Etiqueta: «ARTURO PEREZ-REVERTE»

Maestras con hiyab y otros disparates / Teachers with hijab and other nonsense (SPANISH-ENGLISH)

PATENTE DE CORSO

De aquí a un par de años –si es que no ha ocurrido ya– saldrá de las facultades españolas una promoción de jóvenes graduadas en Educación Infantil y Primaria, entre las que algunas llevarán –lo usan ahora, como estudiantes– el pañuelo musulmán llamado hiyab: esa prenda que, según los preceptos del Islam ortodoxo, oculta el cabello de la mujer a fin de preservar su recato, impidiendo que una exhibición excesiva de encantos físicos despierte la lujuria de los hombres.

Ese próximo acontecimiento socioeducativo, tan ejemplarmente multicultural, significa que en poco tiempo esas profesoras con la cabeza cubierta estarán dando clase a niños pequeños de ambos sexos. También a niños no musulmanes, y eso en colegios públicos, pagados por ustedes y yo. O sea, que esas profesoras estarán mostrándose ante sus alumnos, con deliberada naturalidad, llevando en la cabeza un símbolo inequívoco de sumisión y de opresión del hombre sobre la mujer –y no me digan que es un acto de libertad, porque me parto–. Un símbolo religioso, ojo al dato, en esas aulas de las que, por fortuna y no con facilidad, quedaron desterrados hace tiempo los crucifijos. Por ejemplo.

Pero hay algo más grave. Más intolerable que los símbolos. En sus colegios –y a ver quién les niega a esas profesoras el derecho a tener trabajo y a enseñar– serán ellas, con su pañuelo y cuanto el pañuelo significa en ideas sociales y religiosas, las que atenderán las dudas y preguntas de sus alumnos de Infantil y Primaria. Ellas tratarán con esos niños asuntos de tanta trascendencia como moral social, identidad sexual, sexualidad, relaciones entre hombres y mujeres y otros asuntos de importancia; incluida, claro, la visión que esos jovencitos tendrán sobre los valores de la cultura occidental, desde los filósofos griegos, la democracia, el Humanismo, la Ilustración y los derechos y libertades del Hombre –que el Islam ignora con triste frecuencia–, hasta las más avanzadas ideas del presente.

Lo de las profesoras con velo no es una anécdota banal, como pueden sostener algunos demagogos cortos de luces y de libros. Como tampoco lo es que, hace unas semanas, una juez –mujer, para estupefacción mía– diera la razón a una musulmana que denunció a su empresa, una compañía aérea, por impedirle llevar el pañuelo islámico en un lugar de atención al público. Según la sentencia, que además contradice la doctrina del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, obligar en España a una empleada a acatar las normas de una empresa donde hombres y mujeres van uniformados y sin símbolos religiosos ni políticos externos, vulnera la libertad individual y religiosa. Lo que significa, a mi entender –aunque de jurisprudencia sé poco–, que una azafata católica integrista, por ejemplo, acogiéndose a esa sentencia, podría llevar, si sus ideas religiosas se lo aconsejan, un crucifijo de palmo y medio encima del uniforme, dando así público testimonio de su fe. O, yéndonos sin mucho esfuerzo al disparate, que la integrante de una secta religiosa de rito noruego lapón, por ejemplo, pueda ejercer su libertad religiosa poniéndose unos cuernos de reno de peluche en la cabeza, por Navidad, para hacer chequeo de equipajes o para atender a los pasajeros en pleno vuelo.

Y es que no se trata de Islam o no Islam. Tolerar tales usos es dar un paso atrás; desandar los muchos que dimos en la larga conquista de derechos y libertades, de rotura de las cadenas que durante siglos oprimieron al ser humano en nombre de Dios. Es contradecir un progreso y una modernidad fundamentales, a los que ahora renunciamos en nombre de los complejos, el buenismo, la cobardía o la estupidez. Como esos estólidos fantoches que, cada aniversario de la toma de Granada, afirman que España sería mejor de haberse mantenido musulmana.

Y mientras tanto, oh prodigio, las feministas más ultrarradicales, tan propensas a chorradas, callan en todo esto como meretrices –viejo dicho popular, no cosa mía– o como tumbas, que suena menos machista. Están demasiado ocupadas en cosas indispensables, como afirmar que las abejas y las gallinas también son hembras explotadas, que a Quevedo hay que borrarlo de las aulas por misógino, o que las canciones de Sabina son machistas y éste debe corregirse si quiere que lo sigan considerando de izquierdas.

Y aquí seguimos, oigan. Tirando por la borda siglos de lucha. Admitiendo por la puerta de atrás lo que echamos a patadas, con sangre, inteligencia y sacrificio, por la puerta principal. Suicidándonos como idiotas.

inglaterra

ENGLISH

In a couple of years, if it has not already happened, a promotion of young graduates in Primary and Secondary Education will come out of the Spanish faculties, among which some will wear it – they now use it as students – the Muslim handkerchief called hiyab : That garment that, according to the precepts of Orthodox Islam, conceals the woman’s hair in order to preserve her modesty, preventing an excessive display of physical charms to arouse the lust of men.

That next socio-educational event, so exemplary multicultural, means that in a short time these teachers with the head covered will be teaching young children of both sexes. Also to non-Muslim children, and that in public schools, paid for by you and me. That is, these teachers will be showing their students, with deliberate naturalness, bearing in the head an unequivocal symbol of submission and oppression of man over women – and do not tell me that it is an act of freedom, because I leave. A religious symbol, eye to the dice, in those classrooms of which, fortunately and not easily, the crucifixes were long exiled. For example.

But there is something more serious. More intolerable than symbols. In their schools – and to see who denies these teachers the right to have work and to teach – will be them, with their handkerchief and how much the handkerchief means in social and religious ideas, those that will attend the doubts and questions of its students of Children and Primary. They will deal with such children matters of such transcendence as social morality, sexual identity, sexuality, relationships between men and women and other matters of importance; Including, of course, the vision that these young people will have on the values of Western culture, from the Greek philosophers, democracy, Humanism, Enlightenment and the rights and freedoms of Man, which Islam ignores with sadness, More advanced ideas of the present.

The veiled teachers is not a banal anecdote, as some short demagogues of lights and books can support. Nor is it that, a few weeks ago, a woman judge, to my astonishment, was right about a Muslim woman who denounced her company, an airline, for preventing her from wearing the Islamic handkerchief in a public place. According to the judgment, which also contradicts the doctrine of the Court of Justice of the European Union, obliging an employee in Spain to comply with the rules of a company where men and women are uniformed and without external religious or political symbols, violates individual freedom and religious. What it means, in my opinion – although of little jurisprudence – that an integralist catholic stewardess, for example, accepting that sentence, could carry, if its religious ideas advise to him, a crucifijo of half and a half on the uniform, Thus giving public testimony of their faith. Or, without much effort, to the nonsense, that the member of a religious sect of Norwegian Lappish rite, for example, can exercise its religious freedom by putting a reindeer horns of stuffed in the head, for Christmas, to make check of luggage or for Attend passengers in mid-flight.

And it is that it is not Islam or not Islam. To tolerate such uses is to step back; To return the many that we gave in the long conquest of rights and freedoms, of breaking the chains that for centuries oppressed the human being in the name of God. It is to contradict a fundamental progress and modernity, which we now renounce in the name of complexes, goodness, cowardice or stupidity. Like those stolid puppets who, every anniversary of the capture of Granada, affirm that Spain would be better to have remained Muslim.

And in the meantime, oh prodigy, the most ultrarradical feminists, so prone to bullshit, are silent in all this as meretrices – I say the popular, not my thing – or as tombs, which sounds less macho. They are too busy with indispensable things, like saying that bees and chickens are also exploited females, that Quevedo must be erased from classrooms as a misogynist, or that Sabina’s songs are macho and should be corrected if he wants to be considered Of left.

And here we go, listen. Throwing centuries of struggle over the edge. Admitting through the back door what we kicked, with blood, intelligence and sacrifice, through the front door. Suicidándonos as idiots.

Arturo Perez-Reverte: «No era una señora»

Ayer me quedé de pasta de boniato. Estaba a punto de entrar en una librería y coincidí en la puerta con una señora. Al menos, creí que lo era. Una mujer sobre los cuarenta años, normalmente vestida, quizá con un punto demasiado juvenil para su edad. Por lo demás, de aspecto agradable. Ni elegante ni ordinaria. Ni guapa ni fea. Coincidimos en la puerta, como digo, viniendo ella de un lado de la calle y yo de la dirección contraria.

Y en el umbral mismo, por reflejo automático, me detuve para cederle el paso. Desde hace casi sesenta años su trabajo les costó a mis padres, en su momento eso es algo que hago ante cualquiera. mujer, hombre, niño; incluso ante los que van por el centro de Madrid en calzoncillos y chanclas, torso desnudo y camiseta al hombro, impregnando el aire de aroma veraniego; tan desahogados, ellos y la madre que los parió, como si estuvieran en el paseo marítimo de una playa o vinieran de chapotear en la alberca del pueblo.

Me detuve en el umbral, como digo. Para cederle el paso a la señora, igual que se lo habría cedido al lucero del alba. Incluso a mi peor enemigo. Hasta a un inspector de Hacienda se lo habría cedido. Pero mi error fue considerar señora a la que sólo era presunta; porque al ver que me detenía ante ella, en vez de decir «gracias» o no decir nada y pasar adelante, me miró con una expresión extraña, entre arrogante y agresiva, como si acabara de dirigirle un insulto atroz, y me soltó en la cara. «Eso es machista».

Oigan. Tengo sesenta y cuatro tacos de almanaque a la espalda, y entre lo que lees, y lo que viajas, y lo que sea, he visto un poco de todo; pero esto de la señora, o la individua, en la puerta, no me había ocurrido nunca. En mi vida. Así que háganse cargo del estupor.

Calculen el puntazo de que eso le pase a un fulano de mis años y generación, educado, entre otros, por un abuelo que nació en el siglo XIX, y del que aprendí, a temprana edad, cosas como que a las mujeres se las precede cuando bajan por una escalera y se les va detrás cuando la suben, por si les tropiezan los tacones, que cuando es posible se les abre la puerta de los automóviles, que uno se levanta del asiento cuando ellas llegan o se marchan, que se camina a su lado por el lado exterior de las aceras «Que no digan que la llevas fuera», bromeaba mi padre con una sonrisa y cosas así. Calculen todo eso, o imagínenlo si su educación familiar dejó de incluirlo en el paquete, y pónganse en mi lugar, parado ante la puerta de la librería, mirando la cara de aquella prójima.

Habría querido disponer de tiempo, por mi parte, y de paciencia, por la de ella, para decir lo que me hubiera gustado decirle. Algo así como se equivoca usted, señora o lo que sea. Cederle el paso en la puerta, o en cualquier sitio, no es un acto machista en absoluto, como tampoco lo es el hecho de no sentarme nunca en un transporte público, porque al final acabo avergonzándome cuando veo a una embarazada o a alguien de más edad que la mía, de pie y sin asiento que ocupar. Como no lo es ceder el lugar en la cola o el primer taxi disponible a quien viene agobiado y con prisa, o quitarte el sombrero porque algunos, señora o lo que usted sea, usamos a veces panamá en verano y fieltro en invierno cuando saludas a alguien, del mismo modo que te lo quitas que para eso también lo llevas, para quitártelo cuando entras en una casa o un lugar público.

Así que entérate, cretina de concurso. Cederte el paso no tiene nada de especial porque es un reflejo instintivo, natural, que a la gente de buena crianza, y de ésa todavía hay mucha, le surge espontánea ante varones, hembras, ancianos, niños, e incluso políticos y admiradores de Almodóvar. Ni siquiera es por ti. Ni siquiera porque seas mujer, que también, sino porque la buena educación, desde decir buenos días a ceder el paso o quitarte la puta gorra de rapero, si la llevas, facilita la vida y crea lazos solidarios entre los desconocidos que la practican.

Y, bueno. Me habría gustado decir todo eso de golpe, allí mismo; pero no hubo tiempo. Tampoco sé si lo iba a entender. Así que permanecí inmóvil, mirándola con una sonrisa que, por supuesto, le resbaló por encima como si llevara un impermeable; porque al ver que me quedaba quieto y sin decir nada, cruzó el umbral con aire de estar gravemente ofendida. «Lo he hecho polvo», debía de pensar. Y yo la vi entrar mientras pensaba, a mi vez. No es por ti, boba. Sé de sobra que no lo mereces. Es por mí. Por la idea que algunos procuramos mantener de nosotros mismos.

Algo que, mientras te veo entrar en esa librería que de tan poca utilidad parece serte, me hace sonreír con absoluto desprecio.

Arturo Perez-Reverte.

ASÍ HABRÍA SIDO AQUÍ.

Arturo Pérez Reverte cuenta cómo habría detenido a Ben Laden un comando o comanda español o española. 

Despacho oval de la Moncloa. Reunión de urgencia. Están presentes el presidente del Gobierno -Zapatero, Rajoy, el que le toque-, la ministra o ministro del ramo, los asesores y un par de generales habituales del telediario. Enfrente, una pantalla de imágenes por satélite y otra de Google Earth para que los presentes sepan, al menos, por dónde van los tiros. También hay línea directa de audio con el equipo operativo que en este momento hace rappel de un helicóptero Blackhawk Down en la casa de Osama ben Laden. La emoción es casi tanta como en una final Madrid-Barça. El presidente se come las uñas y la ministra o ministro van continuamente al servicio. O al revés. Se masca la tragedia.

Suena el audio. Hay comunicación con el CPA -Comando Paritario de Ataque- compuesto por los soldados y soldadas españoles y españolas Atahualpa Chiapas, Mamadú Bongo, Vanesa Pérez y Fátima Mansur, que van armados y armadas con fusiles HK G36E con visores holográficos, infrarrojos y otra parafernalia. Los fusiles son consecuencia de una discusión previa sobre si es éticamente aceptable que un soldado lleve armas en una democracia ejemplar como la española. Como no daba tiempo a consultarlo con el Tribunal Constitucional, se decidió votar. El ministro o ministra de Defensa y sus espadones de plantilla votaron en contra. «No se vaya a escapar un tiro -apuntó un general, el encargado de llevar el botijo- y la liemos parda.» Pese a tan prudente opinión, el resultado fue que el comando fuese armado, por cuatro votos contra tres.

Empieza la acción. Suena el audio. «Estamos en la puerta -informa la legionaria Vanesa, jefa del comando- y solicitamos permiso para entrar.» Rajoy, Zapatero o el que sea, miran a sus asesores. La tensión puede cortarse con un cuchillo. La señora de la limpieza -se llama Menchu y es ecuatoriana- que en ese momento barre el despacho, le guiña un ojo al presidente y levanta el dedo pulgar. «Permiso concedido», dice el presidente con voz ronca. El general Romerales, que es del Opus Dei, se santigua furtivo. El titular o titulara de Defensa lo apuñala con la vista. «Ya está el gafe dando por saco», murmura alguien por lo bajini.

Más audio. «Estamos frente al objetivo», informa la lejía Vanesa.«Descríbalo», ordena el presidente. «Pijama, barba, legañas. Lo normal, porque estaba durmiendo», es la respuesta. «¿Algún otro objetivo a la vista?» Carraspea el audio y suena la voz de Vanesa: «Hay también una mujer en camisón, y se la ve cabreada. Solicito instrucciones». Los del gabinete de crisis cuchichean en voz baja. Al fin asienten, y el presidente se acerca al micro. «Procedan con exquisito respeto a la ley de Igualdad y Fraternidad», ordena. Un breve silencio al otro lado de la línea. Luego se oye a la jefa del comando: «Me lo expliquen», solicita. «Actúen sin menoscabo de la dignidad e integridad física de los objetivos», aclara el ministro o ministra. «Lo veo difícil -es la respuesta- porque tras arañar al soldado Bongo, la presunta señora Laden le está mordiendo un huevo al soldado Chiapas después de quitarle el Hacheká y metérselo por el ojete. Los gritos que escuchan ustedes son del compañero Chiapas.» De nuevo hacen corro los del gabinete, cuchicheando. «Intímenla a que deponga su actitud -ordena el presidente-. Pero que la intime la soldado Fátima para que no haya violencia de género ni de génera.» Respuesta: «La intimamos, pero pasa mucho de nosotros y nosotras».

«Bueno, vale -responde el presidente tras pensarlo un poco-. Olviden a la señora Laden y céntrense en el objetivo principal. Intímenlo a él.» Acto seguido, durante unos angustiosos segundos, se escucha la voz de la soldado Fátima hablando en morube, seguida por la voz de Ben Laden. «¿Qué le han dicho?», inquiere tenso el presidente. «Que se rinda o…», responde la legionaria Vanesa. «¿O qué?», pregunta el presidente, y Vanesa responde: «Eso es precisamente lo que ha contestado él: ¿O qué?». Transcurren unos segundos de indecisión. «Solicito -dice Vanesa- permiso para afearle al objetivo su conducta.»Esta vez, el presidente no cuchichea con los asesores. «Aféesela», decide enérgico. «Demasiado tarde -informa la jefa del comando-. Se ha ido…» «¿Cómo que se ha ido?…» «Pues eso. Que ha cogido la puerta y se ha ido. Con su mujer detrás. Lo que oyen ustedes es al soldado Chiapas, que tiene un huevo menos.»

«Aborten, aborten», ordena el presidente. Y por su pinganillo, antes de cortarse la comunicación, los del comando oyen protestar airado al general Romerales. El del Opus. Por el aborto.

 FUENTE: Mariano Digital.