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Las leyes contrarias a la ley

Todas las «normas», «disposiciones», «obligaciones», «decretos» que las «autoridades» establezcan y hagan efectivas, violando los DERECHOS INDIVIDUALES de Vida, Libertad o Propiedad no tienen legitimidad y son contrarios a la LEY NATURAL.

Son inmorales y llaman a la resistencia y a la acción defensiva contraria de manera efectiva, por parte de los INDIVIDUOS AGREDIDOS.

Encuadran, esas VIOLACIONES FLAGRANTES a nuestra esencia y naturaleza, a nuestra dignidad, como ACCIONES CRIMINALES TOTALITARIAS.

Sólamente pueden concebirse en las mentes de criminales en el poder por el uso de la amenaza y la violencia directas por ellos aplicada, por la ventaja y privilegio del lugar que ocupan.

Y sólo pueden ser aceptadas y obedecidas por mentes adoctrinadas en el temor, la sumisión, la ignorancia de SUS DERECHOS y en la esclavitud. Lo cual, además, sostiene y alimenta al SISTEMA TOTALITARIO y a sus ocupantes y partícipes en esas acciones delictivas.

Lo vemos y vivimos a diario y a nivel global.

No hay más tiempo, para DESPERTAR.

(Individuo Libre)

UN ECO ANCESTRAL? UNA MEMORIA FUTURA DESDE EL PASADO? TRES PARALELISMOS Y EL ANARQUISMO.

Tanto la cultura clásica como la cristiana comparten la creencia en un estado original de perfección humana, en el que el hombre vivía sin esfuerzo y en completa armonía con la naturaleza, libre del tiempo, el cambio y la muerte.

Así inicia el Génesis en el Antiguo Testamento, hasta la caída del Hombre a su devenir histórico de trabajo, sufrimiento y muerte.

En la cultura clásica este período se conoció como la «Edad de Oro»; la idea se remonta a un poema griego muy antiguo, «Las obras y los días de Hesíodo», que describe cinco razas de hombres que se suceden cronológicamente: la dorada (pura), la plateada (impía), la descarada (guerrera y cruel), la raza de los héroes (semidioses, que se acercó a la perfección de la raza de oro) y de hierro (la raza actual, que lleva una vida miserable y laboriosa).

En algunas versiones posteriores sólo existen dos razas, la dorada y la de hierro.

Yendo a las escrituras y mitología hindú, el universo y la humanidad están destinados a cuatro grandes eras denominadas Yugas o ciclos de tiempo de creación y destrucción.: Satya Yuga, Treta Yuga, Dwapar Yuga y Kali Yuga . Se dice que estamos en esta última.

Metafóricamente, las cuatro edades Yuga pueden simbolizar las cuatro fases de involución durante las cuales el ser humano perdió gradualmente la conciencia de su yo interior y cayendo en la sola consideración de lo material y los placeres temporales hasta lo más pervertido, lo más bajo en su degradación, embrutecimiento y olvido de aquello de elevado en su espíritu.

Otra teoría interpreta que estas épocas de tiempo representan el grado de pérdida de justicia en el mundo. Esta teoría sugiere que durante Satya Yuga sólo prevalecía la verdad (sánscrito Satya = verdad).

Durante el Treta Yuga, el universo perdió una cuarta parte de la verdad, Dwa Par perdió la mitad de la verdad y ahora el Kali Yuga se queda con sólo una cuarta parte de la verdad. Por lo tanto, el mal y la deshonestidad han reemplazado gradualmente a la verdad en las últimas tres épocas.

Un mundo contaminado de impurezas y vicios. El número de personas que poseen nobles virtudes disminuye día a día y la ignorancia generalizada es la característica.

Inundaciones y hambrunas, guerras y crímenes, engaños y duplicidad caracterizan esta época.

Pero, dicen las Escrituras, sólo en esta época de problemas críticos es posible la emancipación final.

De cualquier manera que se quieran interpretar estos paralelismos o similitudes, hay coincidencia en la descripción cultural-mitológica-histórica de un ancestral Tiempo de Armonía de la Humanidad, previo al descenso cronológico al mundo que conocemos los mortales.

En nuestro presente vemos el constante ciclo de guerras, de ausencia de Justicia, de los gobiernos mintiendo, ocultando, sometiendo a sus naciones y las poblaciones incapaces de rebelarse hacia una superación, un cambio evolutivo y cayendo en la obediencia ciega, temerosa y degradante a sus falsas autoridades.

Hemos olvidado la espiritualidad y puesto en el panteón de deidades a la tecnología derivada en tecnocracia y a la ciencia transformada en cientificismo. Ambas utilizadas por el poder de los estados/gobiernos, de las espurias «instituciones globales», de las megaempresas y «empresarios estrella» asociados a toda esa banda de monarcas globales a los cuales la Humanidad en amplia mayoría, acepta como sus amos, sin chistar e incluso admira como a seres mitológicos, superhéroes.

Pero al mismo tiempo, un porcentaje de seres humanos conectados con su Conciencia Individual, reconociendo la Ley Natural como Ley y Justicia y el Camino del Hombre hacia la armonía de convivencia, entendemos a la anarquía, (a la cual demasiada gente confunde con «caos»), en sintonía con esa Suprema Ley perenne e inmutable de La Creación.

«Anarquía»deriva del griego «ἀναρχία» («anarkhia»). Está compuesta del prefijo griego ἀν- (an), que significa «no» o «sin», y de la raíz arkhê (en griego ἀρχή, «origen», «principio», «poder» o «mandato»), significa ausencia de gobierno, sin estado o poder público y sin el monopolio de la fuerza sobre un territorio, pero no ausencia de organización ni de orden sino una convivencia donde el ideal humano no necesita de esos amos, gobiernos, reyes, etc. para su orden ya que cada uno está en absoluta sintonía con la Ley Natural.

Y más en concreto, el poder centralizado en una minoría de individuos, controlador de toda una comunidad ya no es posible.

Por otra parte, gobierno y estados han llevado a la Humanidad al exterminio de alrededor de 150 millones de seres humanos en los últimos dos siglos en grandes guerras y otras.

Acaso eso puede considerarse estar regidos por «autoridades»??? Es decir, el abandono de autoridades reales, jerarquías naturales reconocidas tácitamente en una comunidad, han sido eliminadas para construir el poder del estado, mediante un espurio sistema falso de elección igualando hacia abajo, con las permanentes consecuencias que sufrimos. Y siendo aceptadas como una manada de ovejas, ganado de psicópatas.

En resumen y para terminar, en nuestra memoria ancestral, nuestro ADN o nuestro espíritu, quizás esas antiguas mitologías, relatos, ocupen algo más que tan solo eso y nos están reclamando – en contraste con las perversiones, injusticias y actos demenciales de los que somos víctimas o testigos – que dirijamos nuestras mentes y espíritus hacia un estado de superación que anhelamos desde lo más profundo de nosotros. (Individuo Libre)

La libertad individual y el Estado

Ensayo de Enrique Arenz sobre la doctrina liberal

La libertad individual es la gran conquista de la civilización occidental. Pero una conquista permanentemente amenazada y puesta en tela de juicio por el deseo de algunos de imponer su voluntad a sus semejantes.

Siempre hay personas que aspiran a gobernar a los demás, a pesar de que nadie en el mundo tiene el derecho de hacerlo. Es inevitable que esto ocurra en todos los tiempos y en todas las sociedades. Por eso la libertad no puede conservarse si los hombres no están dispuestos a defenderla cada día de su existencia, siendo muchos los peligros que la acechan permanentemente. Tanto la sociedad en su conjunto, al ejercer sobre las energías creativas de las personas ciertas presiones inhibitorias, como algunos hombres antisociales, al intentar someter a otros hombres, tejen una sutil trama de coacciones que tienen a limitar, restringir o, en algunos casos extremos, a impedir el ejercicio de las libertades individuales.

Por algo el premio Nobel de economía, Friedrich A. Hayek definió a la libertad como aquella condición por la cual la coacción que algunos ejercen sobre los demás queda reducida, en el ámbito social, al mínimo. “La libertad es la independencia frente a la voluntad arbitraria de un tercero”, afirmó resumiendo su claro concepto.

Pero Manuel Tagle va aun más lejos y asevera que la libertad es algo más que la simple ausencia de coerción. En su artículo Alberdi y de Tocqueville, dos almas gemelas, publicado en el diario La Prensa del 25/9/84, dice este pensador argentino: “En una primera instancia menos madura, la libertad se reduce a cortar los lazos de algo que nos sujeta. Pero una vez alcanzada esa ausencia de coerción, la libertad del individuo se transforma en libertad para algo por realizar”.

Ahora bien, suele pensarse erróneamente que todo orden social implica inevitablemente una disminución de la libertad individual como precio por las ventajas de la civilización. Algunos opinan que el hombre primitivo disfrutaba plenamente de su derecho natural a ser absolutamente libre, pero que al organizarse socialmente debió sacrificar parte de su libertad en beneficio del conjunto.

No es así. La pérdida de la libertad jamás podría ser el precio de la civilización por la sencilla razón de que no puede haber libertad sin civilización. Imposible fuera concebir la libertad individual desvinculada de un ámbito de organización y cooperación social. Sólo en la esfera de las relaciones humanas cobra sentido la idea de la libertad. Tiene razón von Mises cuando nos señala que el hombre no nació ni fue libre en sus orígenes, puesto que en el orden biológico los más fuertes dominan y vencen a los más débiles, razón por la cual nuestros antepasados, los hombres primitivos, aún no organizados socialmente, sólo eran libres hasta que tropezaban con criaturas más fuertes. Cabe afirmar, por lo tanto, que el hombre no puede ser libre si no se organiza socialmente para serlo.

Suele decirse también que el “bienestar común” exige progresivas restricciones a la libertad individual. Debemos rechazar esta cómoda y peligrosa idea sencillamente porque tal “bienestar común” no existe, es una mera abstracción. Sólo existe el bienestar de los individuos siempre y cuando éstos dispongan de suficiente libertad y medios adecuados para alcanzar sus propios y personales fines. Resulta inimaginable una sociedad bien alimentada y feliz, salvo que esté integrada por individuos bien alimentados y felices. La sociedad es una abstracción cuya existencia sería inconcebible sin los individuos que la componen. La sociedad fue voluntariamente creada por las personas cuando éstas comprendieron las ventajas de unirse y cooperar entre sí frente a las dificultades que implicaba tratar de sobrevivir aisladamente. Por lo tanto el individuo está antes que la sociedad. El llamado “bienestar común” deriva en todo caso del bienestar de los individuos que componen la sociedad. Von Mises afirmaba que en libertad las mentes más agudas y ágiles son impulsadas a promover el bienestar de las más rezagadas.

Diferente, en cambio, es el concepto del bien común siempre que con él estemos señalando las condiciones políticas y jurídicas que aseguran las libertades del individuo y a las cuales éste se subordina. El bien común es la finalidad del derecho, según veremos más adelante.

Límites de la libertad

La libertad, sin embargo, nunca es absoluta, ya que necesariamente debe el hombre someterse a tres categorías de leyes que limitan sus acciones: las leyes físicas, las leyes praxeológicas y las leyes humanas de orden público. (En cierto sentido, el orden moral también condicionaría la libertad. Jorge García Venturini afirmada que no hay libertad sin moral ni moral sin libertad. “El hombre -decía- es libre, pero no hace lo que quiere sino lo que puede, y tampoco debe hacer lo que pueda sino lo que deba”. Sin embargo, debemos advertir que esta cuestión pertenece al ámbito de la conciencia individual. Desde el estricto punto de vista de la doctrina libertad todo aquello que contribuye a fortalecer la cooperación social voluntaria es moral, en tanto que lo que tienda a entorpecer o impedir dicha cooperación debe considerarse inmoral).

Las tres categorías de leyes mencionadas arriba (físicas, praxeológicas y humanas) establecen límites a la libertad individual, pero cuando una sociedad está organizada para la libertad, estos límites tienden a expandirse en lugar de contraerse. Puede decirse que la libertad es un sistema de fronteras móviles que el hombre puede ampliar permanentemente.

Este concepto encierra tanta importancia para la comprensión de nuestra doctrina que es conveniente demorarnos en una más detallada explicación.

Todo el mundo acepta la soberanía de las leyes físicas como razonable límite a la libertad. No ocurre así con las leyes praxeológicas que, por desconocimiento, suelen ser resistidas por las personas. Esto se refleja en las leyes humanas. Cuando la sociedad dicta sus leyes de orden público, respeta escrupulosamente la jurisdicción de las leyes físicas. Ninguna ley humana, por ejemplo, puede contradecir la Ley de gravitación universal de Newton. Sin embargo, las leyes humanas suelen extralimitarse en lo referente a las leyes praxeológicas cuyas zonas invaden por desconocimiento.

Absurdo sería aun para el más ignorante decir que un hombre no es libre porque no puede arrojarse desde un décimo piso y volar como las aves. Cualquier necio comprende las leyes físicas que impiden hacer tal cosa. Sin embargo, cuando se trata de juzgar la suba de precio de un producto que escasea, pocos son los que advierten (aún entre los más cultos) la existencia de leyes praxeológicas que producen ese fenómeno, y la mayoría prefiere culpar a los comerciantes y exigir la intervención del Estado en resguardo de la “libertad” de comprar barato. En muchos casos (en la Argentina y en muchos otros países, sobre todo en tiempos de inflación o de crisis) este reclamo popular induce al legislador a sancionar leyes arbitrarias que comprimen las libertades individuales, vulneran el derecho de propiedad y alteran el orden espontáneo del mercado agravando aun más el problema que se pretendía solucionar. (Comprobaremos más adelante que la “libertad de comprar barato” es equivalente a la “libertad de volar”. Tan ilusoria una como la otra, salvo que atinemos a ampliar inteligentemente las fronteras móviles de la acción humana, en cuyo caso ambas serán posibles.)

El hombre nunca podrá lograr absolutamente todo lo que se propone. Sus deseos son ilimitados, pero las posibilidades de que dispone para satisfacerlos son siempre escasas. Por eso su libertad se halla necesariamente restringida y condicionada a esfuerzos y sacrificios personales para ampliar sus límites.

Las leyes físicas y las leyes praxeológicas son dóciles con quienes las entienden y respetan. Pero castigan implacablemente a quienes las llevan por delante. “La naturaleza no consiente burlas -escribió Goethe-, es siempre verdadera, siempre seria, siempre rigurosa; tiene siempre razón, y los errores y equivocaciones son siempre de los hombres. Ella repudia al inepto y se rinde tan sólo a quien es capaz, verdadero y puro, revelándole sus secretos”

Pero así como las leyes físicas y las leyes praxeológicas ofrecen flexibilidad en el trazado de sus límites a la libertad individual, con la sola condición de que el hombre sepa descubrir y respetar sus postulados, las leyes humanas, cuando pretenden modificar la naturaleza de las cosas, crean barreras rígidas que reducen arbitrariamente la esfera de la acción humana. No hay forma de ensanchar las posibilidades del hombre dentro de un sistema jurídico que pretenda crear y conceder derechos contrarios al orden natural, cuando sólo debiera limitarse a proteger la propiedad privada, la libertad de todos y el ámbito de la convivencia pacífica.

Nadie se rebela contra las leyes físicas cuando son éstas las que se oponen a los caprichos humanos- Pero cuando se trata de leyes praxeológicas las personas suelen resistirse a sus designios simplemente por ignorancia, y en lugar de buscar las soluciones por los cauces que esas mismas leyes les ofrecen, prefieren inducir a los políticos a dictar leyes que expropien (porque de eso en definitiva se trata) los frutos del trabajo de unos en beneficio de otros, creyendo que la falla está en la distribución de la riqueza. Todos pierden libertad y prosperidad por este camino. La invocada “libertad de comprar barato” (que ciertamente no puede concederse por decreto por ser ella el resultado laborioso de comprender y respetar las leyes praxeológicas) se transforma así en una aspiración ilusoria.

Las leyes físicas le dicen al hombre que no puede volar, pero al mismo tiempo le sugieren las soluciones científicas para fabricar una máquina voladora. ¿A quién se le ocurriría pedir al gobierno la derogación de la ley de Newton en resguardo de la “libertad de volar”? Tan sólo respetando esta ley y otras leyes físicas ha podido el hombre volar libremente como los pájaros.

Ahora apliquemos este razonamiento a las leyes praxeológicas. Si un producto comienza a faltar en el mercado, es natural que suba de precios, porque hay una ley praxeológica que se llama “Ley de la oferta y la demanda” que dice que si muchas personas desean al mismo tiempo un bien escaso, se producirá una competencia entre los potenciales consumidores quienes ofrecerán más dinero para quedarse con el producto anhelado. El precio que finalmente se forme en el mercado debido a esta presión de la demanda será el factor selectivo que se encargue de segregar quiénes pueden pagar de quiénes no pueden hacerlo, ya que si así no ocurriera, la violencia o el azar serían los que decidirían a manos de qué consumidores irían a parar las limitadas existencias disponibles.

Puede parecer injusto que en una sociedad civilizada unos puedan pagar y otros no. Sin embargo no es así. Von Mises nos explica en La acción humana que la desigualdad económica entre las personas es en sí misma el resultado de una previa selección del mercado, el cual, en decisiones que se modifican todos los días, hace a la gente rica o pobre, triunfadora o fracasada, según haya sabido o no interpretar y satisfacer los caprichos de… nosotros los consumidores.

Por otra parte, para comprar un producto a un determinado precio, no basta solamente con “poder pagar”, también es indispensable estar dispuesto a hacerlo. Recordemos que todo intercambio comercial se produce únicamente si cada parte valora en más lo que recibe que lo que da. Por consiguiente, habrá consumidores que no aceptarán el precio de un bien deseado a pesar de contar con el dinero necesario, sencillamente porque no lo considerarán un buen negocio y preferirán destinar sus limitados recursos a la compra de otros bienes aun más deseados.

El precio de mercado (esto lo veremos detalladamente más adelante), como fenómeno social selectivo, se produce por influencia de muchos factores concurrentes en cada consumidor y en cada vendedor. Algunos de estos factores son de carácter subjetivo (valor atribuido, preferencia, necesidad, emotividad), y otros, rigurosamente objetivos (capacidad económica, apremio legal, etc.)

Pero retornemos a la cuestión de las leyes praxeológicas. Si bien el fenómeno de los precios nos suele llamar la atención únicamente en aquellos productos que experimentan alteraciones en su abastecimiento, se verifica, en rigor, en todos los bienes y servicios que existen, ya que la oferta siempre es menos a la demanda potencial.

Es la escasez (combinada con su utilidad) lo que convierte a las cosas en bienes económicos. Todo cuesta, todo es dificultoso, todo tiene su precio porque todo lo útil o bien es difícil de obtener, o es obra de la creatividad y del esfuerzo humano. Sólo el aire abunda en todas partes, y por eso no tiene precio. El agua, en cambio, tiene valor comercial en muchos lugares, y aun donde abunda, debe pagarse por el servicio de su potabilización y traslado a los domicilios. Decía Röpke: “Toda sociedad debe confrontar el hecho de que, por un lado están nuestros deseos ilimitados, y por el otro, nuestros limitados recursos para satisfacer dichos deseos”. Es por ello -según ya lo hemos dicho antes-  que nadie ve totalmente satisfechas sus ambiciones. Y cuando alguien se enfrenta a dos cosas que desea ardientemente pero que no puede obtener al mismo tiempo, debe siempre elegir una y renunciar a la otra.

Estas leyes praxeológicas parecen muy antipáticas porque se empeñan en poner freno a nuestros antojos y caprichos. Sin embargo, son estas mismas leyes las que nos enseñan a economizar recursos escasos a la vez que nos revelan sus secretos sugiriéndonos la forma científica de producir más y mejor para satisfacer cada vez en mayor medida nuestros ilimitados deseos.

Respetando las leyes praxeológicas logramos ampliar sus fronteras y con ellas el campo de las posibilidades humanas. La libertad de comprar barato resulta así tan posible como la libertad de volar. Nada más destructivo para el hombre civilizado que ir contra ellas. Tan vano resulta fijar precios y salarios por decreto (por mencionar tan sólo una de las insensateces de la política moderna, como derogar la ley de Newton.

La libertad debe ser de todos

Ahora bien, de la misma manera que nadie puede considerarse menos libre porque debe obedecer las leyes físicas y las leyes praxeológicas, tampoco puede hablarse de pérdida de libertad cuando el hombre debe respetar los límites que le imponen las leyes humanas, siempre que estas leyes tengan por finalidad únicamente la protección del individuo y la defensa de la libertad de todos. Si las leyes humanas van más allá de este objetivo -que es, por otra parte, su única justificación- la libertad individual es irremediablemente lesionada.

“El derecho -escribe Kant- puede definirse en general como la limitación impuesta a la libertad de un individuo hasta donde lo permite su acuerdo con la libertad de todos los otros individuos, en cuanto ello es posible por medio de una ley universal”.

Y recordemos a nuestro Alberdi: “Lo que llamamos nuestro deber no es más que la libertad de los otros: es la libertad nuestra que paga el respeto que debe a la libertad de otros”

La libertad, pues, debe ser de todos, y ella presupone la existencia de un contexto de cooperación e interdependencia social y la ausencia de coacción. Más allá de los límites impuestos por la libertad de los demás, el individuo libre disfruta de una amplia esfera de actividad privada en la cual no pueden intervenir los otros ni la sociedad.

A cada integrante de la sociedad le conviene que sus vecinos y conciudadanos desarrollen al máximo sus energías creadoras a fin de que el aporte de cada uno de ellos hacia la comunidad sea el máximo que su capacidad le permita. Un país con abundancia es un país donde todos producen y se benefician con la diversidad creciente de posibilidades y recursos. Ahora bien, si la libertad individual (según lo hemos visto en el capítulo anterior) es la condición indispensable para el fenómeno productivo se multiplique geométricamente mediante la liberación de las energías creativas individuales, es natural que todos nosotros, desde el más pobre al más rico, tengamos especial y personal interés en la libertad de los otros. En las antiguas monarquías absolutas el rey no era más libre que sus siervos: no podía curar sus enfermedades, no disponía de medios para viajar cómodo y seguro, no había calefacción en sus húmedos y fríos aposentos, no era dueño de darse una ducha caliente ni de hacer sus necesidades en un cómodo sanitario.

“¡El Estado soy yo!”  “¡Después de mí el diluvio!”  Así expresaban su arrogancia los soberanos absolutos cuya autoridad de origen divino les concedía la potestad sobre vidas y haciendas de sus súbditos. Sin embargo no podían disfrutar de las mínimas comodidades que hoy tiene a su alcance el más humilde obrero de un país capitalista. Con todo acierto William Allen White dijo que la libertad es la única cosa que uno no puede tener sin estar dispuesto a que los demás también la tengan. Porque si yo tengo libertad para trabajar, comerciar y poseer bienes y las demás personas no la tienen, no podré intercambiar nada con ellas, por lo cual no dispondré de aquellos indispensables medios que sólo la múltiple creatividad de los otros podría proporcionarme. Y sin tales medios, de poco habrá de servirme la libertad, pues mis posibilidades de elección serán casi nulas. Por el contrario, si todos somos libres, aún el más pobre recibirá parte de la riqueza creada por todos. “La vida del hombre medio es hoy más fácil, cómoda y segura que la del más poderoso en otro tiempo. ¿Qué le importa no ser más rico que otros, si el mundo lo es y le proporciona magníficos caminos, ferrocarriles, telégrafo, hoteles, seguridad corporal y aspirina?” (Ortega y Gasset, La rebelión de las masas).

Yo viajo diariamente en autobús. Mi asombro se renueva en cada uno de esos fantásticos viajes. Confortablemente sentado en una mullida y bien tapizada butaca individual, suelo preguntarme si no estoy soñando al desplazarme velozmente como en un cuento de hadas por lisos y bien nivelados pavimentos, protegido del frío y de la lluvia por grandes y transparentes ventanilla. Cuando llego a destino, oprimo un botón y como en el país de las maravillas de Alicia, el vehículo se detiene y la puerta trasera se abre para que yo, el soberano del siglo XX, pueda descender. ¿Cómo es posible no asombrarse frente a ese prodigio de la civilización? ¿Es que a alguien puede parecerle cosa natural un autobús circulando a frecuencia regular al servicio de la gente? Yo, al menos, no lo creo así. Soy consciente de que cada vez que hago ese fantástico viaje estoy recibiendo generosamente la cooperación acumulada de millones de personas que trabajaron, estudiaron, crearon, inventaron, ahorraron e invirtieron para que yo, por unos centavos, me pueda dar diariamente ese lujo inconcebible en otros tiempos. He ahí un sencillo ejemplo -a menudo inadvertido- de lo mucho que nos beneficia la acumulación de capital y la creatividad libremente expresada.

Gracias al capitalismo, cualquier trabajador recibe de millones de personas que jamás conocerá, más servicios y ventajas personales que los que obtenía a fuerza de látigo un señor feudal de sus esclavos.

Fácilmente deducimos, entonces, que el principal interés de toda comunidad consiste en asegurar a todos por igual el ejercicio de la libertad individual, creando leyes y costumbres tendientes a tal fin y abjurando del principal enemigo de la libertad, la divinización del poder, ya sea en su forma individual o colectiva.

El Estado y el orden jurídico 

Recapitulando, recordaremos que libertad individual es aquella condición por la cual todo hombre disfruta de una amplia esfera de actividad privada en la cual los demás no pueden interferir.

Si quisiéramos analizar el significado de la libertad desde un punto de vista negativo, deberíamos definir la esclavitud. Para ello nada mejor que recurrir a Herbert Spencer. Decía este pensador que esclavo es alguien que trabaja sometido a coerción para satisfacer los deseos de otro, y el grado de severidad de la esclavitud a que está sometido depende de la mayor o menor medida en que el esfuerzo es aplicado compulsivamente en beneficio de otro en lugar de serlo en propio beneficio.

Hemos analizado hasta aquí las dos condiciones extremas de un hombre: la total libertad individual (limitada por las físicas, las leyes praxeológicas y las leyes humanas), y la máxima esclavitud posible (también limitada por la última y trágica libre opción del esclavo: obedecer o suicidarse). Todos los infinitos estados intermedios que puedan imaginarse entre ambas condiciones extremas, son exponentes de pérdida de libertad del hombre. No es una exageración tautológica afirmar que el hombre nunca es más o menos libre, sino más o menos esclavo. La condición del hombre libre es una sola: no absoluta ni ilimitada, como queda dicho, pero sí susceptible de constante perfeccionamiento. Nadie puede considerarse libre “a medias”. Sólo se puede ser esclavo a medias.

Ahora bien, cuando se pierde la condición de hombre libre, la disminución progresiva de la libertad no se detiene. Lamentablemente esto ocurre en forma gradual y las personas no advierten lo que les está sucediendo, sobre todo cuando la pérdida de la libertad se produce por el avance del Estado sobre el ámbito de acción privativo de los particulares, en violación de las leyes praxeológicas del mercado, provocan desocupación de un sector laboral en beneficio de los obreros que conservan sus empleos. Con esta arbitrariedad no solamente limitan la libertad del empleador -y del consumidor, que en definitiva es quien fija precios y salarios- sino que también limitan la libertad de los propios trabajadores que quizás preferirían trabajar por un sueldo menor antes que quedar sin empleo.

Los límites del Estado han sido siempre un motivo de discusión, ya que de la misma manera con que algunos pretenden llevar su poder hasta extremos en que el hombre se transforma en su siervo, otros pretenden negar toda forma de autoridad política, aduciendo que el menor atisbo de coerción gubernamental implica pérdida de libertad.

Ninguna de ambas posiciones es aceptable. Es más, constituyen las dos caras de una misma moneda totalitaria: el colectivismo y el anarquismo.

Von Mises se encargó de aclarar, con estas palabras los fundamentos del orden jurídico en un sistema de libertad: “Mientras el gobierno, es decir, el aparato social de autoridad y mando, limita sus facultades de coerción y violencia a impedir la actividad antisocial, la libertad individual prevalece intacta. Esta coerción no limita la libertad del hombre, pues aunque éste decidiera prescindir del orden jurídico y el gobierno, no podría al mismo tiempo disfrutar de las ventajas de la cooperación social, y actuar sin frenos obedeciendo a sus instintos de violencia y rapacidad”.

En efecto, cuando el hombre delega la defensa de su libertad en una organización social, no renuncia a dicha libertad, ya que lo que quiere es precisamente preservarla. A lo que renuncia es a la irracionalidad y a la violencia. Por eso el hombre no puede ser libre si no se desenvuelve en un medio social donde todos los hombres hayan pactado cooperar entre sí para ser libres.

Es obvio que los gobiernos carecerían de toda justificación moral si los hombres no tuvieran aquellos instintos de rapacidad y violencia que los llevan a enfrentar permanentemente entre sí. De no existir reglas estipuladas de convivencia y una fuerza defensiva organizada, los más fuertes e inescrupulosos terminarían por someter a los más débiles e indefensos. La justificación moral de todo gobierno se nutre en un derecho natural de todo ser viviente: usar de la fuerza para defenderse de las acciones destructivas de los demás.

Nadie pone en duda que el derecho más elemental e incuestionable de todo ser humano es el derecho a vivir y a conservar la propia existencia. Este derecho, lógicamente, implica el uso de los medios adecuados para la obtención del sustento y la preservación de la vida y la salud. (Recuérdese que hay una sola cosa que el hombre puede hacer sin medios: dejarse morir). Ahora bien, si admitimos el presupuesto del derecho a la vida y al uso de los medios idóneos para defenderla, fácilmente deducimos que el hombre es libre para elegir, usar y disponer de una variedad ilimitada e imponderable de dichos medios con los cuales ha de conservar la vida, ponerla a cubierto de futuros riesgos, asegurar la supervivencia y bienestar de los hijos, acumular reservas para la vejez y eventuales enfermedades y, finalmente, alcanzar fines superiores. Nadie puede razonablemente negarle al hombre tales lógicas atribuciones, con lo cual queda claramente perfilado su derecho natural e inalienable a poseer bienes y disponer libremente de ellos. He aquí el sentido de la propiedad privada.

Pero la propiedad privada sería ilusoria si no se la protegiera en forma efectiva mediante el orden jurídico. Los más fuertes y violentos impedirían este derecho a los más débiles y terminarían por apropiarse de todo. La vida humana se extinguiría en el planeta.

En todos los tiempos han existido hombres pacíficos y hombres violentos. Hombres buenos y hombres malos. Los pacíficos han intentado vivir en comunidad, trabajando, creando e intercambiando libremente el fruto de su trabajo. Pero los violentos, han utilizado sus energías destructoras para imponer su voluntad a sus semejantes y apropiarse por la fuerza de las energías creadoras de los demás.

He aquí, en esta realidad de la condición humana, la primera amenaza a la libertad del hombre. Caín impone su violencia homicida sobre el pacífico Abel. El Antiguo Testamento nos muestra descarnadamente esta trágica circunstancia que habrá de acompañar eternamente el destino del hombre: la libertad y su amenaza permanente. El hombre pacífico frente a su tirano, el hombre violento.

Como se recordará, Leonard Read define a esta realidad como “el único problema social que existe”, ya que todo lo demás queda en la jurisdicción de lo creativo y lo individual.

Según hemos visto, el derecho a la vida y a conservar la propia existencia, implica necesariamente el derecho a la libre elección de los medios con los cuales lograr tales primarios fines. No cabe pues duda de que la libertad individual es un derecho anterior al hombre mismo ya que proviene de su Creador que lo dotó de la voluntad de vivir y del instinto de la supervivencia. La libertad, sin embargo (y esto también lo dijimos), sólo es posible en un contexto de organización social, ya que el hombre primitivo jamás pudo ejercerla. Es, por lo tanto, un derecho que requiere el voluntario propósito de cultivarlo (la conciencia del hombre libre es, en rigor, un estado cultural), un derecho que exige una clara convicción de su conveniencia social y, sobre todo, una firme decisión de preservarlo. La manera moderna de ejercer la libertad individual (sobre todo en el plano económico que es donde alcanza su máxima significación social) constituye, como afirmamos al principio de este capítulo, la gran conquista de la civilización occidental. Pero una conquista constantemente amenazada y puesta en tela de juicio. Por ello la libertad es un derecho que debe ser defendido todos los días, un derecho ligado a la vida misma que -al igual que ésta- se halla expuesta a mil peligros y acechanzas.

Por esta razón la libertad no es posible sin los medios adecuados para defenderla. Ahora bien, cualquiera tiene el derecho moral de impedir las acciones destructivas de los demás. Pero, por las razones que analizaremos a continuación, el hombre pacífico no puede enfrentar por sí mismo a los seres violentos que amenazan su libertad.

En primer lugar porque el hombre pacífico que dedica todas sus energías creativas a su trabajo, no puede estar de vigilante, temeroso de las acechanzas de los demás. Y aunque así lo hiciera, su reducido ámbito de información no le permitiría conocer los peligros que se ciernen sobre su vida y bienes, tramados a veces a mucha distancia.

Porque si cada individuo se hiciera cargo personalmente de su propia defensa, tendríamos en la Argentina 35 millones de tribunales de justicia, cada cual con su propia concepción del derecho.

Porque al hombre sólo le está moralmente permitido usar la “fuerza defensiva” y jamás la “fuerza agresiva”. La diferencia entre ambas es demasiado sutil para que cada cual la interprete a su manera.

Y finalmente el argumento más convincente: porque si se trata de imponerse por el uso de la fuerza, es imprescindible el empleo de las armas, y en este terreno siempre ganan los que las manejan mejor. Entre un hombre laborioso y pacífico y un delincuente, sin duda este último habrá de manejar más hábilmente las armas. Si cada cual estuviese librado a su propia defensa, los delincuentes no tardarían en erigirse en gobernantes y someter por la fuerza agresiva a todos los seres pacíficos.

Con lo cual no podemos sino llegar a la siguiente conclusión:El hombre debe delegar la defensa de su libertad en una organización que utilice con carácter de monopolio la fuerza defensiva, a fin de enfrentar -orgánica y eficientemente- el único problema social que existe: las agresiones de algunos individuos contra la libertad individual. De ahí la necesidad de que exista un gobierno y un orden jurídico.

La organización de un Estado sólo se justifica, entonces, en la necesidad de los individuos de defenderse contra las acciones humanas que inhiben la energía creadora y su libre intercambio. Un gobierno justo deriva de esta única motivación: la necesidad común de todos los hombres de protegerse contra aquellos que quisieran limitar sus posibilidades creativas.

“El principio que justifica la organización, por parte de la sociedad, de una función defensiva -nos advierte Leonard Read-, impone limitaciones a lo que debe realizar dicha organización. En una palabra, la limitación del derecho reside en la propia justificación del derecho. La fuerza es una cosa peligrosa. Por lo tanto, la función organizada de la sociedad es un instrumento peligroso. Contrariamente a lo que algunos sostienen, no es un mal necesario. Siempre que se limite a su debido alcance defensivo, es un bien positivo. Cuando excede sus justas limitaciones y se convierte en una agresión, no es un mal necesario sino un mal, directamente.”

Es simple deducir que las facultades de un Estado están limitadas por los mismos principios que justificaron su creación. Si ningún individuo tiene el derecho de gobernar a otro, mucho menos la asociación de muchos individuos (el Estado) formada precisamente para proteger a sus integrantes de aquellos que aspiran a imponerles su voluntad por la fuerza, podría asumir facultades que el individuo no tiene. Es decir, si yo me organizo junto a otros individuos en una sociedad para evitar que los merodeadores violentos intenten limitar mi libertad, mal puedo aceptar que esa misma sociedad vaya más allá de sus fines y avance sobre los derechos para cuya preservación fue creada.

Podemos, en fin, hacer un resumen de lo expresado hasta aquí diciendo que el ámbito donde la criatura humana puede desarrollar al máximo sus potencialidades creativas e intercambiar libremente sus energías en una cooperación voluntaria que beneficia a todos, es la libertad individual. Como dicha libertad está siempre amenazada, el hombre debe hacer algo para preservarla. El Estado, pues, es la consecuencia de la necesidad del hombre de proteger su libertad. Por tal razón el Estado es una organización subordinada al hombre que tiene, por definición, facultades estrictamente limitadas. Si estos límites defensivos son sobrepasados, cosa que ocurre hoy, lamentablemente, en todos los países del mundo, el individuo pierde independencia y ve interferida y reducida su esfera privada de acción.

Digamos, para finalizar este capítulo que existen dos tipos de fuerza  según ya lo insinuamos antes: la fuerza defensiva y lafuerza agresiva. La primera es un derecho indiscutido de todo ser viviente sobre la tierra. La segunda, en cambio, es siempre inmoral y socialmente destructiva. La violencia agresiva sólo es legítima en el mundo salvaje, en medio de la competencia biológica por la supervivencia.

 La competencia social propia del hombre civilizado se basa en la cooperación y en la búsqueda de ganancias mediante un mejor servicio a los demás. Decididamente, toda forma de agresividad es dañina y antisocial.

Hemos visto que el hombre se ve precisado a delegar en el cuerpo político de la sociedad, el uso de la fuerza defensiva. Ahora bien, si nadie tiene el derecho moral de emplear la fuerza agresiva contra sus semejantes, nadie tampoco puede delegar en el gobierno ese derecho que no tiene. Además, lo que no puede hacer un solo individuo, tampoco lo puede hacer un grupo de individuos o una sociedad. Sólo la fuerza defensiva podemos moralmente utilizar, y sólo la fuerza defensiva delegamos legítimamente en el gobierno,

Sin embargo, los gobiernos suelen atribuirse derechos y facultados que los individuos no tienen. A raíz de esta extralimitación, la fuerza defensiva del Estado puede transformarse, casi inadvertidamente, en una fuerza agresiva y volverse contra aquellos mismos a los cuales debiera proteger.

El padre del liberalismo político, John Locke, ha dicho que la grande y principal finalidad de los hombres que se unen en república y se someten al gobierno es el mantenimiento de su propiedad. Podríamos agregar que la única función de un gobierno republicano es defender la propiedad privada, amparar la libertad de los ciudadanos y asegurar la convivencia pacífica.

Podemos afirmar que todo empleo de la fuerza agresiva por parte del gobierno atenta contra la propiedad, reduce las esferas privadas de acción, inhibe las energías creadoras de los individuos y disminuye las posibilidades y recursos globales perjudicando a toda la sociedad. En este aspecto la doctrina liberal es, como acertadamente la definió Carlos Sánchez Sañudo, la doctrina de la limitación del poder.

En resumen: el orden social de la libertad es un inteligente sistema de fronteras móviles que el hombre puede ensanchar hasta el infinito siempre que tenga la sabiduría de armonizar sus propias y falibles leyes con aquellas otras leyes perfectas que el Creador estableció en todo el Universo para nuestro exclusivo uso y beneficio.

IF YOU ALLOW THE GOVERNMENT TO BREAK LAWS FOR AN EMERGENCY, THEY WILL ALWAYS CREATE AN EMERGENCY TO BREAK LAWS.
Everything the State says, is a lie; and everything it has, it has STEALT.

Vivir bajo tiranías maquilladas

El «derecho positivo» es una contradicción conceptual; no es derecho sino una violación al DERECHO NATURAL INDUVIDUAL que nos reconocemos entre iguales en la especie humana.

Ningún humano tiene potestad de crear derechos y quienes suponen poder hacerlo son entre ignorantes profundos o unos desquiciados megalómanos cobijados por el poder.

Las leyes que no se basan y protegen LA VIDA, LA LIBERTAD, LA PROPIEDAD del individuo no son leyes sino violaciones, prohibiciones y opiniones de grupos en el poder contra aquellos derechos y para beneficiarse demagógicamente con el beneplácito de seguros votantes.

El «estado» actual es toda una edificación ilegítima contra el derecho individual alimentado por un sistema de permanencia llamado democracia y una ignorancia masiva de los propios derechos. (Individuo Libre)

Así amenaza la Inteligencia Artificial la libertad de los hombres

Santiago Abascal, secretario general de VOX, y el líder izquierdista Pablo Iglesias pasean, amistosa y asombrosamente cogidos del brazo, en las calles de Madrid. Así los sorprendió la cámara del diario ‘El Mundo’, el cual… encargó a un laboratorio de Inteligencia Artificial la realización (en un breve plazo de dos o tres días) de dicho montaje, así como el de otros adversarios políticos.

En sí misma, la Inteligencia Artificial no amenaza nada. Quienes sí amenazan son los que la deben nutrir de contenido.

Por Roberto Vitali

Todas las advertencias que se han multiplicado exponencialmente los últimos meses acerca del uso de la Inteligencia Artificial (IA)[1] omiten, sin embargo, la capacidad —que estas IA— poseen de hecho para “formar” y, en consecuencia, “manejar” el modo de pensar de los seres humanos.

Puede parecer una exageración. Puede que no sea la “intención” de sus creadores, pero no cabe duda de que el modo de relacionarnos como personas con los bots de IA lleva, ineluctablemente, a pensar en esa capacidad de manipulación y formación del pensamiento humano —al establecer los contenidos—, que poseen y poseerán de modo creciente las IA.

Parafraseando al afamado científico Stephen Hawking, si algo está disponible, en materia de interés y avance científico, no hay leyes que detengan ese avance de la investigación.

Ni leyes escritas, ni leyes éticas. Hawking, apunta con acierto que “alguien” siempre estará inevitablemente tentado por avanzar en el desarrollo de cualquier investigación científica posible. Y resultará igualmente inevitable que ese alguien caiga en la tentación de seguir adelante, hasta alcanzar un logro. Aunque el desarrollo científico en cuestión se prohíba o catalogue de antiético.

Así se mueve la humanidad en materia de avances científicos, y así lo seguirá haciendo.

En consecuencia, siguiendo el pensamiento del científico inglés, los desarrollos posibles – en el caso que nos ocupa, es decir, la capacidad de modificar las formas y criterios humanos de pensamiento según el contenido que se le ofrezca a través de los bots de IA, todo ello tenderá a incrementarse aunque sus consecuencias sean dañinas, e incluso nefastas.

Huelga decir que, si se modifican criterios y conceptos, lo que se modificará —según el arbitrio de quienes den contenido a las IA— serán, y de modo creciente, las conductas humanas.

Todo ello resulta mucho más inquietante para la libertad de las personas que la posibilidad de que, como se viene diciendo en los últimos tiempos, la IA supere en todos los aspectos a la inteligencia humana. Se discute su posibilidad real de materializarse, pero es evidente que la capacidad de formar pensamientos y criterios —y en consecuencia, conductas— parece ser un hecho ya alcanzado. Y un hecho obviamente inquietante .

Cuando el hombre comenzó a usar calculadoras (primero simplemente mecánicas y luego digitales), abandonó el cálculo mental y el procedimiento matemático básico de sumar, multiplicar, restar y dividir mentalmente.  

De hecho, es bien probable que la mayoría de las personas, hoy en día, tengan que “sentarse” a pensar largo rato si se las pone frente a una simple división con decimales. Tan desacostumbrados estamos a realizar estos procedimientos.

Más fácil resulta aún que muchos jóvenes de escolarización medianamente reciente, ni siquiera recuerden “cómo” se realiza ese procedimiento. Simplemente porque se les ha enseñado muy superficialmente cómo realizarlo. Y, se les ha enseñado superficialmente porque los docentes están plenamente convencidos de que, en su vida futura, esos niños y jóvenes no realizarán jamás esas “operaciones” de modo manual o mental. Y, de hecho, tienen razón.

Todos los seres humanos usan hoy, para cualquier cálculo, incluso los más elementales, una “calculadora digital” o sus desarrollos posteriores, que simplifican al extremo los cálculos más complejos. Las computadoras, el Excel y otras aplicaciones más sofisticadas resuelven de modo instantáneo cualquier ecuación o cálculo complejo, sin otra intervención humana que digitar los números que componen el problema a resolver. Ello  es tanto como “decirle” —hasta de forma meramente verbal, sin escribir siquiera— a un ordenador programado qué cálculo se quiere resolver. En milisegundos se obtiene una respuesta inmediata y, fundamentalmente, exacta. De una exactitud inapelable.

La IA tiende a operar del mismo modo. Ante cualquier pregunta que le realicemos tendrá una respuesta instantánea. Ya le preguntemos sobre el clima, o sobre el pensamiento de un autor, o sobre la interpretación de un hecho histórico, o sobre el futuro del mundo ante el cambio climático.

Sin embargo, la respuesta será necesariamente sesgada, pues concordará con el pensamiento de aquellos que programaron esa IA

Sin referencia a ninguna fuente, la IA nos proporciona una respuesta inmediata. Incluso, en los casos de las aplicaciones de IA que “citan fuentes” (por ejemplo, Perplexity A.I), las fuentes son seleccionadas por el mismo algoritmo para que coincidan con la respuesta proporcionada.

Ya no hablemos de los casos de groseros errores en los que caen los Chats GPT cuando, por ejemplo, afirman la inexistencia de libros famosos que han sido efectivamente publicados por autores reconocidos, o cuando nos listan obras de un autor que éste no ha escrito, o nos “resumen” su pensamiento de un modo muchas veces opuesto al verdadero decir y pensar del autor requerido.

Simples experimentos “caseros” nos demuestran que los bots de IA operan de ese modo. Es fácil, para quien conoce el tema inquirido al bot, darse cuenta de las ocasiones en que le miente, tergiversa e incluso interpreta a un autor de modo perfectamente opuesto a sus verdaderas expresiones.

Hasta es posible que se le pida al bot de IA que efectúe el resumen de un artículo, que se copie y pegue en la pregunta el texto completo del artículo y que, si este artículo no condice con las pautas (siempre “políticamente correctas”) con que ha sido programado el bot, este último termine dándonos un “resumen” que diga exactamente lo contrario de lo que se sostiene en el artículo. 

El tema es muy extenso y debe ser debatido largamente. Hay muchos eximentes para estas respuestas incorrectas o aparentemente malintencionadas.

Sin embargo, si se sigue la lógica humana de la ley del menor esfuerzo (una ley económica, de las pocas que son irrefutables), podría llegar el día en que, como ha sucedido con el cálculo matemático, ya sólo se enseñe superficialmente historia, geografía, lógica, gramática y, por cierto, tampoco ética.

Ese día, las máquinas (sin necesidad de superar de modo efectivo el pensamiento humano), valiéndose de las debilidades humanas, nos darán todas las respuestas a todos los interrogantes, igual que el Excel nos proporciona una respuesta numérica que no cuestionamos, cuya exactitud damos por descontado.

Ese día se habrá suprimido el pensamiento crítico de las personas y, como dijimos, se regulará su conducta dictándoles a los seres humanos el modo de sentir, actuar y pensar. Ese día se habrá suprimido la libertad de las personas.

Pero ¿serán las IA quienes regulen a su antojo las libertades personales? ¿O quienes lo hagan será el reducido grupo de individuos que las controlen?

La lógica, que aún manejamos, indica que quienes lo harán será ese pequeño grupo de personas dedicadas a controlar a las IA (a “entrenarlas” y programarlas). El resto de los seres humanos correrá el riesgo cierto de perder su libertad, al tiempo que la manipulación y el control de las conductas habrá alcanzado su punto más alto en la historia de la humanidad.

[1] IA (en español) o AI (en inglés) es el conocido acrónimo de “Inteligencia Artificial”, usándose ambos de modo indistinto.

Las políticas de la UE: el asalto a nuestra libertad, costumbres y tradiciones

por Francesco Giubilei

Se trata de fenómeno que encuentra su aplicación en la política, pero que hunde sus raíces culturales en el concepto de odio a lo propio. De ahí el deseo de borrar nuestra identidad construyendo una nueva Europa mediante normativas de la Unión Europea.

Si las analizamos una a una, las normativas aprobadas por la Unión Europea en los últimos años parecen decisiones con un impacto limitado a un único ámbito social, como, por ejemplo, el medio ambiente, la alimentación, la familia o la religión. Ahora bien, si unes todos los puntos, surge con claridad un diseño político muy preciso.

Es entonces cuando nos damos cuenta de que se trata de un proyecto realizado por una parte del establishment europeo para redefinir nuestros estilos de vida, nuestras costumbres y tradiciones: un gran plan de reeducación pedagógica basado en un leitmotiv, el sentido de culpa. Tenemos que cambiar nuestra manera de vivir porque nuestros comportamientos hacen que el planeta se deteriore. Tenemos que dejar de comer carne porque las granjas producen demasiada contaminación. Ya no podemos decir que un niño nace de una madre y un padre porque es discriminatorio. No se pueden celebrar fiestas cristianas porque los fieles de otras religiones se ofenden. Tenemos que renunciar a nuestro pasado a causa del colonialismo y otras gaitas… Todo un desparrame de corrección política.

Es un fenómeno que encuentra su aplicación en la política, pero que hunde sus raíces culturales en el concepto de oikofobia, el odio al hogar, el odio a lo propio. De ahí el deseo de borrar nuestra identidad construyendo una nueva Europa mediante normativas y directivas de la Unión Europea que imponen decisiones de arriba a abajo y deben ser aceptadas e implementadas por los ciudadanos. Se pierde así uno de los pilares básicos del buen gobierno, que es el principio de subsidiariedad. Cuanto más cerca esté una institución del ciudadano, mejor podrá realizar su tarea y más podrá el ciudadano verificar su trabajo. Por el contrario, cuanto más lejos esté el poder de los ciudadanos, más difícil resultará controlar la acción de quienes lo ejercen. Y como es bien sabido, una entidad supranacional como la UE es cualquier cosa menos un organismo local.

El campo de acción de la UE es global y se inmiscuye en todos los ámbitos de nuestra vida, pero hay algunos sectores sobre los que la acción comunitaria se empecina especialmente, en particular el medio ambiente. La nueva Biblia de la UE se llama Green Deal (Acuerdo verde), un gran plan que ya está en marcha y cuyo objetivo es alcanzar la neutralidad energética en 2050, con un plazo inicial en 2030 mediante el “Fit for 55”, es decir, la reducción de emisiones en un 55%. Para entender la relevancia que las instituciones europeas atribuyen a este proyecto, basta citar las palabras de la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen, para quien el Green Deal será “como el aterrizaje del hombre en la luna”.

Aunque el plan de la UE es efectivamente lunático en términos de contenido y de plazos, las consecuencias para los ciudadanos europeos son, lamentablemente, bien concretas.

La última hazaña ha sido prohibir los automóviles diésel y gasolina para 2035, una decisión votada en el Parlamento Europeo la semana pasada. Los efectos socioeconómicos de esta decisión son múltiples y corren el riesgo de desmantelar el liderazgo europeo e italiano en el sector del automóvil. No sólo afecta a las grandes compañías automovilísticas sino también a numerosas PYMES dedicadas a los componentes. Además del impacto en el empleo, esta decisión frenará las inversiones en biocombustibles, motores híbridos y otras tecnologías alternativas a la electricidad menos contaminantes. Pero hay otro aspecto aún más preocupante y se refiere a la seguridad. Tras la crisis energética de los últimos meses en la que comprendimos por fin lo que significa depender en demasía de un único proveedor de gas como Rusia, la UE no parece haber aprendido la lección y está cometiendo un error parecido con China, que tiene un papel preponderante en el vehículo eléctrico.

Lo mismo sucede con las energías renovables ya que Beijing detenta prácticamente el monopolio de las tierras raras, minerales esenciales para los componentes de paneles solares y turbinas eólicas. Centrarse en exclusiva en las energías renovables sin haber desarrollado primero una cadena de suministro europea es un suicidio en términos de seguridad energética.

Otro sablazo para los ciudadanos es la directiva de vivienda verde que aún no ha sido aprobada por el Parlamento Europeo, pero que es casi cosa hecha. Esta directiva presenta numerosos problemas insalvables, en particular para los italianos, que tienen más activos inmobiliarios que otras naciones europeas. La obligación de mejorar la eficiencia es un aumento disfrazado del valor patrimonial que no tiene en cuenta las características de muchos de nuestros edificios, especialmente en los centros históricos, construidos hace siglos y que nunca podrán ser eficientes al 100%. En efecto, la propuesta inicial de la directiva recogía la imposibilidad de vender o alquilar viviendas que no presentaran eficiencia energética. Es un ejemplo perfecto de cierta mentalidad, generalizada en Bruselas, que afecta a la propiedad privada.

La Unión Europea no solo entra en nuestras casas, también nos dice qué debemos comer. La obsesión por la alimentación es la nueva frontera de la reeducación europea, que quiere que dejemos de comer carne porque las granjas contaminan, aunque los insectos sí que son bienvenidos en nuestras mesas. No entiende que estamos perjudicando a un sector como el alimentario que no sólo forma parte de nuestra identidad, sino que también representa uno de los principales sectores económicos del país. De forma reciente, fue el vino el producto que acabó en el banquillo de los acusados con la propuesta irlandesa de incluir las palabras “perjudica gravemente la salud” en las etiquetas de las botellas.

Si no se está de acuerdo con las políticas de la UE, se nos tacha de “negacionista climático” en el tema del medio ambiente y de “teórico de la conspiración” en el caso de los insectos. Pero el caso más llamativo es el asunto de la familia, ya que argumentar que un niño nace de un padre y de una madre o estar en contra del vientre de alquiler lleva a ser acusado de “homofobia”. Así es como asistimos a la ausencia de verdaderas políticas de apoyo a la natalidad y a la familia, y tenemos que aguantar una catarata de normas para las “familias” (estrictamente en plural).

Si el hundimiento de las tasas de natalidad no es una prioridad para la Unión Europea, sí lo es la inmigración, no tanto para regular los flujos migratorios, sino para suplir el declive demográfico con una nueva fuerza de trabajo que sataniza el concepto de fronteras y promueve la sociedad abierta.

Así es como ha surgido la superación del concepto de nación y el deseo de borrar nuestra identidad fundada en raíces cristianas. Y eso a pesar de que, como recuerda Benedicto XVI, el autor de un libro esclarecedor como La nueva Europa: identidad y misión“Europa no es un concepto geográfico, sino cultural, conformado por un recorrido histórico que, aunque conflictivo, está centrado en la fe cristiana”.

Es difícil olvidar el documento de la Comisión Europea que quería suprimir la palabra Navidad y los nombres de pila. Pero, mientras tanto, la UE, empeñada en denunciar una supuesta islamofobia, no dice ni una palabra sobre los crecientes episodios de intolerancia hacia los cristianos (que mientras no se demuestre lo contrario son la mayoría de los ciudadanos) en los países europeos. En Francia y Bélgica, los casos de iglesias quemadas, estatuas religiosas destrozadas, e incluso sacerdotes asesinados como el padre Jacques Hame, se han vuelto habituales.

Si se considera que lo espiritual y lo religioso son aspectos de la vida humana de los que podemos prescindir (Augusto del Noce ya advertía de los peligros de la secularización), la reeducación europea pasa por el uso de la tecnología y por la tecnocracia. Las redes sociales e internet, que deberían representar una herramienta para la libertad de palabra, corren el riesgo de verse restringidas bajo el pretexto de luchar contra la desinformación y la injerencia extranjera, como lo demuestra la última directiva europea sobre publicidad política.

El enfoque dirigista de la Unión Europea no perdona a ningún sector de la sociedad y está cada vez más omnipresente. Prevalece sobre las naciones y las autoridades locales, sin tener en cuenta las necesidades de las comunidades y favoreciendo una visión homogeneizadora. Una función pedagógica destinada a los europeos, plasmada negro sobre blanco por la UE en las conclusiones de la Conferencia sobre el futuro de Europa. Por un lado, propone una estandarización destinada a borrar las identidades individuales. Por otro, las políticas europeas acaban siendo rehenes de minorías ideológicas que quieren imponer su agenda.

Y por si las normativas y directivas aprobadas hasta la fecha no fueran suficientes, lo peor está por llegar: la reeducación europea no ha hecho más que empezar.

Menos libres que ayer y más que mañana

CARLOS LÓPEZ DÍAZ

Tan peligroso para la libertad es que el Estado sea negligente en sus funciones esenciales (preservar la paz y la seguridad) como que se exceda en ellas y se desborde en ámbitos que no tienen nada que ver. No creamos que lo primero conduce al mero desorden y la anarquía, a diferencia de lo segundo. Ambas tendencias se retroalimentan y nos conducen hacia al totalitarismo. Si el Estado no es capaz de proteger las fronteras de un país contra un Estado agresivo, es obvio que ello nos expone a ser dominados por un ocupante que por definición no se considera obligado por nuestras leyes e instituciones. Esto es un caso que no se producía en Europa desde hace ochenta años, hasta la invasión rusa de Ucrania. Pero en la Europa occidental lo que está sucediendo no es menos grave a la larga: los Estados no nos están protegiendo contra la invasión migratoria, más o menos “pacífica”, y encima son cada vez menos eficaces en la lucha contra la pequeña delincuencia, que es la que afecta a la mayor parte de los ciudadanos, en especial a los de rentas medias y bajas.

Ahora bien, las burocracias y las fuerzas policiales del Estado moderno no se han desmantelado, ni están inactivas o funcionando a medio rendimiento. El formidable aparato del Estado, ya que no se emplea para garantizar la seguridad y la propiedad, tiende a utilizarse para controlar y fiscalizar a los ciudadanos respetuosos con las leyes, los que se dedican a trabajar honradamente para ganarse la vida y mantener a sus familias. Para que ello resulte aceptable, se desvía el foco de atención desde la delincuencia de todo tipo (tanto común como política) a otro tipo de males, aunque realmente afecten mucho menos a la seguridad y la prosperidad del ciudadano común.

Aquí entran en juego los discursos sobre el machismo, el racismo, el cambio climático y todo aquello que sirve para convencer a la gente de que debe aceptar nuevos sacrificios (impuestos, normas, restricciones de libertades) para combatir esas amenazas, y preocuparse ante todo por ellas, no por el creciente peso del Estado sobre sus vidas, ni por una delincuencia que funcionalmente adopta cada vez más un carácter parapolicial, con violaciones de las leyes y de la propiedad pública y privada que parecen más amparadas por la administración que la actividad económica legal, martirizada por los impuestos y normativas.

No hay, pues, ninguna paradoja en que el Estado por un lado desatienda sus funciones esenciales (preservar la paz y la seguridad) y por otro se inmiscuya en muchos otros aspectos de la vida: la economía, las familias, la educación, las creencias y costumbres. Lo primero conduce a lo segundo, porque el Estado no tiene ningún interés en disminuir su poder, y además se reviste de ideologías “progresistas” que justifican esa redefinición de su sentido. Ahora ya no se trata meramente de proteger la vida y la propiedad, sino de hacernos felices, de construir un mundo mejor. Ello abre la puerta a todo tipo de abusos y engaños que acaban amenazando valores primordiales, mucho más tangibles que la subjetiva felicidad, como son la vida, la propiedad y la privacidad. El Estado no está tan interesado en que las calles sean seguras y los ciudadanos prosperen con su trabajo e iniciativa, como en entrar en los hogares y las empresas privadas para garantizar que haya igualdad de sexos, se reciclen adecuadamente los desechos, no se malgaste la energía ni se emita CO₂ en exceso.

Cada vez más cosas dependen del Estado, es decir, de la minoría que lo controla. Cada vez más gente es dependiente de ayudas y subvenciones, lo que implica aumentar la presión fiscal sobre los que producen. Cada vez es más difícil emprender, circular o simplemente expresarse sin violar alguna norma o tener que pagar algún peaje económico o simbólico. Cada vez los medios de comunicación son más instrumentos de propaganda de la ideología progresista que sirve a los intereses de este incipiente Estado totalitario. Hoy somos menos libres que hace medio siglo, y vamos camino de serlo más que dentro de diez o veinte años. Porque el proceso, que es de carácter global y está auspiciado por las grandes organizaciones y corporaciones multinacionales, se está acelerando claramente. O conseguimos detener e invertir esta tendencia (para empezar, señalándola y denunciándola) o nuestra civilización se convertirá en algo irreconocible y mucho peor de lo que ha sido hasta ahora.

Te convencieron

Te convencieron de que no existe Diós y crearon el supremo diós «estado» en tu mente, al que te sometes y temes.

Te convencieron que la Ley Natural no está escrita y te imponen «sus leyes».

Te convencieron de que tu no existes sino «la sociedad» y anulan tu existencia.

Te convencieron de que ellos pueden crear derechos, mientras así, violan tus Derechos Individuales Naturales.

Te convencen con la «Tell-a-Visión» de cual es «la realidad», y ya no ves La Realidad, viviendo una ficción.

PUEDES DESPERTAR DE LA MENTIRA, pero es una DECISIÓN INDIVIDUAL.

-Individuo Libre-

Lo que se está viniendo contra la democracia y nuestra libertad. Por Gusarapo

Lo que se está viniendo contra la democracia y nuestra libertad.

«Qué podíamos saber nosotros de lo que iba a venir. Qué podíamos saber nosotros de lo que es la vida, la democracia y nuestra libertad»

Ayer por la mañana me encontré en la calle con un conocido. Eran las ocho. La ciudad comenzaba a desesperezarse, el centro estaba vacío.

Este caballero, de oficio indefinido pues se dedica a muchas cosas y a ninguna, es muy inquieto y avispado. Se mueve mucho y factura mucho más. Compra, vende, intercede, invierte en aquello, sea lo que sea, en lo que vea la posibilidad de ganar un duro. Y le va mejor que bien.

Estaba enfurruñado y ofendido con nuestros convecinos por dormilones, perezosos y vagos. Con la mayoría de ellos. No comprende cómo es posible que la ciudad no esté en pleno funcionamiento desde el primer minuto de la mañana. Aunque habría que saber cual es esa primer hora, porque para cada uno será una, evidentemente.

Y por otra parte, habría que tener en cuenta que la mayoría de los negocios que hasta hace poco había en la zona en la que nos encontrábamos, han cerrado, por lo que difícilmente puede haber alguien abriendo, entrando, saliendo, entregando, recogiendo, o simplemente barriendo el trozo de acera que hay delante de cada una de sus puertas.

Una costumbre ésta, la de barrer delante de la puerta, que además de limpiar pretendía expulsar la mala suerte del hogar o negocio, a decir de otro conocido mío, experto en conocimientos inútiles.

Hay una expresión francesa, «balayer devant sa porte«, barrer delante du la propia puerta, que parece ser que nuestros vecinos del Norte utilizan cuando alguien lejos de reconocer y corregir sus propias faltas, pretende dar consejos, lecciones, o corregir las faltas o errores de los demás. Más o menos como nuestro «ver la paja en el ojo ajeno, y no ver la viga en el nuestro«.

Estuvimos conversando unos minutos sobre algunas noticias de la actualidad, o más bien debería decir que me estuvo poniendo al tanto de ciertas cosas que me he perdido durante los últimos dos meses por mi forzoso retiro campestre estival.

La mayoría de los temas de los que me informó eran cuestiones relativas a las ocurrencias -malas o pésimas- de los políticos, nuestros muy amados políticos, esos que nos malgobiernan desde todas las posiciones, ya sean locales, autonómicas, nacionales y de cualquier signo, porque hay que ver las ideas peregrinas de la mayoría de ellos, y que casi siempre, en casi todos los casos, suponen un coste para el ciudadano contribuyente.

Me informó del estudio y recuperación de vías pecuarias y la aprobación de la primera partida económica para su ejecución. Los mismos que durante decenios han hecho caso omiso a veredas y cordeles, o incluso han permitido su usurpacion o destrucción, ahora se muestran defensores y recuperadores de su uso, aunque no para el ganado, porque ya se ocuparon durante esos mismos decenios de constreñir y acabar con la conducción del ganado por esas mismas vías y con la trashumancia y con muchos ganaderos, sino para su disfrute por paseantes humanos.

Tal vez estén acertados en este asunto, los políticos, viendo que el español medio se ha convertido en oveja y la sociedad en un gran rebaño o piara. Por aquí usamos piara más que rebaño.

Hay quien utiliza piara para referirse a los cerdos, y en muchos casos también sería buena elección para el caso, porque hay que ver el rastro que van dejando muchos de esos paseantes de fin de semana allí por donde pasan. Aunque tal vez no sea culpa de ellos sino de la inexistencia de una adecuada red de papeleras en los caminos rurales.

También me informó de la conversión de los trabajadores de la prevención y extinción de incendios forestales de fijos discontinuos a fijos continuos, con la correspondiente duplicación de presupuesto.

Antes había menos incendios y más ganaderos y ganado, y leñadores, y resineros, y recolectores de piñas, y no costaba dinero. Qué confundidos estábamos.

Después hablamos de las bajadas y subidas de impuestos. Y de la serie. Es decir, de obscenidades, y como no quisiera ofender a nadie con pornografía y obscenidades, me guardo mi opinión sobre este asunto.

Luego comentamos sobre las aproximadamente cincuenta mil vacas que dicen que se han sacrificado de más durante lo que va de año. Puede que sean más o que sean menos, pero en cualquier caso es una salvajada.

Todo sea por el aire limpio y la naturaleza. Y la democracia y la libertad europeas. Porque hay un anuncio de la UE que informa de lo bueno que resulta para la democracia y la libertad la eliminación de las emisiones de CO2. Del bolsillo de los europeos no dice nada dicho anuncio. Será porque los bolsillos llenos también perjudican a la democracia y a la libertad. Seguro que es así y por eso nos fríen a impuestos y tasas y nos quieren ver sin nada, hasta sin camisa.

A quienes avisamos de carestias y desabastecimientos de materias primas y alimentos, nos dedicaron lindezas y palabras que para algunos no resultaron muy agradables, y ni había pandemia ni guerra en Ucrania, pero qué podíamos saber nosotros de lo que iba a venir. Qué podíamos saber nosotros de lo que es la vida, la democracia y la libertad.

Porque esa es otra, lo que se está viniendo contra la democracia y nuestra libertad.

FUENTE: La Paseata.

El fantasma de la libertad

El Bosco, ‘Ascensión al Empireo’

El hombre moderno escoge sus servidumbres. Entroniza la libertad, pero organiza su vida de forma en que no pueda coincidir con ella en un solo momento del día.

Por: Guillermo Mas Arellano en El Manifiesto

Una puta, una meretriz, prostituida en ese gran lupanar en el que se ha convertido Europa: la libertad. Un fantasma recorre Europa, diría Marx; el fantasma de la libertad, añadiría Buñuel. Esa puta, esa meretriz que todos los hombres dicen amar mientras pagan por poder violarla. Muchos aseguran estar enamorados de ella, le prometen el oro y el moro, pero a la hora de la verdad acaban volviendo a sus vidas de esclavos y se olvidan de haberla conocido. Palabras de amor, una vez más traicionadas por los hechos.

El hombre moderno escoge sus servidumbres. Entroniza la libertad, pero organiza su vida de forma en que no pueda coincidir con ella en un solo momento del día. Nuestro consumo, nuestras adicciones, nuestros deseos, nuestra ansiedad, nuestro anhelo. Todo ello silenciado en agendas imposibles y perfectamente planeadas. Los hombres del siglo XXI encumbramos la libertad en cada una de nuestras conversaciones pero la mandamos a hacer la calle a diario. Y la degradamos a cambio de unas míseras monedas. Acabamos sirviendo al mismo amo: esa forma de desesperación con la que elegimos estrangular a la libertad.

Hay algo transversal en nuestra cultura: la obsesión con el sexo. A semejanza del propio Lutero, fundador de un comercio y una sexualidad modernos, esa es la pulsión fundamental, junto a la de acumular la riqueza, que mueve nuestra sociedad. Miles de millones de personas se levantan todos los días para llenar sus bolsillos al tiempo que vacían sus sexos. Y es natural: somos animales cargados de proyecciones, capaces de concebir el absoluto. Es igual en los puritanos que en los libertinos: dos tipos sociales de una Modernidad materialista en lo vital e idealista en lo intelectual.

Los puritanos niegan el deseo y se entregan de lleno a la represión; los libertinos niegan los límites y se entregan por entero al deseo. El puritano establece las normas que el libertino transgrede; el libertino encuentra su razón de ser en romper las barreras fijadas por la sociedad puritana. Se necesitan para legitimarse en el temor al otro que no es sino el reflejo de su yo descartado. El espectro, el doble, el monstruo, que les aguarda en el espejo distorsionado de la fantasía. El puritano vive esclavizado por el miedo a su deseo reprimido; el libertino vive dominado por el vacío de su deseo desaforado. Ambos sirven al mismo amo que les niega la libertad: un ego atemorizado que necesita demonizar aquello que oculta dentro de sí y no le reafirma.

Nunca hubo tanta variedad de tipos sociales y nunca hubo una sociedad global tan homogénea. Decimos amar la libertad, pero queremos imponer nuestras normas a nosotros mismos y a nuestros vecinos. Por la inseguridad de nuestras convicciones y por miedo a la duda en nuestras creencias. Y los que dicen querer vivir sin normas, en realidad solo pretenden imponer esa misma ausencia de principios al prójimo. Normativizar lo privado: fundación totalitaria sobre la que Beauvoir cimenta la ideología de género. Rescindir los límites de lo privado: fundación satánica sobre la que Rousseau funda la Ilustración. Nihilistas por igual, niegan el sometimiento a un orden trascendente que emana del Ser propio. Porque en un tiempo donde los dioses han sido profanados sin remisión, el sexo (o, por contra, su normativización) ocupa los altares de la humanidad.

Los puritanos de hoy, que leen con fervor a esa célebre escritora llamada Jane Austen, repudiarán igual que sus predecesores del siglo XIX cualquier atisbo de pasión que se represente ante ellos. Los libertinos de hoy, que leen con fervor al genial autor conocido como el Marqués de Sade, censurarán igual que sus predecesores del siglo XVIII cualquier atisbo de moral que se esgrima ante ellos. Ambos encumbrarán a la libertad, pero serán, sin saberlo, esclavos de sus propias elecciones conservadoras. Una imposición de orden que estrangule el yo y una transgresión furiosa que carezca de sentido resultarán, en último término, semejantes.

¿Qué es lo verdaderamente revolucionario, entonces? Toda forma de arte que merezca ese nombre lo será por definición. La vida, en grado sumo, aspira a ser una obra de arte. Si el arte no pone en duda las convenciones de su tiempo, sólo será espectáculo, comercio y entretenimiento huero. A día de hoy, quizás, no haya un tema en el arte como el amor para contrariar a puritanos y libertinos por igual. El puritano censurará desde su esterilidad sentimental. El libertino censurará desde su lubricación vacua. Pero el amor está más allá del alcance de ninguna de estas dos posturas: su horizonte desborda todas las categorías. Solo que hemos acabado con el arte en el momento de acabar con la crítica y con el mérito: si todos somos artistas, o casi, es porque en realidad ya no hay arte de verdad. Y hemos acabado con el amor, o casi, en el momento en que hemos renunciado a la calidez de la libertad como vía para conocernos a nosotros mismos, a los otros y al resto del mundo. Atreverse a amar, como atreverse a (re)crear, supone invocar el terrible fantasma de la libertad.