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La libertad individual y el Estado

Ensayo de Enrique Arenz sobre la doctrina liberal

La libertad individual es la gran conquista de la civilización occidental. Pero una conquista permanentemente amenazada y puesta en tela de juicio por el deseo de algunos de imponer su voluntad a sus semejantes.

Siempre hay personas que aspiran a gobernar a los demás, a pesar de que nadie en el mundo tiene el derecho de hacerlo. Es inevitable que esto ocurra en todos los tiempos y en todas las sociedades. Por eso la libertad no puede conservarse si los hombres no están dispuestos a defenderla cada día de su existencia, siendo muchos los peligros que la acechan permanentemente. Tanto la sociedad en su conjunto, al ejercer sobre las energías creativas de las personas ciertas presiones inhibitorias, como algunos hombres antisociales, al intentar someter a otros hombres, tejen una sutil trama de coacciones que tienen a limitar, restringir o, en algunos casos extremos, a impedir el ejercicio de las libertades individuales.

Por algo el premio Nobel de economía, Friedrich A. Hayek definió a la libertad como aquella condición por la cual la coacción que algunos ejercen sobre los demás queda reducida, en el ámbito social, al mínimo. “La libertad es la independencia frente a la voluntad arbitraria de un tercero”, afirmó resumiendo su claro concepto.

Pero Manuel Tagle va aun más lejos y asevera que la libertad es algo más que la simple ausencia de coerción. En su artículo Alberdi y de Tocqueville, dos almas gemelas, publicado en el diario La Prensa del 25/9/84, dice este pensador argentino: “En una primera instancia menos madura, la libertad se reduce a cortar los lazos de algo que nos sujeta. Pero una vez alcanzada esa ausencia de coerción, la libertad del individuo se transforma en libertad para algo por realizar”.

Ahora bien, suele pensarse erróneamente que todo orden social implica inevitablemente una disminución de la libertad individual como precio por las ventajas de la civilización. Algunos opinan que el hombre primitivo disfrutaba plenamente de su derecho natural a ser absolutamente libre, pero que al organizarse socialmente debió sacrificar parte de su libertad en beneficio del conjunto.

No es así. La pérdida de la libertad jamás podría ser el precio de la civilización por la sencilla razón de que no puede haber libertad sin civilización. Imposible fuera concebir la libertad individual desvinculada de un ámbito de organización y cooperación social. Sólo en la esfera de las relaciones humanas cobra sentido la idea de la libertad. Tiene razón von Mises cuando nos señala que el hombre no nació ni fue libre en sus orígenes, puesto que en el orden biológico los más fuertes dominan y vencen a los más débiles, razón por la cual nuestros antepasados, los hombres primitivos, aún no organizados socialmente, sólo eran libres hasta que tropezaban con criaturas más fuertes. Cabe afirmar, por lo tanto, que el hombre no puede ser libre si no se organiza socialmente para serlo.

Suele decirse también que el “bienestar común” exige progresivas restricciones a la libertad individual. Debemos rechazar esta cómoda y peligrosa idea sencillamente porque tal “bienestar común” no existe, es una mera abstracción. Sólo existe el bienestar de los individuos siempre y cuando éstos dispongan de suficiente libertad y medios adecuados para alcanzar sus propios y personales fines. Resulta inimaginable una sociedad bien alimentada y feliz, salvo que esté integrada por individuos bien alimentados y felices. La sociedad es una abstracción cuya existencia sería inconcebible sin los individuos que la componen. La sociedad fue voluntariamente creada por las personas cuando éstas comprendieron las ventajas de unirse y cooperar entre sí frente a las dificultades que implicaba tratar de sobrevivir aisladamente. Por lo tanto el individuo está antes que la sociedad. El llamado “bienestar común” deriva en todo caso del bienestar de los individuos que componen la sociedad. Von Mises afirmaba que en libertad las mentes más agudas y ágiles son impulsadas a promover el bienestar de las más rezagadas.

Diferente, en cambio, es el concepto del bien común siempre que con él estemos señalando las condiciones políticas y jurídicas que aseguran las libertades del individuo y a las cuales éste se subordina. El bien común es la finalidad del derecho, según veremos más adelante.

Límites de la libertad

La libertad, sin embargo, nunca es absoluta, ya que necesariamente debe el hombre someterse a tres categorías de leyes que limitan sus acciones: las leyes físicas, las leyes praxeológicas y las leyes humanas de orden público. (En cierto sentido, el orden moral también condicionaría la libertad. Jorge García Venturini afirmada que no hay libertad sin moral ni moral sin libertad. “El hombre -decía- es libre, pero no hace lo que quiere sino lo que puede, y tampoco debe hacer lo que pueda sino lo que deba”. Sin embargo, debemos advertir que esta cuestión pertenece al ámbito de la conciencia individual. Desde el estricto punto de vista de la doctrina libertad todo aquello que contribuye a fortalecer la cooperación social voluntaria es moral, en tanto que lo que tienda a entorpecer o impedir dicha cooperación debe considerarse inmoral).

Las tres categorías de leyes mencionadas arriba (físicas, praxeológicas y humanas) establecen límites a la libertad individual, pero cuando una sociedad está organizada para la libertad, estos límites tienden a expandirse en lugar de contraerse. Puede decirse que la libertad es un sistema de fronteras móviles que el hombre puede ampliar permanentemente.

Este concepto encierra tanta importancia para la comprensión de nuestra doctrina que es conveniente demorarnos en una más detallada explicación.

Todo el mundo acepta la soberanía de las leyes físicas como razonable límite a la libertad. No ocurre así con las leyes praxeológicas que, por desconocimiento, suelen ser resistidas por las personas. Esto se refleja en las leyes humanas. Cuando la sociedad dicta sus leyes de orden público, respeta escrupulosamente la jurisdicción de las leyes físicas. Ninguna ley humana, por ejemplo, puede contradecir la Ley de gravitación universal de Newton. Sin embargo, las leyes humanas suelen extralimitarse en lo referente a las leyes praxeológicas cuyas zonas invaden por desconocimiento.

Absurdo sería aun para el más ignorante decir que un hombre no es libre porque no puede arrojarse desde un décimo piso y volar como las aves. Cualquier necio comprende las leyes físicas que impiden hacer tal cosa. Sin embargo, cuando se trata de juzgar la suba de precio de un producto que escasea, pocos son los que advierten (aún entre los más cultos) la existencia de leyes praxeológicas que producen ese fenómeno, y la mayoría prefiere culpar a los comerciantes y exigir la intervención del Estado en resguardo de la “libertad” de comprar barato. En muchos casos (en la Argentina y en muchos otros países, sobre todo en tiempos de inflación o de crisis) este reclamo popular induce al legislador a sancionar leyes arbitrarias que comprimen las libertades individuales, vulneran el derecho de propiedad y alteran el orden espontáneo del mercado agravando aun más el problema que se pretendía solucionar. (Comprobaremos más adelante que la “libertad de comprar barato” es equivalente a la “libertad de volar”. Tan ilusoria una como la otra, salvo que atinemos a ampliar inteligentemente las fronteras móviles de la acción humana, en cuyo caso ambas serán posibles.)

El hombre nunca podrá lograr absolutamente todo lo que se propone. Sus deseos son ilimitados, pero las posibilidades de que dispone para satisfacerlos son siempre escasas. Por eso su libertad se halla necesariamente restringida y condicionada a esfuerzos y sacrificios personales para ampliar sus límites.

Las leyes físicas y las leyes praxeológicas son dóciles con quienes las entienden y respetan. Pero castigan implacablemente a quienes las llevan por delante. “La naturaleza no consiente burlas -escribió Goethe-, es siempre verdadera, siempre seria, siempre rigurosa; tiene siempre razón, y los errores y equivocaciones son siempre de los hombres. Ella repudia al inepto y se rinde tan sólo a quien es capaz, verdadero y puro, revelándole sus secretos”

Pero así como las leyes físicas y las leyes praxeológicas ofrecen flexibilidad en el trazado de sus límites a la libertad individual, con la sola condición de que el hombre sepa descubrir y respetar sus postulados, las leyes humanas, cuando pretenden modificar la naturaleza de las cosas, crean barreras rígidas que reducen arbitrariamente la esfera de la acción humana. No hay forma de ensanchar las posibilidades del hombre dentro de un sistema jurídico que pretenda crear y conceder derechos contrarios al orden natural, cuando sólo debiera limitarse a proteger la propiedad privada, la libertad de todos y el ámbito de la convivencia pacífica.

Nadie se rebela contra las leyes físicas cuando son éstas las que se oponen a los caprichos humanos- Pero cuando se trata de leyes praxeológicas las personas suelen resistirse a sus designios simplemente por ignorancia, y en lugar de buscar las soluciones por los cauces que esas mismas leyes les ofrecen, prefieren inducir a los políticos a dictar leyes que expropien (porque de eso en definitiva se trata) los frutos del trabajo de unos en beneficio de otros, creyendo que la falla está en la distribución de la riqueza. Todos pierden libertad y prosperidad por este camino. La invocada “libertad de comprar barato” (que ciertamente no puede concederse por decreto por ser ella el resultado laborioso de comprender y respetar las leyes praxeológicas) se transforma así en una aspiración ilusoria.

Las leyes físicas le dicen al hombre que no puede volar, pero al mismo tiempo le sugieren las soluciones científicas para fabricar una máquina voladora. ¿A quién se le ocurriría pedir al gobierno la derogación de la ley de Newton en resguardo de la “libertad de volar”? Tan sólo respetando esta ley y otras leyes físicas ha podido el hombre volar libremente como los pájaros.

Ahora apliquemos este razonamiento a las leyes praxeológicas. Si un producto comienza a faltar en el mercado, es natural que suba de precios, porque hay una ley praxeológica que se llama “Ley de la oferta y la demanda” que dice que si muchas personas desean al mismo tiempo un bien escaso, se producirá una competencia entre los potenciales consumidores quienes ofrecerán más dinero para quedarse con el producto anhelado. El precio que finalmente se forme en el mercado debido a esta presión de la demanda será el factor selectivo que se encargue de segregar quiénes pueden pagar de quiénes no pueden hacerlo, ya que si así no ocurriera, la violencia o el azar serían los que decidirían a manos de qué consumidores irían a parar las limitadas existencias disponibles.

Puede parecer injusto que en una sociedad civilizada unos puedan pagar y otros no. Sin embargo no es así. Von Mises nos explica en La acción humana que la desigualdad económica entre las personas es en sí misma el resultado de una previa selección del mercado, el cual, en decisiones que se modifican todos los días, hace a la gente rica o pobre, triunfadora o fracasada, según haya sabido o no interpretar y satisfacer los caprichos de… nosotros los consumidores.

Por otra parte, para comprar un producto a un determinado precio, no basta solamente con “poder pagar”, también es indispensable estar dispuesto a hacerlo. Recordemos que todo intercambio comercial se produce únicamente si cada parte valora en más lo que recibe que lo que da. Por consiguiente, habrá consumidores que no aceptarán el precio de un bien deseado a pesar de contar con el dinero necesario, sencillamente porque no lo considerarán un buen negocio y preferirán destinar sus limitados recursos a la compra de otros bienes aun más deseados.

El precio de mercado (esto lo veremos detalladamente más adelante), como fenómeno social selectivo, se produce por influencia de muchos factores concurrentes en cada consumidor y en cada vendedor. Algunos de estos factores son de carácter subjetivo (valor atribuido, preferencia, necesidad, emotividad), y otros, rigurosamente objetivos (capacidad económica, apremio legal, etc.)

Pero retornemos a la cuestión de las leyes praxeológicas. Si bien el fenómeno de los precios nos suele llamar la atención únicamente en aquellos productos que experimentan alteraciones en su abastecimiento, se verifica, en rigor, en todos los bienes y servicios que existen, ya que la oferta siempre es menos a la demanda potencial.

Es la escasez (combinada con su utilidad) lo que convierte a las cosas en bienes económicos. Todo cuesta, todo es dificultoso, todo tiene su precio porque todo lo útil o bien es difícil de obtener, o es obra de la creatividad y del esfuerzo humano. Sólo el aire abunda en todas partes, y por eso no tiene precio. El agua, en cambio, tiene valor comercial en muchos lugares, y aun donde abunda, debe pagarse por el servicio de su potabilización y traslado a los domicilios. Decía Röpke: “Toda sociedad debe confrontar el hecho de que, por un lado están nuestros deseos ilimitados, y por el otro, nuestros limitados recursos para satisfacer dichos deseos”. Es por ello -según ya lo hemos dicho antes-  que nadie ve totalmente satisfechas sus ambiciones. Y cuando alguien se enfrenta a dos cosas que desea ardientemente pero que no puede obtener al mismo tiempo, debe siempre elegir una y renunciar a la otra.

Estas leyes praxeológicas parecen muy antipáticas porque se empeñan en poner freno a nuestros antojos y caprichos. Sin embargo, son estas mismas leyes las que nos enseñan a economizar recursos escasos a la vez que nos revelan sus secretos sugiriéndonos la forma científica de producir más y mejor para satisfacer cada vez en mayor medida nuestros ilimitados deseos.

Respetando las leyes praxeológicas logramos ampliar sus fronteras y con ellas el campo de las posibilidades humanas. La libertad de comprar barato resulta así tan posible como la libertad de volar. Nada más destructivo para el hombre civilizado que ir contra ellas. Tan vano resulta fijar precios y salarios por decreto (por mencionar tan sólo una de las insensateces de la política moderna, como derogar la ley de Newton.

La libertad debe ser de todos

Ahora bien, de la misma manera que nadie puede considerarse menos libre porque debe obedecer las leyes físicas y las leyes praxeológicas, tampoco puede hablarse de pérdida de libertad cuando el hombre debe respetar los límites que le imponen las leyes humanas, siempre que estas leyes tengan por finalidad únicamente la protección del individuo y la defensa de la libertad de todos. Si las leyes humanas van más allá de este objetivo -que es, por otra parte, su única justificación- la libertad individual es irremediablemente lesionada.

“El derecho -escribe Kant- puede definirse en general como la limitación impuesta a la libertad de un individuo hasta donde lo permite su acuerdo con la libertad de todos los otros individuos, en cuanto ello es posible por medio de una ley universal”.

Y recordemos a nuestro Alberdi: “Lo que llamamos nuestro deber no es más que la libertad de los otros: es la libertad nuestra que paga el respeto que debe a la libertad de otros”

La libertad, pues, debe ser de todos, y ella presupone la existencia de un contexto de cooperación e interdependencia social y la ausencia de coacción. Más allá de los límites impuestos por la libertad de los demás, el individuo libre disfruta de una amplia esfera de actividad privada en la cual no pueden intervenir los otros ni la sociedad.

A cada integrante de la sociedad le conviene que sus vecinos y conciudadanos desarrollen al máximo sus energías creadoras a fin de que el aporte de cada uno de ellos hacia la comunidad sea el máximo que su capacidad le permita. Un país con abundancia es un país donde todos producen y se benefician con la diversidad creciente de posibilidades y recursos. Ahora bien, si la libertad individual (según lo hemos visto en el capítulo anterior) es la condición indispensable para el fenómeno productivo se multiplique geométricamente mediante la liberación de las energías creativas individuales, es natural que todos nosotros, desde el más pobre al más rico, tengamos especial y personal interés en la libertad de los otros. En las antiguas monarquías absolutas el rey no era más libre que sus siervos: no podía curar sus enfermedades, no disponía de medios para viajar cómodo y seguro, no había calefacción en sus húmedos y fríos aposentos, no era dueño de darse una ducha caliente ni de hacer sus necesidades en un cómodo sanitario.

“¡El Estado soy yo!”  “¡Después de mí el diluvio!”  Así expresaban su arrogancia los soberanos absolutos cuya autoridad de origen divino les concedía la potestad sobre vidas y haciendas de sus súbditos. Sin embargo no podían disfrutar de las mínimas comodidades que hoy tiene a su alcance el más humilde obrero de un país capitalista. Con todo acierto William Allen White dijo que la libertad es la única cosa que uno no puede tener sin estar dispuesto a que los demás también la tengan. Porque si yo tengo libertad para trabajar, comerciar y poseer bienes y las demás personas no la tienen, no podré intercambiar nada con ellas, por lo cual no dispondré de aquellos indispensables medios que sólo la múltiple creatividad de los otros podría proporcionarme. Y sin tales medios, de poco habrá de servirme la libertad, pues mis posibilidades de elección serán casi nulas. Por el contrario, si todos somos libres, aún el más pobre recibirá parte de la riqueza creada por todos. “La vida del hombre medio es hoy más fácil, cómoda y segura que la del más poderoso en otro tiempo. ¿Qué le importa no ser más rico que otros, si el mundo lo es y le proporciona magníficos caminos, ferrocarriles, telégrafo, hoteles, seguridad corporal y aspirina?” (Ortega y Gasset, La rebelión de las masas).

Yo viajo diariamente en autobús. Mi asombro se renueva en cada uno de esos fantásticos viajes. Confortablemente sentado en una mullida y bien tapizada butaca individual, suelo preguntarme si no estoy soñando al desplazarme velozmente como en un cuento de hadas por lisos y bien nivelados pavimentos, protegido del frío y de la lluvia por grandes y transparentes ventanilla. Cuando llego a destino, oprimo un botón y como en el país de las maravillas de Alicia, el vehículo se detiene y la puerta trasera se abre para que yo, el soberano del siglo XX, pueda descender. ¿Cómo es posible no asombrarse frente a ese prodigio de la civilización? ¿Es que a alguien puede parecerle cosa natural un autobús circulando a frecuencia regular al servicio de la gente? Yo, al menos, no lo creo así. Soy consciente de que cada vez que hago ese fantástico viaje estoy recibiendo generosamente la cooperación acumulada de millones de personas que trabajaron, estudiaron, crearon, inventaron, ahorraron e invirtieron para que yo, por unos centavos, me pueda dar diariamente ese lujo inconcebible en otros tiempos. He ahí un sencillo ejemplo -a menudo inadvertido- de lo mucho que nos beneficia la acumulación de capital y la creatividad libremente expresada.

Gracias al capitalismo, cualquier trabajador recibe de millones de personas que jamás conocerá, más servicios y ventajas personales que los que obtenía a fuerza de látigo un señor feudal de sus esclavos.

Fácilmente deducimos, entonces, que el principal interés de toda comunidad consiste en asegurar a todos por igual el ejercicio de la libertad individual, creando leyes y costumbres tendientes a tal fin y abjurando del principal enemigo de la libertad, la divinización del poder, ya sea en su forma individual o colectiva.

El Estado y el orden jurídico 

Recapitulando, recordaremos que libertad individual es aquella condición por la cual todo hombre disfruta de una amplia esfera de actividad privada en la cual los demás no pueden interferir.

Si quisiéramos analizar el significado de la libertad desde un punto de vista negativo, deberíamos definir la esclavitud. Para ello nada mejor que recurrir a Herbert Spencer. Decía este pensador que esclavo es alguien que trabaja sometido a coerción para satisfacer los deseos de otro, y el grado de severidad de la esclavitud a que está sometido depende de la mayor o menor medida en que el esfuerzo es aplicado compulsivamente en beneficio de otro en lugar de serlo en propio beneficio.

Hemos analizado hasta aquí las dos condiciones extremas de un hombre: la total libertad individual (limitada por las físicas, las leyes praxeológicas y las leyes humanas), y la máxima esclavitud posible (también limitada por la última y trágica libre opción del esclavo: obedecer o suicidarse). Todos los infinitos estados intermedios que puedan imaginarse entre ambas condiciones extremas, son exponentes de pérdida de libertad del hombre. No es una exageración tautológica afirmar que el hombre nunca es más o menos libre, sino más o menos esclavo. La condición del hombre libre es una sola: no absoluta ni ilimitada, como queda dicho, pero sí susceptible de constante perfeccionamiento. Nadie puede considerarse libre “a medias”. Sólo se puede ser esclavo a medias.

Ahora bien, cuando se pierde la condición de hombre libre, la disminución progresiva de la libertad no se detiene. Lamentablemente esto ocurre en forma gradual y las personas no advierten lo que les está sucediendo, sobre todo cuando la pérdida de la libertad se produce por el avance del Estado sobre el ámbito de acción privativo de los particulares, en violación de las leyes praxeológicas del mercado, provocan desocupación de un sector laboral en beneficio de los obreros que conservan sus empleos. Con esta arbitrariedad no solamente limitan la libertad del empleador -y del consumidor, que en definitiva es quien fija precios y salarios- sino que también limitan la libertad de los propios trabajadores que quizás preferirían trabajar por un sueldo menor antes que quedar sin empleo.

Los límites del Estado han sido siempre un motivo de discusión, ya que de la misma manera con que algunos pretenden llevar su poder hasta extremos en que el hombre se transforma en su siervo, otros pretenden negar toda forma de autoridad política, aduciendo que el menor atisbo de coerción gubernamental implica pérdida de libertad.

Ninguna de ambas posiciones es aceptable. Es más, constituyen las dos caras de una misma moneda totalitaria: el colectivismo y el anarquismo.

Von Mises se encargó de aclarar, con estas palabras los fundamentos del orden jurídico en un sistema de libertad: “Mientras el gobierno, es decir, el aparato social de autoridad y mando, limita sus facultades de coerción y violencia a impedir la actividad antisocial, la libertad individual prevalece intacta. Esta coerción no limita la libertad del hombre, pues aunque éste decidiera prescindir del orden jurídico y el gobierno, no podría al mismo tiempo disfrutar de las ventajas de la cooperación social, y actuar sin frenos obedeciendo a sus instintos de violencia y rapacidad”.

En efecto, cuando el hombre delega la defensa de su libertad en una organización social, no renuncia a dicha libertad, ya que lo que quiere es precisamente preservarla. A lo que renuncia es a la irracionalidad y a la violencia. Por eso el hombre no puede ser libre si no se desenvuelve en un medio social donde todos los hombres hayan pactado cooperar entre sí para ser libres.

Es obvio que los gobiernos carecerían de toda justificación moral si los hombres no tuvieran aquellos instintos de rapacidad y violencia que los llevan a enfrentar permanentemente entre sí. De no existir reglas estipuladas de convivencia y una fuerza defensiva organizada, los más fuertes e inescrupulosos terminarían por someter a los más débiles e indefensos. La justificación moral de todo gobierno se nutre en un derecho natural de todo ser viviente: usar de la fuerza para defenderse de las acciones destructivas de los demás.

Nadie pone en duda que el derecho más elemental e incuestionable de todo ser humano es el derecho a vivir y a conservar la propia existencia. Este derecho, lógicamente, implica el uso de los medios adecuados para la obtención del sustento y la preservación de la vida y la salud. (Recuérdese que hay una sola cosa que el hombre puede hacer sin medios: dejarse morir). Ahora bien, si admitimos el presupuesto del derecho a la vida y al uso de los medios idóneos para defenderla, fácilmente deducimos que el hombre es libre para elegir, usar y disponer de una variedad ilimitada e imponderable de dichos medios con los cuales ha de conservar la vida, ponerla a cubierto de futuros riesgos, asegurar la supervivencia y bienestar de los hijos, acumular reservas para la vejez y eventuales enfermedades y, finalmente, alcanzar fines superiores. Nadie puede razonablemente negarle al hombre tales lógicas atribuciones, con lo cual queda claramente perfilado su derecho natural e inalienable a poseer bienes y disponer libremente de ellos. He aquí el sentido de la propiedad privada.

Pero la propiedad privada sería ilusoria si no se la protegiera en forma efectiva mediante el orden jurídico. Los más fuertes y violentos impedirían este derecho a los más débiles y terminarían por apropiarse de todo. La vida humana se extinguiría en el planeta.

En todos los tiempos han existido hombres pacíficos y hombres violentos. Hombres buenos y hombres malos. Los pacíficos han intentado vivir en comunidad, trabajando, creando e intercambiando libremente el fruto de su trabajo. Pero los violentos, han utilizado sus energías destructoras para imponer su voluntad a sus semejantes y apropiarse por la fuerza de las energías creadoras de los demás.

He aquí, en esta realidad de la condición humana, la primera amenaza a la libertad del hombre. Caín impone su violencia homicida sobre el pacífico Abel. El Antiguo Testamento nos muestra descarnadamente esta trágica circunstancia que habrá de acompañar eternamente el destino del hombre: la libertad y su amenaza permanente. El hombre pacífico frente a su tirano, el hombre violento.

Como se recordará, Leonard Read define a esta realidad como “el único problema social que existe”, ya que todo lo demás queda en la jurisdicción de lo creativo y lo individual.

Según hemos visto, el derecho a la vida y a conservar la propia existencia, implica necesariamente el derecho a la libre elección de los medios con los cuales lograr tales primarios fines. No cabe pues duda de que la libertad individual es un derecho anterior al hombre mismo ya que proviene de su Creador que lo dotó de la voluntad de vivir y del instinto de la supervivencia. La libertad, sin embargo (y esto también lo dijimos), sólo es posible en un contexto de organización social, ya que el hombre primitivo jamás pudo ejercerla. Es, por lo tanto, un derecho que requiere el voluntario propósito de cultivarlo (la conciencia del hombre libre es, en rigor, un estado cultural), un derecho que exige una clara convicción de su conveniencia social y, sobre todo, una firme decisión de preservarlo. La manera moderna de ejercer la libertad individual (sobre todo en el plano económico que es donde alcanza su máxima significación social) constituye, como afirmamos al principio de este capítulo, la gran conquista de la civilización occidental. Pero una conquista constantemente amenazada y puesta en tela de juicio. Por ello la libertad es un derecho que debe ser defendido todos los días, un derecho ligado a la vida misma que -al igual que ésta- se halla expuesta a mil peligros y acechanzas.

Por esta razón la libertad no es posible sin los medios adecuados para defenderla. Ahora bien, cualquiera tiene el derecho moral de impedir las acciones destructivas de los demás. Pero, por las razones que analizaremos a continuación, el hombre pacífico no puede enfrentar por sí mismo a los seres violentos que amenazan su libertad.

En primer lugar porque el hombre pacífico que dedica todas sus energías creativas a su trabajo, no puede estar de vigilante, temeroso de las acechanzas de los demás. Y aunque así lo hiciera, su reducido ámbito de información no le permitiría conocer los peligros que se ciernen sobre su vida y bienes, tramados a veces a mucha distancia.

Porque si cada individuo se hiciera cargo personalmente de su propia defensa, tendríamos en la Argentina 35 millones de tribunales de justicia, cada cual con su propia concepción del derecho.

Porque al hombre sólo le está moralmente permitido usar la “fuerza defensiva” y jamás la “fuerza agresiva”. La diferencia entre ambas es demasiado sutil para que cada cual la interprete a su manera.

Y finalmente el argumento más convincente: porque si se trata de imponerse por el uso de la fuerza, es imprescindible el empleo de las armas, y en este terreno siempre ganan los que las manejan mejor. Entre un hombre laborioso y pacífico y un delincuente, sin duda este último habrá de manejar más hábilmente las armas. Si cada cual estuviese librado a su propia defensa, los delincuentes no tardarían en erigirse en gobernantes y someter por la fuerza agresiva a todos los seres pacíficos.

Con lo cual no podemos sino llegar a la siguiente conclusión:El hombre debe delegar la defensa de su libertad en una organización que utilice con carácter de monopolio la fuerza defensiva, a fin de enfrentar -orgánica y eficientemente- el único problema social que existe: las agresiones de algunos individuos contra la libertad individual. De ahí la necesidad de que exista un gobierno y un orden jurídico.

La organización de un Estado sólo se justifica, entonces, en la necesidad de los individuos de defenderse contra las acciones humanas que inhiben la energía creadora y su libre intercambio. Un gobierno justo deriva de esta única motivación: la necesidad común de todos los hombres de protegerse contra aquellos que quisieran limitar sus posibilidades creativas.

“El principio que justifica la organización, por parte de la sociedad, de una función defensiva -nos advierte Leonard Read-, impone limitaciones a lo que debe realizar dicha organización. En una palabra, la limitación del derecho reside en la propia justificación del derecho. La fuerza es una cosa peligrosa. Por lo tanto, la función organizada de la sociedad es un instrumento peligroso. Contrariamente a lo que algunos sostienen, no es un mal necesario. Siempre que se limite a su debido alcance defensivo, es un bien positivo. Cuando excede sus justas limitaciones y se convierte en una agresión, no es un mal necesario sino un mal, directamente.”

Es simple deducir que las facultades de un Estado están limitadas por los mismos principios que justificaron su creación. Si ningún individuo tiene el derecho de gobernar a otro, mucho menos la asociación de muchos individuos (el Estado) formada precisamente para proteger a sus integrantes de aquellos que aspiran a imponerles su voluntad por la fuerza, podría asumir facultades que el individuo no tiene. Es decir, si yo me organizo junto a otros individuos en una sociedad para evitar que los merodeadores violentos intenten limitar mi libertad, mal puedo aceptar que esa misma sociedad vaya más allá de sus fines y avance sobre los derechos para cuya preservación fue creada.

Podemos, en fin, hacer un resumen de lo expresado hasta aquí diciendo que el ámbito donde la criatura humana puede desarrollar al máximo sus potencialidades creativas e intercambiar libremente sus energías en una cooperación voluntaria que beneficia a todos, es la libertad individual. Como dicha libertad está siempre amenazada, el hombre debe hacer algo para preservarla. El Estado, pues, es la consecuencia de la necesidad del hombre de proteger su libertad. Por tal razón el Estado es una organización subordinada al hombre que tiene, por definición, facultades estrictamente limitadas. Si estos límites defensivos son sobrepasados, cosa que ocurre hoy, lamentablemente, en todos los países del mundo, el individuo pierde independencia y ve interferida y reducida su esfera privada de acción.

Digamos, para finalizar este capítulo que existen dos tipos de fuerza  según ya lo insinuamos antes: la fuerza defensiva y lafuerza agresiva. La primera es un derecho indiscutido de todo ser viviente sobre la tierra. La segunda, en cambio, es siempre inmoral y socialmente destructiva. La violencia agresiva sólo es legítima en el mundo salvaje, en medio de la competencia biológica por la supervivencia.

 La competencia social propia del hombre civilizado se basa en la cooperación y en la búsqueda de ganancias mediante un mejor servicio a los demás. Decididamente, toda forma de agresividad es dañina y antisocial.

Hemos visto que el hombre se ve precisado a delegar en el cuerpo político de la sociedad, el uso de la fuerza defensiva. Ahora bien, si nadie tiene el derecho moral de emplear la fuerza agresiva contra sus semejantes, nadie tampoco puede delegar en el gobierno ese derecho que no tiene. Además, lo que no puede hacer un solo individuo, tampoco lo puede hacer un grupo de individuos o una sociedad. Sólo la fuerza defensiva podemos moralmente utilizar, y sólo la fuerza defensiva delegamos legítimamente en el gobierno,

Sin embargo, los gobiernos suelen atribuirse derechos y facultados que los individuos no tienen. A raíz de esta extralimitación, la fuerza defensiva del Estado puede transformarse, casi inadvertidamente, en una fuerza agresiva y volverse contra aquellos mismos a los cuales debiera proteger.

El padre del liberalismo político, John Locke, ha dicho que la grande y principal finalidad de los hombres que se unen en república y se someten al gobierno es el mantenimiento de su propiedad. Podríamos agregar que la única función de un gobierno republicano es defender la propiedad privada, amparar la libertad de los ciudadanos y asegurar la convivencia pacífica.

Podemos afirmar que todo empleo de la fuerza agresiva por parte del gobierno atenta contra la propiedad, reduce las esferas privadas de acción, inhibe las energías creadoras de los individuos y disminuye las posibilidades y recursos globales perjudicando a toda la sociedad. En este aspecto la doctrina liberal es, como acertadamente la definió Carlos Sánchez Sañudo, la doctrina de la limitación del poder.

En resumen: el orden social de la libertad es un inteligente sistema de fronteras móviles que el hombre puede ensanchar hasta el infinito siempre que tenga la sabiduría de armonizar sus propias y falibles leyes con aquellas otras leyes perfectas que el Creador estableció en todo el Universo para nuestro exclusivo uso y beneficio.

IF YOU ALLOW THE GOVERNMENT TO BREAK LAWS FOR AN EMERGENCY, THEY WILL ALWAYS CREATE AN EMERGENCY TO BREAK LAWS.
Everything the State says, is a lie; and everything it has, it has STEALT.

Los impuestos son robo y no pueden justificarse ni siquiera por causas caritativas

Por Dumo Denga. ORIGINAL IN ENGLISH

En su artículo «Las multinacionales obtienen beneficios obscenos de las crisis mundiales —pónganles impuestos para defender los derechos humanos», Magdalena Sepúlveda pedía más impuestos a las multinacionales y a los ricos como medio para financiar políticas destinadas a proteger a los más vulnerables de lo que ella llama «la crisis del coste de la vida». En este artículo, me gustaría responder a Sepúlveda diciendo que la fiscalidad es un robo y que cualquier intento de justificar los impuestos, especialmente por caridad, llevará a conclusiones irracionales.

A mi entender, Sepúlveda adopta la filosofía de la socialdemocracia. Dicha filosofía es una subcategoría del socialismo y se distingue por abogar por derechos de propiedad privada relativamente más fuertes en comparación con el marxismo y el leninismo, los cuales rechazan por completo los derechos de propiedad privada.

Además, los defensores de la socialdemocracia (SDA) creen que parte de los ingresos obtenidos por los propietarios pertenecen a la sociedad, de ahí sus continuos llamamientos a favor de más impuestos, un nuevo impuesto sobre la riqueza o cualquier otro impuesto destinado a lograr fines igualitarios (que incluyen, entre otros,«reducir la desigualdad» o «una distribución más equitativa de la riqueza»). Los interesados en saber más sobre los orígenes de la socialdemocracia pueden leer el libro de Hans-Hermann Hoppe titulado Social DemocracyEn el artículo de Sepúlveda, hay un momento en el que, en mi opinión, muestra sus afiliaciones con la socialdemocracia. Afirma: «Las pandemias, las guerras y las recesiones no eximen a los Estados de cumplir sus compromisos en materia de derechos humanos. Deben gravar más a las multinacionales y a los más ricos para financiar políticas específicas que protejan a los más vulnerables contra la crisis del coste de la vida».

Los impuestos son un robo y los ASD como Sepúlveda se enfrentan a un problema moral cuando abogan por los impuestos, independientemente de los fines de los impuestos propuestos. La razón se deriva de la teoría de la ley natural de la propiedad, popularizada por Murray Rothbard, Walter Block y Hoppe. La ley natural proporciona cuatro reglas simples y lógicamente conectadas para la propiedad privada:

  1. Una persona es dueña de su propio cuerpo.
  2. Una persona es propietaria de todo bien escaso otorgado por la naturaleza que haya puesto en uso mediante su propio cuerpo antes que nadie. Es el concepto de apropiación originaria.
  3. Una persona es propietaria de todos los productos nuevos que ha creado mediante sus propios bienes originalmente apropiados y su propio cuerpo, siempre que no se haya dañado la propiedad de otros durante el proceso de producción.
  4. La propiedad de los bienes que se han apropiado o producido originalmente sólo puede transferirse del propietario anterior al posterior mediante un acuerdo contractual voluntario.

Los impuestos son un robo porque violan la cuarta regla, que exige que la propiedad se transfiera mediante un acuerdo contractual voluntario. Los impuestos no requieren ningún acuerdo contractual para la transferencia de la propiedad del contribuyente al Estado. Efectivamente, los impuestos son una reclamación sobre la parte de la propiedad de los ciudadanos por parte del Estado, y el hecho de que los ciudadanos no se adhieran a dicha reclamación puede tener como resultado el encarcelamiento, que es una amenaza de violencia. Esto no es diferente de ser asaltado por un ladrón que utiliza una pistola para obtener cooperación.

Los ASD podrían refutar afirmando que los ingresos obtenidos mediante los impuestos se utilizan para financiar el sistema judicial y otras funciones estatales que tienen por objeto ayudar al orden social y la caridad, que a partir de aquí se denominan «causas sociales». Sin embargo, tal refutación no aborda la violación de los derechos naturales que conlleva la tributación. Si se aceptara tal refutación, entonces se deduce que los ladrones comunes, incluidos los que utilizan la amenaza de la violencia para coaccionar la cooperación, están justificados para tomar por la fuerza la propiedad de sus víctimas siempre que el producto de tal delito se utilice para causas sociales.

Dado el problema de la refutación de las «causas sociales», los ASD tendrán que usar otro argumento que es que la tributación no viola la ley natural porque existen contratos «implícitos» o «conceptuales» entre los propietarios y el Estado que dan cuenta de la tributación. Tal refutación fracasa a la hora de justificar los impuestos porque estos contratos «implícitos» o «conceptuales» no existen. Para que exista un contrato, debe haber al menos dos partes que se pongan de acuerdo y, lo que es más importante, las partes deben ser conscientes del contrato que se está acordando.

Sin embargo, si tales contratos existen, entonces los APS tendrán que demostrar también cómo los ciudadanos aceptan tales contratos. En otras palabras, los ASD tendrán que demostrar cómo un ciudadano acepta un acuerdo no terminable con el Estado en el que se conceden al Estado amplios poderes sobre la propiedad privada de un ciudadano. En mi opinión, demostrar que existen acuerdos «conceptuales» o «implícitos» entre el ciudadano y el Estado y que los ciudadanos celebran dichos acuerdos mediante consentimiento expreso o tácito es una tarea casi imposible.

Hoppe, en el capítulo quince de su libro titulado La economía y la ética de la propiedad privada), justifica aún más mi punto de vista sobre la celebración de un acuerdo de este tipo.

Es inconcebible que alguien pueda aceptar un contrato que permita a otra persona determinar permanentemente lo que puede o no puede hacer con su propiedad, ya que al hacerlo esa persona se habría quedado indefensa ante ese decisor último. Del mismo modo, es inconcebible que alguien acepte un contrato que permita a su protector determinar unilateralmente, sin el consentimiento del protegido, la suma que éste debe pagar por su protección.

Teniendo en cuenta la cita anterior y mis objeciones anteriores, argumentar que los impuestos no violan la ley natural debido a acuerdos «implícitos» o «conceptuales» entre el Estado y los propietarios debe abandonarse porque es inconcebible que los propietarios acepten tales contratos.

Con respecto al artículo de Sepúlveda y su llamamiento a aumentar los impuestos a las empresas multinacionales y a los ricos, hay que señalar que los impuestos violan los derechos naturales a pesar de las intenciones de la fiscalidad, ya que en la práctica permiten que el Estado tome por la fuerza una parte de la propiedad de uno sin su consentimiento. El derecho natural exige que la propiedad se transfiera mediante acuerdos contractuales voluntarios.

Además, las razones esgrimidas en un intento de justificar la tributación —ya sea por causas sociales o que la tributación responde a acuerdos «implícitos» o «conceptuales» entre el Estado y los propietarios— deben rechazarse porque la primera justifica efectivamente el robo en general, mientras que la segunda es inconcebible.

[Una versión de este artículo se publicó originalmente en ManPatria.]

Author:

Dumo Denga (@dumodenga) is an Austro-Libertarian and co-hosts the ManPatria Podcast

The real labor exploitation is that the State steals half of your salary through taxes.
«- You’re paying too little tax.»

Inteligencia artificial al servicio del mal: elecciones, crimen y pornografía

¿Qué repercusiones tiene en general para las elecciones de un país, que se difunda gracias a la magia de la IA, a un candidato sosteniendo relaciones sexuales, por ejemplo, con un menor de edad? Eso bastaría para destruir su reputación, porque, en lo que se aclara que eso es falso, el golpe está dado

por Raúl Tortolero

Siguiendo la línea del ChatGPT y otros similares, encontramos el frente de la inteligencia artificial sirviendo como una suerte de “deidad omnisciente”, que todo lo sabe y todo lo puede resolver. (Twitter)

Para bien y para mal, sin duda alguna el siglo XXI estará marcado por la irrupción y gran despliegue de la inteligencia artificial (IA).

Sin embargo, los científicos no han sido capaces de prever todo el daño que causaría a nuestras naciones, rubro por rubro, porque, justo como ellos mismos han reconocido, se dedican a la ciencia, y no a la política, a la cultura, a la religión, a la seguridad, o a la economía, por sólo mencionar algunas de la áreas más sensibles que podrían verse afectadas por estos sistemas que llegarían, según las previsiones, a ser más inteligentes que los seres humanos.

Un ejemplo de por qué podrán superarnos las inteligencias artificiales, es que si una de ellas “aprende” algo, otras 10.000 lo aprenden al mismo tiempo. Su interconexión es inmediata, y la aplicación del nuevo conocimiento también. En cambio, si un ser humano descubre cómo arreglar cierto problema, no será ni inmediato ni sencillo que otros 9.999 humanos se enteren, lo aprendan, y lo apliquen. Esto es una seria diferencia que pone al género humano en desventaja.

Ahora bien, ya estamos viendo algunos usos de la IA en campañas negras con fines políticos y electoreros. Ya han sido difundidas al menos dos imágenes fake de Donald Trump, creadas por la IA.

Una, donde se le ve siendo supuestamente detenido por dos policías, en el contexto de su proceso en Nueva York.

Ahí su mano derecha carece de dedos, su brazo derecho es más corto, y su cuello del lado izquierdo luce falso. Pero para el común de los mortales, no acostumbrados al pensamiento crítico, a revisar y cuestionarlo todo, el impacto de la falsa foto puede ser brutal.

Así, la IA en estos casos equivale a los montajes que se hacen aún con Photoshop (y hasta con mejor definición y contundencia). Pero la IA apenas va empezando en estos trotes de la falsificación profunda.

La otra imagen es un Trump hincado, visto de lado. No se ven defectos aparentes. Expertos en identificar imágenes generadas por IA ha declarado que uno debe poner atención en las manos, que a menudo aparecen sin dedos. O bien, checar bien los bordes de la cara, si el color de los ojos es el mismo en ambos.

Aunque si hay dinero de por medio, y especialistas, la IA podría ser alimentada por miles de videos de Trump, o de cualquier otro político de quien se busque destruir su reputación, y crear un producto casi perfecto.

Es el caso de tratamiento que se hizo en el Dalí Museum, de San Petersburg, en Florida, en el que se procesaron 6.000 fotogramas del famoso pintor surrealista, y se usaron 1.000 horas de aprendizaje, en las que la IA “entendió” cómo este personaje movía las cejas, los ojos, las manos.

El resultado es que se puede interactuar con él en ese lugar, y al final el pintor te invita a tomarte una selfie con él. Algo hiper realista.

También es un caso de extremo realismo el Tom Cruise fake que aparece en TikTok. Complicado poder saber que no es el verdadero, y además cuenta con 5,2 millones de seguidores.

Ahora bien, si por ejemplo, a los spin doctors malévolos cercanos al Partido Demócrata de los Estados Unidos se les ocurriera poner en práctica estas técnicas de deep fake para buscar demoler la reputación de Trump, cuentan ya con miles de horas de videos del presidente 45, y se podría simular algo tan devastador como hacerlo ver, en el colmo del fake, y de la intencionalidad política (lo harían alegando en que así “salvan” a EE. UU.), en escenas pornográficas falsas, pero con total realismo.

Esto ya se ha hecho y es común hasta cierto punto, tomando los rostros y cuerpos de actores y actrices famosos, mezclando sus fotogramas con algunos otros de películas XXX hasta lograr un resultado en el que muchos jurarían que se trata de la misma persona.

Gal Gadot, Maisie Williams, Taylor Swift, Aubrey Plaza, Emma Watson y Scarlett Johansson ya han sido puestas en escenas pornográficas fake, a manos de la IA.

¿Qué repercusiones tiene en general para las elecciones de un país, que se difunda gracias a la magia de la IA, a un candidato sosteniendo relaciones sexuales, por ejemplo, con un menor de edad? Eso bastaría para destruir su reputación, porque, en lo que se aclara que eso es falso, el golpe está dado, y habrá medios de comunicación cómplices pagados, y miles de cuentas bots en redes, listos para coadyuvar con el linchamiento moral (y éste no será fake, sino muy real).

Esto es sólo uno de los peores ejemplos de cómo se puede dar un uso malévolo a la IA en términos políticos. Pero imaginemos otros: un candidato inyectándose heroína, o actuando como zombie tras haber supuestamente consumido fentanilo; o reuniéndose con conocidos capos de la droga u otros criminales, o participando en rituales satánicos, o cualquier otra cosa con la cual se pueda impactar al electorado para mal.

Todo lo anterior, en cuanto a la elaboración de la IA de imágenes de personas, con o sin movimiento, es decir, fotos o videos. Pero hay mucho más: pensemos en la “creación” de documentos falsos. La IA abriendo sitios web falsos, con información también falsa, pero plausible. Por ejemplo, escrituras fake de decenas de propiedades en diversos países, para vender la percepción de “enriquecimiento ilícito y corrupción” de un funcionario al que se quiere demoler.

Actas de nacimiento falsas, cuentas de banco falsas, cartas falsas, archivos falsos, llamadas telefónicas falsas. Y un largo etcétera.

Fuera de lo político electoral, está el uso criminal de la IA para ganar dinero sucio. Por ejemplo, la IA creando contenido “fake” de pornografía infantil. Impunemente, porque no se puede meter a la cárcel a la IA, y quizá no se pueda rastrear tan fácilmente a los responsables. E incluso, si se hallaran, éstos acaso podrían argumentar que los adultos y los menores que ahí se ven, no son “reales”, sino una simple ficción.

Por otro lado, siguiendo la línea del ChatGPT y otros similares, encontramos el frente de la inteligencia artificial sirviendo como una suerte de “deidad omnisciente”, que todo lo sabe y todo lo puede resolver. Esto podría ser la base de nuevos cultos, como ha advertido hace poco el “filósofo” ateo, progre-globalista y agorero de la desgracia humana, Yuval Noah Harari.

La IA sirviendo de plataforma para nuevas religiones, cuya figura principal sería una suerte de “oráculo”. Como en el que en su momento fue anunciado y criticado en la película “I.A., Inteligencia Artificial”, de Spielberg (en el lejano 2001), conocido como “Dr. Know”. Desde ahí ya se advertía que las respuestas corresponderían sólo a lo que el programador quisiera que se supiera, manipulando así el conocimiento disponible por la sociedad.

Harari dijo en el evento “AI Frontiers Forum” en Suiza que los adherentes a un culto de este tipo podrían en algún momento ser instruidos por computadoras para asesinar a otros seres humanos.

“En el futuro, podríamos ver los primeros cultos y religiones de la historia cuyos textos venerados fueron escritos por una inteligencia no humana”, dijo Harari en citas publicadas el martes 2 de mayo por el diario británico Daily Mail.

“Al contrario de lo que suponen algunas teorías de la conspiración, en realidad no es necesario implantar chips en los cerebros de las personas para controlarlos o manipularlos”, dijo, remando en sentido contrario a Elon Musk y sus investigaciones en Neuralink. “Durante miles de años, los profetas, los poetas y los políticos han utilizado el lenguaje y la narración de historias para manipular y controlar a las personas y remodelar la sociedad”, aseguró el israelita. Y en eso tiene en parte razón.

Muchos capítulos de la estupenda y terrorífica serie “Black Mirror” –por mucho la mejor en décadas–, advierten sobre los infiernos que podría representar el desarrollo malévolo de la IA en la vida cotidiana. Por sólo mencionar uno: Metalhead. Véanlo.

Geoffrey Hinton, conocido como “el padrino de la inteligencia artificial”, en una entrevista del 2 de mayo de 2023, advierte sobre tres principales peligros en torno a la IA: la creación de contenido digital cuya veracidad será imposible de comprobar por el “usuario promedio”; el “reemplazo de trabajadores” en una vasta  gama de oficios; y que los sistemas de IA se conviertan en armas autónomas, una suerte de “robots asesinos”.

Expuso que:

“Somos sistemas biológicos y estos son sistemas digitales. La gran diferencia con los sistemas digitales es que tienes muchas copias del mismo conjunto, del mismo modelo del mundo, y todas estas copias pueden aprender por separado pero comparten su conocimiento al instante. Es como si tuviéramos 10.000 personas y cada vez que una aprende algo, todas las demás lo aprenden automáticamente. Así es como estos sistemas logran saber mucho más que el resto”.

Empero, esto podría tener un lado positivo, claro: “La capacidad de estos grandes chatbots de saber mucho más que nadie los haría mejores que el médico de familia estándar. Serían como un médico que ha visto a diez millones de pacientes y probablemente esté viendo a muchos con los mismos problemas por los que tú acudes al médico”, dijo Hinton. Bien para la salud ciudadana, mal para los médicos, que se verían superados por la inteligencia artificial.

Se ha hablado poco de los límites que habría que establecer desde ahora para los malos usos de la IA y esto sólo puede hacerlo el Estado, desde sus ejecutivos, legisladores y jueces. Porque el libre mercado no va a poder parar los desarrollos malévolos de estas empresas, cuyo único fin es hacer dinero, y sin la “intervención” del Estado para regular la operación de la IA, esta podría derruir nuestra civilización.

Planificación estatal vs. proceso de mercado

Como ha subrayado Hayek, los fenómenos complejos de las ciencias sociales son contraintuitivos, debe escarbarse en distintas direcciones de la historia, la filosofía, la economía y el derecho para llegar a conclusiones acertadas, como decía el decimonónico Bastiat hurgar en “lo que se ve y lo que no se ve”.

 por Alberto Benegas Lynch

Resulta muy relevante percatarse del orden que presenta la libertad y el desorden a que conduce la prepotencia de los megalómanos del aparato estatal. En este contexto antes he citado al periodista John Stossel que ilustra magníficamente la idea con un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado. Stossel nos invita a cerrar los ojos e imaginarnos todos los procesos en regresión desde los agrimensores calculando espacios en los campos, los alambrados, los postes, los fertilizantes, los plaguicidas, los tractores, las cosechadoras, los caballos, las riendas y monturas, los peones en medio de cartas de crédito, bancos, transportes y las fábricas para construir esos medios de transporte, etc, etc. Hay cientos de miles de personas cooperando entre sí solo interesadas en lo que hacen en el spot pero vía el mecanismo de precios coordinan sus actividades que a veces como nos dice Michael Polanyi ni siquiera las pueden explicitar puesto que se trata de “conocimiento tácito” y, sin embargo contribuyen a formar un proceso de información dispersa y fraccionada que permite lograr objetivos de producción.

Pero luego enfatiza Stossel arriban los planificadores de sociedades que dicen que no puede dejarse las cosas a la anarquía del mercado e intervienen con precios controlados y otras sandeces, lo cual conduce a que desaparezca el celofán, el trozo de carne, la góndola y eventualmente el supermercado. Es lo que el premio Nobel en economía Friedrich Hayek ha bautizado como “la arrogancia fatal”. Y tengamos en cuenta que el mercado no es un lugar ni una cosa, el mercado somos todos, el sacerdote cuando compra su sotana, cuanto tomamos un taxi, cuando adquirimos ropa, medicamentos o lectura, el cirujano cuando opera, el verdulero cuando vende, el que opera con un celular y así sucesivamente.

Es alarmante la ignorancia supina que ponen de manifiesto aquellos que la emprenden contra el mercado sin percatarse que la emprenden contra la gente pues, como queda dicho, de eso se trata. Al vociferar que debe contradecirse el mercado se está diciendo que hay que contradecir las preferencias de la gente en pos de los caprichos de quienes se ubican en el trono del poder político que en lugar de dar paso a información fraccionada y dispersa optan por la concentración de ignorancia con los resultados nefastos y caóticos por todos conocidos.

Afortunadamente han existido y existen autores notables que enriquecen la tradición de pensamiento liberal, principalmente desde la Roma republicana del derecho, el common law, la Escolástica Tardía o Escuela de Salamanca, Grotius, Richard Hooker, Pufendorf, Sidney y Locke, la Escuela Escocesa, la siempre fértil e inspiradora Escuela Austríaca, la rama del Public Choice y tantos pensadores de fuste que alimentan al liberalismo, constantemente en ebullición y que en toda ocasión tiene presente que el conocimiento es provisorio sujeto a refutación según la valiosa mirada popperiana.

Nullius in verba -el lema de la Royal Society de Londres que tantas veces cito- puede tomarse como un magnífico resumen de la perspectiva liberal, no hay palabras finales, lo cual no significa adherir al relativismo epistemológico, ni cultural, ni hermenéutico ni ético ya que la verdad -el correlato entre el juicio y lo juzgado- es independiente de las respectivas opiniones, de lo contrario no solo habría la contradicción de que suscribir el relativismo convierte esa misma aseveración en relativa, sino que nada habría que investigar en la ciencia la cual se transformaría en un sinsentido.

También es de gran relevancia entender que el ser humano no se limita a kilos de protoplasma sino que posee estados de conciencia, mente o psique por lo que tiene sentido la libertad, sin la cual no habría tal cosa como proposiciones verdaderas o falsas, ideas autogeneradas, la posibilidad de revisar los propios juicios, la responsabilidad individual, la racionalidad, la argumentación y la moral.

Los aportes de liberales, especialmente en el campo de la economía y el derecho han sido notables pero hay un aspecto que podría reconocerse como el corazón mismo del espíritu liberal que consiste en los procesos evolutivos debidos a las faenas de millones de personas que operan cada uno en su minúsculo campo de acción cuyas interacciones producen resultados extraordinarios que no son consecuencia de ninguna acción individual puesto que el conocimiento está fraccionado y es disperso.

En otros términos, la ilimitada soberbia de planificadores hace que no se percaten de la concentración de ignorancia que generan al intentar controlar y dirigir vidas y haciendas ajenas. Uno de los efectos de esta arrogancia supina deriva de que al distorsionar los precios relativos, afectan los únicos indicadores con que cuenta el mercado para operar y, a su vez, desdibuja la contabilidad y la evaluación de proyectos que inexorablemente se traduce en consumo de capital y, por ende, en la disminución de salarios e ingresos en términos reales. Y como apunta Thomas Sowell, el tema no estriba en contar con ordenadores con gran capacidad de memoria puesto que la información no está disponible ex ante la correspondiente acción.

Lorenzo Infantino –el célebre profesor de metodología en Roma y muy eficaz difusor de la tradición de la Escuela Austríaca- expone el antedicho corazón del espíritu liberal y lo desmenuza con una pluma excepcional y un provechoso andamiaje conceptual (para beneficio de los hispanoparlantes, con la ayuda de la magistral traducción de Juan Marcos de la Fuente). Las obras más conocidas de Infantino son Ignorancia y libertad, Orden sin plan y la suculenta Individualismo, mercado e historia de las ideas. Libros a la altura de los jugosos escritos del excelente jurista Bruno Leoni que pone de manifiesto que el derecho es un proceso de descubrimiento y no de diseño o ingeniería social y de los trabajos del muy prolífico, original y sofisticado Anthony de Jasay quien, entre otras cosas, se ocupa de contradecir los esquemas inherentes a los bienes públicos, free riders, asimetría de la información y el dilema del prisionero.

Tiene sus bemoles la pretensión de hacer justicia a un autor en una nota periodística, pero de todos modos transcribo algunos de los pensamientos de Infantino como una telegráfica introducción que a vuelapluma pretende ofrecer un pantallazo de la raíz y del tronco central de la noble tradición liberal.

Explica de modo sumamente didáctico los errores de apreciación a que conduce el apartarse del individualismo metodológico e insistir en hipóstasis que no permiten ver la conducta de las personas y ocultarlas tras bultos que no tienen vida propia como “la sociedad”, “la gente” y afirmaciones tragicómicas como “la nación quiere” o “el pueblo demanda”.

Desarrolla la idea de Benjamin Constant de la libertad en los antiguos y en los modernos, al efecto de diferenciar la simple participación de las personas en el acto electoral y similares respecto de la santidad de las autonomías individuales a través de ejemplos históricos de gran relevancia. Infantino se basa y en gran medida desarrolla las intuiciones de Mandeville y Adam Smith en los dos libros mencionados de aquél autor.

Asimismo, el autor de marras se detiene a explicar los peligros de la razón constructivista (el abuso de la razón) para apoyarse en la razón crítica. Muestra, entre otras, las tremendas falencias y desaciertos de Comte , Hegel y Marx en la construcción de los aparatos estatales totalitarios, al tiempo que alude a la falsificación de la democracia (en verdad, cleptocracia). En este último sentido, dado que el antes referido Hayek sostiene en las primeras doce líneas de la edición original de su Law, Legislation and Liberty que hasta el momento los esfuerzos del liberalismo para ponerle bridas al Leviatán han resultado en un completo fracaso, entonces se hace necesario introducir nuevos límites al poder y no esperar con los brazos cruzados la completa demolición de la libertad y la democracia en una carrera desenfrenada hacia el suicido colectivo.

En este sentido, como ya he escrito en otras oportunidades, para hacer trabajar las neuronas y salirnos de lo convencional, al efecto de limitar el poder hay que prestarle atención a las sugerencia del propio Hayek para el Legislativo, de Leoni para el Judicial y aplicar la receta de Montesquieu para el Ejecutivo, es decir, que el método del sorteo “está en la índole de la democracia”. Mirado de cerca esto último hace que los incentivos sobre cuya importancia enfatizan Coase, Demsetz y North trabajen en dirección a que se establezcan límites estrictos para proteger las vidas, propiedades y libertades de cada uno ya que cualquiera puede gobernar. Además habría que repasar los argumentos de Randolph y Gerry en la asamblea constituyente estadounidense en favor del Triunvirato.

Infantino recorre los temas esenciales que giran en torno a los daños que produce la presunción del conocimiento de los megalómanos que arremeten contra los derechos individuales alegando pseudo derechos o aspiraciones de deseos que de contrabando se pretenden aplicar vía la guillotina horizontal bajo la destructiva manía del igualitarismo.

Lamentablemente, como ha subrayado Hayek, los fenómenos complejos de las ciencias sociales son contraintuitivos, debe escarbarse en distintas direcciones de la historia, la filosofía, la economía y el derecho para llegar a conclusiones acertadas, como decía el decimonónico Bastiat hurgar en “lo que se ve y lo que no se ve”.

A través de la educación de los fundamentos de los valores y principios de la sociedad abierta se corre el eje del debate para que, en esta instancia del proceso de evolución cultural, los políticos se vean obligados a recurrir a la articulación de discursos distintos, mientras se llevan a cabo debates que apuntan en otras direcciones al efecto de preservar de una mejor manera las aludidas autonomías individuales y escapar de la antiutopía orwelliana del gran hermano y, peor aún, a la de Huxley -sobre todo en la versión revisitada- donde las personas piden ser esclavizadas.

Tal vez podamos poner en una cápsula el pensamiento de Infantino con una frase de su autoría: “Cuando renunciamos a las instituciones de la libertad y nos entregamos a la presunta omnisciencia de alguien, cubre su totalidad la escala de la degradación y la bestialidad”.

Vivir bajo tiranías maquilladas

El «derecho positivo» es una contradicción conceptual; no es derecho sino una violación al DERECHO NATURAL INDUVIDUAL que nos reconocemos entre iguales en la especie humana.

Ningún humano tiene potestad de crear derechos y quienes suponen poder hacerlo son entre ignorantes profundos o unos desquiciados megalómanos cobijados por el poder.

Las leyes que no se basan y protegen LA VIDA, LA LIBERTAD, LA PROPIEDAD del individuo no son leyes sino violaciones, prohibiciones y opiniones de grupos en el poder contra aquellos derechos y para beneficiarse demagógicamente con el beneplácito de seguros votantes.

El «estado» actual es toda una edificación ilegítima contra el derecho individual alimentado por un sistema de permanencia llamado democracia y una ignorancia masiva de los propios derechos. (Individuo Libre)

Desokupar el Estado

POR FRAN CARRILLO

«Okupar no es un derecho, okupar es un delito». Esta sentencia, expresada desde la realidad de una lógica que intentan escondernos desde la progresía acomodada, la repetí una y otra vez en tribuna parlamentaria durante años, para que se entendiera que un problema factual como el de la vivienda no puede solucionarse generando otro de mayor magnitud y que además, incurre en actuaciones delictivas. No existe derecho alguno que recoja la necesidad de irrumpir en domicilios ajenos, allanarlos y someter a los verdaderos propietarios de los mismos a un infierno personal. Y por tanto, ninguna ley debería proteger y amparar dicho dislate. Sin embargo, las normas que hoy legislan los políticos y hacen cumplir los jueces amplían las posibilidades criminales del delincuente que, sabedor de su impune inmunidad, delinque una y otra vez.

Los medios progubernamentales se han ocupado la semana reciente en insuflar de optimismo sanchista a la población, es decir, de mentiras precocinadas, argumentando que las cifras de okupación no son tan altas y que éstas, además, descienden por momentos. Cotejan el porcentaje total de población y viviendas actuales con el número de okupaciones oficiales registradas, para el que total resultante refuerce su relato: no hay tantos okupas en España como para crear alarma social, dice la progresía, mientras se retira a sus chalets y áticos con seguridad privada a disfrutar de su enésima píldora propagandística.

Una verdad a medias, habitual en el argumentario del zurderío, porque sólo Madrid y Andalucía ven rebajada la okupación ilegal de viviendas en 2023 respecto al año anterior, incrementándose en comunidades como CataluñaComunidad Valenciana y Extremadura. Ajustándonos a ese relato perverso, podríamos preguntar: ¿Quién gobierna en una y quién en otras? ¿Por qué los okupas campan a sus anchas allá donde el socialismo ocupa el poder? ¿Eligen por accidente el contexto donde delinquir o saben en qué territorios les está permitido saltarse la ley?

Igual es que los delincuentes, hayan nacido aquí o sean de importación fronteriza, saben que, donde hay socialismo, no hay ley. Porque el socialismo es enemigo de la democracia liberal y de sus contrapesos. Y en su afán por cubrir de Estado todo lo que rodea a la vida del individuo, acaba por generar injusticias y desamparos. De ahí que, cuando el Estado no protege la libertad y seguridad del pueblo, este busca respuestas fuera de dichos límites. Y ahí nacen asociaciones como Desokupa, cuya existencia obedece, no solo al olfato emprendedor de quienes la impulsan, sino al fracaso legislativo y jurídico de un país. Porque el ciudadano se defiende cuando el Estado le abandona. Cada vez más gente contrata los servicios de unos tipos de fornido físico que se encargan de hacer lo que la policía no puede hacer porque la política ha permitido que no se haga.

España va camino de convertirse en un far west al que solo le falta aprobar la segunda enmienda de la constitución norteamericana para que todo el mundo tenga el derecho a portar armas. Y así defenderse de quien pretende violar su integridad física, su propiedad personal y su libertad.individual. Desokupa existe porque el Estado (socialista) ha fracasado. Una vez más. Y con él, sus leyes y normas, dictadas y protegidas por políticos mediocres, que legislan con un propósito buenista sobre la condición humana, a la que tutelan con ese pedigrí paternalista que todo lo inunda. Frente a los desmanes, desatinos e injusticias que el sanchismo reinante ha perpetrado en esta legislatura ominosa, los ciudadanos empiezan a entender que ninguna democracia sobrevive sin respeto a la propiedad privada.

Y mientras los españoles buscan soluciones fuera de los límites del Estado, la respuesta del Gobierno al problema de la vivienda es prometer pisos que nadie quiere en lugares a los que nadie irá. Desconocen cuánto de bueno, amén de viejo, tiene la SAREB en su carpeta, pero ahí tenemos a Sánchez y demás vendedores de mercancías aprovechando que estamos en año electoral para infundir miedos y esperanzas al rebaño acogotado. Siguen sin entender que el nicho sociológico que va a voltear todo esto se llama jóvenes: y están virando su intención de voto con la misma rapidez con la que el sanchismo crea sus mentiras.

La mayoría de los jóvenes no creen en estos políticos, pero sobre todo, no creen en una izquierda que bastardea sus principios con la facilidad de un tahúr de mercadillo. Ya reconocen abiertamente que cuando los delincuentes gobiernan las instituciones, la delincuencia reina en las calles y acampa en casas ajenas. Y no están dispuestos a permitir que le okupen el futuro que aún no tienen.

Coda: Sólo para que se vea la imposibilidad de mantener un Estado (socialista) como el actual. En los últimos años, el conjunto de las administraciones públicas tuvo que inyectar 3.500 millones de euros en el total de empresas perteneciente a la red estatal para evitar su quiebra. Por no hablar de la grasa sobrante en personal contratado a dedo, chiringuitos ideológicos, gasto público corriente ineficiente, etc. No, no sobra Desokupa. Sobra EstadoSobra socialismo. Y sobran gestores políticos mediocres.

Es hora de separar la escuela del Estado

En muchos círculos libertarios y conservadores, el plan de vales de Milton Friedman se considera el patrón oro en soluciones escolares de libre mercado. En lugar del sistema actual, Friedman sugería dar un vale por cada alumno que pudiera utilizarse en escuelas públicas o privadas, abriendo así estas últimas a la financiación federal y, presumiblemente, ayudando a su proliferación. En efecto, este sistema supondría una mejora, pero difícilmente es el patrón oro.

Las escuelas públicas se financian con los impuestos de los ciudadanos de una ciudad, lo que significa necesariamente que los contribuyentes sin hijos matriculados también pagarán su mantenimiento; incluso los contribuyentes sin hijos están subvencionando la educación pública de los que utilizan el sistema.  (Archivo)

Por FEE

El sistema escolar estatal actual es una monstruosidad de talla única que desplaza a las alternativas privadas y difunde propaganda socialista y anticristiana. Es hora de pensar más allá de los vales escolares de Friedman, es hora de separar la escuela del Estado.

Desplazamiento

Si hay algún estigma contra las escuelas privadas, es su coste frente al sistema público. Esto deja espacio para que el partidario de la escuela pública afirme: “si hubiera un mercado para la educación privada de bajo coste, se ofrecería, pero como no se cumple ampliamente, el consenso general debe permanecer con el sistema público.” El argumento sería correcto de no ser por un detalle: el mercado está distorsionado por el poder político del Estado, que impide la entrada de las empresas necesarias para llenar el vacío.

Las escuelas públicas se financian con los impuestos de los ciudadanos de una ciudad, lo que significa necesariamente que los contribuyentes sin hijos matriculados también pagarán su mantenimiento; incluso los contribuyentes sin hijos están subvencionando la educación pública de los que utilizan el sistema. Como resultado, el coste de la educación pública es artificialmente bajo para los padres que la utilizan, una situación que no podría reproducirse en un mercado libre. Si el sistema estatal fuera una empresa privada, no duraría ni un año antes de quebrar, ya que sólo puede sobrevivir gracias a las subvenciones que le proporcionan los impuestos, el poder político.

La empresa privada es enormemente competitiva y, cuando se libera, casi puede hacer milagros, pero lo que no puede hacer es competir eficazmente con las empresas estatales, que pueden financiar sus pérdidas con los impuestos. En consecuencia, actualmente no es posible que las escuelas privadas ocupen el mismo nicho que las públicas, sino que deben ramificarse y especializarse para ofrecer un bien fundamentalmente distinto del que ofrece el Estado. Las escuelas concertadas KIPP, como analiza Thomas Sowell en su nuevo libro Las escuelas concertadas y sus enemigos, prometen mejores resultados académicos, y las escuelas parroquiales prometen una educación tradicional y religiosa. Todos ellos son bienes fundamentalmente diferentes del que proporciona el sistema estatal, y este es un punto de partida.

Mientras el sistema público pueda trasladar sus pérdidas a los contribuyentes, habrá pocas grietas en el control monopolístico del sector por parte del Estado. Si finalmente el edificio se rompe y un Estado decide lanzarse a la privatización total, el mercado volverá con fuerza y ofrecerá más opciones, y a precios más asequibles que los actuales.

Propaganda

El Estado siempre y en todas partes pretende monopolizar la educación y hay una razón no benévola para ello: la juventud es impresionable y las ideas inculcadas a una edad temprana son difíciles de desarraigar. Si el Estado puede decidir lo que aprende la próxima generación, puede inculcar una ética y una visión del mundo estatistas que sofocan la resistencia antes de que arraigue. En la práctica, la educación estatal no es un acto de caridad, sino un mecanismo de defensa contra el pensamiento no estatista.

No es nada nuevo que el Estado busque reproducirse y sofocar la resistencia a través de la educación. La táctica fue un invento de Prusia a finales del siglo XVIII. Vladimir Lenin, un hombre cuyas inclinaciones hacia la clase y la producción eran muy diferentes a las de los prusianos, es popularmente citado, posiblemente apócrifamente, diciendo: “Dadme cuatro años para enseñar a los niños, y la semilla que he sembrado nunca será arrancada”. Sea precisa o no la verborrea, es ciertamente coherente con la maximización del Estado necesaria para que su socialismo arraigue. Lo que Lenin y los prusianos tenían en común era el Estado; cualesquiera que fueran sus diferencias, ambos eran archiestatistas y trataban de inculcar la ética del Estado a la siguiente generación.

El Estado inculcando obediencia y fomentando el socialismo a través de las escuelas no es sorprendente. Lo que es relativamente nuevo es un ataque total a las normas de la civilización occidental en general, y del cristianismo en particular. Cualquiera que haya tenido alguna relación con las escuelas y universidades públicas en los últimos años puede afirmar la inmensa hostilidad del profesorado hacia cualquier cosa que contravenga la agenda interseccional.

En la actualidad, las escuelas organizan de forma rutinaria eventos drag que hacen alarde de la sexualidad delante de menores.

Además, es un acto de agresión sexualizar a alguien menor de edad y, por lo tanto, viola flagrantemente el axioma libertario de no agresión, por no mencionar la ley establecida. El libertario, independientemente de sus opiniones reales sobre los estilos de vida en cuestión, no puede aprobar la predicación de la sexualidad descarada a menores en instituciones estatales a las que la asistencia es casi obligatoria, y las barreras para optar por la vía privada se mantienen deliberada y artificialmente altas. Esto es descaradamente hostil a los disidentes, especialmente a los cristianos, que no desean participar en este estilo de vida ni que se les imponga, algo que está perfectamente cubierto por el derecho a la libre asociación, la propiedad de la persona y la interacción social.

La mejor respuesta a actos atroces como éste es permitir que el mercado decida qué tipo de educación sexual debe recibir la próxima generación en las escuelas. Seguramente, algunos ofrecerán precisamente este tipo de educación sexual en los bastiones de la izquierda, pero no se extenderá a las zonas del interior donde todavía se cree en las normas y la decencia. La privatización masiva romperá el dominio de Washington, por no hablar de los gobiernos estatales, sobre el plan de estudios y podría frenar la enseñanza del ahistórico y racista Proyecto 1619, los espectáculos de travestis para menores, etc.

Los vales de Friedman

En muchos círculos libertarios y conservadores, el plan de vales de Milton Friedman se considera el patrón oro en soluciones escolares de libre mercado. En lugar del sistema actual, Friedman sugería dar un vale por cada alumno que pudiera utilizarse en escuelas públicas o privadas, abriendo así estas últimas a la financiación federal y, presumiblemente, ayudando a su proliferación. En efecto, este sistema supondría una mejora, pero difícilmente es el patrón oro.

El dinero del Estado viene con condiciones. Es difícil imaginar que el Estado no presente directrices sobre las instituciones que pueden optar a los vales, lo que presupone que el Estado establezca normas y directrices universales para todas las escuelas públicas y privadas. Una consecuencia del plan Friedman es el control total por parte del Estado de lo que es y no es aceptable en cualquier lugar, no sólo para las escuelas públicas. Esto empezaría con preocupaciones relativamente benignas sobre seguridad y normas matemáticas, pero sin duda se extendería a áreas periféricas sobre las que hay mucho desacuerdo. Las escuelas que no proporcionen baños separados para los estudiantes transgénero, que no enseñen un plan de estudios de historia racializada, o incluso las escuelas sólo para niños o sólo para niñas, tarde o temprano se encontrarían en la guillotina.

Si los vales se introducen en la economía de las escuelas privadas que ahora no están acostumbradas a esta entrada de dinero, lo incorporarán rápidamente a sus costes de funcionamiento, y pronto no será una ganancia inesperada, sino una necesidad para el funcionamiento. El trabajo se amplía para ajustarse al presupuesto asignado. Por lo tanto, perder estos vales sería una calamidad, incluso si la institución hubiera funcionado anteriormente sin ellos, y muchos, si no la mayoría, doblegarían sus normas y principios para mantener el flujo de dólares estatales. Seguramente habría algunas escuelas privadas obstinadas que se conformarían con perder la financiación antes que acomodarse a las exigencias del Estado, pero esto no puede esperarse de la mayoría, ya que se trata, al fin y al cabo, de un negocio.

Los libertarios y conservadores que siguen el modelo de Friedman van por buen camino, pero no piensan con suficiente audacia. La respuesta no es conseguir que el Estado financie también las escuelas privadas, sino privatizar la infraestructura de las escuelas públicas, eliminar la carga reglamentaria que supone poner en marcha una nueva escuela y lograr la separación total de la educación y el Estado.

La separación de la educación y el Estado

Al eliminar al Estado de la educación, ocurrirán varias cosas: el tamaño absoluto del monstruo se reducirá, los sindicatos de profesores tendrán menos poder sobre la continuidad educativa de los estudiantes, se ofrecerán diferentes tipos de educación y los cristianos, derechistas, libertarios, antiestatistas y librepensadores no serán sometidos a la fuerza a la propaganda del Estado.

Sin la necesidad de supervisar la educación de la mayoría de los niños del tercer país más grande del mundo, el tamaño del Estado disminuirá. No habrá necesidad de legiones de profesores contratados por el Estado, pero la mayoría de ellos no se quedarán sin trabajo, sino que formarán la columna vertebral de la nueva plantilla de profesores privados.

Sin distritos escolares públicos masivos, las huelgas de los sindicatos de profesores serán menos probables y menos destructivas, por lo que la reciente huelga de profesores de Los Ángeles -que dejó sin clase a 420.000 alumnos- será casi imposible. Es de suponer que, al aligerarse el entorno normativo, volverán los contratos de “perro amarillo”, que impedirían a los empleados escolares afiliarse a sindicatos como condición de empleo.

En sectores tan complicados como el de la educación, no hay dos empresas iguales (a diferencia de las empresas quitanieves, que son bastante parecidas). Esta diversidad garantiza que se ofrecerá una mayor variedad de productos, lo que permitirá a los padres tener más control sobre qué y cómo aprenden sus hijos. Algunas escuelas perfeccionarán las matemáticas y formarán ingenieros de forma más rápida y barata, otras pondrán las humanidades en primer plano y crearán un nuevo cuadro de ciudadanos bien formados para concebir las grandes ideas del mañana, otras impartirán una educación estrictamente cristiana o religiosa y ofrecerán toda una serie de clases de teología. Las posibilidades son tan infinitas como apasionantes.

Por último, aquellos que disientan de la perspectiva estatista, racializada y anticristiana que se ha apoderado de las escuelas públicas no estarán obligados a asistir a ellas. Habrá escuelas basadas en hombres libres y mercados libres, Dios y el país, o cualquier otro motivo para el que haya mercado. La vibrante comunidad eclesiástica de Estados Unidos sin duda entrará en acción y construirá sus propias escuelas autofinanciadas, como llevan haciendo los católicos desde hace más de cien años. Además, con la multiplicidad de empresas, será imposible que la mentalidad socialista, racializada y anticristiana invada todas las escuelas, como ocurre actualmente en el sistema estatal. ¿Cómo podría hacerlo sin un punto de entrada fácil a nivel administrativo y una resistencia renovada por parte de las escuelas privadas empoderadas?

Teniendo en cuenta todos estos puntos, no es difícil defender la libertad total en la educación. De hecho, lo difícil es mantener el sistema estatista en su estado actual. A la luz del fracaso de las escuelas, las huelgas de profesores, la propaganda anticristiana generalizada y el aumento vertiginoso de los costes, una persona razonable podría decir que el sistema estatista es un fracaso y está listo para ser reemplazado. La libertad total en la educación es una idea cuyo momento ha llegado, América se lo merece. Es hora de separar la educación del Estado.

Este artículo fue publicado originalmente en FEE

El antídoto a la tiranía es la libertad, no la democracia ni el Gobierno Mundial

por J.B. Shurk

Traducción del texto original: The Antidote to Tyranny is Liberty, Not Democracy or International Government
Traducido por El Medio

El lenguaje político manipula el debate político. Los detractores del aborto que se definen a sí mismos como «pro vida» convierten semánticamente a los partidarios del aborto en «pro muerte». Los partidarios del aborto que se definen como «pro elección» semánticamente convierten cualquier oposición en «anti elección». ¿Quién quiere ser «pro muerte» o «anti elección», después de todo? Tal es la naturaleza de la política. Las palabras son armas: cuando se manejan con destreza, modelan el campo mental de batalla.

Así las cosas, ¿por qué los dirigentes occidentales hablan tanto de democracia y tan poco de derechos individuales? ¿Por qué predican las virtudes de las instituciones internacionales mientras demonizan el nacionalismo como algo xenófobo y peligroso? Eso significa que la soberanía nacional y los derechos naturales e inviolables están siendo atacados frontalmente en todo Occidente.

Se ha vuelto bastante común que los políticos europeos y estadounidenses dividan el mundo entre naciones «democráticas» y «autoritarias»; las primeras son descritas como poseedoras de una bondad inherente y las segundas, despreciadas como una amenaza para la existencia misma del planeta. Por supuesto, después de más de dos años de imposición de mascarillas, vacunas y permisos de viaje por el covid-19, a menudo por medio de acciones ejecutivas o administrativas unilaterales –y no por medio de una decisión del Legislativo o tras un referéndum popular–, cuesta afirmar que las naciones democráticas están libres de impulsos autoritarios.

Cuando los presidentes y primeros ministros elaboran y aplican leyes a su antojo so pretexto de los «poderes de emergencia», la ciudadanía no debería sorprenderse cuando descubren un sinfín de emergencias que requieren una actuación urgente. Si hay alguna duda al respecto, sólo hay que mirar la implacable decisión del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, de sofocar las protestas pacíficas del Convoy de la Libertad de los camioneros contra la obligatoriedad de las vacunas experimentales, a principios de este año, confiscando cuentas bancarias y efectuando detenciones por la fuerza, con escasa consideración por el proceso debido o la libertad de expresión de los canadienses. La emergencia decretada por Trudeau prevaleció sobre los derechos individuales de los ciudadanos canadienses.

Ciertamente, la democracia en sí misma no es garantía de una sociedad noble y justa. En una democracia perfectamente funcional de cien ciudadanos, cincuenta y uno pueden votar para negar a los otros cuarenta y nueve la propiedad, la libertad e incluso la vida. Si un miembro de la minoría se ve esclavizado por el Estado o condenado a ser ejecutado simplemente porque la mayoría así lo desea, no cantará las alabanzas de la democracia cuando le pongan la soga al cuello.

Los principios del federalismo (donde la jurisdicción del gobierno soberano se divide entre una autoridad central y sus partes constituyentes locales) y la separación de poderes (donde las funciones judicial, legislativa y ejecutiva del gobierno se dividen en ramas distintas e independientes) procuran controles de peso contra la concentración y el abuso del poder.

Ahora bien, es la asunción que ha hecho tradicionalmente Occidente de los derechos naturales, que existen al margen de y son superiores a la autoridad constitucional, lo que brinda la mayor protección contra el poder injusto del gobierno (democrático o no). Cuando los derechos naturales se consideran inviolables, como sucede en la Declaración de Independencia de Estados Unidos, la libertad de expresión no puede ser censurada simplemente por que el gobierno no esté de acuerdo con determinado mensaje. Cuando la propiedad privada se entiende como un derecho inherente a los individuos, Trudeau no puede ir tan fácilmente a por las cuentas bancarias privadas al declarar una emergencia. Sin embargo, cuando los derechos naturales individuales se consideran obsequios del gobierno, desaparecen rápidamente cuando las autoridades lo consideran oportuno.

Cada vez es más frecuente que se ataque a los derechos individuales como «egoístas» y contrarios al «bien común». Si los gobernantes convencen a los ciudadanos de que los derechos personales no existen, o de que no deberían existir, entonces los regímenes autoritarios que adoptan diversos tonos de comunismo o fascismo llaman a la puerta.

El imperio de la ley no sanciona la tiranía simplemente porque lo injusto haya sido promulgado democráticamente. Si una minoría con derecho a voto resulta vulnerable ante los caprichos de la mayoría, entonces percibirá el régimen democrático como excesivamente autoritario. Y si su vida, su libertad o su propiedad están en juego, es muy posible que usted prefiera el juicio de un dictador benévolo antes que las exigencias de una turba resentida pero democrática.

Lo contrario de la tiranía no es la democracia, sino la libertad y los derechos individuales. ¿No resulta sorprendente, pues, que los dirigentes occidentales exalten la democracia pero rindan tan poco homenaje a las libertades personales? Sin duda, la civilización occidental debería ensalzar la libertad de expresión, la libertad de religión y la libertad de acción, tan arduamente conquistados. Sin duda, el avance de la libertad humana debería celebrarse como un triunfo de la razón y la racionalidad sobre los sistemas feudales de poder y sus formas imperiosas de control. Las sociedades libres se distinguen de los regímenes autoritarios por su firme protección de los derechos humanos inviolables, que existen con independencia del derecho estatutario. Sin embargo, rara vez se habla de la libertad y los derechos individuales. Los políticos ensalzan las «virtudes» de la democracia y poco más. Es como si un juego de manos lingüístico hubiera despojado a los ciudadanos occidentales de su patrimonio más valioso.

Los líderes políticos occidentales han recurrido al vudú retórico para sustituir la «libertad individual» por vagas nociones a la «democracia», y utilizado una brujería similar para sustituir la soberanía nacional por formas internacionales de gobierno. ¿Qué son la Unión Europea, las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud sino estructuras institucionales para debilitar el poder del voto particular de los ciudadanos de cada nación entregando a no ciudadanos poderes antaño vinculados a la soberanía nacional?

¿No es extraño que los dirigentes occidentales alaben la democracia por encima del autoritarismo mientras, al mismo tiempo, reducen el poder de sus votantes y refuerzan la autoridad de las instituciones extranjeras? ¿No deberían las naciones democráticas decidir sus propios destinos? Si no es así, si deben someterse a la autoridad de la UE, la ONU o la OMS, ¿pueden seguir afirmando que están siendo gobernadas democráticamente?

Hoy en día, nacionalismo es un término denigrante, como si todo lo que se haga en interés de la nación fuera intrínsecamente sospechoso. Los ciudadanos que expresan orgullo patriótico por su cultura y su historia suelen ser tachados de cerriles e intolerantes. Los movimientos políticos que defienden la autodeterminación nacional (como la coalición MAGA del presidente Trump en Estados Unidos y el Brexit en el Reino Unido) son ridiculizados habitualmente como «fascistas» o «neonazis». Y se les tacha de «amenazas« a la democracia incluso cuando triunfan en elecciones democráticas.

Pero ¿por qué las formas más grandes y vastas de gobierno internacional deberían considerarse más virtuosas y menos corruptas que las formas nacionales? Cuando Roma pasó de República a Imperio, ¿se volvieron sus instituciones, ya internacionales, intrínsecamente más fiables? Cuando el Sacro Imperio Romano Germánico unió gran parte de Europa, ¿lucieron sus emperadores menos autoritarios? Por otra parte, si el Partido Nazi de Hitler hubiera logrado conquistar toda Europa, ¿habría merecido su Unión Europea una mayor legitimidad que los regímenes nacionales de Polonia, Bélgica o Francia?

Seguramente es tan absurdo alabar las instituciones internacionales por encima de los regímenes nacionales sin tener en cuenta las formas que adoptan como lo es alabar la democracia sin tener en cuenta las libertades y los derechos individuales. Seguramente es más fácil fiscalizar las acciones de un político local que exigir responsabilidades a un funcionario de un ente lejano, en Washington DC, Nueva York, Bruselas o Ginebra. Sin embargo, los organismos internacionales gozan hoy de una enorme consideración, mientras que los nacionales son tratados con frecuencia con desdén. Es como si la soberanía nacional hubiera sido demolida porque no se puede confiar en los votos de las naciones democráticas para servir a los intereses internacionales. Cuando los líderes occidentales replican como loros lo quedice el Foro Económico Mundial, no parece que sigan el mandato de sus electores. Recurrir a organizaciones no electas, no transparentes y que no rinden cuentas parece una forma bastante extraña de luchar contra el autoritarismo.

Cuando a las poblaciones nacionales se les niega la autodeterminación y las libertades personales se tratan como privilegios en vez de como derechos, la tiranía nunca está lejos de imponerse. Ocultar esa realidad tras manipulaciones del lenguaje no cambia la poderosa verdad. Simplemente se difiere el conflicto para más tarde, cuando sea más explosivo.

Cómo el gobierno nos roba derechos de forma gradual y progresiva

Escrito por: Jose Miguel

La única forma que el gobierno tiene para «justificar» su existencia es a través de problemas. Si hay problemas, «necesitamos al gobierno», pero ¿Si no hay problemas? El gobierno los inventa.

Cada nueva ley, política, ordenanza o cualquier forma que el gobierno encuentra para hablar de «un problema» y regular, legislar o controlar en base a ese problema, no es más que la forma en la que el gobierno convence a la gente de que este «es necesario» y así prolongar su existencia.

En Twitter escribí:

Son muchos los ejemplos que existen de cómo el gobierno ha crecido en tamaño e intervención, gracias al brillante trabajo que hacen de convencernos de que «solo ellos pueden resolver ciertos problemas».

El sistema de salud, el educativo y la seguridad nacional, son los temas más populares cuando se habla de la supuesta «necesidad de un gobierno», porque han magnificado estos tres a tal punto que la gente termina creyendo que no hay forma de tenerlos sin el gobierno, o que no pueden ser resueltos de manera local y focalizada.

Mientras el gobierno más mete sus narices, más son los controles, restricciones y robo de libertades de los que somos objeto constantemente por parte de esta institución, que crece constantemente, mientras trata de evitar que otros lo hagan.

¿Qué hace el gobierno cuando encuentra resistencia a sus intenciones de restringir y controlar? Comienza una campaña que se ejecuta de manera gradual pero progresiva, en la que la gente empieza a aceptar poco a poco grandes regulaciones que vienen en paquetes pequeños, pero constantes.

Veamos esto con ejemplos recientes, como el libre porte de armas. Es todo un tema en Estados Unidos, porque la gente está siendo convencida desde los medios de comunicación que «la violencia con armas de fuego en el país es un gran problema».

Una secta política anti-segunda enmienda, financia estas matrices de opinión que aterrorizan a la gente, a pesar de que en la realidad, casi cualquier país de Latinoamérica -con control de armas- es mucho más violento que Estados Unidos.

Siempre inician la propuesta con un paquete «all-in», en el que está todo lo que quieren hacer: que menos personas puedan tenerlas, que sea imposible comprarlas, que de ser posible sean totalmente prohibidas; así es el paquete inicial.

Cuando consiguen resistencia, empiezan con cambios «graduales», pero progresivos, para que la gente los acepte creyendo que «no alteran el derecho en su conjunto» y -de paso- creen que «es lo racional de hacer».

Por ejemplo:

Cuando nos damos cuenta, de 18 años cambiaron la edad para 21, lo que quiere decir que hay que esperar 3 años más para tener derecho a la legítima defensa. Aceptamos ese cambio y el gobierno viene con otro: aumentemos los controles del chequeo de antecedentes.

Unos años después, 21 años «ya no son suficientes», «subámoslo a 25» grita el gobierno y en un abrir y cerrar de ojos, el libre porte de armas ha sido derogado y con él, el derecho a la legítima defensa.

Cierro con esto: