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Humor Animalista

El infantilismo y el relativismo moral alcanzan tal grado de notoriedad que asustan. Pero no es una sorpresa, si uno se para a pensar en las bases de la corriente animalista.

La defensa de los animales es un principio de la dignidad humana. El hombre que maltrata a su perro delata su crueldad, y esto se entiende desde los tiempos de Esopo. En la actualidad, muchas personas se preguntan si el sufrimiento de los animales puede reducirse. Más allá de anécdotas como el anormal que pega a su caniche o el encierro de vaquilla de las fiestas de un pueblo, está el dilema de la alimentación. Yo, carnívoro empedernido, no deseo que las reses y polluelos que degluto tengan una existencia parecida a la de los muebles embalados de Ikea. Quisiera que las cadenas de producción ganadera tuvieran mejores condiciones para los animales, aunque sé que la industrialización de la ganadería es un factor esencial en el desarrollo de las grandes sociedades. Al menos, hasta que alguien descubra cómo producir carne a precios asequibles para una sociedad con tantos miles de millones de comensales.

«ME PREGUNTO SI, EN ESTA SITUACIÓN DE IMBECILIDAD GENERALIZADA, PODRÍA TENER ÉXITO UNA CAMPAÑA PARA SALVAR A LAS MEDUSAS QUE SON ASESINADAS CADA VERANO EN LAS PLAYAS»

Pero una cosa es tener conciencia de que los animales sienten y padecen, y estar a favor de que se cuide de ellos lo mejor posible, y otra creer que las películas de Disney son como documentales de la 2, es decir: que los animales y los humanos no somos tan distintos como nos había dicho Darwin. En este sentido, animalistas y creacionistas caen en un error con base equiparable.

Esta semana algunos quedamos asombrados por la repercusión de la vida de un perro en una situación de contagio del virus del ébola en España. Cualquiera que asomase el hocico a los mentideros se daba cuenta que la noticia del día era la del perro de Teresa, auxiliar de enfermería contagiada de esta enfermedad. Muchos internautas que llamaban al padre Pajares “el cura ese” se referían al perro por su nombre de pila, y la amenaza del sacrificio preventivo del can, finalmente llevada a cabo, movilizó en change.org a más de 300.000 personas que querían salvar al chucho de la muerte a cualquier precio. Algunas personas llegaron a formar un cordón humano en la puerta de la casa de la enfermera donde permanecía el perro, como cuando el banco desahucia a una familia.

Científicos entendidos explicaron que el perro no debía ser sacrificado. No porque defendieran su vida perruna, sino porque hubiera debido estudiarse si el animal funcionaba como transmisor pasivo del virus. Los perros lamen a otros perros y llevan una vida errática. Un comportamiento peligroso en una situación de descontrol sobre un virus tan letal. Muchos animalistas estaban tan obsesionados con salvar al perro que compartían el testimonio de estos científicos en las redes sociales, inconscientes de lo que significa poner al animal en cuarentena. Como dijo una amiga veterinaria: ¿se creen que es ponerle un piso en Fuengirola?

Lo importante para esta oleada de animalistas era salvar la vida del perro a toda costa, y así se manifestaron por la vida del perro, y firmaron una petición para salvar la vida del perro. Petición que contenía tantas faltas morales como de ortografía, y que redactó una internauta que, con toda razón, elegía la foto de una niña para su avatar de change.org.

A mí todo aquello me ponía los pelos de punta. No por miedo al ébola, sino por el comportamiento de la multitud.

Excálibur, así se llamaba el perro, pertenecía a una mujer sobre la que pesa todavía el riesgo de muerte. Una auxiliar de enfermería a la que pusieron a trabajar con enfermos de ébola sin haberla adiestrado en profundidad para quitarse el traje, en un nuevo caso de incompetencia de las autoridades. Sin embargo, el perro movilizó más apoyos que la enfermera. Si los negros que caen como moscas en África caminasen a cuatro patas y estuvieran cubiertos de pelo, es posible que consiguieran despertar un poco de esta inmensa, desnortada e infantiloide compasión.

«HUBO QUIEN COMPARÓ EL MOMENTO DEL SACRIFICIO DEL PERRO CON LA EJECUCIÓN DE MIGUEL ÁNGEL BLANCO»

Decían muchos animalistas que una cosa no quitaba a la otra. Que ellos defendían lo mismo al perro que a la enfermera, los misioneros y los negros de África. No percibieron lo terrible que es defender “lo mismo” a unos que otros, no se dieron cuenta, y para colmo mentían: Médicos sin Fronteras sigue pidiendo ayuda para su operativo de emergencia en los países afectados. Por supuesto, no han recibido ni una pequeña parte de los apoyos que recibió el perro. Quizás si Liberia ladrase…

Me pregunto si, en esta situación de imbecilidad generalizada, podría tener éxito una campaña para salvar a las medusas que son asesinadas cada verano en las playas. Miles de perros mueren en perreras, o atropellados porque los anormales de sus dueños los abandonan en la cuneta cuando se van de vacaciones, pero Excálibur se convertía en perro mediático y desataba una inmediata movilización. La velocidad y la trayectoria de la campaña delataba un preocupante relativismo moral. Buscando en Twitter “Excálibur” y “Ana Mato”, aparecían cientos de comentarios de internautas que consideraban la vida del perro más valiosa que la de la ministra. Hubo quien, incluso, comparó el momento del sacrificio del perro con la ejecución de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA.

El infantilismo y el relativismo moral alcanzaban tal grado de notoriedad que asustaban. Pero no es una sorpresa, si uno se para a pensar en las bases de la corriente animalista.

El animalismo existe desde hace siglos en Occidente, pero ha alcanzado una gran popularidad cuando la generación Disney se ha hecho mayor. No es paradójico que en los años de la crisis económica se hayan multiplicado en los medios de comunicación las consignas de los animalistas. Las protestas contra las fiestas populares donde se maltrata a los animales, parrafadas sobre la dieta vegana y manifestaciones antitaurinas aparecen cada pocos días en los medios. Mientras muchas familias españolas no tienen qué comer, los animalistas nos recuerdan lo pecaminoso que les resulta vernos tragar una hamburguesa. Todo esto hace pensar que el animalismo es un movimiento radical con un origen eminentemente burgués, aunque por supuesto muchas personas de origen y de vida humildes se hayan dirigido a esta corriente.

Defienden a los animales porque, según dicen, ellos no pueden defenderse. Creen que esto es una declaración de intenciones, pero en realidad es una falla argumental que los retrata. Uno puede defender la necesidad de llevar la democracia con aviones militares a un país como Irak, pero los iraquíes podrán negarse a ello y montar un Estado Islámico. Uno puede creer que las autoridades mexicanas deben arrancar la lacra de los narcos de la sociedad, pero posiblemente los narcos acaben agujereando al activista a base de balazos. En cambio, perros, gatos, corderos y zarigüeyas permanecen impasibles mientras las legiones de animalistas se dejan las horas del reloj en defenderlos de las agresiones del hombre.

En este sentido, el animalismo es una causa vacía: defiende los derechos de un colectivo que no los ha exigido y que no va a causar ningún problema a sus supuestos benefactores.

El animalismo no tiene malas intenciones, pero puede llegar a ser nocivo como todas las deformaciones grotescas de la bondad humana. Los presupuestos de los animalistas más radicales tienen tintes alienígenas: proclaman la igualdad de todos los seres con sistema nervioso que moramos sobre la tierra, y con una frecuencia alarmante comparan el valor de la vida de un humano con la de cualquier ratón de laboratorio. Cuando un animalista escribe que la vida de su perro es más valiosa que la de mucha gente, recibe un apoyo enorme por parte de otros animalistas. Ahí está lo nocivo de esta corriente que en principio tiene tan buenas intenciones: al equiparar el valor de la vida de los animales con la vida humana, considera que quien mata a un animal, aunque sea en un matadero alimenticio, está cometiendo un asesinato. Por lo tanto, si el animalismo sigue creciendo y logra representación en cámaras legislativas, las consecuencias podrían llegar a ser mucho más serias que los comentarios de cuarenta defensores de los gatos en una red social.

La fragilidad argumental del animalismo contiene una gran paradoja, que se manifiesta en la acusación que los animalistas radicales han elegido para quienes nos rebelamos contra su doctrina. Nos llaman, despectivamente, especistas. Antropocéntrico o especista es aquel humano que se considera superior a un mono titi o una merluza. ¿Dónde está la gran paradoja? En que el animalismo se levanta precisamente sobre un antropocentrismo radical: proyecta en los animales cualidades humanas, hasta el punto de considerar a los animales sujetos de derecho.

Esta confusión, de nuevo motivada por nobles sentimientos, resulta aparatosa desde un punto de vista humanista. El animalista cree que los animales tienen derechos aunque con frecuencia se muestra incapaz de explicar de dónde emanan estos derechos. Suele referirse al derecho a la vida de los animales como si fuera un mandato del reino natural que los humanos deben acatar, pero no especifican dónde está escrita esta ley.

Asumido este dogma, no se dan cuenta de que la ecuación funciona exactamente al revés: somos nosotros, los hombres, quienes tenemos el derecho a disfrutar de los animales. Por supuesto, es un derecho que nos hemos otorgado: son milenios usando a las bestias para acarrear el peso de los carros, a los perdigueros para ayudarnos en la caza, a las lombrices para servir de cebo en nuestros anzuelos. Nosotros inventamos los derechos y tenemos la potestad de repartirlos, y todos los derechos de que disfrutan los animalistas parten de la misma fuente: desde la libertad para expresar sus planteamientos por escrito o para manifestarse en la calle, hasta la garantía de que nadie, por mucho que aborrezca lo que digan, podrá reprimirlos por la fuerza sin recibir un castigo.

Pero ahí está el problema capital de la ideología animalista: en que los animales no tienen derechos, de la misma manera que no tienen obligaciones. No pueden acatar leyes, ni hacerlas cumplir a otros animales1. Cuando educamos a un perro para que no cague en casa estamos imponiéndole reflejos condicionados a su conducta, lo cual es totalmente diferente a imponer una ley. Pero que los animales no tengan derechos no significa que deban ser vulnerables a la crueldad humana: de nuestro derecho a utilizar a los animales emana nuestra obligación de cuidar de ellos. Es decir: no es que mi perro tenga derecho a una vida digna por ser un perro, sino que yo tengo la obligación de dársela, y por lo tanto debo ser castigado si lo maltrato. A cambio de mis cuidados, el perro me premia con su lealtad, su cariño y su simpatía, elementos tan intrínsecos a los perros que cualquiera con un poco de sensibilidad sufre cuando se le arrima por la calle un chucho abandonado.

Entre las dos posturas, la del derecho intrínseco del animal y la de nuestra obligación de cuidar a los animales, hay una distancia tan grande como la que separa a los niños de los adultos. Pero precisamente ahí, en el infantilismo, está el talón de Aquiles de los animalistas contemporáneos.

FUENTE / SOURCE: EL ESTADO MENTAL

El Vaticano se somete al islam. / The Vatican Submits to Islam (2006-2016)

por Giulio Meotti

Traducción del texto original: The Vatican Submits to Islam (2006-2016)
Traducido por El Medio

Si el 11-S fue la declaración de la yihad contra Occidente, el 12-S será recordado como uno de los arrodillamientos más dramáticos de la sumisión cultural de Occidente al islam.

El 12 de septiembre de 2006, el papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) aterrizó en Baviera (Alemania), donde nació e impartió sus primeras clases de teología. Se le esperaba allí para dar una conferencia a la comunidad académica en la Universidad de Ratisbona. Esa lección pasaría a la historia como el discurso papal más polémico del último medio siglo.

En el de este año, el del décimo aniversario del discurso, tanto el mundo occidental como el islámico le debían una disculpa a Benedicto, pero, por desgracia ha ocurrido lo contrario: el Vaticano se ha disculpado con los musulmanes.

En su conferencia, el papa Benedicto explicaba las contradicciones internas del islam contemporáneo, pero también ofrecía un terreno de diálogo con el cristianismo y la cultura occidental. El papa habló de las raíces judías, griegas y cristianas de la fe europea, explicando por qué son distintas del monoteísmo islámico. En su charla incluyó una cita del emperador bizantino Manuel II Paleólogo: «Mostradme lo que Mahoma ha traído de nuevo, y no encontraréis más que cosas malvadas e inhumanas».

Este barril de dinamita quedó suavizado por la cita de una sura coránica de la juventud de Mahoma, «cuando Mahoma seguía sin poder y amenazado», señaló Benedicto.

La charla del papa Benedicto no fue ninguna sorpresa. «No es ningún secreto que al papa le preocupaba el islam», apuntó Christopher Caldwell en el Financial Times.

Había expresado públicamente sus dudas de que pudiera acomodarse en una sociedad pluralista. Ha relegado a uno de los principales asesores del papa Juan Pablo II sobre el mundo islámico y moderado su apoyo a un programa de diálogo interreligioso dirigido por monjes franciscanos en Asís. Ha adoptado el punto de vista de los moderados y conservadores italianos respecto a que el principio rector del diálogo interreligioso debe ser la reciprocidad. Es decir, que considera una ingenuidad que se permita la construcción en Roma de una mezquita con financiación saudí, la mayor de Europa, mientras que los países musulmanes prohíben la construcciones de iglesias y centros de caridad.

En Ratisbona, Benedicto escenificó el drama de nuestro tiempo y, por primera vez en la historia de la Iglesia Católica, un papa hablaba del islam sin reciclar clichés. En esa conferencia, el papa hizo lo que está prohibido en el mundo islámico: debatir libremente sobre la fe. Dijo que Dios es diferente de Alá. Nunca volveremos a escuchar algo así.

La cita de Manuel II Paleólogo rebotó por todo el mundo, agitando a la umma [comunidad] musulmana, que reaccionó con violencia. Incluso la prensa internacional se unió a la cantinela unánime de condena del «ataque del papa contra el islam».

La reacción al discurso del papa demostraba que éste estaba en lo cierto. Todos, desde los líderes musulmanes al New York Times, exigieron que el papa se disculpara y se sometiera. Los principales medios lo convirtieron en un defensor incendiario del «choque de civilizaciones» de Samuel Huntington. En la región bajo la Autoridad Palestina, se prendió fuego a iglesias cristianas, y los cristianos se convirtieron en blanco de ataques. Los islamistas británicos pidieron «matar» al papa, pero Benedicto les retó.

Al mismo tiempo, en Somalia, una monja italiana fue fusilada. En Irak, Al Qaeda decapitó y mutiló a un sacerdote ortodoxo sirio después de que los terroristas exigieran que la Iglesia Católica se disculpara por el discurso. Los Hermanos Musulmanes de Egipto juraron tomar represalias contra el papa. Un líder paquistaní, Shahid Shamsi, acusó al Vaticano de defender a la «entidad sionista». Salih Kapusuz, número dos del partido del entonces primer ministro (y ahora presidente) Recep Tayyip Erdogan, comparó al papa Benedicto XVI con Hitler y Mussolini. El líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, insistió en que las palabras del papa correspondían a la «cadena de la conspiración estadounidense-israelí», y acusó a Benedicto de formar parte de la «conspiración de los cruzados».

Enseguida se aumentaron masivamente las medidas de seguridad en torno al papa Benedicto. Dos años después, el papa fue vetado para hablar en la universidad más importante de Roma, La Sapienza. Tras el caso Ratisbona, Benedicto ya no volvería a ser el mismo. Los apaciguadores islamistas y occidentales lograron cerrarle la boca.

Unos días después de la conferencia, agotado y asustado, el papa Benedicto se disculpó. «Lamento profundamente las reacciones en algunos países a algunos pasajes de mi conferencia […] que fueron considerados ofensivos hacia la sensibilidad de los musulmanes», les dijo el papa a los peregrinos en su residencia veraniega de Castelgandolfo. Esa cita «no expresaba en modo alguno mis opiniones personales. Espero que esto sirva para aliviar los corazones».

El papa pudo haberlo dicho para evitar más violencia. Pero desde entonces, las disculpas hacia el mundo islámico se han convertido en la política oficial del Vaticano.

«Las posturas predeterminadas frente al islam militante recuerdan desgraciadamente a las posturas predeterminadas de la diplomacia del Vaticano frente al comunismo durante los últimos 25 años de la Guerra Fría», escribió George Weigel, destacado investigador estadounidense. La nueva agenda del Vaticano busca «alcanzar un acomodo político con los Estados islámicos y renegar de la rotunda condena pública de la ideología islamista y yihadista».

Diez años después de la conferencia de Ratisbona, tan relevante como siempre después de los ataques del ISIS en suelo europeo, otro papa, Francisco I, ha tratado de muchas maneras separar a los musulmanes de la violencia, y siempre ha evitado mencionar la palabra prohibida: islam. Como escribió Sandro Magister, uno de los periodistas sobre asuntos católicos más importantes de Italia: «Ante la ofensiva del islam radical, la idea de Francisco es que ‘debemos mitigar el conflicto’. Y olvidarnos de Ratisbona».

Todo el cuerpo diplomático del Vaticano se cuida mucho hoy de evitar las palabras «islam» y «musulmanes», asumiendo en su lugar la negación de que exista un choque de civilizaciones. Cuando regresaba del Día Mundial de la Juventud en Polonia el pasado agosto, el papa Francisco negó que el islam fuese intrínsecamente violento, y afirmó que a toda religión, incluido el catolicismo, subyace un potencial violento. Antes, el papa Francisco había dicho que hay «una guerra mundial», pero negó que el islam tuviese algún papel en ella.

En 2006, papa Benedicto XVI (izquierda) dijo lo que ningún papa se había atrevido a decir: que hay un vínculo entre la violencia y el islam. Diez años más tarde, el papa Francisco (derecha) jamás llama por su nombre a los responsables de la violencia anticristiana y jamás pronuncia la palabra 'islam'. (Imágenes: Benedicto: Flickr/Iglesia Católica de Inglaterra | Francisco: Wikimedia Commons/korea.net).
En 2006, papa Benedicto XVI (izquierda) dijo lo que ningún papa se había atrevido a decir: que hay un vínculo entre la violencia y el islam. Diez años más tarde, el papa Francisco (derecha) jamás llama por su nombre a los responsables de la violencia anticristiana y jamás pronuncia la palabra ‘islam’. (Imágenes: Benedicto: Flickr/Iglesia Católica de Inglaterra | Francisco: Wikimedia Commons/korea.net).

En mayo, el papa Francisco explicó que el «concepto de conquista» es fundamental para el islam como religión, pero se apresuró a añadir que algunos podrían interpretar el cristianismo, la religión de poner la otra mejilla, de la misma manera. «El verdadero islam y la lectura correcta del Corán se opone a toda forma de violencia», afirmó el papa en 2013. Un año después, Francisco declaró que el «islam es una religión de paz, compatible con el respeto a los derechos humanos y la coexistencia pacífica». Afirmó que son los males de la economía global, y no el islam, los que inspiran el terrorismo. Y hace unos días, el papa dijo que «aquellos que se dicen cristianos, pero que no quiere refugiados en su puerta, son unos hipócritas».

El pontificado del papa Francisco ha estado marcado por su equidistancia moral entre el cristianismo y el islam, lo que también hace sombra a los crímenes de los musulmanes contra su propio pueblo, los cristianos de Oriente y Occidente.

Pero también están los cardenales valientes que dicen la verdad. Uno es el líder católico estadounidense Raymond Burke, que participó en una reciente entrevista con los medios italianos, en la que dijo:

Está claro que los musulmanes tienen un objetivo último: conquistar el mundo. El islam, a través de la sharia, su ley, quiere gobernar el mundo y permite la violencia contra los infieles, como los cristianos. Pero nos cuesta reconocer esta realidad y responder a ella defendiendo la fe cristiana […]. He escuchado varias veces una idea islámica: «Lo que no logramos hacer con las armas en el pasado, lo estamos haciendo hoy con la tasa de natalidad y la inmigración». La población está cambiando. Si esto persiste, en países como Italia la mayoría será musulmana. […] El islam se autorrealiza con la conquista. ¿Y cuál es la conquista más importante? Roma.

Por desgracia, el primer arzobispo de Roma, el papa Francisco, parece estar sordo y ciego ante estas importantes verdades. Benedicto XVI tardó cinco días en disculparse por su valiente conferencia. Pero abrió la veda, que cumple ya una década, de las excusas del Vaticano sobre el terrorismo islámico.

Aún se espera que el papa Francisco visite la iglesia de St.-Étienne-du-Rouvray, donde el padre Jacques Hamel fue asesinado por islamistas este verano. Ese asesinato, diez años después de la conferencia de Ratisbona, es la prueba más trágica de que Benedicto estaba en lo cierto y Francisco se equivoca.

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DOS TONTOS MUY TONTOS

 

Sobre todo ella, aunque no descartaria que el marido, de enterarse que ella en algún momento se quita el velo, LA MUELA A PALOS.

Nadia Shahbi, tunecina de origen marroquí y su marido , ambos musulmanes, defendieron el pasado Viernes por la tarde en un programa de ETB, la TV pública vasca,  el uso del niqab en las mujeres (velo que cubre toda la cabeza excepto los ojos), y denunciaron que han tenido problemas con un médico y la justicia en Euskadi recientemente. 

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