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El programa de los verdes: el suicidio de Europa

En la imagen: el Parlamento Europeo en Bruselas. (Foto de James Arthur Gekiere/Belga Mag/AFP vía Getty Images)

por Drieu Godefridi

Traducción del texto original: The Greens’ Program: The Suicide of Europe
Traducido por Voz Media

Debemos reconocer que los ecologistas europeos, y la extrema izquierda en general, tienen una envidiable capacidad de comunicación. Mientras que los movimientos conservadores siguen encarnándose con demasiada frecuencia en lo que parecen caricaturas políticas deshumanizadas, los ecologistas europeos, sin contar a una histérica Greta Thunberg, se han dotado de rostros frescos y agradables como portavoces que exponen los peores horrores de forma atractiva, tranquila y articulada.

Tomemos, por ejemplo, el recientemente concluido Beyond Growth 2023 en Bruselas, Bélgica. Beyond Growth (Más allá del Crecimiento) es la reunión ideológica anual de los ecologistas europeos y sus innumerables altavoces en el mundo de las organizaciones supuestamente «no gubernamentales»(ONG) financiadas por los gobiernos.

Beyond Growth no se reúne en los salones de un prestigioso hotel o en alguna mansión campestre, sino que confluye y se reúne directamente en los edificios del Parlamento Europeo. Esto no ocurre por casualidad: cuando la prensa informa con cariño sobre la conferencia «Beyond Growth», difunde imágenes de personas reunidas y hablando en las ordenadas filas del Parlamento Europeo. ¿Qué recuerda la mayoría de la gente cuando mira el informe «Beyond Growth»? El Parlamento Europeo. El vínculo entre las propuestas radicales de este cónclave y el Parlamento Europeo se presenta como perfectamente natural: si el Parlamento Europeo quiere un ecologismo radical, ¿cómo podría usted, pequeño votante local, oponerse?

La estrella de la última conferencia fue Anuna De Wever, una belga flamenca que representa a los jóvenes verdes.

Hay que leer y escuchar lo que dicen estos activistas. La mayoría anuncian lo que harán si alcanzan el poder. Escuchemos, pues, las «propuestas» de la encantadora y sonriente De Wever:

  1. «Hay que redistribuir la riqueza», empieza De Wever. ¿A quién, cómo? No hay detalles. Este ha sido un rasgo estándar de todo discurso europeo que se precie y se precie durante un siglo. ¿Sería descabellado sugerir que se empezara a redistribuir la riqueza con los sueldos y bienes de los diputados verdes al Parlamento Europeo?
  2. «Cancelar la deuda climática»: En la mente de los activistas medioambientales, países del «Norte global». que han experimentado un desarrollo significativo, tienen una obligación ecológica con los países del «Sur global». Aunque el capitalismo occidental ha rescatado de la pobreza al mayor número de personas en la historia del mundo, al parecer Occidente también ha creado las mayores emisiones de gases de efecto invernadero. Además, Europa y Estados Unidos siguen supuestamente «explotando» y «colonizando» muchas regiones del «Sur global» a través de sus empresas multinacionales, agotando sistemáticamente los recursos naturales. Por lo tanto, hay que cancelar la «deuda» con el «Sur», aunque esta «deuda» no tenga nada que ver con el clima.
  3. Introduzcamos una «renta básica universal» inmediatamente, mañana mismo. Cabe imaginar el afán de China, Rusia, Japón, Estados Unidos y Cuba por introducir una renta universal común, algo que, por supuesto, probablemente sólo sea concebible mediante el establecimiento de un gobierno mundial «universal»: una mera formalidad.
  4. Occidente debe declinar. En efecto, Occidente es el mal. La prueba es que es «rico». Por lo tanto, hay que castigar a Occidente, lanzándolo a un colapso –un «decrecimiento»– mientras que otros que no son occidentales seguirán creciendo, por supuesto.
  5. Hay que aumentar los servicios públicos universales (¿duplicarlos? ¿triplicarlos?). ¿Cómo, en un contexto de declive, se financiará este aumento? No se especifican esos detalles.

«Todo esto», continúa De Wever, entre grandes aplausos, «sólo será posible, por supuesto, si destruimos… la supremacía blanca».

¿Supremacía blanca? ¿Qué tiene que ver la supremacía blanca con la economía? Parece que en la mente de muchos ecologistas, el crecimiento económico y la supremacía blanca son efectivamente sinónimos. Al fin y al cabo, parece decirse, fue Occidente, encarnado por Adam Smith en 1776, quien «inventó» el crecimiento económico, y Occidente en aquella época era mayoritariamente blanco, así que destruyendo la supremacía blanca destruimos la idea misma de crecimiento económico.

Parecen estar en una especie de pensamiento mágico que, al ver dos realidades en el mismo conjunto – «blancura» y capitalismo-, postulan un vínculo causal entre ellas.

Si, según Adam Smith, el crecimiento económico para todos es la clave para salir de la pobreza -con el objetivo de hacer más ricos a los pobres, no más pobres a los ricos-, entonces destruir el crecimiento no parece un modelo económico que vaya a proporcionar mucha ayuda. Peor aún, ahora existen esas molestas opciones: ¿Prefieres fomentar el crecimiento permitiendo que los habitantes de los países pobres utilicen combustibles fósiles -carbón, petróleo y gas natural- o hundir aún más a esas personas en la pobreza negándoles los combustibles fósiles?

Este extraño batiburrillo de restos marxistas -imperialismo, descolonización y Teoría Crítica de la Raza mal digerida- crea un programa que difícilmente unirá a la mayoría de los europeos. El programa incluso ha recibido un nombre: Suicidio Europeo Inmediato. Si Europa emprende el «decrecimiento» económico, como desean los Verdes, este «decrecimiento» implica la destrucción de secciones enteras de las economías europea y occidental. «Decrecimiento» y destrucción económica son sinónimos perfectos. «Decrecimiento» significa reducir las actividades económicas, o gravarlas con impuestos tan punitivos que dejen de existir.

Estos defensores de los verdes representan el 10% de los escaños del Parlamento Europeo, y parecen estar en proceso de ser erradicados electoralmente en muchos estados miembros de la UE. No importa: la UE, no democrática, no elegida, no transparente y no responsable, les ofrece un recurso: las instituciones de la UE, donde los Verdes están por todas partes. Los«10 Verdes«, por ejemplo, son una coalición de diez de las mayores organizaciones y redes ecologistas activas a escala europea. Trabajan para que la UE dé prioridad al clima, el medio ambiente local, la biodiversidad y la salud humana dentro y fuera de sus fronteras. Para difundir sus ideas, estas ONG no elegidas son generosamente financiadas por las propias instituciones de la UE.

El problema fundamental de «Beyond Growth» es que nunca se define lo que ocurriá tras el «decrecimiento». Si los marxistas, y antes que ellos los socialistas, incluidos los nacionalsocialistas alemanes, siempre han intentado definir una teoría económica -proyectos concretos y destrucción de lo existente-, los ecologistas nunca se han molestado en hacerlo. ¿O es que arrojar a Europa a la dependencia energética de Rusia es la principal agenda de los ecologistas?

Esta reticencia a describir «el mundo del después» es comprensible. En el contexto de una Europa endeudada hasta las cejas y que ya grava a sus ciudadanos sólo para pagar los intereses de la deuda, reducir la producción económica significa enfrentarse a la cuestión de quién morirá primero. La sanidad, por ejemplo, ya está siendo racionada y parece que se ha convertido más en una cuestión de recortar costes que de prestar servicios, y más en hacer crecer una burocracia administrativa con un papeleo masivo que en invertir en más médicos y en una atención al paciente mejor y más puntual.

¿Qué pasaría si hubiera «decrecimiento»? ¿Cómo concebir, por ejemplo, una disminución obligatoria de la actividad económica sin someter toda innovación tecnológica al control de una «agencia administrativa»? La UE soñada por los ecologistas empieza a parecerse a una versión de Atlas Shrugged: un país distópico en el que las empresas privadas sufren bajo leyes, reglamentos y burócratas cada vez más onerosos. Tal vez los Verdes deberían reflexionar sobre el mensaje del libro: a pesar de los intentos del Estado de esclavizar las mentes por la fuerza, las personas salen victoriosas en su compromiso con la libertad. La mente humana es el poder que mueve el mundo, no la coacción.

El fetichismo “ecolojeta” y la supresión del ser humano

POR: JOSÉ MARÍA AIGUABELLA AÍSA

«Aunque los que hablaban eran los más hábiles, los que decidían eran los ignorantes»

Plutarco

Mientras el «contaminador» concienciado tranquiliza su ánimo, mediante la búsqueda por tiendas e hipermercados de eslóganes, rótulos y etiquetas siempre verdes, la pseudorreligión «ecolojeta» sigue avanzando con la fuerza que le proporciona el pánico mediático, escenificado  en espectáculos y proclamas ad hoc, a los que se suman las grandes empresas y el Estado. El ser humano «pensante»,  reducido a ser humano «sintiente», deglute con facilidad la almibarada doctrina para «buenistas low cost».   

La controversia se plantea cuando el ser humano, «poseído por su egoísmo», pretende seguir «viviendo bien». El automóvil privado, el uso del avión, la climatización del hogar, los consumos de refrescos, de carnes, de pescados, en definitiva, su propia existencia le convierte en un contaminador que, insultado por el poder político con el término «derrochocólico», debería desaparecer o reducir su existencia al mínimo, en aras de un planeta impoluto, cuya finalidad, según el fetichismo «neoecolojeta», lo interpreta a modo panteísta.

El barco no existe para cuidarlo –aunque haya que hacerlo- sino para navegar. El medio  ambiente deber ser cuidado con el esmero que merece nuestra casa. El confort no es un fin en sí mismo. Cuando así se concibe, lo único que promueve es  el empequeñecimiento que cobija a la mezquindad.  El consumismo ofrece soluciones de oropel, para dar respuesta a inquietudes humanas muy reales, mediante objetos materiales que falsifican la esperanza. No se pueden satisfacer necesidades de orden espiritual y moral con respuestas de orden material.    

Dicho lo anterior, que debe ser tenido muy en cuenta, hay que respetar la correcta relación entre el ser humano y la naturaleza. La naturaleza no es el absoluto. La dignidad del ser humano procede del reconocimiento del valor absoluto que le que confiere una realidad que le trasciende, que tiene un carácter absoluto. ¿Cómo puede el ser humano merecer respeto absoluto si está privado de todo vínculo con lo absoluto?  Las consecuencias de negar esta realidad pueden conducir a la búsqueda de respuestas sometidas al reduccionismo materialista, bien de orden consumista o de la absolutización fetichista que convierte el medio natural en una pseudodivinidad. Si observamos la realidad del nuevo orden mundial comprobaremos que ambas van más unidas de lo que quieren aparentar.  

La revolucionaria igualdad de clases sociales ha evolucionado hasta plantear la igualdad de las especies. El ecologismo animalista, que humaniza a los animales y animaliza al ser humano,  se amplía a vegetales e incluso minerales. El ser humano no tiene más derechos que las otras especies.  La primera ley ecológica fue proclamada por Hitler en 1933, para la protección  de los animales y dos años después la hizo extensiva a toda la naturaleza -con exclusión de algunos seres humanos, a los que consideró que no debían formar parte de ella-.

Tener derechos implica la capacidad de asumir deberes. Por ello, solo el ser humano reúne está condición. Los animales, vegetales y minerales no poseen derechos. Somos los humanos los que tenemos obligaciones para con ellos. A los que incluyen al animal entre «los pobres del mundo» hay que recordarles que hasta la Internacional canta: «no más deberes sin derechos, ningún derecho sin deber».

La eliminación de la humanidad se plantea en el Deep Ecology. El planeta,  convertido en un fetiche panteísta, debe ser protegido de la actividad humana, sacrificando a millones de personas como precio a pagar.  

El Club de la Islas reúne a miembros de casas reales europeas, así como a grandes multinacionales. El hoy difunto, Felipe de Edimburgo, cabeza del club, propuso la reducción de la humanidad a mil millones de personas. Esto supondría la desaparición de siete mil millones de seres humanos. Doy por supuesto que, tanto su real persona como sus acólitos en el club, no se incluían entre los afectados. 

En Estados Unidos, el Movimiento para Extinción Voluntaria de la Humanidad,  proponía el aborto sistemático y la aplicación de incentivos fiscales por la esterilización. 

Más allá todavía, en la publicación Earth First Leter, en 1991, se proponía considerar el infanticidio selectivo de las niñas, para lograr la extinción de la humanidad. 

«Una élite reconvertida en ingenieros sociales determina que es lo correcto y que camino debe seguir el rebaño […] Muchas empresas, bancos, multinacionales, deportistas, influencers etc. abrazan la idea y promueven la nueva agenda ideológica y enormes dosis de moralina al consumidor». (Jano García, El rebaño)

«Llamarnos egoístas a gente como usted y como yo, que además de bellísimas personas pagamos religiosamente los impuestos que financian los ocios de esta barahúnda de megaconcienciados y sus viajes de turismo vía ONG’s, me parece como mínimo una falta de respeto». (Pablo Molina)

Para muestra sirve este botón: «Mis tres objetivos principales serían reducir la humanidad a 100 millones en todo el mundo, destruir la infraestructura industrial y hacer resurgir las zonas silvestres, para que sus especies al completo tomen el mundo» (Dave Foreman, ecologista estadounidense). Las barbaridades, que hoy parecen imposibles, mañana pueden llevarse a la práctica. Solo es necesario que las personas cabales no hagan nada, dejando calar, como lluvia fina, las doctrinas edulcoradas sobre las cabezas de la masa de «buenistas low cost». Los peores momentos del siglo XX así lo atestiguan.

Lo justo no tiene por qué ser legal: El apartheid era legal; la esclavitud era legal; La segregación racial era legal; las leyes de Núremberg eran legales

Jano García