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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: «La lista» / THE INGENIOUS STORIES OF THE MULLÁH NASRUDIN: «The list»

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La situación ya era desesperada. Nasrudin había sido mordido por un perro rabioso y los médicos no estaban seguros si se había empezado el tratamiento a tiempo, para salvarlo. Atribulados y después de una última consulta en la materia, ingresaron en la sala y le comunicaron la verdad: que podría desarrollar la hidrofobia y que sus posibilidades eran bastante malas. 

En lugar de parecer molesto por la noticia, Nasrudin pidió un lápiz y papel y comenzó a escribir largo y tendido. Después de hora y media de escritura constante, su enfermera le preguntó: 

—¿Qué escribes, Mullah? ¿Es tu voluntad o una carta a tu familia? 

—No, dijo Nasrudin, es la lista de personas que voy a morder.

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The situation was already desperate. Nasrudin had been bitten by a rabid dog and the doctors were not sure if the treatment had been started on time, to save him. Troubled and after a final consultation in the matter, they entered the room and told him the truth: that he could develop hydrophobia and that his chances were pretty bad.

Instead of looking annoyed by the news, Nasrudin asked for a pencil and paper and began to write long and hard. After an hour and a half of constant writing, his nurse asked him:

– What are you writing, Mullah? Is it your will or a letter to your family?

-No, said Nasrudin, it’s the list of people I’m going to bite.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: «Tiranos sucesivos»

Durante varias semanas el Mullah Nasrudín no había pagado su deuda al terrateniente local. Cierto día, el noble acudió a cobrar su renta y, viendo que Nasrudín no podía pagar, dijo a sus hombres que cogieran los muebles del Mullah como pago.

Cuando mesas y sillas estaban siendo cargadas en el carro, Nasrudín se puso de rodillas y empezó a suplicar:

—¡Oh, Alá misericordioso, concede al amo de estos hombres la vida eterna!

—¿Tratas de enfurecerme aún más con tu sarcasmo?, preguntó el noble.

—El sentimiento procede del corazón, respondió Nasrudín. Cuando tu padre vivía todavía, todo hombre de la aldea rogaba por su pronta defunción. Pero cuando tú te convertiste en señor y demostraste ser mil veces peor que él, comprendimos nuestro error. Ahora pedimos a Dios que te haga vivir para siempre. ¿Quién nos dice que tu sucesor no resultará mil veces peor que tú?

LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: «La muerte de Tamerlan» y otro de regalo.

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—Si eres un verdadero místico, dijo Tamerlán a Nasrudín, tus poderes te permitirán determinar la fecha exacta de mi muerte.

Sabedor que el malvado emperador acostumbraba a recompensar a los portadores de malas noticias con la horca, Nasrudín respondió:
—Tengo detalles importantes del día en que morirás, pero antes de comunicártelos debo tener tu palabra de que cualesquiera que sean esos detalles no dejarás caer tu cólera sobre mí.

—¡La tienes!

—Morirás el día de una celebración pública, ¡oh, cénit del poder! Habrá baile en la calle y festejos en cada ciudad y pueblo del imperio.

—¿Cómo puedes estar seguro, sabio?

—Porque el día en que caigas mal enfermo, el pueblo se alegrará y las celebraciones se prolongarán, sin duda, durante el resto de tus días y hasta después de ellos.

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LA MENTIRA

Su Majestad imperial, el sha-in-sha, ya cansado de sus pasatiempos habituales, levantó una enorme copa con joyas incrustadas y dijo:
—Quien sepa decir la mentira más escandalosa recibirá este trofeo como recompensa.

Pronto, el imam de la corte, un hombre de amplia circunferencia y traje resplandeciente, se levantó.
—¡Majestad! No puedo permitir que esta competición se celebre. Nunca pasó una mentira por mis labios, porque sé que la falsedad es un vicio malo y repugnante muy deplorado por Dios.

El rey sencillamente se rió y se dirigió a Nasrudín.
—Mullah, todos nosotros sabemos que eres un impostor, ¿por qué no comienzas tú?

—Oh, Majestad, me encantaría ganar ese brillante premio, pero, por desgracia, no tengo ninguna posibilidad.

—¿Te quieres explicar?

—¿Pues, cómo puedo competir con el imam? Sin duda él ha dicho una mentira infinitamente mayor de la que un simple aficionado como yo podría proponer.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: Historia de pescadores

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Cierta tarde el Mullah Nasrudin estaba pescando acompañado de su amigo, el panadero del pueblo.

Al tiempo sacó una gran trucha. La puso en su cesta y volvió a lanzar el anzuelo. Su amigo estaba tan celoso de la pesca del Mullah que se la quitó del cesto y se la metió en el bolso. Pocos minutos después se desperezaba y decía:
—Estoy demasiado cansado para continuar; creo que volveré a casa. Nasrudín se despidió de él y probó suerte un rato más. Pero pronto también decidió volver a su casa. Cuando había recogido su caña y su red, abrió el cesto para echar un vistazo a su trucha y vio que había desaparecido. Comprendiendo que su amigo le había quitado el pez, volvió a casa maquinando la forma de recuperarla. De paso, prefirió entrar a tomar el té con sus amigos, y al rato vio que el panadero entraba en la tetería.

—Hoy cogí una trucha de tres palmos de largo, comentó Nasrudín.
El panadero no dijo nada.
—Ahora que recuerdo, estaba bastante más cerca de los cinco palmos que de los tres, continuó el Mullah.
El panadero se mordió los labios, no atreviéndose a poner en tela de juicio la exageración de Nasrudín.
—¡Cuando digo cinco, realmente quiero decir diez!, gritó el Mullah. En realidad, ¡era casi tan grande como mi asno de las orejas a la cola!
Incapaz de soportar las mentiras por más tiempo, el panadero abrió su manto y puso la trucha sobre la mesa.
—¡Qué fanfarrón eres, Nasrudín! ¡Que vea todo el mundo que el pez tiene menos de dos palmos de largo!

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: El juramento mas fuerte y otra historia.

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El juramento más fuerte

Un día, el imam acusó a Nasrudín de ser un impostor:
—¡Estoy dispuesto a jurar por el Profeta que ni una sola palabra de tus observaciones místicas es verdadera!
—¡Y yo juro por Adán que todo lo que he dicho es cierto!, respondió el Mullah.
Una multitud de curiosos, que decidieron creer al imam y no al Mullah, agarraron a Nasrudín y lo llevaron ante el rey.
—Me han dicho que eres un impostor, dijo el monarca al Mullah. Si descubro que eres también un blasfemo, sufrirás el más terrible de los castigos.
—¡Todo el mundo ha perdido el juicio!, dijo Nasrudín con brusquedad. ¿Cómo puedo ser culpable cuando mi juramento era el más fuerte de los dos? El Profeta era un hombre, pero Adán fue el antepasado de todos los hombres, así que mi juramento supera y anula al juramento que implique a uno de sus descendientes.

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Irse de la lengua

Nasrudín viajaba por la India cuando se encontró con otro viajero en el camino.
—¿De dónde vienes?, preguntó el hombre.
—De Bombay, contestó el Mullah.
—¿Y adónde vas?
—A Delhi, fue la respuesta.
—¿Qué piensas de las gentes que has encontrado en tus viajes?
—En general, la gente normal se ha mostrado amable y hospitalaria, dijo Nasrudín. He oído que el gobernador de Bombay es un tirano. ¡Se dice que es mil veces más opresor que el mismo Gengis Khan!
—¿Y tú sabes quién soy yo?, preguntó el extranjero con voz forzada.
—Soy nuevo aquí, y no he tenido el honor…
—¡Soy el gobernador del que hablas!
—¡Ay de mí! ¡Qué vergüenza que nos hayamos encontrado el día que mi lengua ha decidido actuar sin usar el cerebro!, dijo Nasrudín con tristeza.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: ¿Saben de qué les voy a hablar?

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Esta historia comienza cuando Nasrudín llega a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de Medio Oriente.

Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudín, que en verdad no sabía que decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba.

Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:

-Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles.

La gente dijo:

-No… ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte!

Nasrudín contestó:

-Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber qué es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo.

Dicho esto, se levantó y se fue.

La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudín se alejaba, dijo en voz alta:

-¡Qué inteligente!

Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice “¡qué inteligente!”, para no sentirse un idiota uno repite: “¡sí, claro, qué inteligente!”. Y entonces, todos empezaron a repetir:

-Qué inteligente.

-Qué inteligente.

Hasta que uno añadió:

-Sí, qué inteligente, pero… qué breve.

Y otro agregó:

-Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia.

Entonces fueron a ver a Nasrudín. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de Él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.

Nasrudín dijo:

-No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos.

La gente dijo:

-¡Qué humilde!

Y cuanto más Nasrudín insistía en que no tenía nada para decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudín accedió a dar una segunda conferencia.

Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. Nasrudín se paró frente al público e insistió con su técnica:

-Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles.

La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron:

-Sí, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido.

Nasrudín bajó la cabeza y entonces añadió:

-Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.

Se levantó y se volvió a ir.

La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:

-¡Brillante!

Y cuando todos oyeron que alguien había dicho “¡brillante!”, el resto comenzó a decir:

-¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!

-Qué maravilloso

-Qué espectacular

-Qué sensacional, qué bárbaro

Hasta que alguien dijo:

-Sí, pero… mucha brevedad.

-Es cierto- se quejó otro

-Capacidad de síntesis- justificó un tercero.

Y en seguida se oyó:

-Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos de más de su sabiduría!

Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudín para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. Nasrudín dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenía conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenía que regresar a su ciudad de origen.

La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudín aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia.

Por tercera vez se paró frente al público, que ya eran multitudes, y les dijo:

-Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar.

Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo:

-Algunos si y otros no.

En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudín con la mirada.

Entonces el maestro respondió:

-En ese caso, los que saben… cuéntenles a los que no saben.

Se levantó y se fue.

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