Me acerqué enseguida hasta la farmacia más próxima. Durante el camino, quise saber cual era la medicación prescrita, pero aquello estaba caligrafiado con una ininteligible letra de médico. Una vez en la botica, la farmacéutica que me atendió echó un vistazo rápido a los garabatos del papel y se me quedó mirando con una cierta expresión de enfado; como si estuviera siendo objeto de una broma.

– ¿Pasa algo? -pregunté confuso.
– Si. Aquí no aparece recetado ningún medicamento.
– ¿Qué pone en el papel, entonces?
– Dice exactamente: “Tenga mucho cuidado con este hombre. Es un majadero con marcados rasgos de psicópata sexual. Déle unos caramelos para que se vaya a su puta casa”. 

Acto seguido, me devolvió con desprecio la receta médica y atendió a otro cliente, ignorándome por completo.

Indignado, regresé a casa. Entré a la cocina y me situé frente al microondas, que aun guardaba en su interior el plato de garbanzos. “Ahora os vais a enterar, cabrones. De mi no se ríe nadie. Reventareis todos como sapos inflados por el culo”, les avisé. Cerré la puerta del horno, puse el temporizador en 20 minutos y me fui al cuarto de baño a hacer de vientre, deleitándome sentado en el vater con el sonido de la cruel sangría: pop… pop… pop…

Y esto es todo… Bueno, miento. En realidad, aquí no ha acabado la cosa, porque mañana pienso ir a tirar con unos cuantos cócteles molotov dentro del hospital para quemarlo: será mi venganza por el denigrante trato recibido. Pero como esa no será una anécdota insustancial, os tendréis que enterar de los detalles por los periódicos.

Hale, hasta mañana.

FUENTE: Innerpendejo.net

PASAJES DEL TERROR: Verdugo John ketch

 

John Ketch (Alrededor de 1630-1686) fue un verdugo al servicio del rey Carlos II de Inglaterra y que fue conocido por su extrema crueldad y sadismo. Estudiosos de la criminología consideran a Ketch como uno de los primeros asesinos en serie de la historia.

Juan Antonio Cebrián nos narra la historia de este Verdugo cruel. Documento de AUDIO, PINCHAR EN LA IMAGEN.

JOHN KETCH

PASAJES DEL TERROR: la secta de Heidnik

 

El Pasaje del Terror de Juan Antonio Cebrián trata sobre la secta creada por un psicokiller, Heidnik.

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PASAJES DE LA HISTORIA. BIOGRAFÍAS: JULIO VERNE.

 

Juan Antonio Cebrián nos desvela el personaje de Verne que le atribuyen frases como:   “todo lo que yo invento y yo imagino quedará siempre más acá de la verdad porqué llegará un momento que l…as creaciones de la ciencia superarán la imaginación”.  

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PASAJES DEL TERROR: John Wesley Hardin «dedos fríos»

 

Pasaje del terror de John Wesley Hardin, “dedos fríos” en el salvaje oeste.

John Wesley Hardin ( Bonham, Texas, 26 de mayo de 1853- El Paso, Texas, 19 de agosto de 1895) fue un criminal del oeste estadounidense del siglo XIX a quien se adjudican, al menos, 40 muertes. Reconocido por ser un hábil pistolero, creció en la etapa anterior a la guerra civil en la cual la violencia era una forma aceptada de solucionar conflictos. Después de estar preso por dieciséis años por la muerte de un sheriff, logró convertirse en abogado, pero fue abatido a balazos por un policía de la ciudad de El Paso. Escribió su autobiografía incompleta bajo el nombre de Vida de John Wesley Hardin, escrita por él mismo.

NARRACIÓN: Juan Antonio Cebrian en «La Rosa de los Vientos» de Onda Cero.

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