Etiqueta: OSCUROS

MIS AMADAS SOMBRAS.

Todo empezó uno de esos días, en los que se le agradece al mismo padre de los cielos de haber nacido. Un día esplendoroso, con un sol radiante y con los pajarillos cantando como los serafines.
Pero siempre, cuando uno piensa que éste es su día, en sólo cuestión de segundos se da cuenta de lo contrario y la rueda del destino efectúa un giro de trescientos sesenta grados.
Mi mujer, me había dado como recado el de ir en busca de víveres al súper; que estaba a tan sólo unos pasos del vecindario. Que por cierto, era muy tranquilo y lleno de vecinos solidarios, que ponían la mejilla antes de entrar en algún pleito. Sin dudas, un barrio de beatos.
Cuando iba camino al súper, ajeno ante todo, como un chiquillo cuando se dirige a un kiosco con unos centavos para comprar algunos dulces. Sucedió lo incomprensible, en cuestión de segundos el cielo se cubrió de negro como si la noche se hubiese adelantado.
Los cielos se deformaban con la oscuridad, terribles sombras se encargaban de cubrirlo todo, como si fueran madres tapando a sus hijos con frazadas, en esas noches gélidas de invierno.
Pero junto con estas sombras, venían unas criaturas muy pequeñas, con unos ojos amarillos que centellaban en sus contornos. Esto, erizó cada tejido cutáneo de mi cuerpo y me impulsó a correr, sin ningún rumbo, sólo yendo hacia adelante como una topadora sin control.
Me alejé lo bastante de las sombras, pero no lo suficiente y en esos momentos que la adrenalina corría por mi alma escuché una voz, que jamás hubiese querido escuchar, una voz que al parecer me conocía como a la palma de su mano o al menos, si tenía mano.
-David…
Los susurros no eran aterradores, sino más bien, eran como los de un ángel. Pero yo, no era estulto y jamás hubiese dejado que me atrapasen esas sombras que irradiaban oscuridad hacia todas las direcciones.
-David…
La voz esotérica seguía musitando.
En aquellos momentos tan terroríficos, mientras corría, pasaban muchas preguntas por mi mente. -¿Por qué me conoce? ¿Qué es lo que ocurre? ¿De dónde han surgido estos mantos de oscuridad? ¿Por qué a mí?- En fin, sin lugar a dudas no comprendía esta situación. Pero de lo que sí estaba seguro era, que esta oscuridad no traía paz y amor. Sino que traía, odio y destrucción.
Logrando mirar en un breve espacio del tiempo hacia mis espaldas (mientras corría), pude avistar como estas sombras mortíferas, arrasaban con todo como si lo devorarán con un hambre voraz. Las sombras, estaban cubriendo todo a mis espaldas, casas, personas, autos, todo, no tenían compasión alguna por nada, ni nadie.
Mi corazón y mis pulmones me estaban ordenando que descansase, pero yo sabía que esto era casi como un suicidio. Pero, como soy humano, y los humanos somos tan impredecibles, decidí hacer lo más estúpido de toda mi vacua vida. Me adentré en un callejón sin salida, mientras las sombras con los mantos oscuros y las bestias con sus ojos amarillos fieles en su lugar, me seguían desenfrenadamente como si estuviesen en época de caza.
-David… no te resistas… es inútil…
La oscuridad, seguía con su labor susurrándome, como si esa voz estuviera a sólo un palmo de mis oídos.
Acorralado contra una pared, sólo aguardaba a morir con dignidad como lo habían hecho todas las personas de la manzana. Pero lo que ocurrió en aquellos momentos me dejó perplejo. Porque estas sombras que traían el mismo averno a la tierra, me susurraron otra vez, sólo que en esta ocasión fueron tres y me dijeron algo aliviador para mi alma.
-David… ¿Te sientes bien?
La voz era suave, pero penetrante para el sentido auditivo.
-David… ¿Quieres jugar?
Una invitación amena, pero poco convincente ya que provenía de las sombras aberrantes.
-David… ¿Quieres ayuda?
Algo que precisaba en aquel espacio del tiempo pero que era inaceptable para mi lucidez, sin dudas porque la ayuda provenía de quién sabe qué regente infernal.
En aquellos momentos pensé en contestarles pero no lo hice. Hice algo, que se basaba en la ingenuidad completa. Ingenuidad aún peor, que la de haberme metido en aquel callejón sin salida.
Corrí contra los mantos sombríos, como nadando en un río contra la corriente. Mantos, que estaban custodiados por las criaturas oscuras y pequeñas, con los ojos amarillos en forma de óvalos.
Audazmente logré abrirme paso, por la barrera de demonios que por cierto, sólo demostraban ser amedrentadores, ya que su falta de fuerzas era muy considerable. Cuando empujé a éstas pequeñas alimañas me sentí como esos héroes de Hollywood, que enfrentan a cualquier peligro y siempre salen victoriosos.
Una vez que atravesé los mantos me pude aunar con la avenida principal, que aún hacía notar un considerable gentío. Pero si hubo algo que me dejó atónito en aquellos momentos fue, lo que me decía la gente.
-¿Por qué corres?
Decía un hombre delgado, gesticulando duda.
-¿Estás loco?
Me juzgaba con anticipación una anciana con semejanza a un simio fugado de un zoológico.
-¡Imbécil!
Una mujer de rizos dorados, pero lengua viperina y palabras de poca educación, no se ausentaba en la fiesta denigrante que efectuaban hacia mi persona.

Cuando escuché esto, no me detuve a contestarles, ya que las sombras aún me perseguían. Sin dudas, estas personas querían morir o no querían darse cuenta de la gravedad de la situación.
Yo, seguí con mi trabajo de escapista pero cuando quise darme cuenta, los susurros habían desaparecido, como las sombras y las criaturas provenientes del mismísimo inframundo.
Realmente, nunca supe lo que ocurrió aquel día y quizá jamás lo sabré. Pero, de lo que sí estoy seguro es que todo lo que había vivido fue real y, que todo aquello me había llenado de júbilo. Tanto, que me encantaría volver a repetirlo, no es que esté loco, sino que esas sombras que traían el mismo infierno, fueron los únicos seres en el mundo que me hicieron las tres preguntas más divinas de toda mi insulsa vida.
“¿Te sientes bien?”-siempre, tuve focos depresivos en mi austera vida y jamás, ningún ser cercano me hizo esta pregunta.
“¿Quieres jugar?”-de niño, nunca tuve la oportunidad de conocer una buena y digna infancia. Nunca nadie me había invitado a jugar, ya que en ningún momento tuve la oportunidad de hacerlo, por el peso de tener una madre prostituta y un padre alcohólico, los cuales me pegaban todos los santos día de mi niñez.
“¿Quieres ayuda?”-jamás alguien, me había preguntado si necesitaba ayuda, lo único que hacía mi hermosa familia todos lo milagrosos días era decirme:-papá, has esto… querido, compra esto… papá, termina esto… yerno, esto está sucio límpialo…
Los días pasaron, y nunca más volví a presenciar los mantos sombríos a los que jamás olvidaré. Mantos de sombras, que me hicieron crecer como persona.
Muchos vecinos, piensan que soy un desquiciado, por lo que sucedió aquella vez. Pero yo, realmente pienso que soy un afortunado del destino.
El mismo día que me dirigía hacia el súper por un recado de mi mujer, me iba arrojar contra un auto, sin dudas, con la intención de líbrame de la penosa vida que llevaba. Gracias a esas sombras, que sólo lograron ver mis divinos ojos color azul, me recuperé de mi depresión y ahora, estoy más firme que nunca, rebalsado en júbilo y a la vez inundado en carácter.
Ahora nadie me ordena nada, todos me invitan a jugar y todos están constantes en mi sentir humano.
Mis sombras interiores ya son cosa del pasado y murieron con mi antiguo ser. Ahora, lo único que llevo en mi alma, es la hermosa luz radiante de mi superación emocional.

AUTOR: Damián Fryderup

ESA MUJER.

Hace calor de día, sin embargo de noche refresca bastante, ya que estamos cerca de la primavera.

 

Un día como cualquier otro, levantarme al amanecer, ir al colegio, traer buenas notas a casa, hacer tarea, ver a «amigas», sin ninguna emoción… Mi vida es totalmente aburrida y sin pasión, ¿qué más puede hacer una chica como yo? Con mis 15 años recién cumplidos y ya la sexualidad dejo de atraerme. Suplemento mi falta de motivación leyendo novelas de terror e investigando todo lo que tenga que ver con lo paranormal.

 

Y eso es lo que estaba haciendo, buscando cosas paranormales que jamás me pasarán… O eso es lo que en ese momento uno se imagina, pero… El que busca encuentra, ¿no es así?…

Estaba sumergida de en mis pensamientos , mis deseos, hasta que sentí la llamada de mi hermano mayor, no me quedo otra opción, tenía que ir a ver lo que quería.
Y allí estaba él, parado junto a su novia, mi cuñada, esa chica que yo casi ni soporto… Y no dudo en demostrarlo.
Cuando decidí dejar de mirarla amenazadoramente, pude observar que mi hermano, en su brazo, sostenía mi abrigo.
-¿Qué necesitas?- dije, intentando de alargar lo inevitable, tendría que acompañarlo, quién sabe a donde, solo tengo que obedecer, ese es mi deber.
-Ten. Abrígate, hace frío afuera. Vamos a la casa de la abuela Inés. Vino el tío Fernando de visita y es mejor que lo visitemos.- lo que dijo tan fríamente que necesite ese abrigo mientras el hablaba. No entendía porque quería ir, a mi hermano no le agrada mi tío, por el simple hecho de que él es homosexual, y mi hermano un homofóbico. A mi me agrada, pero no me animaba pedir permiso para ir a visitarlo, simplemente me alegre del hecho de ir a saludar a mi querido tío. Lo único que no me agradaba es que tenía que ir con mi cuñada, por suerte, esto ayudo a que lograra ocultar mi felicidad bajo una capa de desprecio.

Me puse mi chaqueta y salimos. Caminamos hacia su casa, quedaba cerca. Su casa es bastante bonita para creer que solo viven dos ancianas allí, mi abuela Inés y mi tía Estela. La última había sufrido esquizofrenia desde siempre, algo leve que solo la familia sabía. Casi ni se notaba, bueno, yo nunca lo note.

 

Entramos, con la mayor confianza, y pasamos hacia el interior sin siquiera golpear las manos, y los encontramos en la sala de recepción, como si nos hubieran estado esperando, me produjo un escalofrió que subió por mi espalda, aunque el ambiente debió estar a unos confortables 20º C.

 

Saludamos y luego nos sentamos en los sillones a conversar, era una charla muy animada.

Se estaba haciendo tarde. Eran las 22:00 hs exactamente, cuando golpearon la puerta. A nadie pareció alarmarle, solamente a mi tía que sonrió de una manera un tanto extraña, esa sonrisa se gano otro escalofríos por mi espalda. Sentí frío y era bastante, me puse el abrigo y todos me quedaron viendo pero pronto le borraron importancia.
 

Golpearon la puerta otra vez. Yo estaba realmente intrigada, me preguntaba porque nadie iba a abrir la puerta. Al tercer golpe, mi tía se paro y se dirigió hacia el centro de mi intriga. En ese momento todos suspiraron y susurraron algo que, sorda por saber quien era, no logre escuchar. Y en eso paso una mujer, parecía ser de unos 35 o 36 años, era esbelta y buen moza, su cabello era largo y negro, sus ojos muy profundos y celestes demasiado claro, tan claro que dañaba la vista de los demás, su boca rosada era bastante gruesa, y su nariz era lo que yo denominaba «la nariz perfecta», se saludaron amistosamente, nada me sorprendió de ella hasta que se paro junto a mi y observe como su pelo estaba húmedo en linea recta a un costado, como si se hubiera mojado en un punto con una pistola de agua, era lo único que me llamaba la atención. En cuanto me miro, volví a sentir frío, y el silencio de los demás no ayudaba. Mi labios apenas pudieron pronunciar un tímido saludo… Solamente un «Hola…». Mi saludo produjo otro suspiro… Y luego miraron el piso, excepto mi tía quien se levanto para ofrecerle un vaso de agua a la mujer, a la cual yo quede mirando, petrificada, sin nada más que decir.

 

Ella para calmar la situación simplemente me miro y sonrió, acaricio mi ondulada cabellera y me devolvió el saludo, simplemente atine a sonreír.

Mi hermano murmuro algo, y se levanto diciendo que teníamos que irnos, saludamos de nuevo a todos y salimos, ya afuera y con un silencio más insoportable que la oscuridad y el frío de esa noche de primavera. Él tenía una expresión pensativa en su rostro, no dejo que ninguna de las dos lo tocásemos ni nos arrimáramos. Hasta que en una esquina se detuvo y me miro, con ojos compasivos como doliéndose, al borde de las lágrimas. Y con mucho esfuerzo pronuncio una sola frase, pocas palabras que a mi me llenaron de miedo…
«Tenemos que hablar con el papá sobre lo que paso hoy.»- Y calló… El resto del camino se hizo en silencio.
 

La llegada a casa me fue eterna. No entendía nada, y preguntarle a mi hermano era en vano. Cuando llegué, él entro después. Pero no dejó entrar a su novia, mi padre llegaría en dos horas y yo tenía que hacer algo…
Realmente no sabía a que se había referido mi hermano sobre «lo que paso hoy». Esas palabras no tenían ningún fundamento sólido. ¡Nada en que basarse!. ¡NADA!.
 

Esas horas no hice más que escuchar música sobre mi cama, era viernes. Podía quedarme hasta tarde esperando a papá.
 

La espera se me hizo eterna y dolorosa, más que nada porque pude sentir como mi hermano lloraba en su habitación. Él era todo, solo lo tenía a él y a mi papá. Mi familia, mi todo. Y él lloraba, pero… ¡¿POR QUÉ?!…

 

Al final, senti ese sonido de llaves, me parecio oír el canto de los ángeles. Y se abrió la puerta. Corrí a su encuentro, mi padre no entendía nada. Estaba igual que yo. Luego, con paso lento, sufrido y deprimente, apareció mi hermano, con lágrimas en sus ojos, y solo pronuncio una frase, dos palabras, simplemente eso fue suficiente para que mi papá se desplomara también… Sus palabras fueron «Ella también»…
 

Se fueron a hablar solos, yo no escuche nada. No quería entender nada. A las 2:00 de la mañana sonó el teléfono, generalmente no lo atiendo, pero yo estaba cerca. Era mi tía Estela, quería que fuera a su casa, urgente.

No dude, solo tomé mi abrigo y me fui. Me sorprendió ver las calles tan llenas, era tarde y era viernes, pero no estaba llena de adolecentes lujuriosos y viciosos, sino de toda clase de gente, ancianos, mujeres, prostitutas. Algunos realmente tenía un aspecto horrible, parecían muertos.

 
Se veía una madre con su hijo recien nacido, eso me alegro un poco. Cuando me acerqué, noté al niño todo ensangrentado, como recién sacado del vientre, pequeño y poco formado… Me dio nauseas. Pero, lo que vi después fue peor, iba pasando en medio de toda esa gente y delante mio venia un chico, bastante lindo, cuando pase a su lado note como tenía la cabeza destruida, parecia esos animales que están al lado de la ruta atropellados.

Me horroricé, no aguantaba más, corrí entre la multitud hasta llegar a casa de mi tía. Entré con la misma confianza de antes, y allí estaba ella, sentada en el sillón, tomando un té junto a la señora que ví horas antes. Ni siquiera salude, sólo me descargué en sus brazos y lloré.

Al calmarme le pedí explicaciones, ella me dijo solamente dos cosas… Una pregunta, y luego una respuesta que no estoy segura de que si en ese momento me serviría…
-¿Ves a esa señora? – dijo ella con toda la seriedad. Yo no entendía su pregunta, pero respodí lo mejor que pude.
-Si tía, esta sentada allí tomando el te, con abrigo y bien vestida.- Dije ansiosa por una respuesta que saciara mi falta de información. Pero solo obtuve un… «Entonces eres como yo».

Me hundí en un vacio, un pozo sin fin… No oí nada más, no comprendía, y tampoco quize hacerlo.

Luego una idea se cruzo fugaz por mi mente, un poco descabellada… ¡¿Solo un poco?!. ¡TOTALMENTE DESCABELLADA!

La llegada de mi papá me saco de mis pensamientos, y empeze a gritar como loca.
-¡VEO GENTE MUERTA, PAPÁ!. ¿Lo entiendes?. ¡Soy especial!. Veo espiritus como si todavía estuvieran vivos, caminando con nosotros, pero iguales al momento de morir, ¡¿No es grandioso?!.- Pero, mi papá no compartío mi alegría conmigo. En cambio me subió al auto mientras yo gritaba «¡MIRA ESE DE AHÍ!», «¡PARÁ, PARÁ!» y otras cosas que ponían nervioso a papá, pero en ese momento estaba totalmente excitada con todo lo que pasaba como para percatarme de ello.

Llegó el momento de bajar del auto y que personas vestidas de blanco me conducían por un pasillo lleno de estas personas (o… ¿espíritus?), que me miraban. Luego, todo fue negro…

Al despertar me encontre rodeada de personas, realmente desagradable, no estaba segura de cual existía y cual no… Entendí que nunca más saldría de allí.

Fue en ese momento… En ese preciso instante… En el que me dí cuenta que huebiera preferido no ver nunca a aquella extraña mujer que un día entro por la puerta de mi tía…

AUTORA: Abby ! ♥


LA ÚLTIMA COMUNIÓN.

 

Tenía 8 años, un niño de lo más normal, en el mas llano sentido de esa palabra.

 

El día de mi Primera Comunión estaba rebosante de alegría y tremendamente inquieto, la idea de recibir el cuerpo de Jesucristo en mi interior me llenaba de gozo. También estaba ansioso por probarme ese traje tan bonito, de marinero, blanco con un lazo azul marino que me hacia sentir un ser superior.

 

La ceremonia alcanzó cotas de emoción difícilmente superables; la liturgia, la devoción general, ese ambiente de fiesta con Jesús y los cánticos arrancó mas de una lágrima, a parte de las mías. Recibí la Eucaristía con recogimiento e hice partícipe a Nuestro Señor de mis mejores intenciones.
Tras el ágape los niños jugamos en un patio trasero con jolgorio. Allí estaba Lazarito, mi mejor amigo, solitario en en un rincón. Con su camiseta amarilla con rayas verdes, callado y tímido como ha sido su carácter y forma de ser desde siempre.

Mi madre vino hacia mi y llevándome de la mano hasta mi amigo me preguntó.
-¿Porqué no os vais hasta el parque los dos a dar un paseo, para que te vea todo el mundo lo guapo que estas con ese traje tan bonito?
La idea me hizo saltar chispas de los ojos. Fuimos hasta el parque riendo y a ratos corriendo para ver quien era mas veloz, me sentía un ser divino y elevado, un héroe poderoso y bendecido. Antes de llegar al parque, había que atravesar un paso a nivel de ferrocarril, no señalizado y con la casualidad de que se acercaba un mercancías hacia nosotros. Paramos al lado de la vía para verlo pasar de cerca. Tenía a mi amigo a mi derecha muy pegado a mi, palpitando de emoción y creo que con un poco de miedo. Momentos antes de traspasarnos la locomotora donde estábamos, sin pensarlo ni saber porque, lo empujé a las vías. Vi su cuerpo desaparecer delante de la máquina pasando a toda velocidad. Cuando se alejó el tren miré desde mi posición sin moverme y no lo pude ver. Corrí hasta mi casa llorando preso del pánico y del arrepentimiento. Cuando llegué allí estaba él, en el sitio que había ocupado antes como si nada hubiera pasado, sin un rasguño, con su semblante habitual. Se que me quedé bloqueado y que me hubo mucha agitación, también que me cayó una reprimenda tremenda de mis padres, y automáticamente el fin de la fiesta. Solo recuerdo de ese momento a Lazarito, marchándose de la fiesta cabizbajo, triste y sin mirarme ni hablarme. Tampoco me hablaría mas el resto de su vida.

Han pasado 35 años de esto y algunas veces lo he visto de vez en cuando. Me he cruzado con él algunas veces y jamás me mira ni me habla, camina solo o esta sentado en algún banco con aire deprimido. También veo como va envejeciendo con el paso del tiempo. Un día sin saber porque o quizás ya demasiado atormentado por peso de tantos años decidí ir a visitarlo y hablar con él. Resultó muy difícil localizarlo, no tenia su dirección, ni sabía donde trabajaba, ni tampoco conservaba contactos comunes que me pudieran informar. Solo recordaba la casa donde vivía y hasta allí me dirigí sin saber como afrontar la situación.


Me abrió la puerta una señora de mediana edad que en seguida supuse que no era su madre, le expliqué que buscaba una familia que había vivido en esa casa hacia 35 años.
-Perdone señor , no le puedo decir, vivo en esta casa desde hace 30 años, mi marido murió hace 6 meses y dentro de poco me mudare a casa de mi hija- Me respondió con extrema amabilidad y un deje de pena.
-Ni tampoco tengo la dirección de los anteriores propietarios. Lo siento señor- su voz se hizo aun mas triste- Solo se que cayó la desgracia cayó sobre ellos cuando su único hijo murió un día atropellado por un tren. La madre murió al poco tiempo y el padre se suicidó
Me quede callado sin comprender ni reaccionar.
-Hay una caja en el sótano que era de ellos, la iba a tirar, quizá usted la quiera si tenía amistad con esa familia.- la acepté en seguida y me ofrecí a buscarla yo mismo.
La incertidumbre me llevó a abrir la vieja caja allí mismo a la luz del sótano- si no le interesa nada no se preocupe, yo mismo la tirar, le dejo solo no tenga prisa- oí la voz de la señora subiendo las escaleras.
Dentro de la caja había muchos libros, papeles sueltos, juguetes, fotos y un bolsa llena de ropa. Vi los juguetes, un recorte de su esquela de defunción.. No entendía nada, me sentía muy nervioso y con miedo. Abrí la bolsa de ropa febrilmente y saque un montón de trapos, entre ellos estaba lo que había sido un traje de Primera Comunión destrozado, sucio y con manchas oscuras de sangre seca.
Miré las fotos y en algunas salía Lazarito con su carita de niño. Vi también una foto del día de su Primera Comunión y rodeado de sus amigos. Busqué con ansiedad entre los las caras de los niños y entre ellos me reconocí, yo estaba un rincón con mi camiseta amarilla con rayas verdes. Algo de mi interior se derrumbó y lloré sin consuelo totalmente roto.
Por fin he recordado lo que hice, ahora se quien soy y lo que pasó. Es hora de empezar a aceptarlo. Descansa en paz amigo mío y te pido perdón con toda mi alma por lo que te hice, no supe impedir que la envidia me envenenara el corazón.
A partir de este día jamás lo volví a ver.

AUTOR: Jul-Rauz

LA SANGRE DE MAURA.

Perdí el sentido a causa del encontronazo. Desperté y lo vi todo de color blanco. Era el techo de un hospital. Ahí languidecí durante menos de un mes. Nadie evitó tacharme de afortunado. Mi auto había quedado hecho trizas, pero yo sólo me había lastimado la pelvis. Sanaría con el tiempo. Entretanto necesitaría unas muletas. Me vi ante un espejo con aquellos aparatos bajo las axilas y me disgustó la imagen, de modo que compré un bastón de lujo en la tienda de antigüedades de los Chico; me dieron un ejemplar del siglo XVII, cuya metálica empuñadura representaba la cabeza de un engendro. Me contaron una extraña historia relacionada con la antigüedad. Me fui mientras ellos reían por lo bajo a mis espaldas.

Era tal el porte que aquel bastón me confería, que por un momento deseé no mejorar jamás.

Pero no he contado el porqué de mi alteración. ¿Qué me llevó a conducir a doscientos kilómetros por hora en una carretera que demandaba una velocidad razonable? Indignación y furia. Me chocaba no salir airoso de una empresa de conquista. En principio entendí que Maura se hiciera la difícil, pero a la larga no logré explicarme su férrea negativa a caer rendida a mis pies. Miento. Hubo un factor nocivo para el desarrollo de mi proyecto. Osorio era rico y su labia anulaba a la mía; tenía la costumbre de departir con mujeres, y la práctica y el tiempo lo habían convertido en un mago de la seducción. Yo era más sutil que franco; si quería someter a una fulana a mis designios, se lo decía en su cara; en cambio, Osorio echaba a andar un programa de actividades diversas que, invariablemente, lo hacían acreedor a las que fueran mis candidatas.

Soporté que se quedara con muchas, pero no toleraría que Maura fuera suya. Ella debía pertenecerme, pues de lo contrario sólo me convendría morir. Sin embargo, la fatalidad no me condenaría. El accidente fue sólo una experiencia más que contaría luego. Todavía me faltaban cosas por hacer. El Otro Lado me esperaría pacientemente. No me atrevía a debatir esa cuestión. En el hospital se aflojó mi lengua; conté que había estado conduciendo en un estado emocional inconveniente, de ahí que un día me visitara un sujeto parlanchín que al punto se delató como psiquiatra. Aquél era un hospital de lujo, donde más valía tratar bien a los pacientes; tal fue la cólera que me sobrevino por culpa del visitante, que hice un escándalo con tal de quedarme solo. Mis amenazas respecto de una posible demanda produjeron que nadie volviera a incomodarme.
No volvería a proclamar mi pasión de ánimo. Cuando me dieron de alta, volví solo a casa, donde intenté serenarme con la ayuda del silencio y las cavilaciones. Mala compañía. Ciertas circunstancias acentúan el peso de ideas singulares. Recordaba a Maura a cada instante, pero ello no me daba paz. Anduve de acá para allá, con la mirada al suelo y mi mano aferrando el puño del bastón, que en ocasiones me producía extrañas sensaciones en la palma. Nada prometía paliar mi intemperancia, ni siquiera los susurros que un par de veces creí escuchar. Era preciso que me desahogara, pero no se me ocurría forma alguna de lograrlo. Además, cualquier actividad que emprendiera con tal de ocupar mi mente me traería un reposo transitorio, y mi ansiedad debía aplacarse por entero, a riesgo de que el mal físico que me aquejaba se transformara en una afección de los sentidos.

Me cansó andar en diagonales. Aún no me acostumbraba al bastón. Tomé asiento en un sillón, junto a una ventana, y perdí tiempo contemplando el cielo brumoso. Cuando algunas gotas comenzaron a golpear el cristal, escuché el ruido del timbre. Fui incapaz de imaginar quién querría visitarme. Misántropo empedernido, solía gozar tan sólo de compañía femenina, y a la sazón no podía jactarme de contar con una concubina estable. Los timbrazos persistieron y me negué a escucharlos otra vez, así que me levanté y gravemente fui a abrir la puerta.

Hola dijo Maura, mientras las gotas que caían en sus cejas la obligaban a parpadear.
Yo la contemplaba como un imbécil. Prosiguió:
Me enteré de tu accidente. Lo siento muchísimo. Vine para saber cómo estás.
Me aparté del umbral. Ella entró con una mezcla de no sé qué. En ningún momento supuse que su estancia derivaría en un evento gratificante para mí. Mientras cerraba la puerta, intenté concluir que nuestra entrevista sería breve e insustancial. Ella me diría cosas que, a su juicio, yo deseaba escuchar, y luego se marcharía, lista para seguir complaciendo a Osorio. Noté que Maura examinaba mi estampa. A saber qué la hizo pensar mi figura apoyada en un bastón. Acaso sintió lástima, pues me dedicó una sonrisa que sólo cuadraba con ese sentimiento. Pero ¿quién sabe lo que en realidad siente una mujer? Nos sentamos en el sofá y entonces advertí que no le había ofrecido nada a la visitante. De seguro que, siendo abstemia, sólo aceptaría café. Hice ademán de levantarme otra vez, mientras le preguntaba a Maura si quería uno de mis célebres capuchinos, pero ella me dijo que estaba bien y me pidió que me quedara sentado. Obedecí. Nos miramos por unos instantes. Ella comprendió lo que expresaban mis ojos, el maldito despecho que casi me había costado la vida. Por mi parte, no supe qué concluir de su mirada. Entonces, una extraña, extrañísima mueca se dibujó en su rostro. Un asomo de burla. La perra me había visitado para divertirse, para volcar su dicha en el espectáculo que yo daba gracias al bastón.

Sentí algo en la palma de la mano, un cosquilleo. La empuñadura, seguramente. Me desentendí de Maura por un momento y decidí alimentar mi ira con alcohol. Me levanté cuando Maura pretendía decir algo. Celebré que permaneciera en silencio. Una frase suya hubiera equivalido a una audacia imperdonable. Pero ¿qué le perdonaría? Me servía un whisky cuando advertí que últimamente había cavilado sobre lo que ahora podía hacer. Las condiciones eran magníficas, por no hablar de la insistencia de la empuñadura del bastón. La vi de soslayo y palidecí. El whisky, que bebí de un trago, me devolvió el color y la entereza. Maura continuaba en el sofá. Desde el vano de la puerta vi su cabeza y noté que se había puesto a fumar. Ella me había dicho que sólo fumaba cuando estaba nerviosa. Ahora tenía razón para estarlo.
Los Chico no me habían dicho nada, sin duda porque estaban seguros de que el propio bastón lo haría. Me sentí exultante cuando descubrí que mi supuesto bastón era la vaina de un espadín extremadamente filoso. Mi pulgar pagó las consecuencias de mi curiosidad. Chupé la sangre que manó.
Se desató una tormenta. Un trueno me hizo dar un respingo. Me tranquilicé al punto y noté que había pasado mucho tiempo en la cocina. Me chocó la idea de que Maura quisiera alcanzarme allá. Todo estaba listo. Pronto me desahogaría. Con el espadín en ristre volví sobre mis pasos, rengueando, soportando el dolor que me provocaba apoyarme en el pie derecho. No importaba. La calma total sobrevendría pronto. Iba hacia Maura, hacia su cabeza. Ella se levantó de pronto y, mientras se alisaba la falda, miró hacia la izquierda, donde el ventanal que daba al jardín la dejó ver la furia del vendaval. No me detuve. Mi víctima giró sobre los talones. Sólo pudo entreabrir la boca. Por algo alfombré la casa. Siempre he odiado que algo caiga al suelo y haga ruido.

Admiraba el cuerpo incompleto de Maura cuando el teléfono sonó. Estaban ocurriendo cosas raras. Primero llegaba aquella perdida y ahora alguien me llamaba, cuando normalmente el teléfono me aturdía por su silencio. Contesté y en el acto identifiqué aquella voz. Era Osorio. De entrada me ofreció su simpatía a causa de mi accidente, enseguida me aseguró que estaba a mis órdenes para cualquier cosa que me faltara durante mi convalecencia, y por fin me dio una “buena noticia”: Maura lo había mandado al Infierno el día anterior, pues había notado que me amaba. “Próximamente” me visitaría para hacer las paces conmigo y, con suerte, convertirse en mi novia. Me despedí afablemente del bellaco.