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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: «Tiranos sucesivos»

Durante varias semanas el Mullah Nasrudín no había pagado su deuda al terrateniente local. Cierto día, el noble acudió a cobrar su renta y, viendo que Nasrudín no podía pagar, dijo a sus hombres que cogieran los muebles del Mullah como pago.

Cuando mesas y sillas estaban siendo cargadas en el carro, Nasrudín se puso de rodillas y empezó a suplicar:

—¡Oh, Alá misericordioso, concede al amo de estos hombres la vida eterna!

—¿Tratas de enfurecerme aún más con tu sarcasmo?, preguntó el noble.

—El sentimiento procede del corazón, respondió Nasrudín. Cuando tu padre vivía todavía, todo hombre de la aldea rogaba por su pronta defunción. Pero cuando tú te convertiste en señor y demostraste ser mil veces peor que él, comprendimos nuestro error. Ahora pedimos a Dios que te haga vivir para siempre. ¿Quién nos dice que tu sucesor no resultará mil veces peor que tú?

LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: Palabras repetidas.

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Durante muchos años, los habitantes del pueblo de Nasrudín habían estado agobiados por los elevados impuestos establecidos por el rey del desdichado país, un hombre sin escrúpulos. Los campesinos y los comerciantes estaban obligados a aportar un tercio de sus escasas ganancias a las arcas de palacio. El Mullah Nasrudín, entonces imam de la aldea, estaba tan enfadado por la pobreza y la desigualdad que había a su alrededor que dio un sermón en el que acusaba al monarca de chupar la sangre al pueblo.

Desgraciadamente, uno de los tantos espías del monarca escuchó sus observaciones y se fue a la corte a toda prisa. Poco después Nasrudín fue arrestado y llevado al palacio.

—He oído que te has atrevido a compararme con una sanguijuela, dijo el rey. Como sin duda sabes, los insultos dirigidos a la persona del rey son recompensados con la flagelación pública seguida de prisión.
—Majestad, replicó el Mullah, no te insultaba, simplemente repetía lo que la gente dice en todo el reino.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: «El Rapsoda»

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Nasrudín solía contar la historia de un noble, inmensamente rico, que decidió un buen día que debía contar entre su séquito con un rapsoda que compusiera y cantara himnos y alabanzas a su persona. Para ello, ordenó que buscaran al mejor juglar que hubiera en todo el mundo. De regreso, los enviados contaron que, en efecto, habían hallado al mejor rapsoda del mundo, pero que era un hombre muy independiente que se negaba a trabajar para nadie.
El noble no se dio por satisfecho y decidió ir él mismo en su búsqueda. Cuando llegó a su presencia, observó al juglar, que amén de ser muy independiente, se encontraba en una situación de extrema necesidad.
—Te ofrezco una bolsa llena de oro si consientes en servirme, le tentó el rico.
—Eso para ti es una limosna y yo no trabajo por limosnas, contestó el rapsoda.
—¿Y si te ofreciera el diez por ciento de mi fortuna?
—Eso sería una desproporción muy injusta, y yo no podría servir a nadie en esas condiciones de desigualdad.
—¿Y si te diera la mitad de mi fortuna, accederías a servirme?, insistió el noble rico.
—Estando en igualdad de condiciones no tendría motivo para servirte.
—¿Y si te diera toda mi fortuna?
—Si yo tuviera todo ese dinero, no tendría ninguna necesidad de servir a nadie.

LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: «Dos leñadores»

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Cuenta Nasrudin que cierto día dos leñadores fueron a ver al juez.
—Venimos de vender la leña en el mercado, explicó uno, y mi colega dice que tiene derecho a la mitad de las ganancias.
—¿No es eso justo?, preguntó el juez.
—Lo sería si hubiera hecho un trabajo honrado,contestó el hombre, pero mientras yo trabajaba con el hacha, él se sentó en un tronco y
no hizo nada.
—Mientes, apuntó el otro. Mientras tú blandías el hacha, yo gritaba: ¡dale!, para animarte.
—Puede haber gritado ¡dale!, pero yo hice todo el trabajo duro, dijo el primero.
—Pero no habrías podido seguir sin mi estímulo,afirmó el segundo.
Escuchada las declaraciones, el juez reflexionó, pero por mucho que se esforzaba, no podía llegar a un veredicto.
—¿Me permite Su Señoría?, íntervino Nasrudin después que hubieran transcurrido varios minutos.Tomó una moneda y la tiró al aire. Cayó al suelo con un ¡clink!
—¿Has oído ese ruido?, preguntó al segundo leñador.
—Sí, contestó el hombre.
—Bien, entonces toma ese ¡clink! en pago por tu¡dale! y abandona
el tribunal, decidió Nasrudin.

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