LA QUITA; por ALFONSO USSIA.

La única ventaja que aporta una descomunal crisis económica como la que actualmente padecemos no es otra que la del enriquecimiento del lenguaje, y el descubrimiento de organismos públicos y privados que manejan a su antojo el futuro de naciones, regiones y hasta pequeños municipios. Me divierte crear figuraciones históricas. Veo a Cristóbal Colón explicando por enésima vez, y al fin consiguiendo de los Reyes Católicos la financiación para su gran empresa navegante. Todo está apalabrado. Don Cristóbal contrata a sus capitanes, oficiales y marineros.

En un momento dado, el proyecto se paraliza. Cólon es informado. «Nada, don Cristóbal, que los de Standard&Poors han aumentado la prima de riesgo de Aragón y Castilla, y los Reyes han decidido posponer su viaje hasta que la banca acepte la quita de la deuda de Grecia».

Fea y nada apacible voz. La quita. Escribí meses atrás que hasta la fecha, la única prima de riesgo que yo había tenido se llamaba y se llama Isabel, que me llevaba de paquete en su moto en los años de la primera juventud a una velocidad endiablada. Una tarde, en San Sebastián, mi prima de riesgo frenó tarde para tomar la curva del malecón de Igueldo, la moto derrapó y terminamos, mi prima de riesgo y el que escribe, sobre la calzada a merced del trolebús que circulaba inmediatamente detrás de nosotros. Aquella sí que era una prima de riesgo, y no las que establecen los mamones de Standar y Poors a su antojo, capricho y libre albedrío.

Y ahora nos vienen con «la quita». He averiguado su significado y se me antoja una frescura de armas tomar. La quita no es otra cosa que la amnistía en la obligación del pago de una deuda, o el logro de una buena rebaja. Así, que esta mañana, que he amanecido fuerte y resuelto, me he presentado en la agencia bancaria y he solicitado el mismo tratamiento que se le ha concedido a Grecia, solicitud infinitamente menos gravosa para la Unión Europea y la Banca privada que la concedida a los griegos. No me importa hacer pública mi deuda. Pesa sobre mi casa una hipoteca de 200.000 euros, y he creído conveniente proponer una «quita» de la mitad de mi débito firmado y reconocido. Para la Banca, el chocolate del loro. Muy amablemente, la directora de la Agencia, inteligente, preparada, profesional y muy guapa, me ha hecho ver con buenísimas palabras que la solicitud de «mi quita» no tenía perspectivas de llegar a buen puerto porque los griegos se han adelantado y no hay «quita» que valga. No me ha valido ni la inteligente artimaña de recordarle mi vieja amistad con Poors, el socio de Standard, con el que coincidí hace diez años en una cena multitudinaria en la que no pude saludarlo, entre otros motivos, porque me lo impidió su servicio de seguridad. Pero estuve en la misma cena que Poors, y ese detalle, ese hecho incuestionable, tiene que atemorizar a cualquier entidad bancaria. Pero no ha habido manera. He vuelto a casa sin «quita» y con una acentuada melancolía.

Porque ya está bien de los griegos. Se trata de la tercera ayuda multimillonaria que le ofrecemos los contribuyentes europeos para impedir su quiebra, se mantengan en el euro, y no retornen al dracma. Los economistas defienden «la quita» por un hipotético «efecto dominó» que tampoco se asienta con claridad en mis pobres entendederas. Si los griegos, que lo han recibido todo y no han hecho nada, se arruinan, pues que se arruinen. Hasta ahora, todas las «quitas» se las han hecho a ellos. Y si hay algo que me descompone, es un agravio comparativo. Estoy de las «quitas» a los griegos hasta los dídimos.

FUENTE: LA RAZON.ES

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