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El ladrón de caras (The Face Thief)

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Hoy comenzamos con suspense.

Aquí traigo este fenomenal corto de animación en 3-D, de producción nacional además que he «trincado» del blog dedicado expresamente a vídeos de animación «Ephenic«. Una historía de detectives a lo cine negro norteamericano de allá por los 50 del siglo pasado, detectives de estos «duros», tipo Sam Spade, Philip Marlowe, etc..

Suspense a raudales, ambiente de dicha época y … algo más, acompañado por una magnífica banda sonora que comienza con saxo y batería de jazz, también muy de aquellas pelis policiacas pero que luego se va haciendo mas siniestro, tétrico y opresivo, como el  ambiente del corto, y con un final….

No, eso no se dice.

Realmente bueno. Mantiene en todo momento la atención.

sabado16

finde193

Un detective vasco en Cadiz

DETECTIVES PRIVADOSMe llamo Mikel Gorriaran, llevo 15 días en Cádiz y me estoy, o me están volviendo loco.

Os contaré mi historia. Soy investigador privado y he venido a Cádiz a resolver un caso simple. Pero la verdad es que cada día que pasa se vuelve más complicado. Tan solo se trataba de descubrir al amante de la mujer de un alto mandatario vasco, comprenderán ustedes por tanto que no dé su nombre, además porque me debo a mi secreto profesional.

En principio no tenía muchas pistas. Solo sabía que el hombre en cuestión era de Cádiz, se llamaba Manuel Ramírez, que trabajaba en el Puerto de Cádiz y que se le conocía con el alias de “picha”. Así que el individuo en cuestión debía de estar bien dotado, ya que además de la amante de la mujer del político, eran conocidas sus correrías por el Puerto de Bilbao. También usaba otro sobrenombre: “quillo”.

Con estas pistas, tome el avión hasta Madrid, y de allí enlace con el tren hasta Cádiz. Llegue a la estación, cogí un taxi y mientras iba camino del hotel, intente entablar conversación con el taxista. La cosa quedo en eso, en el intento, porque que yo sepa, una conversación es entre dos o más personas, pero el taxista no me daba opción ya que hablaba por los codos, y de modo ininteligible. Lo hacía de forma sumamente apresurada y las pocas palabras que podía cazar al vuelo estaban incompletas. Quise preguntarle por el puerto, pero sabiendo que su respuesta no la entendería, lo dejé para mejor ocasión.
Llegué al hotel “Playa Victoria” y como mi interés era buscar al tal Manuel Ramírez, en principio consulté la guía telefónica de la ciudad; pero como presumía aquí había demasiados Ramírez. En mi tierra hubiera sido muy fácil. Así que opte por buscar pistas en su lugar de trabajo. Salí a la calle y pregunte por el puerto. Un señor muy amable me dijo que lo mejor era coger el autobús de los Comes, pero que para eso tenía que ir a Cádiz.

Aquello me desconcertó, ¿Dónde estaba yo? Empecé a atar cabos. Efectivamente cuando llegue a la terminal de la estación no ponía Cádiz, sino Cortadura. Y, además, recuerdo que en el trayecto di unas cuantas cabezadas, y claro en ese intervalo pudo haber algún enlace, o algo, no sé. Lo cierto es que yo no me encontraba en Cádiz. Pero no debía de estar muy lejos.
Pare un taxi y con gesto decidido le dije al taxista que me llevara a Cádiz. El me contestó con: “¿a Cádiz dónde?”. Y le conteste algo enfadado: “a Cádiz, joder, a Cádiz; de una puta vez quiero llegar a Cádiz”.
Ya luego, el taxista con mucha paciencia y muy despacio me explico que donde yo estaba era Cádiz, pero no era Cádiz. A ver si lo explico bien. Resulta que la gente de aquí le llama Cádiz a la parte antigua y desde unas murallas para adelante le llaman Puerta Tierra. Así que en realidad yo estaba en Cádiz, pero en Puerta Tierra. No se si lo he explicado bien, pero yo ya lo he entendido.

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Llegue por fin a la estación de autobuses de Comes, pedí un billete para el Puerto y me subí al autobús correspondiente. El trayecto fue relativamente corto, si acaso 30 minutos; pero la verdad es que yo creía que Cádiz era más pequeño. Sin duda me habían informado mal. Y además mi trabajo aquí se complicaba, puesto que habría que buscar en una ciudad más grande de lo que pensaba.

Pero mis sorpresas no habían acabado. Llegado a la estación terminal pegunte por el puerto. Mi interlocutor me miro con mal gesto y me dijo que esto era el Puerto. Yo no entendía nada. Ese hombre enfadado y yo no veía barcos por ningún sitio.
La verdad es que el hombre tuvo más paciencia que el santo Job, me fue explicando poco a poco que aquello era El Puerto de Santa María, pero que por todo el mundo (todo el mundo menos yo) era conocido por El Puerto. Y además me dijo que eso no era Cádiz, que Cádiz estaba allí enfrente. Que El Puerto es un pueblo de Cádiz y que si lo que quería es ir al puerto de Cádiz, que cogiera el vaporcito y me dejaría allí mismo.

Total, antes lo de Cádiz, que no era Cádiz, que era Puertatierra y ahora que El Puerto es un pueblo de Cádiz y entonces digo yo: ¿Cómo le llaman al puerto, al de los barcos, al puerto de siempre?

Subí por fin al que llaman el Vaporcito de El Puerto, que para que lo sepan ustedes no es un barco de vapor. No, porque aquí en Cádiz o donde coño esté ahora, no le llaman a las cosas por su nombre. Si, le llaman vaporcito; pero en realidad es un barco que va a gasoil. Y llegue por fin al puerto de Cádiz, que aquí le llaman “el muelle”. Una gracia que me ha costado gran pérdida de tiempo y dinero, que además no se justificar ante mi cliente, porque me temo que no me va a creer, y tampoco quiero darle muchas explicaciones porque seguro que voy a ser objeto de burlas.

Bien obviaré todos estos inconvenientes y pasaré a la acción. De siempre las mejores informaciones se consiguen en los bares, así que me acerque al bar más próximo al puerto (perdón “al muelle”), uno que se llama Lucero y pedí un tubo (de cerveza, se entiende), pero el camarero no lo entendió. Yo, más o menos, le explique lo que quería y el con aire de suficiencia me dijo: “Ah, usted lo que quiere es un bó”. Joder, no sabía yo que también tenían un idioma particular los gaditanos.
Me acomodé en la barra del bar y puse la oreja atenta a lo que allí se cocía. Me acerque la cerveza a los labios, y tome un trago largo y, de pronto, escuche la palabra mágica: “Pisha”.

¡Dios!, por fin la suerte me vino de cara. Casi no podía creérmelo. Me atore con la cerveza, me puse perdido, pero merecía la pena. Había encontrado a la persona que estaba buscando. Bendita suerte la mía. Con disimulo me acerqué a los hombres que charlaban de un tema que no comprendía, pero tenía que ver con la música y los coros. Y con un jurado, que por lo visto no tenía ni idea. Gente, sin duda muy creyente. Aunque mal hablada, eso sí, se escapaban de vez en cuando, demasiado de vez en cuando, palabras mal sonantes, que no creo deban reproducirse aquí. Pero, a mí lo que me interesaba era que uno de ellos fuera “el pisha”. Y para asegurarme que ese era el tipo que buscaba, pedí otro bó y pegue la oreja a la conversación.
Efectivamente a lo largo de la conversación uno de ellos: un tipo bajito (1,65 no más), moreno, 40 años, delgado, que no tenía ni media bofetada, era llamado constantemente “picha” por su compañero de conversación. Jo, pensé, Dios le da pañuelos al que no tiene nariz. No se si lo captan ustedes, porque aquel tipo se estaba trajinando a la mujer de mi cliente, Y aunque este mal decirlo, porque yo soy un profesional, es una hembra de bandera. No me extraña que a ese tipo le dijeran “el pisha”, porque sin duda era lo único que tendría.

Bueno, bueno, que me desvío de la trama. Había dado con el individuo, eso era lo importante. Esperé tranquilamente a que acabaran la conversación y seguí al “picha”, con la idea de abordarlo solo y sin testigos. Y ocurrió un caso hasta ahora inédito en mi dilatada carrera. Se encontró con un amigo suyo y al saludarlo le dijo: “¿Qué pasa PISHA?”. Y el otro le contesto: muy bien PISHA, ¿y tú?
Si efectivamente, había dos individuos con el mismo alias. Y a decir verdad, ese segundo tipo tenía mejor planta de amante que el escuchimizado de antes. Pero en esto de la investigación nunca se puede descartar a ningún sospechoso. Lo malo de esto es que ahora tendría que doblar mis esfuerzos y hacer seguimientos alternativos, para comprobar cual de ellos era el verdadero amante.

Opto en principio por seguir a este último ya que le veo con mejor planta, pero sin descartar, como buen profesional que soy, al tipo escuchimizado. El individuo toma un autobús y allí entabla conversación con un conocido suyo al que llama “quillo”. ¡Dios! Esto se complica a cada paso. Ahora tengo dos “pishas” y un “quillo”. Mi instinto de detective me dice que estoy siguiendo una pista falsa. Empezaré de nuevo; así que vuelvo al bar del “muelle” y le pregunto al camarero si conoce a un tal Manuel Ramírez que trabaja en el puerto. Me dice que con esos datos no le suena y que además El Puerto le queda algo lejos. Caigo entonces en la cuenta y rectifico diciéndole que donde trabaja es en el “muelle”. No cae. Le digo entonces que le conocen por el apodo de “pisha” y también por el de “quillo”. El tipo del bar se carcajea en mi cara. Y me aclara que aquí todo el mundo es “picha” y “quillo”. La poli, sin duda, aquí lo tiene complicado.

Te estás luciendo Mikel, me digo para mí. Otra cagada. No obstante, el camarero me dice que pregunte por “Paco el bigote”, que en el muelle es el que contrata a los estibadores. Después de darle todos los datos que disponía de Manuel Ramírez; de que según tenía entendido trabajaba en el muelle , de que durante seis meses trabajó en el Puerto de Bilbao (lo de los apodos lo omití, porque con el cachondeo del camarero ya tuve bastante), aquel me contesto de mala gana que ya no trabajaba allí. Que según tenía entendido ahora trabajaba en la Residencia. Yo le pregunté que, ¿en cuál residencia? El contestó, con menos ganas que antes, que “en cual va a ser, joé, pues en la Residencia”. Era ya tarde; y como la verdad había conseguido bastante información, volvía la hotel, a comer. Lo de la residencia dejaría para la tarde.

Pensé que era buena idea tomar un pescado para el almuerzo, que aquí lo habría bueno con tanta costa. Así que le pregunté al camarero que si tenía pescado. Él me contestó que tenía unas “zapatillas mu fresquitas”. A mi sinceramente me importaba un pimiento lo que se calzaba el fulano. Yo lo que quería era comer, y además no se a que venía aquello de las zapatillas. El tipo me estaba vacilando o tendría a medias una zapatería con algún cuñado y me hacia la propaganda. Obvie el comentario e insistí en lo del pescado, pero el camarero volvió con lo de las zapatillas fresquitas. Puse mala cara y el camarero debió de notarlo, ya que inmediatamente me aclaró que así le llaman aquí a las doradas. Gente rara esta de Cádiz. No hay Dios que los entienda, con lo que corren hablando, las palabras que las pronuncian a medias y, para colmo, le cambian el nombre a las cosas. Luego dicen que el euskera es difícil. No, euskera fácil, gaditano difícil.

Después de una pequeña siesta reparadora, volví a la faena. Tendría que averiguar a qué residencia en cuestión se refería “Paco el bigote”. Deduje, sin duda, que tenía que ser muy conocida, por la forma en que el susodicho me dijo: “cuál va a ser, joé, pues en la Residencia”. Perspicaz que es uno.

En la misma recepción del hotel me dieron la información que necesitaba. La Residencia estaba a cien metros del hotel. Un paseo siempre vendría bien; pero llevaba cierto tiempo andando y no encontré ninguna residencia. Pregunté a un transeúnte y me contesto que me la había pasado, que estaba a dos bocacalles. Así que volví sobre mis pasos, pero yo no encontré ninguna residencia. Y debía de estar allí. Volví a preguntar. “¿Por favor, la Residencia?”. “Pues eso que tiene usted delante”. Pero….eso…¡eso es UN HOSPITAL! Aquí decimos la Residencia, me contesto la señora y se quedo tan pancha y de camino me echó una mirada como diciendo, pareces tonto.

Bien, a partir de ahora no volveré a caer en estas artimañas. Porque para mí estaba claro que había algún tipo de complot, y entre todos los gaditanos intentaban marearme con nombres equivocados a cosas que solo pueden tener un nombre.
Investigué en el hospital y saque un dato importantísimo. Allí trabajaba desde hace dos meses un tal Manuel Ramírez que estuvo cierto tiempo en Bilbao, según todo ello me confirmó un celador de la residencia. No pudo decirme su dirección concreta, aunque me dijo que vivía por la Plaza de Toros. Iba, a pesar de la cantidad de datos “incorrectos”, cercando al sospechoso. Dar con la Plaza de Toros sería tarea simple.

Eso pensé, pero hasta el día de hoy (y llevo quince días aquí), no he podido dar con ella. Y tiene que estar ahí, porque una Plaza de Toros es una Plaza de Toros, y a eso no le pueden cambiar el nombre. Y además, a todo el que le pregunto me dice que “dos calles más pallá”, o “una mijita mas palante”. Luego eso confirma mi teoría: Hay una Plaza de Toros. Todos me hablan de ella, pero yo no la encuentro. Me estoy o me están volviendo loco.

Definitivamente dejo el caso. Y como dicen los de aquí, me guannajo

detective

TROPICAL HEAT – «ANYWAY THE WIND BLOWS «

 

Un estupendo tema compuesto por un tal Fred Mollin, muy conocido en su casa a la hora de merendar, que es la cabecera de una serie de detectives producida entre 1.991 y 1993, una producción canadiense con participación de México e Israel y que en España se empezó a ver ya bien entrados los 90, «TROPICAL HEAT» (CALOR TROPICAL).

La serie es la típica de detectives mas bien flojita, una de tantas y pasó sin pena ni gloria, fué conocida pero no mucho y con un planteamiento muy típico también de la época, ex-poli caido en desgracia que se va a una isla tropical donde ejerce como detective privado, de tipo «duro», loock desmadejado, barba de un par de dias, ligón, juerguista un tanto machista pero,al fin y al cabo, «el bueno».

Ahora, sin embargo, desde el primer momento me llamó la atención el tema y es que es un buen tema, música claramente tropical, comercial pero muy bien realizada, con todos los instrumentos sonando bien y en su momento, basada en el reggae y algo de calypso, para bailar de forma cadenciosa y cuenta incluso con un pequeño pero interesante solo de punteo de guitarra.

Como digo, la serie es lo de menos, valia para entretener cuando no habia otra cosa, es decir, antes que tragarse algún concurso o un programa de esos de «cotilleo verduleresco» o aun peor, un culebrón, pues nada, a ver las aventuras de «Nick Slaughter» (el detective machote),  además yo no me dedico a escribir sobre televisión, sencillamente es que es un tema que me encanta y además me parece bastante bueno.

Y el video es la cabecera de la serie, ni mas ni menos.

La serie, curiosamente, tuvo un éxito deslumbrante …¡¡¡EN SERBIA!! en donde incluso sacaron un comic sobre ella del cual dejo también unas viñetas a modo de curiosidad nada mas pues es ilegible y aunque fuera mas legible, está en serbio.

Ahora, insisto, lo bueno es el tema, «Anyway the wind blows» o «De todos modos el viento sopla».

 

TROPICAL HEAT, FRED MOLLIN – » ANYWAY THE WIND BLOWS «

Anyway the Wind Blows

anyway the wind blows
it blows right back to me
little one

when the morning comes
brings the shining light
when the nighttime comes
darkness runs so bright

anyway the wind blows
it blows right back to me
little one

anyway the wind blows
it blows right back to me
listen to me

anyway the wind blows
it blows right back to me
little one

anyway the wind blows
it blows right back to me
listen to me

 

De todos modos el viento sopla

de todos modos el viento sopla
sopla de vuelta a mí
un poco

cuando llega la mañana
trae la luz de la aurora
cuando la noche viene
la oscuridad se ejecuta tan brillante

de todos modos el viento sopla
sopla de vuelta a mí
un poco

de todos modos el viento sopla
sopla de vuelta a mí
escúchame

de todos modos el viento sopla
sopla de vuelta a mí
un poco

de todos modos el viento sopla
sopla de vuelta a mí
escúchame