Categoría: LITERATURA

LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: » El plano espiritual «

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Dos viajeros cruzaban junto a Nasrudín las montañas del Himalaya, discutiendo sobre la importancia de poner en práctica todo aquello que habían aprendido en el plano espiritual. Estaban tan entretenidos en el plano espiritual que no fue hasta bien entrada la noche que se dieron cuenta de que solamente llevaban consigo un pedazo de pan.

Decidieron no discutir sobre quién merecía comerlo. Sin duda eran hombres piadosos; dejarían la decisión en manos de los dioses. Rezaron para que durante la noche, un espíritu superior les indicase quién de ellos recibiría el alimento.

A la mañana siguiente, los tres se levantaron al salir el sol.
—He aquí mi sueño, principió el primer viajero. Yo iba cargado hacia lugares donde nunca había estado antes, y experimenté toda la paz y armonía que he buscado en vano en esta vida terrenal. En medio de ese idílico paraíso, un sabio de largas barbas me decía: «Tú eres mi preferido, ya que jamás te entregastes al placer mundano y siempre renunciaste a todo lo vacuo. Sin embargo, para confirmar mi alianza contigo, me gustaría que comieras un pedazo de pan».
—Es bien extraño, comentó el segundo viajero,porque en mi sueño, yo vi mi pasado de santidad y mi futuro de maestro. Mientras miraba el porvenir, encontré un hombre de gran sabiduría diciendome: «Tú necesitas comer más que tus dos amigos porque tendrás que liderar a mucha gente, y para ello necesitarás fuerza y energía.”
—En mi sueño, intervino entonces Nasrudín, yo no vi nada, no visité ningún lugar ni encontré a ningún sabio. Sin embargo, a determinada hora de la noche me desperté de repente. Y me comí el pan.
Los otros dos se enfurecieron:
—¿Dinos, por qué no nos llamaste, antes de tomar una decisión tan personal?
—Vaya, ¿Cómo iba a hacerlo? ¡Estabais tan lejos, encontrándoos con maestros y teniendo visiones sagradas! Ayer argumentábamos sobre la importancia de poner en práctica todo aquello que aprendemos en el plano espiritual. En mi caso, Dios actuó rápido y me hizo despertar a causa del hambre.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: » La joven impúdica «

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Durante mucho tiempo, Nasrudín había tenido la intención de pedir la mano de cierta joven. Pero antes de que hubiera ahorrado el dinero de la dote, su amigo le dijo que iba a casarse con la bella muchacha. El Mullah se quedó trastornado y, pensando un momento, dijo:
—Te felicito, ella es verdaderamente el mejor premio. Casualmente, hoy hablaba con otro hombre, que admitía, que estaba deslumbrado por sus encantos.
—¿Estás diciendo que ha aparecido sin velo en público?, preguntó su amigo.
—Simplemente repito lo que he oído, no he hecho preguntas, contestó Nasrudín.

Muy angustiado, el otro hombre salió corriendo a la casa de su futuro suegro y rompió el compromiso.

Unos meses después, cuando finalmente Nasrudín había conseguido el dinero de la dote, se comprometió con la muchacha. Cuando su amigo oyó la noticia, se enfadó mucho.
—¡Qué va! ¡Si no me hubieras dado a entender que era impúdica, me habría casado con ella!
—Estás confundido, dijo Nasrudín. Jamás insinué que fuera impúdica.
—Dijiste que habías hablado con otro hombre que estaba deslumbrado por su belleza.
—¿No mencioné que el otro hombre era su padre?,preguntó Nasrudín.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: «El maestro espiritual»

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Un anciano sabio había llegado a la aldea desde más allá de Ashsharq, un lejano territorio de Oriente. Sus exposiciones filosóficas eran tan abstrusas, y sin embargo tan fascinantes, que los parroquianos de la casa de té llegaron a pensar que quizá podría llegar a revelarles los misterios de la vida.

El Mullah Nasrudín lo escuchó durante un rato.

—Sabrá usted, acotó Nasrudin, que he tenido experiencias parecidas a las que usted vivió durante sus viajes. Yo también he sido un maestro errante.

—Cuénteme algo de eso, si es imprescindible,precisó el anciano, algo molesto por la interrupción.

—Oh, sí, debo hacerlo, afirmó el Mullah, por ejemplo, en un viaje que hice por el Kurdistán era bienvenido por dondequiera que fuese. Me hospedaba y trasladaba de un monasterio a otro, donde los derviches escuchaban atentamente mis palabras. Me suministraban alojamiento gratuitamente en las posadas y comidas en las casas de té. En todas partes la gente al verme quedaba impresionada.

El anciano monje comenzaba a impacientarse ante tanta propaganda personal:
—¿Nadie se opuso en ningún momento a algo de lo que usted decía?, preguntó agresivamente.
—Sí, afirmó un inefable Nasrudín, una vez en un pueblo fui golpeado, introducido al cepo y finalmente expulsado del lugar.
—¿Cuál fue el motivo?
—Bueno, verá usted, ocurrió que en esa ciudad la gente comprendía turco, el idioma con el que yo impartía mis enseñanzas.
—¿Y qué sucedía con aquella gente que lo recibía tan bien?
Ah, pues esos eran kurdos; tienen su propio idioma. Estaba a salvo mientras estuviera entre ellos.

 

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: ¿Saben de qué les voy a hablar?

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Esta historia comienza cuando Nasrudín llega a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de Medio Oriente.

Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudín, que en verdad no sabía que decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba.

Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:

-Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles.

La gente dijo:

-No… ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte!

Nasrudín contestó:

-Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber qué es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo.

Dicho esto, se levantó y se fue.

La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudín se alejaba, dijo en voz alta:

-¡Qué inteligente!

Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice “¡qué inteligente!”, para no sentirse un idiota uno repite: “¡sí, claro, qué inteligente!”. Y entonces, todos empezaron a repetir:

-Qué inteligente.

-Qué inteligente.

Hasta que uno añadió:

-Sí, qué inteligente, pero… qué breve.

Y otro agregó:

-Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia.

Entonces fueron a ver a Nasrudín. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de Él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.

Nasrudín dijo:

-No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos.

La gente dijo:

-¡Qué humilde!

Y cuanto más Nasrudín insistía en que no tenía nada para decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudín accedió a dar una segunda conferencia.

Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. Nasrudín se paró frente al público e insistió con su técnica:

-Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles.

La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron:

-Sí, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido.

Nasrudín bajó la cabeza y entonces añadió:

-Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.

Se levantó y se volvió a ir.

La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:

-¡Brillante!

Y cuando todos oyeron que alguien había dicho “¡brillante!”, el resto comenzó a decir:

-¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!

-Qué maravilloso

-Qué espectacular

-Qué sensacional, qué bárbaro

Hasta que alguien dijo:

-Sí, pero… mucha brevedad.

-Es cierto- se quejó otro

-Capacidad de síntesis- justificó un tercero.

Y en seguida se oyó:

-Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos de más de su sabiduría!

Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudín para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. Nasrudín dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenía conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenía que regresar a su ciudad de origen.

La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudín aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia.

Por tercera vez se paró frente al público, que ya eran multitudes, y les dijo:

-Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar.

Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo:

-Algunos si y otros no.

En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudín con la mirada.

Entonces el maestro respondió:

-En ese caso, los que saben… cuéntenles a los que no saben.

Se levantó y se fue.

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: La Sopa de Pato

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pato-a-la-cazuelaCierto día, un campesino fué a visitar a Nasrudín, atraído por la gran fama de éste. Deseoso de ver de cerca al hombre más ilustre y más idiota del país, le llevó como regalo un magnífico pato.

El Mulá, muy honrado, invitó al hombre a cenar y pernoctar en su casa. Comieron una exquisita sopa preparada con el pato.

 A la mañana siguiente, el campesino regresó a su campiña, feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante.

Algunos días mas tarde, los hijos de este campesino fueron a la ciudad y a su regreso pasaron por la casa de Nasrudín.

– Somos los hijos del hombre que le regaló un pato – se presentaron.

Fueron recibidos y agasajados con sopa de pato.

Una semana después, dos jóvenes llamaron a la puerta del Mulá.

– ¿Quienes son ustedes?

– Somos los vecinos del hombre que le regaló un pato.

El Mulá empezó a lamentar haber aceptado aquél pato. Sin embargo, puso al mal tiempo buena cara, e invitó a sus huéspedes a comer.

A los ocho días, una familia completa pidió hospitalidad al Mulá.

– Y ustedes ¿quiénes son?

– Somos los vecinos de los vecinos del hombre que le regaló un pato.

Entonces el Mulá hizo como si se alegrara y los invitó al comedor. Al cabo de un rato, apareció con una enorme sopera llena de agua caliente y llenó cuidadosamente los tazones de sus invitados. Luego de probar el líquido, uno de ellos exclamó:

– Pero …. ¿qué es esto, noble señor? ¡Por Allah que nunca habíamos visto una sopa tan desabrida!

El Mulá Nasrudín se limitó a responder:

-Esta es la sopa de la sopa de la sopa de pato que con gusto les ofrezco a ustedes, los vecinos de los vecinos de los vecinos del hombre que me regaló el pato !!!

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LOS INGENIOSOS CUENTOS DEL MULLÁH NASRUDIN: Los granjeros a los que se les daban bien los números.

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Nasrudín es un Mulá (maestro) que protagoniza una larga serie de historias-aventuras-cuentos-anécdotas, representando distintos papeles: agricultor, padre, juez, comerciante, juez, sabio, maestro o tonto. Cada una de estas historias cortas hace reflexionar a quién la lee u oye, como una fábula, y además suelen ser humorísticas, con el humor simple de lo cotidiano, a veces con contrasentidos y aparentes absurdos.

Sus enseñanzas, que han sido y son utilizadas por los maestros del sufismo, van desde la explicación de fenómenos científicos y naturales, de una manera más fácilmente comprensible, a la ilustración de asuntos morales.

Idres Shah popularizó en Occidente al personaje a través de diversas recopilaciones de estos cuentos breves rescatados de la literatura y tradición oral de las culturas donde es conocido.

Ya, ya se que yo estoy totalmente en contra del Islam y esto puede parecer una contradicción pero lo cierto es que SON RELATOS HUMORÍSTICOS y en ellos NO se hace proselitismo religioso, así que contradición ninguna. Es, sencillamente, un relato humorístico (por supuesto cada uno se lo puede tomar como quiera) y, en mi opinión, SON TODOS DIVERTIDÍSIMOS, yo me parto jejev con este menda.

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Los granjeros…

a los que se les daban bien los números.

 

nasrudin02De entre todos los pueblos que el mula Nasrudin visitó en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números. Nasrudin encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Cada mañana, alguien de cada familia del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías y se iban a un riachuelo que estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las llevaban de vuelta al pueblo, lo que les llevaba otra hora más.

«¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?», preguntó Nasrudin al granjero de la casa en la que se alojaba. «¡Por supuesto que sería mucho mejor!», dijo el granjero. «El agua me cuesta cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que lleva el burro. Eso hace al año mil cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como las horas del chico. Pero si el burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo, yo podría, por ejemplo, plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete calabazas más cada año.»

«Veo que lo tienes todo bien calculado», dijo Nasrudin admirado. «¿Por qué, entonces, no construyes un canal para traer el agua al río?» «¡Eso no es tan simple!», dijo el granjero. «En el camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico a construir un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos horas al día. Al menos me quedan otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por el agua.»

«Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en el pueblo.»

«Claro que sí», dijo el granjero. «Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez horas al día, estaría acabado un año.»

«Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis el canal?

«Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, tengo que invitarle a mi casa, ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia, sus hijos, sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y él tiene que preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con tranquilidad al tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día entero. Como somos cien familias en el pueblo, tendría que hablar con noventa y nueve cabezas de familia. Estarás de acuerdo conmigo que yo no puedo estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi granja se vendría abajo. Lo máximo que podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por semana. Como un año tiene sólo cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos años hablar con mis vecinos. Conociendo a mis vecinos como les conozco, te aseguro que todos estarían de acuerdo con hacer llegar el agua al pueblo, porque todos ellos son buenos con los números. Y como les conozco, te digo, que cada uno prometería participar si los otros participasen también. Entonces, después de dos años, tendría que volver a empezar otra vez desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y diciéndoles que todos están dispuestos a participar.» «Vale», dijo Nasrudin, «pero entonces en cuatro años estarías preparados para comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría construido!»

«Hay otro problema», dijo el granjero. «Estarás de acuerdo conmigo que una vez que el canal esté construido, cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su parte de trabajo correspondiente.»

«Lo entiendo», dijo Nasrudin . «Incluso si quisierais, no podríais vigilar todo el canal.»

«Pues no», dijo el granjero. «Cualquier caradura que se hubiera librado de trabajar, se beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno.»

«Tengo que admitir que tienes razón», dijo Nasrudin.

«Así que como a cada uno de nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico de alguien tendrá tos, otro la mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a buscar al médico.

Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escurrirnos el bulto. Y como cada uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben, ninguno mandará a su burro o a su chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se empezará.»

«Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes», dijo Nasrudin. Se quedó pensativo por un momento, pero de repente exclamó: «Conozco un pueblo al otro lado de la montaña que tiene el mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace ya veinte años.»

«Efectivamente», dijo el granjero, «pero a ellos no se les dan bien los números.»

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Hambre.

BiRgnsnCEAA6KQKEra una noche fresca y había salido a caminar por una solitaria y oscura calle, sin buscar nada ni a nadie, hasta que en una esquina vi que él dio la vuelta. Era alto, cabello negro, iba de traje con un maletín en una mano, su aroma era dulce, embriagante hasta el éxtasis.

Me envolvió completamente su ser, su calor, toda su energía, y decidí seguirle, cada paso que daba me daba la sensación del cazador que iba por su presa dispuesto a atraparla a como diera lugar, era tan fuerte esa sensación que el noto mi presencia y al girarse bruscamente para buscar quien era ese ser que le perseguía con tanta insistencia, se encontró con la calle vacia, silenciosa y muy oscura sonrió sintiéndose tranquilo de que no era nada.

La calle no tenia fin, y yo ya no podía esperar mas por tenerlo entre mis brazos, sentir su calor, su respiración y la piel de su cuello rasposa por la barba. Me hice notar poco a poco, a el le inquieto que de la nada se escucharan unas pisadas tan fuertes y rapidas, el inconfundible sonido que hacen los tacones de una mujer al chocar contra el asfalto, el acelero aun mas el paso a mi me pareció muy tierno que intentara huir de esa manera, su respiración se acelero, sus latidos aumentaron aun mas, el estaba atento a cualquier ataque para intentar defenderse. Me acercaba aun mas a el, hasta estar a tres pasos lista para atraparlo entre mis brazos, pero el empezó a correr y cuando se sintió mas seguro y cansado disminuyo la velocidad volvió a girarse, y ahí estaba, la calle totalmente vacia, nada del peligro que el sentia.

Tratando de tranquilizarse intento respirar con normalidad, dejo caer su maletín y se llevo las manos a la cara, aun estaba temblando y sudando, después de unos segundos levanto su maletín y se dio la vuelta para darse un susto de muerte frente a el estaba yo, una mujer normal sonriendo sin nada amenazante, dio unos pasos atrás por la impresión, luego rió apenado por su reacción. Se disculpó, por estar tan asustado por eso no escucho mis pasos, siguió con sus disculpas y su historia casi fantástica de que alguien lo estaba siguiendo, yo me acerque a el y note su miedo, reconoció ese sonido, el sonido de mis pasos; quedo paralizado del terror mientras yo lo abrazaba y sentía su respiración y su piel rasposa, intentaba pedir auxilio pero yo lo tenia tan fuertemente abrazado a mi que podía escuchar el crujir de sus huesos rompiendose y su corazón que cada vez latía mas y mas despacio mientras yo me alimentaba de el, con ese dulce néctar que llenaba cada fibra de mi del mas delicioso placer.

Cuando su corazón latió por ultima vez me separe de el, lo deje suavemente en el asfalto y me fui caminando tranquila y satisfecha.

POR: ginger feroz

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San Valentín sangriento (RELATO).

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No solo era un San Valentín más, apenas hace un día nos habíamos reconciliado de la pelea que tuvimos el 8 de febrero, ni bien despertaste me deseaste feliz día, sonreí mientras pensaba que era una tontera estar saludando por algo tan irrelevante cuando hacía solo 2 semanas que no quisiste decir nada el día de nuestro aniversario.

– Bien – pensé- tratemos de llevar la fiesta en paz, solos tu y yo, pero si me lastimas como en ti ya es costumbre ahora si te vas a enterar…

El día transcurrió tranquilo, me prometiste un regalo, salimos juntos como una familia normal, luego de cenar me comprarías el regalo, de alguna manera la ilusión que sentí con esa promesa me daba esperanzas de ser mejor y tener un buen día… pero como siempre…

– Hola ¿qué tal? – ahí estaba tu amigo y jefe con su familia, sonriendo de oreja a oreja y augurando que mi día terminaría arruinado por completo
– Bien, ahora veremos como actúa, si sigue solo con nosotros o se pone a andar de arriba abajo con su amiguito

Hice al mal tiempo buena cara, pero para mi decepción sucedió lo de siempre también, preferías a tu amiguito por encima de tu familia y lo peor es que teníamos que alojarlo en casa; tuve que aguantarme la molestia, aunque tú sabes bien que no soporto a ese pata y que tenerlo cerca me crispa los nervios.

Llego la noche y otro amigo más se unió, hicieron planes para salir a pasear, bailar, el karaoke, estuve de acuerdo en un principio, pero las horas pasaban y ustedes seguían hablando como cotorras, mi frustración aumento ya que ni siquiera tuviste la amabilidad de comprarme el regalo prometido…. Abreviando decidí no ir contigo, mi cólera ya estaba creciendo, era mejor quedarme a cuidar del bebe, con la esperanza de que no regresaras muy tarde… vanas esperanzas.

Me entretuve una hora leyendo relatos de esta página, algunos eran realmente tenebrosos, a media noche decidí dormir de una vez, él bebe ya hace horas que descansaba, me acurruque a su lado y cerré los ojos, cuando los abrí mire la hora las 2 am… ¿dónde diablos estabas que no venias hasta ahora? El insomnio se apodero de mí, y no fue solo eso, mis manos cuyas unas no había cortado hace unos días se sentían como con vida propia, unas afiladas y largas, sentía al bebe durmiendo pasivamente a mi lado, y las ansias de lastimar a mi hijo crecían, tuve que respirar y contenerme, la pobre criatura no me había hecho ningún daño.

Las horas siguieron pasando, a las 3 am te mande un mensaje al celular y solo contestaste que ya se venían.

Así como pasaban las horas aumentaba mi cólera, mi odio por ti crecía hasta el punto de verme dominada y querer maltratar al ser que más querías, nuestro hijo… no pude resistirlo mis manos cobraron vida propia, empecé por hacerle suaves arañazos en el cuerpecito el nene no despertaba, lo cual hacia que mi cólera aumentara, quería que despertara, gritase, llorase y supiera que era maltratado; mire su cuellito, que frágil! si lo apretaba un solo momento sería capaz de asfixiarlo, como disfrutaba pensando en el dolor que sentirías al volver y ver ese cuerpecito en un charco de sangre, sin una gota de vida… mi corazón se henchía de gozo al imaginar tu sufrimiento, mi ojos miraban enloquecidos de fiebre, odio, venganza…

Al fin llegaste, eran las 4 am, abriste la puerta esperando no hacer ruido para no despertarnos, mi espera fue recompensada al ver tus ojos desorbitarse mientras mirabas el charco rojo de las sabanas, de alguna manera adivinabas lo que había sucedido, me miraste con odio, yo solo sonreí, una sonrisa felina y macabra “que esperas, lánzate sobre mí, lucha!” tenía tantas ganas de lanzarme hacia ti, arañar, morder, destruir, desfogar en ti mi odio, hacer de este un San Valentín Sangriento… lo hice cual fiera me abalance a tu rostro, era inmenso el placer que sentía al desgarrar tu carne, destrozar tu rostro, sabía que eras fuerte, pero mi fuerza se veía incrementada por algo maligno, aun así me agotaba, podía perder en cualquier momento, tome tu cabeza tratando de golpearla contra algo, lo conseguí te golpee una y otra vez contra el borde de la mesita de noche, tu cabeza sonaba con cada golpe y mi ansias de sangre crecían…

 

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Desperté… estabas acurrucado a mi lado durmiendo plácidamente, al otro lado se encontraba nuestro bebe también dormido… ya era 15 de febrero y mi San Valentín sangriento fue solo un sueño…

AUTOR: Raksha 

 

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El hombre gris.

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                                                                                                              bares_vino Una fría y brumosa mañana de otoño (era 31 de octubre, concretamente), el Bar de Manolo sólo tenía tres clientes. Dos de ellos compartían una mesa y charlaban animadamente; el tercero hojeaba desmayadamente un periódico en la barra del local, indiferente al café que se enfriaba dentro de una taza olvidada. Los dos primeros eran personas bien conocidas en la ciudad: el canónigo don Cesáreo y su viejo amigo Luis Meiriño, inspector de la Policía Nacional. El tercero era un perfecto desconocido.

Don Cesáreo y el inspector Meiriño eran buenos amigos desde la infancia y se lo pasaban en grande juntos, pese a sus notables divergencias ideológicas: el bueno del cura era considerado un hombre medieval incluso por sus propios camaradas, mientras que el inspector se jactaba de ser un hombre “de mente abierta”, esto es, un progresista escéptico. El tema de aquella conversación, inusitadamente, no tenía nada que ver con el fútbol ni con la política, sino con unos extraños y terroríficos sucesos que habían conmocionado a la ciudad un par de días antes. Como consecuencia de tales hechos, una profesora del instituto había perdido la vida y una de sus alumnas había desaparecido en circunstancias tan misteriosas como inquietantes. El inspector Meiriño se había visto obligado a confesar que las autoridades se hallaban completamente desconcertadas y el sacerdote don Cesáreo no dudó en aprovecharse de ello para llevar el asunto a su propio terreno:

-¡Te digo que esto sólo puede ser obra del Diablo!
Meiriño frunció el ceño y dijo a su vez:

-¡El Diablo! ¡Menuda estupidez! Ese es otro cuento que os habéis inventado los curas para manipular los miedos infantiles de los tontos.

El sacerdote, envalentonado por cierta sombra de inseguridad que creyó advertir en la mirada de su interlocutor, ya que no en sus palabras, recogió el guante y respondió:

-Pues si lo hemos inventado nosotros, como tú dices, habrá muchos que podrían denunciarnos por plagio. Todas las culturas que han existido a lo largo de la Historia reconocieron la existencia del Maligno.

-¡Eso es mentira! En las mitologías de los antiguos paganos no se mencionaba al Diablo para nada.

-¡Sólo faltaría! Aquellos paganos tenían dioses que exigían sacrificios humanos para garantizar la fertilidad de las cosechas. Con dioses como esos, ¿quién necesita diablos? ¡Las divinidades del paganismo eran demonios disfrazados!

-¿Y los primeros judíos? Como supongo que sabrás tú mejor que yo, en los primeros libros de la Biblia nunca se menciona al Diablo, lo cual quiere decir que los patriarcas de Israel no creían en él.

-O quizás creían tanto en él y le tenían tanto miedo que ni siquiera se atrevían a mencionarlo. Y también podían referirse a él dándole los nombres de los dioses paganos adorados en la tierra de Canaán: Baal, Moloch, Astarté, Dagón, Lilit…

-¡Ya, lo que tú digas! Pero el que los paletos del mundo antiguo creyeran en el Diablo no demuestra nada. En nuestros tiempos esas tonterías ya no le importan a casi nadie, sólo a esos niños de papá aburridos que juegan al satanismo cuando se les estropea la consola.

-Si me permiten intervenir en su conversación, señores, creo que eso último no es del todo cierto.

El que había pronunciado la última frase había sido el misterioso tercer cliente, el desconocido que apoyaba sus codos y hojeaba la prensa sobre la barra del bar, sin acordarse para nada del café que había pedido. Era este un hombre que aparentaba unos cuarenta años, de cuerpo enjuto y facciones angulosas. Se le podría llamar apropiadamente el Hombre Gris, pues todo en él -su traje, su piel, su cabello, sus pupilas, incluso la expresión melancólica de su rostro- sugería las tonalidades tristes y grisáceas del cielo otoñal. Su voz era serena y agradable, aunque a veces presentaba una sonoridad extraña, vagamente turbadora. Habló así:

-El satanismo, al igual que la santidad, puede falsificarse, pero su verdadera esencia es algo terrible. Y nadie puede poner en duda su existencia. Brujería y religión han marchado juntas a lo largo de los siglos, como dos hermanas siamesas, mal avenidas pero no por ello menos inseparables. Una y otra son el anverso y el reverso de la misma moneda, o, dicho de otra forma, una es la imagen de la otra, pero al revés, como reflejada en un espejo.
El cura habló tímidamente:

-Bien… puede que usted tenga razón en lo que dice. Tal vez el Mal absoluto sea una inversión del Bien supremo. Dice la Biblia que en este mundo, dominado por las fuerzas del Mal, lo vemos todo al revés, como en un espejo, mientras que en el Reino de los Cielos veremos las cosas como son realmente. Por otra parte… ¿no fueron el pecado de Adán y la impureza de Eva reflejos perversos del sacrificio de Cristo y de la virginidad de María?
Bufó el policía:

-¡Ay, por favor, basta de misticismos! Yo soy agente de policía y me gusta hablar de cosas concretas. Con los misterios de este mundo ya tengo bastante.

Entonces volvió a tomar la palabra el tercer cliente:

-¿Los misterios de este mundo? ¿Podría, entonces, hablarnos de los casos que está investigando la policía de esta ciudad? Según el periódico, aquí han pasado últimamente cosas bastante extrañas. Aunque, siendo este un diario de difusión nacional, no da muchos detalles al respecto. Le agradecería mucho, inspector, que me contara lo que sepa sobre este asunto… sin revelar nada confidencial, por supuesto.

-Bueno, dado que el asunto ya ha saltado a los medios de comunicación, creo que no faltaré a la ética profesional si le hago un resumen de sucedido, dejando aparte ciertos detalles que deben permanecer en secreto mientras dure la investigación.

La historia narrada por el inspector era tan inverosímil y rocambolesca que resultaba difícil de creer. Sin embargo, su punto de partida había sido una situación totalmente normal. El profesor de Música del instituto había cogido una baja de varios meses por razones médicas, siendo sustituido por una interina de nombre Eliana Ferreiro. Esta era una joven muy atractiva y de aspecto agradable, que, según sus propias palabras, procedía de otra provincia y había alquilado un apartamento en las afueras de la ciudad.

Nada más llegar al instituto, se ganó a sus compañeros y alumnos con su belleza y su simpatía, que eran realmente irresistibles. Una vez en clase, se mostró muy cordial con los niños, a los que les hizo muchas preguntas relativas a su vida personal, mostrándose especialmente curiosa en lo relativo a las fechas de sus cumpleaños. Y también propuso retomar aquella misma tarde los ensayos para las actuaciones musicales del festival de Navidad (dichos ensayos se realizaban en el aula de Música y a ellos asistían varias niñas de 3º de ESO). Quedaron para ensayar a las cuatro de la tarde, pero, como es normal en tales casos, las alumnas fueron llegando de forma escalonada, apareciendo algunas alumnas a la hora en punto y otras con bastantes minutos de retraso. A medida que las chavalas llegaban al instituto, Eliana (que era mucho más fuerte de lo que parecía) las fue cogiendo una por una. Cuando las hubo atrapado a todas, las escondió en el aula de Música, bien atadas y amordazadas.

Finalmente, aquella extraña mujer se fue del instituto, llevándose consigo a una niña de trece años llamada Paula Carballiño y dejando allí a las demás. No se sabe bien cómo pudo salir del centro con su prisionera sin llamar la atención de nadie, pero lo cierto es que lo consiguió, de modo que nadie se enteró de lo que había pasado hasta una hora después, cuando una limpiadora escuchó los gemidos de las demás niñas y las liberó.
Alertada rápidamente la Policía, varios agentes fueron al apartamento que Eliana decía haber alquilado. No esperaban hallarla allí, pero lo cierto es que sí la hallaron… muerta.

Había sido brutalmente asesinada (el inspector Meiriño no quiso entrar en detalles al respecto) y, según el forense, llevaba al menos un par de días muerta. Por tanto, la hermosa joven que había aparecido en el instituto diciendo ser la profesora Ferreiro no había sido otra cosa que una impostora. Esta, sin duda, no sólo había raptado a Paula, sino que además había sido la autora material del asesinato de la verdadera profesora, aunque tanto los móviles de dichos crímenes como el paradero de la niña seguían siendo misterios impenetrables para la Policía. Todo parecía indicar que aquella misteriosa mujer estaba loca, pero el inspector Meiriño terminó la relación de los hechos reconociendo que se hallaba completamente desconcertado por el asunto.

Tras escuchar la historia del rapto, el desconocido, que hasta entonces había permanecido en silencio, escuchando atentamente las palabras del policía, tomó de nuevo la palabra:

-La niña desaparecida tenía trece años, ¿no?

-En efecto. Y mañana, si la pobre sigue viva, tendrá catorce. Su cumpleaños es precisamente el 1 de noviembre.

-¡Así que la desaparecida cumple años precisamente el día de Todos los Santos! Es decir, en una fecha consagrada a las fuerzas oscuras desde tiempos inmemoriales, lo cual resulta… muy interesante.

-¡Lo será para usted! A mí eso no me dice nada.

-Oiga, una pregunta. ¿Cuándo examinaron el cuerpo de la víctima mortal…?

-Disculpe, pero me temo que no podré decirle nada más sobre este asunto hasta que la investigación haya finalizado.

-Lo comprendo, pero sólo quiero hacerle una pregunta muy sencilla. ¿No vieron en la garganta de la profesora dos pequeñas heridas circulares de color violeta?

El inspector Meiriño se levantó bruscamente, como impulsado por un resorte, y su voz se alzó furiosa, mientras observaba a su misterioso interlocutor como si este se hubiera convertido de repente en un demonio cornudo con alas de murciélago:

-¿Cómo sabe usted eso? ¡No lo ha publicado ningún medio de comunicación, ese es un dato confidencial! ¿Quién coño es usted? ¿De dónde ha salido y para qué ha venido a esta ciudad? Y, sobre todo, ¿qué es lo que sabe realmente?

-Perdone, inspector, pero no voy a contestarle. Si la policía tiene sus secretos, yo también tengo los míos. Y ahora, si me disculpan, debo irme.

-¡De eso nada! Le ordeno que se quede quieto y que responda a mis preguntas. Si no obedece, me veré obligado a…
El desconocido, indiferente a las amenazas del inspector, se limitó a encaminarse pausadamente hacia la puerta del bar y a salir a la calle con la mayor tranquilidad del mundo. Meiriño se quedó quieto y callado durante unos segundos, pasmado ante la osadía de aquel sujeto enigmático. Pero recuperó pronto su ímpetu habitual y salió corriendo del local, con la mano derecha en el bolsillo donde llevaba su pistola de reglamento. Sin embargo, una vez que llegó a la calle vio que el Hombre Gris se había desvanecido completamente, como si su cuerpo se hubiera disuelto en la niebla. El inspector volvió a su mesa, temblando de ira y frustración. Don Cesáreo, que aún no había sido capaz de asumir el giro tomado por el asunto, se limitó a escuchar en silencio cómo su amigo murmuraba con mal contenida cólera:

-¡Ha desaparecido como si se lo hubieran llevado los marcianos! ¡No, si aún vas a tener razón tú con eso del Diablo! Quizás, después de todo, el Diablo exista… y, en ese caso, no me sorprendería demasiado saber que se ha pasado los últimos minutos en este bar, leyendo la prensa y charlando con nosotros.
Pero el inspector se equivocaba. El Hombre Gris no era el Diablo. Aunque quizás sí tuviera algo que ver con él.

Los días de otoño son breves. Ya faltaba poco para el atardecer cuando el Hombre Gris se encontró frente a una vieja ermita, que se levantaba en la cima de un monte situado a varios kilómetros de la ciudad. Un angosto sendero de tierra era la única vía de acceso a aquel pobre santuario, que apenas recibía visitantes, dejando aparte a los murciélagos que moraban en su tenebroso interior. Aunque la construcción era obra del siglo XVII, se habían aprovechado los cimientos de un edificio románico anterior, levantado en los primeros siglos de la Edad Media. No había más edificios por los alrededores, sólo brezos y alguna sombría arboleda azotada por el frío viento otoñal.
El Hombre Gris se paró a pensar, mientras numerosos murciélagos revoloteaban en torno a los desvencijados muros del santuario, tan indiferentes como él mismo al frío y a la oscuridad crecientes. Tras unos segundos de cavilación, se dijo:

-Es sabido que las ermitas medievales solían construirse en lugares donde antiguamente se celebraban cultos paganos. Así pues, este será un buen lugar para comenzar mi búsqueda… y también para terminarla.

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Tras derribar, sin aparente esfuerzo, las tablas podridas que cubrían la entrada de la ermita, el Hombre Gris penetró en el tenebroso interior de la misma. El sol ya se había ocultado tras las montañas y ninguna luz podía atenuar la oscuridad imperante. Pero eso a él no le importaba. Estaba sobradamente acostumbrado a las tinieblas.

Sus ojos pudieron distinguir sobre una de las losas de granito que cubrían el suelo varias palabras latinas, casi borradas por el paso del tiempo: IS. XXXIV XIV, IBI CUBAVIT LAMIA, “aquí habitará la lamia”. El Hombre Gris sonrió torvamente. Estaba empezando a ver el asunto muy claro… y también muy oscuro, en cierto sentido del término.

Haciendo uso de una fuerza hercúlea que nadie hubiera imaginado en un cuerpo tan enjuto como el suyo, el Hombre Gris levantó la losa, poniendo al descubierto un pozo o agujero de profundidad indefinida.

-Ahora toca hacer un viajecito al Infierno. A estas alturas ya debería estar acostumbrado.

El Hombre Gris se dejó caer por el agujero y fue a parar a una especie de conducto subterráneo, de paredes rocosas y suelo fangoso. Se enderezó rápidamente y sus finos oídos captaron los movimientos furtivos de ciertas criaturas repulsivas, que huían a sus madrigueras asustadas por el ruido de la caída. Al Hombre Gris no le interesaba esperar a que tales anfitriones volvieran para darle la bienvenida, así que empezó a caminar, chapoteando en el fango y, a veces, aplastando con sus pisadas algo que crujía como si estuviera hecho de hueso. Fue una larga caminata por las entrañas de la tierra, descendiendo, siempre descendiendo, algunas veces en línea recta y otras en zigzag, pero siempre en medio de una oscuridad absoluta. Sin embargo, el Hombre Gris sabía muy bien adónde iba y no necesitaba la luz para llegar a su destino.

Pasó mucho tiempo, quizás horas enteras. Fuera, en el mundo exterior, ya sería noche cerrada. El Hombre Gris apuró su paso. Tenía que llegar a su destino antes de la medianoche. Y lo consiguió, en efecto.

Vio a lo lejos un resplandor mortecino, que atenuaba la oscuridad con unos destellos lívidos, casi espectrales. Dirigió sus pasos hacia aquella luz fantasmal, procurando no hacer demasiado ruido al caminar. Pronto se vio en lo que parecía una ancha cripta subterránea, iluminada por unas llamas pálidas y fétidas, vomitadas por seis pozos, que parecían (o eran) las puertas del Infierno.

En un punto equidistante de los seis pozos, y sentada sobre un montón de paja, se encontraba Paula Carballiño, atada y amordazada. Paula era una muchachita de pelo castaño y ojos marrones, guapa, esbelta y ligeramente alta para su edad. Sin duda estaba muy asustada, pero físicamente parecía hallarse en buen estado. El Hombre Gris se acercó a ella, la acarició suavemente e intentó tranquilizarla con palabras teñidas de sincera dulzura, pero no la desató ni le quitó la mordaza. Aún no había llegado el momento. Antes tendría que hacer otras cosas.

-Así que has venido, Vladimir. Sabía que andabas por estos lugares, pero la verdad es que no te esperaba. Ignoraba que compartieras mi debilidad por las niñas.


Mujer-vampiro

El Hombre Gris no se sobresaltó cuando esas palabras hirieron sus oídos. Se sabía observado desde que había llegado a la cripta. Examinó a su interlocutora, que era una mujer de belleza casi irresistible. La marmórea blancura de su piel contrastaba con la ardiente rojez de sus labios voluptuosos. Una melena de pelo negro como el azabache coronaba la perversa hermosura de su rostro, en el que ardían dos fascinantes ojos esmeraldinos. A pesar del frío imperante en aquellos húmedos infiernos subterráneos, sólo un fino peplo de seda negra cubría su cuerpo, dejando adivinar la sensual perfección de sus formas. En cuanto a su voz, era al mismo tiempo dulce y siniestra, lánguida y mareante, como aquellos perfumes empleados en las viejas tumbas orientales para disimular el hedor de la putrefacción. El Hombre Gris habló, con gélida serenidad:

-Me complace comprobar que después de tantos años todavía puedes reconocer mi rostro, hermosa Lilit, princesa de los vampiros.

-Aunque hubiera olvidado tus rasgos, podría adivinar tu identidad en la serenidad que demuestras. Sólo alguien tan maligno como yo podría contemplarme sin estremecerse.

-Creo ser un poco menos maligno que tú… a pesar de todo.

-¡No me hagas reír! ¿Acaso pretendes renegar ahora de tu pasado? ¿Acaso has venido a rescatar a la niña para expiar tus culpas? ¿Piensas que una buena obra podrá compensar todos los pecados que has cometido?

-Yo ya no podría salvarme ni con las mayores penitencias. O quizás sí. Dicen los Libros Sagrados que para Dios no hay nada imposible.

-Esos libros nos dicen que para Él todo es posible… pero no que todo le resulte fácil. ¿Quién podría decir cuánto sufrimiento le cuesta cada victoria que consigue frente a las fuerzas del Mal? No sería pequeña tarea para la Gracia de Dios sojuzgar a todos los demonios que viven en tu alma. ¿Acaso crees que Él está dispuesto a realizar por ti un esfuerzo semejante?

-Siempre puedo hacer algo para merecer su misericordia
.
-¿Hacer qué?

-Pues, por ejemplo… destruirte para siempre, Lilit.

Tras unos instantes de silencio, Lilit estalló en obscenas carcajadas:

-¡En tantos siglos nunca había escuchado nada tan ridículo! ¡Que un miserable como tú pretenda convertirse en un paladín de la Luz! ¡Tú, maldita sanguijuela henchida de podredumbre! ¡Tú, cargado de pecados capaces de ennegrecer el fulgor del sol y de las estrellas!

-Me temo que estás utilizando un lenguaje demasiado poético, mi hermosa Lilit. El sol y las estrellas sólo son masas de gas incandescente. Poco les importan, pues, los pecados de los hombres. Más te importará a ti lo que voy a enseñarte.

Dicho esto, el Hombre Gris extrajo de un bolsillo de su gabardina un pequeño frasco. Lilit frunció el ceño. Sin duda, estaba lleno de agua bendita, una de las pocas cosas en el mundo que podían destruirla. Pero para eso el agua purificadora tendría que llegar a su cuerpo, cosa que ella estaba dispuesta a obstaculizar con todas sus fuerzas. Pero al Hombre Gris eso no le preocupaba demasiado, pues él se sabía mucho más fuerte que ella.
Entonces Paula intentó gritar, pero su mordaza convirtió lo que pretendía ser un grito en un gemido ahogado. Casi al mismo tiempo, un enorme sabueso, grande como un lobo y negro como las tinieblas que rodeaban la cripta, se arrojó sobre el Hombre Gris y lo arrojó al suelo antes de que pudiera reaccionar. Aturdido por el súbito impacto, el Hombre Gris dejó caer el frasco del agua bendita, que se rompió en mil pedazos tras estrellarse contra una piedra. Aquello sin duda estaba planeado: Lilit había engañado a su adversario cuando le dijo que no lo esperaba. Ello explicaba que no le hubiera quitado la mordaza a Paula, pues era necesario que ella no pudiera advertir a su presunto rescatador del peligro que lo acechaba.

Pero el Hombre Gris era muy fuerte y, una vez que se hubo repuesto de la sorpresa, agarró con ambas manos la peluda garganta del sabueso y le partió la cerviz mediante un solo movimiento fulminante. Sin embargo, Lilit había aprovechado la refriega para acercarse sigilosamente y, nada más oír el chasquido que hizo el cuello del sabueso al romperse, se abalanzó sobre el Hombre Gris antes de que este pudiera ponerse en guardia contra ella.

Una vez que la vampiresa hubo alcanzado a su adversario, hundió sus colmillos de lobo en su yugular y empezó a absorber su sangre. Ello no sería suficiente para destruirlo, pero sí lo debilitaría, de modo que luego ella pudiera arrojarlo a uno de los pozos llameantes y librarse de él para siempre. En todo caso, Lilit tampoco pensaba beber demasiado, pues quería reservarse para un plato mucho más apetitoso: la sangre pura y virginal de la pobre Paula, que sería sacrificada cuando llegara la medianoche. Pero apenas hubo saboreado la fría y amarga sangre del Hombre Gris, Lilit sintió que una quemazón insoportable laceraba repentinamente sus entrañas, obligándola a doblarse de puro dolor. Instantes después, la vampiresa se retorcía sobre el húmedo suelo de la cripta, estremeciéndose en los estertores de la agonía, mientras su boca, cada vez más descolorida, escupía espumarajos de rabia y gritos de angustia. Ella sabía que se moría, pero no comprendía por qué. El Hombre Gris habló, con el tono pausado que le era propio:

-Cometiste un grave error al morderme, Lilit. ¿No te fijaste en que el frasco del agua bendita estaba casi vacío? Había previsto que podrías vencerme, y por tanto decidí guardarme un as en la manga, por si sucedía lo peor. Antes de entrar en la ermita, me bebí parte del agua bendita, para que esta fluyera por mis venas, mezclada con mi sangre. Al absorber la una, absorbiste también la otra. Morirás en poco tiempo. O, si lo prefieres, moriremos ambos, pues el agua bendita también es un veneno para mí. Consuélate pensando que tu asesino te acompañará al Infierno. Aunque yo tardaré algo más en emprender mi viaje, puesto que, si tú posees la belleza de una princesa, yo tengo la resistencia de un guerrero.

Lilit no llegó a oír las últimas palabras del Hombre Gris. Cuando este dejó de hablar, de la vampiresa sólo quedaban un peplo de seda negra y un amasijo de cenizas heladas. Entonces un vapor miasmático empezó a extenderse por la ya viciada atmósfera de la cripta, sumiendo a Paula en un profundo desmayo.

A la mañana siguiente, apenas un macilento sol otoñal hubo empezado a regar valles y montañas con la suave lluvia de sus rayos, Paula se despertó en la cuneta de una carretera comarcal, poco transitada, que atravesaba los yermos páramos de la comarca. Tenía la mente muy confusa y, si sus muñecas no conservaran marcas de ligaduras, habría podido pensar que sus últimas experiencias habían pertenecido al reino de las pesadillas más bien que al de la realidad. Una vez que el frío aire matutino hubo despejado un poco sus pensamientos, miró a su alrededor y vio a su lado tres cosas: un traje gris, un montón de cenizas frías y un papel escrito a mano. Cogió el papel, que parecía una carta, y lo leyó:

-“Querida Paula: Como supongo que te sentirás desconcertada después de lo que has vivido durante las últimas horas, creo que te debo una explicación. Cuando leas este papel, yo ya no seré más que un montón de cenizas, al igual que tu secuestradora, la vampiresa Lilit. Pero deseo que sepas lo que fui, para que no lamentes demasiado mi muerte.

Hace muchos, muchos años, yo era un guerrero noble y valiente, respetado por sus vasallos y temido por sus adversarios, pero al que una profunda inquietud espiritual aguijoneaba en las honduras del alma. Insatisfecho con las doctrinas ortodoxas de la Iglesia, me adherí en secreto a una secta herética, según la cual el universo material no era creación de Dios, sino del Diablo. De tales doctrinas extraje la conclusión de que es al Príncipe de las Tinieblas y no al de la Luz a quien debemos nuestra adoración, por lo que acabé convirtiéndome en un adorador de Satanás. Finalmente, recibí una revelación de los Señores del Infierno, que me impulsó a iniciar el camino hacia la inmortalidad. Disfrazado de peregrino, viajé durante varios años por los rincones más tenebrosos de Europa y Oriente Medio, buscando a Lilit, princesa de los vampiros, a la que terminé encontrando en un monasterio abandonado de los Balcanes. Tras ofrecerle a cambio de sus favores una repugnante ofrenda que prefiero no recordar, recibí su beso impío en mi garganta y yo mismo me convertí en un vampiro, sanguinario, feroz y casi indestructible. Durante siglos muchas personas de toda condición, incluyendo niñas inocentes como tú misma, aliviaron con su sangre la sed eterna que devoraba mis entrañas, sin que sus gritos de terror despertaran la menor compasión en mi alma, corroída por el pecado. En varias ocasiones mis adversarios consiguieron destruirme, pero ignoraban cómo hacerlo de forma definitiva, de modo que las puertas del Infierno siempre acababan abriéndose para permitirme volver a la vida y continuar con mi reinado de terror. Sin embargo, acabé sintiéndome hastiado de todo ello y empecé a sentir una nostalgia, vaga al principio y luego devoradora, del hombre que había sido en otros tiempos. Así pues, yo mismo, por mi propia voluntad y sin esperar revelaciones de ningún tipo, opté por iniciar la búsqueda de una expiación… no con la esperanza de alcanzar el Cielo, cuyas puertas considero cerradas para mí desde hace mucho tiempo, sino únicamente para asumir mi inevitable condena con la trágica dignidad de un hombre y no con la abyecta desesperación de un demonio.

Tomada esta decisión, durante los últimos tiempos he vagado por el mundo, buscando de nuevo a la princesa Lilit, pero esta vez para destruirla e impedir que siguiera haciéndoles daño a Dios y a los hombres. Me tomé esta nueva búsqueda de la reina de los vampiros como una inversión (y acaso también como una compensación) de la primera. Llevada a buen término mi misión, mi vida (si así podemos llamarla) ha perdido todo su sentido, por lo cual asumo mi muerte definitiva con resignación y casi con alegría.

Te deseo sinceramente que seas muy feliz en tu vida y sólo te pido que no le cuentes a nadie lo que te he revelado con mis últimas palabras, pues no quiero ser recordado ni compadecido por nadie. Hasta siempre, Paula.

P. D.- Por cierto, se me olvidaba, ¡que tengas un muy feliz cumpleaños!

VLADIMIR DRÁCULA, SEÑOR DE LOS VAMPIROS”

AUTOR: FRIKI       

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Guerra final.

guia supervivencia sobrevivir ataque nuclear fuga radioactiva radioactividad El monitor mostraba una mano que sobresalía entre los escombros y la tierra, la mano parecía que estaba pidiendo auxilio o que intentaba llegar hasta el cielo. Era el epitafio de la vida en la Tierra. La única parte humana que quedaba. Era el 5 de Abril del 2056 y el hombre había logrado adelantarse a la extinción del planeta. Luego de años de guerra, la última bomba estalló, eliminando todo rastro de humanidad en la Tierra.
Dos siluetas estaban mirando la mano en el monitor.
-¿Qué fue lo que sucedió?
-Lo que se temía, terminaron por destruirse… era inevitable, sus continuas guerras por el poder y el dinero arrojo este resultado. Nada que no se esperase.
-Así es, pero siempre hay una reflexión antes de la destrucción. Todo animal duda antes de atacar a un enemigo que lo podría destruir.
-Por eso esas cosas eran especiales, se destruían sin dudar. La única conclusión que puedo sacar es que por lo menos tardaron años en hacerlo… lo malo es que tardaron solo para crear las armas capaces de hacerlo posible.
-Idiotas… ¿Qué piensas sobre seguir con el proyecto?
-Esta prueba no es muy positiva, los resultados logrados no colocan al hombre como el soldado perfecto, es muy rebelde y muchos de ellos no aceptarían las órdenes sin un proceso de rebeldía o reflexión sobre ellas. Al principio se los podía influenciar con los Dioses pero después descartaron esa idea como muy idiota, según ellos lo que no ven no existe. Podríamos influir con eso: crear un Dios y que tenga contacto con ellos.
-Ya lo intentamos en una fase anterior, le enviamos al hijo de Dios… al principio funciono pero después lo mataron. Sus interrogantes siempre están manchadas de sangre. La junta quiere que mañana les presentemos el informe de lo sucedido e ideas para el próximo experimento… parece que hoy tampoco vamos a dormir.
-Parece que no.
La silueta observo el monitor. La cámara empezó alejarse cada vez más de la mano. Escombros, tierra, ya no había nada mas en el planeta Tierra salvo un gran vació ocasionado por la destrucción.

AUTOR: resplandor

 

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