Cuando entro a YouTube, a veces pierdo estúpidamente mi tiempo visionando alguno de los que llaman vídeos destacados, los cuales suelen mostrar a videobloggers de éxito contando paridas, nimiedades, banalidades, vacuidades, aburridas intimidades y peroratas existencialistas bastante vomitivas … Me hacen sentir como un imbécil, porque yo gasto mas horas que un tonto buscando siempre cosas interesantes para la bitácora. Pero eso se ha acabado. A partir de ahora me voy a convertir en un verdadero blogger 2.0, limitándome a relatar anécdotas insubstanciales relativas a mi vida personal. Por ejemplo, la que me sucedió ayer mismo.
Al mediodía, vacié sobre un plato el contenido de una lata de cocido de garbanzos precocinado y lo metí en el microondas. Lo mío siempre han sido las lentejas en lata, pero mi desatendido paladar me pedía algo nuevo con lagrimas en las papilas.
Como no sabía el tiempo que necesitaba este guiso para calentarse, le di cinco minutos: dos más de lo que suelen necesitar las lentejas. Al sonar la campana de aviso del microondas, abrí la puerta de este y vi que me había excedido con el tiempo de cocción, pues aquello parecía una especie de infierno culinario. De hecho, el trozo de tocino que me había tocado en suerte crepitaba angustiosamente entre las legumbres, aparentando estar retorciéndose de dolor. Metí la cuchara en el plato para remover un poco el cocido con la intención de disipar el exceso de calor. Entonces sonó un ‘pop’ y un garbanzo traicionero saltó desde el caldo describiendo, cual bala de cañón, una trayectoria parabólica en el aire hasta caer finalmente sobre mi antebrazo izquierdo. Me llevé la mano derecha hasta el punto del impacto con un gesto de dolor, pues el ardiente garbanzo me había quemado. Al retirarla, vi que la maldita legumbre asesina me había dejado un círculo de piel enrojecida. Sin pensármelo dos veces, salí corriendo hacia del hospital mas cercano.
Aguanté con resignación en la Sala de Espera de Urgencias durante dos horas junto a otros pacientes. Cuando me tocó el turno, entré a la consulta que me indicaron por megafonía, donde me atendió un señor.
– ¿Y usted que tiene? -me preguntó.
– Un garbanzo asesino se ha abalanzado sobre mi causándome gravísimas quemaduras -contesté indolente, intentando demostrar una cierta actitud estoica ante el terrible ataque sufrido.
Me miró con los ojos muy abiertos, y me indicó: “Usted debe ir a la consulta número ocho, que está en el primer sótano, al final del pasillo nueve”.
Bajé hasta la mencionada consulta. Allí, una doctora me explicó que para elaborar un diagnostico adecuado necesitaba hacerme antes un test, el cual llamaban de Rorschach. “De acuerdo”, dije. A continuación, me enseñó extraños dibujos de inspiración pornográfica compuestos por manchas, los cuales me pidió que identificara correctamente.
Creo que no fallé ninguno: el mono masturbador, la pareja de lesbianas comiéndose el coño, el labriego follándose a una cabra, la novicia usando un rosario como carrete tailandes… Al finalizar la prueba, la médico extendió por fin una receta para lo mío y me despidió amistosamente. Me acerqué enseguida hasta la farmacia más próxima. Durante el camino, quise saber cual era la medicación prescrita, pero aquello estaba caligrafiado con una ininteligible letra de médico. Una vez en la botica, la farmacéutica que me atendió echó un vistazo rápido a los garabatos del papel y se me quedó mirando con una cierta expresión de enfado; como si estuviera siendo objeto de una broma.
– ¿Pasa algo? -pregunté confuso.
– Si. Aquí no aparece recetado ningún medicamento.
– ¿Qué pone en el papel, entonces?
– Dice exactamente: “Tenga mucho cuidado con este hombre. Es un majadero con marcados rasgos de psicópata sexual. Déle unos caramelos para que se vaya a su puta casa”.
Acto seguido, me devolvió con desprecio la receta médica y atendió a otro cliente, ignorándome por completo.
Indignado, regresé a casa. Entré a la cocina y me situé frente al microondas, que aun guardaba en su interior el plato de garbanzos. “Ahora os vais a enterar, cabrones. De mi no se ríe nadie. Reventareis todos como sapos inflados por el culo”, les avisé. Cerré la puerta del horno, puse el temporizador en 20 minutos y me fui al cuarto de baño a hacer de vientre, deleitándome sentado en el vater con el sonido de la cruel sangría: pop… pop… pop…
Y esto es todo… Bueno, miento. En realidad, aquí no ha acabado la cosa, porque mañana pienso ir a tirar con unos cuantos cócteles molotov dentro del hospital para quemarlo: será mi venganza por el denigrante trato recibido. Pero como esa no será una anécdota insustancial, os tendréis que enterar de los detalles por los periódicos.
Hale, hasta mañana.
FUENTE: Innerpendejo.net

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