Día: 23 de noviembre de 2023

Réquiem por Occidente.

Réquiem por Occidente.

Por José Javier Esparza 

Occidente eran Roma frente a Cartago y Grecia frente a los persas. Hoy Occidente ya no es nada de eso.

Occidente fue un conquistador español que abría selvas con un estandarte de la Virgen. Occidente fue un explorador inglés buscando las fuentes del Nilo. Occidente fue Juana de Arco, santa y guerrera y mártir. Occidente fueron Dante, Cervantes y Montaigne. Occidente era el marinero de alma salobre que tensaba las gavias del galeón de Manila. Occidente era Sherlock Holmes (y Watson). Occidente fue John Wayne. Occidente fue Tintin. Y Corto Maltés. Occidente era un comerciante alemán de La Hansa y también un usurero holandés del puerto de Ámsterdam. Occidente fue Juan de Austria en Lepanto y Carlos V en Augsburgo (porque Lutero, sí, también era Occidente).

Occidente eran Roma frente a Cartago y Grecia frente a los persas. E Iván el Terrible, aquel providencial psicópata, echando a los tártaros de la madre Rusia. Occidente es la Dama de Shalott de Waterhouse y el Monte de las Ánimas de Bécquer y un aforismo de Lichtenberg, y también la torre Eiffel y el ferrocarril transiberiano. Y Occidente es la ciudad y Occidente es el Imperio, y la democracia y la dictadura también son Occidente. Y Nietzsche y San Agustín. Todo y lo contrario de todo.

Occidente eran un héroe de Joseph Conrad y un plantador portugués en Brasil. Occidente era Rommel y Occidente era Montgomery. Occidente fueron Napoleón y el cura Merino. La espada de Garcilaso de la Vega era Occidente, y la pluma de Shakespeare y la mano de hierro de Götz von Berlichingen, y la reina Isabel de Castilla. Occidente era Santa Teresa, tanto como Lawrence de Arabia, sin ánimo de comparar. Occidente era Cristo y, a veces, también el demonio era Occidente. Y el papa Luna y Wallenstein. Y Robespierre y Donoso Cortés. Y sor María de Ágreda y sor Juana Inés de la Cruz, y por cierto que también el indio Juan Diego fue Occidente. Occidente era un cazador en los bosques de Canadá y una dama bóer en Transvaal y un colono castellano en la sierra de Guadarrama. Occidente eran Goethe y un templario en Tierra Santa y un escribano en la Casa de la Contratación. Y la Pompadour y la Laura de Petrarca y la Dulcinea del Quijote. Y Luisa de Medrano dictando cánones en la Universidad de Salamanca, y María Curie, enferma, devorada por la radiactividad. Y Homero. Y Plutarco. Y el bardo galés Taliesin. Y Tristán e Isolda.

Hoy Occidente ya no es nada de eso.

Hoy Occidente es un anciano decrépito con evidentes problemas cognitivos, corrupto y lascivo, que intenta disimular su indisimulable senilidad con cierta sonrisa odontológica y gestos mecánicos de muñeco articulado. Occidente hoy es Joe Biden (y sus dobles). Es la histeria de lo woke y la maldición sobre la propia historia y el odio a sí mismo de quien se mira y sólo reconoce el vacío de lo que un día existió. Y el gesto bobo de las multitudes narcotizadas repitiéndose a sí mismas «oh, qué feliz soy», sin apartar la vista del móvil, mientras se ponen de rodillas ante su propio vacío. Y seres que no son hombres ni mujeres, ni tienen hijos, ni tienen tierra ni tienen Dios, seres que no son ni tienen nada. Hoy Occidente ha dejado de ser Roma para ser Cartago.

Hoy Occidente se está suicidando por su propia ideología, como dice Emmanuel Todd. Hoy Occidente quiere morir. Ergo, hoy Occidente merece morir. Pues bien: que muera. Y entonces, tal vez, los últimos hombres sobre esta tierra, ya no bendita, descubrirán una forma de empezar de nuevo. Tal vez, entonces, podamos recuperar la ingenuidad de aquel primer griego al que se le apareció, en sueños, el perfil del Partenón.

Para ilustrar gráficamente el artículo, les remitimos a este tweet de nuestra cuenta (@elmanifiestocom).

Yorick

Yorick

El presidente ucraniano Volodomir Zelenski cuando sólo era un bufón

Por Sertorio

Nepogoda (pronúnciese “niepagoda”) es el término que los rusos utilizan para denominar al mal tiempo, además del título de una famosa canción de la era soviética. Y de septiembre a marzo hay abundancia de nepagoda. Con el mal tiempo la electricidad, el gas y el petróleo se usan en enormes cantidades para mantener caldeadas las viviendas, las escuelas y todo tipo de lugares de habitación. A los mediterráneos, acostumbrados a la bondad de nuestro bendito clima, nepogoda nos dejaría tiritando cuando las temperaturas bajan a varias decenas de grados bajo cero o nos hundiría en melancólicos pensamientos cuando anochece casi en la sobremesa y los cielos nos oprimen con todos los matices que van del gris al negro.

Otros chaparrones, con diluvios de chuzos de punta y granizadas de obuses, caerán sobre la Ucrania del Maidán, ahora que se celebra el décimo aniversario de la revolución de colores que acabó en un golpe de Estado en toda regla. La guerra de desgaste ha causado en Ucrania un mínimo de 200.000 bajas, según los atlantistas, y de cerca de 400.000, según los rusos, pero todo parece indicar que la cifra más ajustada es algo superior a los 300.000. Lo que sí se sabe de cierto es que por cada prisionero ruso en manos de Kíev hay veinte ucranianos en poder de Moscú. Y eso nos puede dar una idea bastante aproximada de la proporción de bajas del conflicto en cada bando. Añadamos que, además, una buena parte de los prisioneros de guerra hechos por Rusia se niegan a ser canjeados, ya sea por su terrible experiencia como carne de cañón en Artyómovsk (Bajmut), Mariúpol o Soledar, ya sea porque no quieren luchar contra sus hermanos de sangre y religión; también se olvida el curioso dato de que hay cerca de tres millones de refugiados en Rusia, que es el país que más ucranianos acoge. La aventura de la OTAN ha costado más de 130 mil millones de dólares (130.000.000.000 US$) y el resultado de semejante inversión es una lenta, implacable, inevitable y humillante catástrofe para Occidente.

Rusia no ha vuelto a la Edad Media, como vaticinaban los expertos de la UE. Al revés: este año lo ha acabado con unos ingresos extra de 75.000 millones de dólares, disfruta de pleno empleo y el único peligro en el horizonte es algo que en la frígida Gayropa autosancionada de hoy resulta inimaginable: que la economía se recaliente. No sólo los Shylocks como Borrell, Scholz, Biden y compañía se han quedado sin su deseada libra de carne rusa y sin su rejuvenecedor baño de sangre eslava, sino que Rusia florece como a principios de este siglo: las sanciones económicas de los tecnócratas de la UE están produciendo el milagro económico ruso, el más inesperado de todos los efectos de la guerra de Biden. Quien sí se acerca a la edad oscura es Ucrania, sin olvidar que Europa también la ronda. Sólo los Estados Unidos han hecho un excelente negocio, pues han cortado el flujo de energía barata de Rusia a Alemania, han iniciado la desindustrialización de Europa y han convertido el tinglado de Bruselas en una colonia cada vez más dependiente de Washington en todos los aspectos: políticos, económicos y militares. Pero el contribuyente yanqui está harto de ser explotado por el fisco para ayudar a unos rusos renegados y la ayuda a Israel es mucho más prioritaria que mantener con algo de chatarra blindada la picadora de carne ucraniana. Se aproximan las elecciones y Biden quiere soltar lastre, pero Moscú no tiene ninguna prisa. Todos sabemos cómo acaban las guerras de desgaste contra Rusia.

Diez años después del golpe del Maidán, Ucrania es un inmenso cementerio donde pronto veremos al bufón-presidente interpretar su último papel: el de Yorick, una calavera en las manos de Hamlet.