Etiqueta: «RELATOS HUMORÍSTICOS»

LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: «Tiranos sucesivos»

Durante varias semanas el Mullah Nasrudín no había pagado su deuda al terrateniente local. Cierto día, el noble acudió a cobrar su renta y, viendo que Nasrudín no podía pagar, dijo a sus hombres que cogieran los muebles del Mullah como pago.

Cuando mesas y sillas estaban siendo cargadas en el carro, Nasrudín se puso de rodillas y empezó a suplicar:

—¡Oh, Alá misericordioso, concede al amo de estos hombres la vida eterna!

—¿Tratas de enfurecerme aún más con tu sarcasmo?, preguntó el noble.

—El sentimiento procede del corazón, respondió Nasrudín. Cuando tu padre vivía todavía, todo hombre de la aldea rogaba por su pronta defunción. Pero cuando tú te convertiste en señor y demostraste ser mil veces peor que él, comprendimos nuestro error. Ahora pedimos a Dios que te haga vivir para siempre. ¿Quién nos dice que tu sucesor no resultará mil veces peor que tú?

LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: «La muerte de Tamerlan» y otro de regalo.

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—Si eres un verdadero místico, dijo Tamerlán a Nasrudín, tus poderes te permitirán determinar la fecha exacta de mi muerte.

Sabedor que el malvado emperador acostumbraba a recompensar a los portadores de malas noticias con la horca, Nasrudín respondió:
—Tengo detalles importantes del día en que morirás, pero antes de comunicártelos debo tener tu palabra de que cualesquiera que sean esos detalles no dejarás caer tu cólera sobre mí.

—¡La tienes!

—Morirás el día de una celebración pública, ¡oh, cénit del poder! Habrá baile en la calle y festejos en cada ciudad y pueblo del imperio.

—¿Cómo puedes estar seguro, sabio?

—Porque el día en que caigas mal enfermo, el pueblo se alegrará y las celebraciones se prolongarán, sin duda, durante el resto de tus días y hasta después de ellos.

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LA MENTIRA

Su Majestad imperial, el sha-in-sha, ya cansado de sus pasatiempos habituales, levantó una enorme copa con joyas incrustadas y dijo:
—Quien sepa decir la mentira más escandalosa recibirá este trofeo como recompensa.

Pronto, el imam de la corte, un hombre de amplia circunferencia y traje resplandeciente, se levantó.
—¡Majestad! No puedo permitir que esta competición se celebre. Nunca pasó una mentira por mis labios, porque sé que la falsedad es un vicio malo y repugnante muy deplorado por Dios.

El rey sencillamente se rió y se dirigió a Nasrudín.
—Mullah, todos nosotros sabemos que eres un impostor, ¿por qué no comienzas tú?

—Oh, Majestad, me encantaría ganar ese brillante premio, pero, por desgracia, no tengo ninguna posibilidad.

—¿Te quieres explicar?

—¿Pues, cómo puedo competir con el imam? Sin duda él ha dicho una mentira infinitamente mayor de la que un simple aficionado como yo podría proponer.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: Una moneda de plata

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Cierto vez, después de terminar de recitar el Corán, el imán dijo ante todos los creyentes:
—Una moneda de plata concedida por Dios al feligrés equivale al valor de mil monedas de plata.

Al día siguiente, el imán llevó su bello caballo a la feria para venderlo. Nasrudin, acercándose, le preguntó:
—Imán mío, ¿Cuánto vale este caballo?
—¡Cómo! ¿Quieres comprarlo?, dijo el iman sorprendido, examinando de arriba abajo al Mullah.Si no te estás jactando, yo te diré el precio exacto: mil monedas de plata. Si te faltara una sola moneda, no te lo venderé.
—¡Excelencia! El pobre nunca tiene la costumbre de mentir, exclamó Nasrudin, golpeteando la bolsa que llevaba sobre sus hombros. Si no tuviese dinero,agregó, no me atrevería a preguntarle el precio del caballo. ¿Mil monedas de plata, dice? ¡Eso es muy caro! Sin embargo, no quisiera regatear con su Excelencia: ¡Le pago las mil monedas de plata y me llevo el caballo!

Apenas terminó de formular estas palabras, el Mullah sacó de su bolsa una reluciente moneda de plata, se la entregó al imán y, tirando del caballo, se dispuso a marcharse.
—¿Te has vuelto loco?, gritó el imán encolerizado.¡Faltan novecientos noventa y nueve monedas de plata!, prosiguió lleno de ira. ¡Apúrate a sacar monedas de plata de la bolsa!
—Imán mío, respondió el Mullah, no falta ninguna moneda. Su barba mide una cuarta, agregó indicando la blanca barba del imán. ¿Cómo es posible no mantener su palabra? Ayer en el púlpito nos dijo: «Una moneda de plata concedida por Dios a sus feligreses equivale a mil monedas de plata». Esta moneda de plata que acabo de darle, me la ha deparado Dios, justamente. De lo contrario, no tendría ni siquiera una moneda de cobre, y mucho menos una moneda de plata.
Al terminar de decir estas palabras, regresó muy contento a su casa, montando en su caballo.

El imán, carente de argumentos, se marchó sin replicar ni una sola palabra.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: «El yogui, el sacerdote y el Sufí» + 2 cortitos de regalo.

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Nasrudín vistió una túnica Sufí, y decidió realizar una peregrinación. En el camino se encontró con un sacerdote y un yogui, y decidieron seguir juntos. Cuando llegaron a un pueblo, el sacerdote y el yogui le pidieron a Nasrudín que solicitara dádivas mientras ellos hacían sus devociones. Nasrudín recolectó algún dinero y lo usó para comprar halwa. Intentó repartieran la comida, pero los otros dos, que aún no tenían mucha hambre, contestaron que sería mejor posponerla hasta la noche. Asi que siguieron su camino. Al caer la noche Nasrudín pidió la primera porción. «porque por mi intermedio se obtuvo la comida». Los otros no estuvieron de acuerdo: el sacerdote porque, arguyó, él representaba un cuerpo jerárquico formalmente organizado, y que merecía, por lo tanto, prerrogativas; el yogui, porque comía sólo una vez cada 3 días y debía por lo tanto recibir más.

Por fin convinieron en irse a dormir, y que, por la mañana aquel que relatara el mejor sueño sería el primero en servirse. Por la mañana el sacerdote dijo:
—Yo, vi en sueños al fundador de mi religión, quien hizo una señal de bendición, destacándome como beneficio de modo especial.
Sus compañeros quedaron impresionados, mas el yogui dijo:
—En mis sueños alcancé el nirvana y fui completamente absorbido por la nada.
Miraron al Mullah:
—En mis sueños vi a Khidr, el maestro Sufi, que sólo aparece ante los más santificados. Me encomendó:Nasrudín, ¡cómete el halwa ahora mismo! Y, por supuesto, debí obedecerle.

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Nasrudin nuevo!

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: » El plano espiritual «

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Dos viajeros cruzaban junto a Nasrudín las montañas del Himalaya, discutiendo sobre la importancia de poner en práctica todo aquello que habían aprendido en el plano espiritual. Estaban tan entretenidos en el plano espiritual que no fue hasta bien entrada la noche que se dieron cuenta de que solamente llevaban consigo un pedazo de pan.

Decidieron no discutir sobre quién merecía comerlo. Sin duda eran hombres piadosos; dejarían la decisión en manos de los dioses. Rezaron para que durante la noche, un espíritu superior les indicase quién de ellos recibiría el alimento.

A la mañana siguiente, los tres se levantaron al salir el sol.
—He aquí mi sueño, principió el primer viajero. Yo iba cargado hacia lugares donde nunca había estado antes, y experimenté toda la paz y armonía que he buscado en vano en esta vida terrenal. En medio de ese idílico paraíso, un sabio de largas barbas me decía: «Tú eres mi preferido, ya que jamás te entregastes al placer mundano y siempre renunciaste a todo lo vacuo. Sin embargo, para confirmar mi alianza contigo, me gustaría que comieras un pedazo de pan».
—Es bien extraño, comentó el segundo viajero,porque en mi sueño, yo vi mi pasado de santidad y mi futuro de maestro. Mientras miraba el porvenir, encontré un hombre de gran sabiduría diciendome: «Tú necesitas comer más que tus dos amigos porque tendrás que liderar a mucha gente, y para ello necesitarás fuerza y energía.”
—En mi sueño, intervino entonces Nasrudín, yo no vi nada, no visité ningún lugar ni encontré a ningún sabio. Sin embargo, a determinada hora de la noche me desperté de repente. Y me comí el pan.
Los otros dos se enfurecieron:
—¿Dinos, por qué no nos llamaste, antes de tomar una decisión tan personal?
—Vaya, ¿Cómo iba a hacerlo? ¡Estabais tan lejos, encontrándoos con maestros y teniendo visiones sagradas! Ayer argumentábamos sobre la importancia de poner en práctica todo aquello que aprendemos en el plano espiritual. En mi caso, Dios actuó rápido y me hizo despertar a causa del hambre.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: » La joven impúdica «

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Durante mucho tiempo, Nasrudín había tenido la intención de pedir la mano de cierta joven. Pero antes de que hubiera ahorrado el dinero de la dote, su amigo le dijo que iba a casarse con la bella muchacha. El Mullah se quedó trastornado y, pensando un momento, dijo:
—Te felicito, ella es verdaderamente el mejor premio. Casualmente, hoy hablaba con otro hombre, que admitía, que estaba deslumbrado por sus encantos.
—¿Estás diciendo que ha aparecido sin velo en público?, preguntó su amigo.
—Simplemente repito lo que he oído, no he hecho preguntas, contestó Nasrudín.

Muy angustiado, el otro hombre salió corriendo a la casa de su futuro suegro y rompió el compromiso.

Unos meses después, cuando finalmente Nasrudín había conseguido el dinero de la dote, se comprometió con la muchacha. Cuando su amigo oyó la noticia, se enfadó mucho.
—¡Qué va! ¡Si no me hubieras dado a entender que era impúdica, me habría casado con ella!
—Estás confundido, dijo Nasrudín. Jamás insinué que fuera impúdica.
—Dijiste que habías hablado con otro hombre que estaba deslumbrado por su belleza.
—¿No mencioné que el otro hombre era su padre?,preguntó Nasrudín.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: «El maestro espiritual»

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Un anciano sabio había llegado a la aldea desde más allá de Ashsharq, un lejano territorio de Oriente. Sus exposiciones filosóficas eran tan abstrusas, y sin embargo tan fascinantes, que los parroquianos de la casa de té llegaron a pensar que quizá podría llegar a revelarles los misterios de la vida.

El Mullah Nasrudín lo escuchó durante un rato.

—Sabrá usted, acotó Nasrudin, que he tenido experiencias parecidas a las que usted vivió durante sus viajes. Yo también he sido un maestro errante.

—Cuénteme algo de eso, si es imprescindible,precisó el anciano, algo molesto por la interrupción.

—Oh, sí, debo hacerlo, afirmó el Mullah, por ejemplo, en un viaje que hice por el Kurdistán era bienvenido por dondequiera que fuese. Me hospedaba y trasladaba de un monasterio a otro, donde los derviches escuchaban atentamente mis palabras. Me suministraban alojamiento gratuitamente en las posadas y comidas en las casas de té. En todas partes la gente al verme quedaba impresionada.

El anciano monje comenzaba a impacientarse ante tanta propaganda personal:
—¿Nadie se opuso en ningún momento a algo de lo que usted decía?, preguntó agresivamente.
—Sí, afirmó un inefable Nasrudín, una vez en un pueblo fui golpeado, introducido al cepo y finalmente expulsado del lugar.
—¿Cuál fue el motivo?
—Bueno, verá usted, ocurrió que en esa ciudad la gente comprendía turco, el idioma con el que yo impartía mis enseñanzas.
—¿Y qué sucedía con aquella gente que lo recibía tan bien?
Ah, pues esos eran kurdos; tienen su propio idioma. Estaba a salvo mientras estuviera entre ellos.

 

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: ¿Saben de qué les voy a hablar?

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Esta historia comienza cuando Nasrudín llega a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de Medio Oriente.

Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudín, que en verdad no sabía que decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba.

Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:

-Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles.

La gente dijo:

-No… ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte!

Nasrudín contestó:

-Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber qué es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo.

Dicho esto, se levantó y se fue.

La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudín se alejaba, dijo en voz alta:

-¡Qué inteligente!

Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice “¡qué inteligente!”, para no sentirse un idiota uno repite: “¡sí, claro, qué inteligente!”. Y entonces, todos empezaron a repetir:

-Qué inteligente.

-Qué inteligente.

Hasta que uno añadió:

-Sí, qué inteligente, pero… qué breve.

Y otro agregó:

-Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia.

Entonces fueron a ver a Nasrudín. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de Él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.

Nasrudín dijo:

-No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos.

La gente dijo:

-¡Qué humilde!

Y cuanto más Nasrudín insistía en que no tenía nada para decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudín accedió a dar una segunda conferencia.

Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. Nasrudín se paró frente al público e insistió con su técnica:

-Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles.

La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron:

-Sí, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido.

Nasrudín bajó la cabeza y entonces añadió:

-Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.

Se levantó y se volvió a ir.

La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:

-¡Brillante!

Y cuando todos oyeron que alguien había dicho “¡brillante!”, el resto comenzó a decir:

-¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!

-Qué maravilloso

-Qué espectacular

-Qué sensacional, qué bárbaro

Hasta que alguien dijo:

-Sí, pero… mucha brevedad.

-Es cierto- se quejó otro

-Capacidad de síntesis- justificó un tercero.

Y en seguida se oyó:

-Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos de más de su sabiduría!

Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudín para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. Nasrudín dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenía conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenía que regresar a su ciudad de origen.

La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudín aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia.

Por tercera vez se paró frente al público, que ya eran multitudes, y les dijo:

-Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar.

Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo:

-Algunos si y otros no.

En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudín con la mirada.

Entonces el maestro respondió:

-En ese caso, los que saben… cuéntenles a los que no saben.

Se levantó y se fue.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: Los granjeros a los que se les daban bien los números.

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Nasrudín es un Mulá (maestro) que protagoniza una larga serie de historias-aventuras-cuentos-anécdotas, representando distintos papeles: agricultor, padre, juez, comerciante, juez, sabio, maestro o tonto. Cada una de estas historias cortas hace reflexionar a quién la lee u oye, como una fábula, y además suelen ser humorísticas, con el humor simple de lo cotidiano, a veces con contrasentidos y aparentes absurdos.

Sus enseñanzas, que han sido y son utilizadas por los maestros del sufismo, van desde la explicación de fenómenos científicos y naturales, de una manera más fácilmente comprensible, a la ilustración de asuntos morales.

Idres Shah popularizó en Occidente al personaje a través de diversas recopilaciones de estos cuentos breves rescatados de la literatura y tradición oral de las culturas donde es conocido.

Ya, ya se que yo estoy totalmente en contra del Islam y esto puede parecer una contradicción pero lo cierto es que SON RELATOS HUMORÍSTICOS y en ellos NO se hace proselitismo religioso, así que contradición ninguna. Es, sencillamente, un relato humorístico (por supuesto cada uno se lo puede tomar como quiera) y, en mi opinión, SON TODOS DIVERTIDÍSIMOS, yo me parto jejev con este menda.

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Los granjeros…

a los que se les daban bien los números.

 

nasrudin02De entre todos los pueblos que el mula Nasrudin visitó en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números. Nasrudin encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Cada mañana, alguien de cada familia del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías y se iban a un riachuelo que estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las llevaban de vuelta al pueblo, lo que les llevaba otra hora más.

«¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?», preguntó Nasrudin al granjero de la casa en la que se alojaba. «¡Por supuesto que sería mucho mejor!», dijo el granjero. «El agua me cuesta cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que lleva el burro. Eso hace al año mil cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como las horas del chico. Pero si el burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo, yo podría, por ejemplo, plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete calabazas más cada año.»

«Veo que lo tienes todo bien calculado», dijo Nasrudin admirado. «¿Por qué, entonces, no construyes un canal para traer el agua al río?» «¡Eso no es tan simple!», dijo el granjero. «En el camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico a construir un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos horas al día. Al menos me quedan otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por el agua.»

«Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en el pueblo.»

«Claro que sí», dijo el granjero. «Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez horas al día, estaría acabado un año.»

«Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis el canal?

«Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, tengo que invitarle a mi casa, ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia, sus hijos, sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y él tiene que preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con tranquilidad al tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día entero. Como somos cien familias en el pueblo, tendría que hablar con noventa y nueve cabezas de familia. Estarás de acuerdo conmigo que yo no puedo estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi granja se vendría abajo. Lo máximo que podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por semana. Como un año tiene sólo cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos años hablar con mis vecinos. Conociendo a mis vecinos como les conozco, te aseguro que todos estarían de acuerdo con hacer llegar el agua al pueblo, porque todos ellos son buenos con los números. Y como les conozco, te digo, que cada uno prometería participar si los otros participasen también. Entonces, después de dos años, tendría que volver a empezar otra vez desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y diciéndoles que todos están dispuestos a participar.» «Vale», dijo Nasrudin, «pero entonces en cuatro años estarías preparados para comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría construido!»

«Hay otro problema», dijo el granjero. «Estarás de acuerdo conmigo que una vez que el canal esté construido, cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su parte de trabajo correspondiente.»

«Lo entiendo», dijo Nasrudin . «Incluso si quisierais, no podríais vigilar todo el canal.»

«Pues no», dijo el granjero. «Cualquier caradura que se hubiera librado de trabajar, se beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno.»

«Tengo que admitir que tienes razón», dijo Nasrudin.

«Así que como a cada uno de nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico de alguien tendrá tos, otro la mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a buscar al médico.

Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escurrirnos el bulto. Y como cada uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben, ninguno mandará a su burro o a su chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se empezará.»

«Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes», dijo Nasrudin. Se quedó pensativo por un momento, pero de repente exclamó: «Conozco un pueblo al otro lado de la montaña que tiene el mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace ya veinte años.»

«Efectivamente», dijo el granjero, «pero a ellos no se les dan bien los números.»

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En el espacio.

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Hace días, largas semanas, que vagamos por el Espacio sin saber exactamente dónde llegaremos.
Aún nos quedan provisiones de sobra para algunas semanas más, pero la tripulación empieza agobiarse al no encontrar nada similar a un planeta, aparte de un par de meteoritos que pasan cerca de la nave de vez en cuando… y hasta eso ya ha perdido su emoción.
Está llegando a ser todo tan aburrido… ya no hay nada que hacer, nada de que hablar… nos sabemos la vida y pormenores de unos y otros. Y desde la cabina de mando no se ve nada de nada.

-Si no encontramos pronto nada de interés voy a volverme loco, comandante.
-Tranquilo, hay que tener algo de paciencia.
-¿Más paciencia? Ya no soy yo solo, señor, el resto de la tripulación lo comenta. Quizá sea una misión fallida, como tantas otras.
-Repito, tengamos paciencia, amigo, tengamos paciencia.

Los miembros del equipo sorteaban de vez en cuando algún bólido, comentando la jugada entre ellos.

-Vaya, ese ha pasado cerca.
-Los meteoritos están ya controlados, va a hacer falta que aparezca algo más fuerte y más grande para ponernos, como mucho, nerviosos.
-Ojalá aparezca.
-De verdad que sí.

-¿Has visto eso?
-¿Qué?
-Ahí, a la derecha de la nave, es anaranjado, ¿lo ves?
-Vaya, creo que habrá que avisar al comandante, quizá sea un asteroide o un planeta, no veo nada parecido desde hace semanas.

Dos de mis hombres acaban de irrumpir en la cabina mientras me estaba quedando dormido. A Dios gracias, parece que han avistado algún tipo de asteroide o, puede ser, un planeta a lo lejos.
He dado la orden para acercarnos y la tripulación se ha puesto como loca. Sólo espero poder bajar y estirar las piernas fuera de la nave.

Pasadas unas horas, parecemos haber llegado a un extraño planeta de arena naranja. Tras un rato deliberando y preparándonos, decidimos salir fuera y hacer una pequeña expedición sin alejarnos demasiado de la nave.
No hay moros en la costa, tan sólo una singular vegetación, de colores morados y rojizos adorna el terreno ligeramente abrupto. Un poco más allá, se ve algo parecido a un cráter, tras hablarlo todos, decidimos acercarnos para verlo bien.

-Señor, me da un poco de miedo, a medida que nos acercamos al cráter, se oye un silbido más fuerte, ¿lo oye usted?
-Sí, claro que lo oigo, pero quiero saber de dónde viene.
-Nosotros le acompañaremos comandante, no nos da miedo.
-De acuerdo, ¿hay alguien más al que le de miedo venir y prefiera quedarse vigilando la nave?

Tras un par de minutos y miradas burlonas entre unos y otros, toda la tripulación decide acompañarme al misterioso cráter, armados por supuesto con aparatos de última tecnología.

-Comandante, si este zumbido sigue aumentando de volumen, creo que me van a estallar los oídos.
-A mí también señor, está empezando a ser insoportable.
-¿Alguien más que quiera quejarse como una niña? Callaos ya, vosotros sí que me dais dolor de cabeza con tanta queja y tanta tontería.
-Disculpe señor.

Vaya, el cráter es bastante más grande de lo que pensaba, no más que una piscina normal y corriente, pero es hondo y oscuro. Los hombres tienen miedo, no lo dicen pero se les nota temblar, se miran unos a otros y el sudor invade sus frentes frías.
Y tienen razón, ese zumbido es del todo insufrible.

-¡Señor! Creo que algo se ha movido ahí debajo.
-¿Dónde?
-Me ha parecido ver algo moviéndose.
-Yo no veo nada.
-¡Sí mire, ahí delante!
-¿Están todos locos? Os repito que yo no he visto nada, ni veo nada, estáis dejándoos llevar por el miedo y hasta veis cosas donde no las hay.
-Por favor señor, no sea tan incrédulo, asómese un poco, verá como hay algo. Diría que de esa cosa vienen los zumbidos… por cierto, han dejado de oírse.
-Me tendría que haber quedado en la nave.
-Pues todavía estás a tiempo.
-Creo que no… ¡Mirad!
-¡Se mueve! ¡Viene hacia aquí!
-¡Dejad de gritar! ¿Qué clase de tripulación he traído conmigo que se asustan igual que bebés?
-¡Comandante está acercándose!

Creo que mis hombres tienen razón en cuanto a la procedencia del zumbido… parece que esa cosa verde que se acerca es la causante de nuestro dolor de oídos y el miedo de todos estos señores.

-¡Dios mío!
-¡Shhhh! ¡Sacad las armas, pero que no dispare nadie hasta que yo lo ordene! Quizá sea pacífico.
-Quizá no, comandante.
-¡Silencio!
-Señor, parece más grande según se acerca, cada vez se ven más tentáculos saliendo de su cuerpo.
-Señor, es horrible, ¿qué debemos hacer?
-Que no cunda el pánico, estad todos atentos y con las armas preparadas por si hay que abrir fuego. De momento esperemos a ver cómo reacciona el bicho.
-Se ha parado.
-Parece que nos observa señor. Fíjese qué cantidad de ojos y qué alto es.
-Comandante, da la impresión de que es viscoso, toda su piel brilla y parece mojada.
-Así es, parece que gotea. Pero sigan tranquilos, no pasa nada.
-Vuelve a zumbar, señor, si intensifica mucho más el volumen vamos a tener que retirarnos, no creo que nuestros tímpanos puedan soportarlo.
-¡Señor! ¡Avanza otra vez!
-¡Viene hacia aquí! ¡Se aproxima con sus tentáculos!
-¡Quiere atraparnos señor!
-¡No huyáis! ¡No seáis cobardes! ¡Tenemos que enfrentarnos al monstruo!
-¡Comandante, si sigue avanzando y apenas se puede oír en condiciones! ¡Tendremos que abrir fuego y acabar con él!
-¡Esperad todos! ¡Hay que ver cómo reacciona! Probablemente no nos quiera hacer nada.
-Pero señor, hemos invadido su territorio, seguramente quiera echarnos del cráter.
-Y también matarnos señor.
-¡Panda de miedicas! Hemos de enfrentarnos a él, a vida o muerte. ¡Y será su muerte!
-¡Preparad las armas y esperad a que el comandante de la orden de asalto!
-¡Dividíos para atacar cada uno por un lado al bicho! ¡Tranquilos, no va a pasar nada, hay que acercarse despacio!
-¡Señor, ha atrapado a un soldado! ¡Si el láser de las armas roza al hombre, lo freirá antes que al monstruo!
-¡Hay que dispararle por detrás!
-¡Cuidado con los tentáculos!
-¡Está ahogándolo! Comandante, ¿qué vamos a hacer?
-¡Abrid fuego! ¡Disparad todos al monstruo!
-¡Cuidado!
-¡Señor, me temo que las cosas empeoran!
-¿Qué pasa ahora soldado?
-Dos monstruos aún más grandes que este se aproximan por las afueras del cráter, ¡estamos perdidos!
-¡Dios mío, tienes razón! ¡Todos a la nave! ¡Retirada!

-¡Niños! Recoged las cajas del jardín, ya está la merienda.
-Nos pasamos no sé cuánto tiempo pensando qué regalarles y se entretienen con cuatro cajas de cartón, como antaño.
-Encantador… ¡Niños! ¿No oís?

-¡Los monstruos quieren acabar con nuestra nave!
-¡Oh, no!
-¡Aagg…!

-¡Niños!

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