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Categoría: ACTUALIDAD
¡Diosdado HUMILLADO! Suplica y llora mientras es CAPTURADO por María Corina en VIVO
Revalorando a los viejos

El filósofo Lisandro Prieto enjuicia a una sociedad que desprecia y margina estructuralmente a los viejos, y nos insta a rescatar su rol y su experiencia.
Por Lisandro Prieto.- “Y si fuego es lo que arde en los ojos de los jóvenes, luz es lo que vemos en los ojos del anciano”. Víctor Hugo.
Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre la vejez, que en distintas tradiciones filosóficas ha sido considerada como una etapa vital en la que la experiencia se materializa en sabiduría.
Para ilustrar brevemente mi interpretativa procedo a comentarles una experiencia personal: en una clase de filosofía para alumnas de un profesorado de inglés, yo pregunté «¿Quién quiere llegar a viejo?». Todas me respondieron afirmativamente. Paso seguido, proseguí la mayéutica inquiriendo: «¿Quién quiere llegar a viejo y ser despreciado?». Todas me respondieron negativamente. Ante estas respuestas, no tuve remedio que indicar que, si bien es casi unánime el afán de vivir muchos años, los adeptos de proteger, cuidar y valorar a los seres más longevos de nuestra comunidad, son muy pocos. Qué paradoja, ¿verdad? Pero había que explicar a Platón para la cátedra.
Platón sugería que la vejez no es solamente un signo del paso del tiempo, sino un momento propicio para el desarrollo de una vida reflexiva y justa. Concretamente, en «La República», Sócrates señala que la vejez trae consigo una gran paz interior y una liberación de muchos deseos desordenados, indicando con ello que al llegar a viejos tenemos la capacidad de poner una distancia crítica a las pasiones que de jóvenes nos quitaban tanto tiempo, es decir, tener una vida más guiada por la razón, en contraste con las inquietudes y deseos propios de una vida joven y ajetreada (y en muchos casos, vacía).
Por su parte, Aristóteles sostenía en su «Ética a Nicómaco» que la sabiduría práctica («phrónesis» o prudencia) sólo se desarrolla plenamente con el tiempo. La experiencia acumulada es esencial para la capacidad de juzgar adecuadamente, ya que «la experiencia es la que produce la sabiduría», por lo que «ser viejo», lejos de ser un obstáculo, se convierte en un recurso valioso para la toma de decisiones más prudentes y justas.
¿Qué bonito todo, no? Pues bien, desde la modernidad hasta n1uestros días se ha desplazado sistemáticamente el valor en la vejez hacia la vereda de la marginalidad. En contraposición a las visiones clásicas presentadas en los párrafos anteriores, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su obra «La sociedad del cansancio» describe cómo esta cochina obsesión contemporánea por la eficiencia y el rendimiento ha marginado violentamente a quienes no se adaptan a la rapidez que exige el sistema productivo actual.
En otras palabras, amigos míos, a la loable capacidad reflexiva propia de un ritmo de vida más pausado y sabio, el mundo la está tratando como obsoleta en su afán ridículo de priorizar la juventud y la velocidad (que va rápido hacia la nada misma).
«La vejez, que representa la lentitud y la pausa, es vista como una anomalía en un mundo donde todo debe estar disponible inmediatamente» (Han, 2017, p. 52). Si no, haz la prueba e intenta que un sexagenario o, aún alguien mayor también, te atienda o te responda el móvil cuando intentas comunicarte con ellos. Imposible, gracias a Dios.
Evidentemente, Han observa que la «hiperactividad» y la «sobreactuación» del individuo contemporáneo lo condenan a vivir en un estado de auto-explotación perpetua. En este contexto, los ancianos, que ya no pueden, ni deben, rendir según esos estándares, son excluidos del mercado laboral, pero también de todos los ámbitos sociales.
La cultura dominante parece despreciar abiertamente el tiempo reflexivo y pausado de la vejez, que en lugar de ser apreciado como un insumo valioso del saber, es descartado como algo que no aporta al ciclo de la productividad o del interés. Y, seamos realistas amigos, salvo los Rolling Stones, ¿cuántos viejos son aclamados por lo que hacen?
Esta marginalización de los viejos no sólo se ve manifestada en la exclusión económica, sino también en una pérdida tristísima de estatus social. En este punto es conveniente recordar a Zygmunt Bauman quien señaló en su «Vida líquida» que la modernidad no tiene lugar para los ancianos, ya que éstos no encajan en un sistema que exalta solamente lo efímero y desechable. Bauman nos advirtió que la vejez ha pasado a ser vista como un estado de debilidad y vulnerabilidad, o sea, decadencia, en lugar de ser un período en el que las personas puedan transmitir sabiduría, experiencia y cariño.
Y no es casual que mencione la palabra «cariño». Así como los ancianos son tratados como basura, también los niños lo son, por la misma valoración posmo-vacía de considerarlos vulnerables para justificar el frecuente maltrato, subestimación y negación de su existencia. En este sentido Hannah Arendt, en su ensayo «La crisis de la cultura» nos advierte sobre la posibilidad de una sociedad que descarta a aquellos que no se ajustan a los ideales de eficiencia y productividad al servicio del consumo.
Tanto nuestros chicos como nuestros abuelos, que representan los extremos de la vida, son vistos como molestias dependientes, o peor, gastos innecesarios, prescindibles en un mundo donde la autonomía económica prima por sobre el amor y el compromiso del cuidado del otro.
«El desprecio por los que no pueden participar en la economía productiva es el signo de una civilización que no valora la vida humana» (Arendt, 1968, p. 43)
A pesar de la tendencia a marginar precedentemente descrita, es necesario recordar que, para los que no intentamos ser idiotas, la vejez sigue siendo una fuente invaluable de sabiduría y afecto. Los viejos, o sea, nuestros viejos (porque no salen de un coliflor, son quienes nos dieron la vida y nos hicieron llegar hasta donde hemos llegado) poseen una capacidad única para ofrecer cariño y transmitir conocimientos que han adquirido a lo largo de sus vidas.
¿En qué mundo cabe la necesidad de tratar como tarado a un viejo, sólo por ser viejo? En éste. Ante esta situación, es preciso explicitar que sólo aquellos que han tenido el honor, el orgullo y el privilegio de haber vivido mucho tiempo, tienen infinitamente más capacidad de comprensión de la vida humana que cualquier joven que se está haciendo camino en la supervivencia de esta jungla y/o picadora de carne que llamamos vida moderna.
Retornando a Platón, recordemos brevemente su alegoría o mito de la caverna, que nos presenta a los prisioneros encadenados, quienes sólo ven sombras proyectadas en una pared, tomando esas sombras como si fueran la realidad. Solo aquellos que logren liberarse y salir de esa prisión, pueden contemplar la verdadera luz del conocimiento y comprender la naturaleza de las cosas. Pues bien amigos, los ancianos, en ese sentido, podrían ser vistos como aquellos que ya han recorrido este arduo camino de liberación. Después de haber atravesado la confusión y las ilusiones que caracterizan la estupidez propia de la juventud, los mayores han tenido el tiempo y la experiencia para salir de la caverna y observar el mundo con una mayor claridad y sabiduría.
Lejos de quedar atrapados en nuestras sombras de apariencias y deseos fugaces y falaces, los viejos han adquirido la capacidad de distinguir (discernir) entre lo esencial y lo superfluo, entre lo verdadero y lo ilusorio. Son nuestros viejos los que portan la llave de entrada y salida de la caverna, pues no sólo han logrado salir de ella, sino que también pueden guiar a las futuras generaciones hacia la luz.
Esta capacidad de ofrecer orientación no debería ser despreciada o menospreciada, y mucho menos marginada, sino valorada como un recurso invaluable para quienes aún permanecen en la confusión de las sombras. Los ancianos, al haber vivido y reflexionado sobre su existencia, se convierten en auténticos custodios de la sabiduría puesto que son aquellos que pueden hacernos comprender cómo es posible una vida más plena y más justa.
Queda claro, entonces, que la vejez no es un estado de inutilidad, sino un tesoro de experiencias que pueden guiarnos en tiempos de incertidumbre: si pudiéramos ver a los viejos como lo que realmente son, queridos amigos lectores, entonces quizá aprenderemos un poco más cómo vivir de manera más digna y plena.
La vejez, lejos de ser una etapa de la vida que deba ser menospreciada y posteriormente descartada, es un período vital glorioso de transmisión de sabiduría: en mi vida nunca nadie me ha enseñado más y mejor, que un viejo, se los aseguro. Y sí, es justo y triste decirlo, también sucede que hay gente que llega a grande y nunca entendió absolutamente nada, pero eso no es culpa de la vejez en sí misma, sino que es un problema más profundo que desarrollaremos en otro artículo: hay gente que pasa por la vida, pero no vive, es decir, no aprende.
Aunque nuestro tiempo tienda a marginar a los ancianos, es preciso revalorizar esta etapa como una fuente de conocimientos indispensables para las generaciones más jóvenes justamente en medio de este mundo cada vez más veloz y efímero, porque la pausa, la calma y la prudencia que traen consigo los viejos nos enseñan a vivir, sin dudas, con mayor profundidad y sentido. Al final, la vejez no es sólo una prueba de cuánto dura una vida, sino una oportunidad de apreciar lo mucho que vale toda vida.

DELITOS DE ODIO: LA POTENTE «LEY MORDAZA» QUE NOS TRAGAMOS COMO UN AVANCE PROGRESISTA (VÍDEO)

Censura, persecución y «cancelaciones» en nombre de las minorías y los Derechos Humanos
El llamado «delito de odio», incorporado a la legislación española en el año 2015, se presentó a la opinión pública como una normativa destinada a proteger a colectivos susceptibles de ser agredidos, como los homosexuales, los inmigrantes o las minorías étnicas. Una finalidad más que loable contra la que muy pocos – acaso tan solo algún nazi orgulloso de serlo- se podrían manifestar. Sin embargo – opina nuestro colaborador Cristóbal García Vera – la propia redacción de la ley abría las puertas para que, finalmente, se utilizara como una suerte de nueva «ley mordaza» contra la libertad de expresión (…).
Por CRISTÓBAL GARCÍA VERA PARA CANARIAS-SEMANAL.ORG.-
Un fantasma parece estar recorriendo el mundo. Y no es el del comunismo, sino el de una nueva y recrudecida forma de represión que, cual postmoderno caballo de Troya, ha traspasado nuestras murallas disfrazada de legislación para «defender a los más vulnerables».
Nos referimos, como apunta el título de este artículo, al llamado «delito de odio», incorporado en el Código Penal de la legislación española mediante la Ley Orgánica 1/2015, que se presentó a la opinión pública como una normativa destinada a proteger a colectivos susceptibles de ser agredidos, como los homosexuales, los inmigrantes o las minorías étnicas. Una finalidad más que loable contra la que muy pocos – acaso tan solo algún nazi orgulloso de serlo- se podrían manifestar.
Según ha apuntado Jon-Mirena Landa, director de la Cátedra Unesco de Derechos Humanos de la Universidad del País Vasco, la expresión «delito de odio» (hate crime) procede de los Estados Unidos, donde se acuñó a finales de la década de los ochenta del pasado siglo, y con el tiempo se extendió a los códigos penales de otros países occidentales, con la consecuencia de un incremento de las penas asociadas a acciones delictivas cuando éstas estaban relacionadas con determinados prejuicios.
Este sería el caso, por ejemplo, de una paliza propinada por un grupo de supremacistas blancos estadounidenses a un hombre o una mujer afroamericana, un homosexual o una persona transexual, motivada por la propia condición de la víctima.
Una legislación de ese tipo, huelga decirlo, tiene un sentido evidente que justifica su promulgación y el apoyo a la misma de los sectores progresistas de la sociedad.
CUANDO EL «DELITO DE ODIO» COMIENZA A ENCUBRIR LA CENSURA Y LA INCAPACIDAD PARA CONFRONTAR IDEAS
El problema con los llamados «delitos de odio», que los convierte de facto en una legislación mordaza y en un peligrosísimo instrumento de censura, se genera cuando el «odio» perseguido por el Código penal no tiene que ver ya con actos concretos y objetivos, sino que se comienza a buscar, de forma subjetiva, en la simple expresión de ideas u opiniones contrarias al pensamiento dominante.
En este punto, que ya estamos sufriendo en el Estado español, el «hate crime» es sustituido por el «hate speech». Los «discursos de odio», entendidos como tales por cualquier persona o colectivo que, subjetivamente, sienta que otra ideología, o incluso argumentos lógicos y evidencias empíricas, «atentan» contra su propia concepción del mundo o contra su identidad.

Si preguntáramos en la calle qué es un delito de odio, muy probablemente, las respuestas se encaminarían hacia declaraciones insultantes, humillantes o amenazantes contra personas que son o piensan diferente. Sin embargo, la mayoría de las acusaciones por este presunto delito que hoy se producen tienen que ver, más bien, con una respuesta, por parte de los más diversos colectivos, pero también del propio Estado, contra aquellos que cuestionan sus planteamientos o la visión de la realidad que ellos consideran como la única justa y admisible.
No nos estamos refiriendo, pues, a discursos realmente agresivos o deshumanizantes con los que, en más de una ocasión, se han preparado las condiciones para proceder a auténticos genocidios. Y mucho menos a llamamientos directos a atacar a los miembros de cualquier colectivo. Hablamos, específicamente, del intento de convertir el disenso en una acción punible por la ley.
Aunque por el momento no tenemos noticias de que los colapsados tribunales españoles estén dictando condenas al respecto, parece como si, en nombre de los «derechos humanos» o la «defensa de las minorías» se pretendiera sustituir el debate y la confrontación de ideas por el recurso a la judicialización de todo aquel discurso que pueda «ofender» alguna sensibilidad.
«No nos estamos refiriendo a discursos realmente agresivos o deshumanizantes con los que, en más de una ocasión, se han preparado las condiciones para proceder a auténticos genocidios, sino al intento de convertir el disenso en una acción punible por la ley»
Este tétrico panorama, cada vez más común en muchos países occidentales, es posible gracias al efecto conjunto de una creciente e interesada banalización de la política y de una «subcultura» infantilizada que, en efecto, identifica la discrepancia con una agresión. Una forma de pensar, o más propiamente de sentir, cada vez más extendida entre amplios sectores de la juventud, a la que se está maleducando y debilitando hasta el punto de que ya se los empieza a conocer como la generación de cristal.
LA DERECHA TAMBIÉN SABE VICTIMIZARSE Y DENUNCIAR A «ODIADORES»
La «caja de Pandora» abierta por estas leyes contra la libertad de expresión, en cualquier caso, no se circunscribe a unos pocos grupos etarios, ni se limita, como podría imaginarse por su origen, al cuadrante «izquierdo» del espectro político institucional. También la derecha más extrema ha aprendido a victimizarse y no manifiesta reparos a la hora de denunciar a sus propios «odiadores».

En el Estado español, donde hace bastantes años el juez Baltasar Garzón impuso la doctrina del «todo es ETA» para criminalizar a cualquiera que defendiera el derecho a la autodeterminación del pueblo vasco, tampoco era muy difícil imaginar que el propio Estado, y la derecha política, serían los primeros en sacar provecho de la nueva legislación.
Así, en el año 2019, la Fiscalía General emitía la circular 7/2019, según la cual el rechazo radical a los grupos nazis expresado por colectivos antifascistas quedaba tipificado como «delito de odio» (1).
Por su parte, el Partido ultraderechista VOX se permitía denunciar ante la Audiencia Nacional, «por delito de odio y enaltecimiento del terrorismo», a colectivos de solidaridad con los jóvenes de Alsasua condenados a desproporcionadas penas de cárcel por un altercado de bar con un grupo de guardias civiles de paisano.
En febrero de 2018, la Policía Nacional ya había denunciado a un humilde mecánico de Reus, Jordi Perelló, por presunta «incitación al odio», por negarse a reparar el vehículo particular de una agente de este Cuerpo policial (2).
Un año después, en la Isla de Gran Canaria, Miguel Ángel Ramírez –presidente de la UD Las Palmas y empresario conocido por no pagar a sus empleados y por cometer otros presuntos delitos contra la Hacienda pública- también se refugiaba en el socorrido «delito de odio» para expulsar a un socio del club que se había atrevido a colocar una pancarta con el lema ‘¡Ramírez vende ya!’, en las lomas que circundan la Ciudad Deportiva de ese equipo de fútbol (3).

Son tan solo un puñado de ejemplos que no representan, como algunos creen, un mal uso de la norma, sino la consecuencia previsible de la formulación de la ley, cuyo artículo 510 establece que:
«serán castigados con la pena de prisión de uno a cuatro años y multa de seis a doce meses: los que provocaren a la discriminación, al odio o a la violencia contra grupos o asociaciones, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia, raza o nación, su origen nacional, su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género, enfermedad o discapacidad».
Una redacción lo suficientemente ambigua como para que cualquiera pueda ampararse en la ley para tratar de penalizar a quienes le desagradan o lo cuestionan, por motivos meramente ideológicos o, incluso, de inquina personal.
ACALLANDO LA DISIDENCIA EN NOMBRE DE LAS MINORÍAS Y LA «CULTURA DE LA CANCELACIÓN»
El problema fundamental no es la utilización que nuestros adversarios ideológicos puedan hacer de esta ley, sino el mismo hecho de penalizar la expresión de las ideas ajenas, desde una presunta atalaya moral cuyas reglas, a la postre, siempre acaban determinando los poderes realmente existentes o sus representantes políticos institucionales.
«Con la coartada de defender a colectivos vulnerables se avanza hacia la penalización de las ideas ajenas, desde una presunta atalaya moral cuyas reglas, a la postre, siempre acaban determinando los poderes realmente existentes»
Solo desde una posición de poder, en efecto, se pueden imponer censuras a actos sobre la participación de atletas trans en la categoría de deporte femenino, como hacía el pasado año el Cabildo de Gran Canaria, por mediación de la consejera de Igualdad de Unidas Podemos, Sara Ramírez (5) porque -de acuerdo a la ideología ahora dominante – el mero debate sobre este tema, o la aportación de datos contrastables al respecto, constituiría «un delito de odio». «Delito», por cierto, decretado por la propia consejera podemita como censora y juez, sin proceso debido, con anterioridad a la celebración del acto y sin ningún derecho a la defensa.
VÍDEO SOBRE LA CENSURA IMPUESTA AL CONGRESO «MUJERES Y DEPORTE», CON LA JUSTIFICACIÓN DE PROTEGER LOS «DERECHOS HUMANOS»
En la misma línea, la nueva ley trans aprobada por el Ejecutivo central del PSOE y Unidas Podemos contempla la imposición de altísimas multas a quienes se atrevan a cuestionar públicamente algunas de las «verdades» contenidas en la norma, aunque para ello puedan apoyarse en la evidencia científica.
Es decir, que el ala «izquierda» del Ejecutivo más progresista de la historia de España, literalmente, ¡ha prohibido disentir de su discurso oficial! Y ello, con el silencio cómplice, o incluso el aplauso, de una parte de la izquierda «alternativa» supuestamente crítica con Unidas Podemos, aparentemente incapaz de entender que su acuerdo en este tema concreto con el partido del Gobierno no los tendría que llevar a suscribir el silenciamiento forzado de quienes mantienen otros puntos de vista.

Estas actuaciones impuestas desde las propias instituciones del Estado, y presentadas ante la opinión pública como medidas destinadas a defender a las minorías de supuestos «ataques de odio», constituyen una nueva forma de censura «progresista» que viene de la mano de la «cultura de la cancelación» de lo políticamente incorrecto, importada de Estados Unidos, y representada en ese país norteamericano por el guerrerista Partido Demócrata.
Más tarde o más temprano, los sectores de la izquierda extraparlamentaria que han asumido esta lógica perversa, influidos de una u otra forma por las ideologías postmodernas, también tendrán que pagar la factura por el ecosistema político represivo que están contribuyendo a establecer. Y es muy probable que, como en la Alemania de los años 30 del siglo XX, «cuando vayan a buscarlos a ellos, ya no haya nadie para protestar».
EL ABOGADO Y YOUTUBER RUBÉN GISBERT DENUNCIADO POR INFORMAR Y OPINAR SOBRE LA GUERRA DE UCRANIA
Nadie con una mínima conciencia crítica podrá quedar para defenderlos, en efecto, si hoy todos decidimos callar, cobardemente, ante esta nueva forma de «inquisición bienpensante». O si no levantamos la voz cuando los censurados, multados o encarcelados solo por expresarse y opinar son otros con quienes no coincidimos ideológicamente o incluso nos situamos en sus antípodas.
De ahí que también sea obligatorio en un texto como éste denunciar la reciente imputación por la Fiscalía del abogado y youtuber español Rubén Gisbert, por una presunta «incitación al odio».
Gisbert ha sido acusado de «dar noticias falsas sobre la guerra de Ucrania y actuar como agente de desestabilización política», solo por atreverse a ofrecer una información alternativa a la impuesta por los medios occidentales sobre este conflicto bélico, contando para ello con la participación de varios especialistas en el tema, como el coronel Pedro Baños, censurados en dichos medios por negarse a reproducir la propaganda de Guerra de la OTAN.
VÍDEO: GISBERT REBATIENDO, DESDE UCRANIA, ALGUNOS ASPECTOS DE LA PROPAGANDA DE GUERRA OCCIDENTAL
En el vídeo que adjuntamos a esta nota (*), el joven letrado responde con firmeza a su imputación, manifestando que no se dejará amedrentar y explicando claramente cuál es el significado de este ataque que ha recibido.
DEFENDER EL DERECHO BÁSICO A LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN: BATALLA DE IDEAS Y ORGANIZACIÓN POPULAR
Por nuestra parte, defender el derecho de Gisbert a realizar su labor informativa sin ser represaliado por ello resulta perfectamente compatible con nuestra radical discrepancia con su ideología y muchos de sus posicionamientos políticos. Dicha defensa, como la del derecho de las especialistas en deporte femenino a cuestionar aspectos de la ley trans; el derecho de una activista transexual a disentir a su vez de esas especialistas; el de un ultraconservador católico a sostener que solo la familia tradicional debería ser promovida por el Estado o el de un liberal a exponer sus ideas sobre la economía capitalista desregulada, no implica en realidad más que defender un mínimo terreno de juego político en el que nosotros mismos no podamos ser encarcelados, en cualquier momento, solo por hablar sobre la necesidad de que una revolución socialista evite la barbarie inherente a este sistema económico y político promovido por el liberal.
«Defender el derecho de los otros a expresar sus opiniones, por «odiosas» que éstas nos resulten, no es más que defender un mínimo terreno de juego político en el que nosotros mismos no seamos represaliados por discrepar del discurso dominante»
El debate, el intercambio de ideas y la confrontación dialéctica con quienes defienden propuestas contrarias a las nuestras, así como la organización imprescindible para que se escuche la voz de las clases trabajadoras, son las herramientas que debemos utilizar quienes, desde las coordenadas del marxismo, aspiramos a transformar la realidad en un sentido auténticamente progresivo.
Por el contrario, la «moda» de recurrir a la represión estatal contra quienes tienen un discurso que nosotros rechazamos, por «odioso» que éste nos resulte, constituye un claro síntoma de que, en algún momento, se abandonó el campo de batalla de las ideas y de la construcción popular. O de que, al menos, la ideología dominante ha logrado permear lo suficiente a quienes así actúan como para que su lucha se perdiera en los enrevesados y variopintos senderos del capitalismo woke (5).
(*) VÍDEO RELACIONADO:
Notas y referencias bibliográficas:
(1) Incitar al odio contra el nazismo es un «delito de odio», dice la Fiscalía General del Estado
(2) Mecánico acusado por «delito de odio» por negarse a arreglar los coches de la Policía Nacional
(3) Miguel Ángel Ramírez expulsa a un socio de la UD Las Palmas por un «delito de odio»
(4) Suspendido por censura el congreso estatal «Mujeres y Deporte» que se iba a celebrar en Gran Canaria
(5) Capitalismo «woke»: A la diversidad rogando y con el mazo dando

Lo que hemos aprendido de un siglo de comunismo

Es poco probable que un Estado comunista pueda seguir siendo democrático durante mucho tiempo, aunque empezara así
por FEE
A más de un centenario de la toma del poder por los bolcheviques, que condujo al establecimiento de un régimen comunista en Rusia y, con el tiempo, en muchas otras naciones de todo el mundo. Es un momento apropiado para recordar la inmensa marea de opresión, tiranía y asesinatos en masa que los regímenes comunistas desataron en el mundo. Aunque los historiadores y otras personas han documentado numerosas atrocidades comunistas, gran parte del público sigue sin ser consciente de su enorme magnitud. También es un buen momento para considerar qué lecciones podemos aprender de esta horrenda historia.
Un historial de asesinatos masivos y opresión
En conjunto, los Estados comunistas asesinaron a 100 millones de personas, más que todos los demás regímenes represivos combinados durante el mismo periodo. Los esfuerzos comunistas por colectivizar la agricultura y eliminar a los campesinos propietarios independientes fueron, con diferencia, los que más víctimas causaron. Sólo en China, el Gran Salto Adelante de Mao Zedong provocó una hambruna artificial en la que perecieron 45 millones de personas, el mayor episodio de asesinato masivo de toda la historia mundial. En la Unión Soviética, la colectivización de José Stalin, que sirvió de modelo para iniciativas similares en China y otros países, se cobró entre 6 y 10 millones de vidas. En muchos otros regímenes comunistas, desde Corea del Norte hasta Etiopía, se produjeron hambrunas masivas. En todos estos casos, los gobernantes comunistas eran muy conscientes de que sus políticas estaban causando muertes masivas y, sin embargo, persistieron en ellas, a menudo porque consideraban que el exterminio de los campesinos “kulak” era una característica más que un defecto.
Aunque la colectivización fue la principal causa de muerte, los regímenes comunistas también llevaron a cabo otras formas de asesinato masivo a escala épica. Millones de personas murieron en campos de trabajo esclavo, como el sistema Gulag de la URSS y sus equivalentes en otros lugares. Muchos otros murieron en ejecuciones masivas más convencionales, como las de la Gran Purga de Stalin y los “campos de exterminio” de Camboya.
Las injusticias del comunismo no se limitaron a los asesinatos en masa. Incluso los que tuvieron la suerte de sobrevivir fueron objeto de una severa represión, que incluyó violaciones de la libertad de expresión, la libertad religiosa, la pérdida de los derechos de propiedad y la criminalización de la actividad económica ordinaria. Ninguna tiranía anterior pretendió un control tan completo sobre casi todos los aspectos de la vida de las personas.
Aunque los comunistas prometieron una sociedad utópica en la que la clase trabajadora disfrutaría de una prosperidad sin precedentes, en realidad engendraron una pobreza masiva. Allí donde existían Estados comunistas y no comunistas en las proximidades, eran los comunistas quienes utilizaban los muros y la amenaza de muerte para evitar que su pueblo huyera a sociedades con mayores oportunidades.
Por qué fracasó el comunismo
¿Cómo una ideología de liberación condujo a tanta opresión, tiranía y muerte? ¿Fueron sus fracasos intrínsecos al proyecto comunista o se debieron a defectos evitables de determinados gobernantes o naciones? Como cualquier gran acontecimiento histórico, los fracasos del comunismo no pueden reducirse a una sola causa. Pero, en general, sí fueron inherentes.
Dos factores fueron las causas más importantes de las atrocidades infligidas por los regímenes comunistas: los incentivos perversos y los conocimientos inadecuados. El establecimiento de la economía y la sociedad centralmente planificadas que exigía la ideología socialista requería una enorme concentración de poder. Aunque los comunistas aspiraban a una sociedad utópica en la que el Estado pudiera “desaparecer” con el tiempo, creían que primero tenían que establecer una economía dirigida por el Estado para gestionar la producción en interés del pueblo. En este sentido, tenían mucho en común con otros socialistas.
Para que el socialismo funcionara, los planificadores gubernamentales debían tener autoridad para dirigir la producción y distribución de prácticamente todos los bienes producidos por la sociedad. Además, era necesaria una amplia coerción para obligar a la gente a renunciar a su propiedad privada y realizar el trabajo que el Estado exigía. La hambruna y los asesinatos en masa fueron probablemente la única forma en que los gobernantes de la URSS, China y otros Estados comunistas pudieron obligar a los campesinos a renunciar a sus tierras y ganado y aceptar una nueva forma de servidumbre en las granjas colectivas, que a la mayoría se les prohibía abandonar sin permiso oficial, por temor a que buscaran una vida más fácil en otro lugar.
El enorme poder necesario para establecer y mantener el sistema comunista atrajo naturalmente a personas sin escrúpulos, entre ellas muchos egoístas que priorizaron sus propios intereses sobre los de la causa. Pero es sorprendente que las mayores atrocidades comunistas no fueran perpetradas por jefes corruptos del partido, sino por verdaderos creyentes como Lenin, Stalin y Mao. Precisamente porque eran verdaderos creyentes, estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para hacer realidad sus sueños utópicos.
Aunque el sistema socialista creó oportunidades para que los gobernantes cometieran grandes atrocidades, también destruyó los incentivos de producción para la gente corriente. En ausencia de mercados (al menos legales), había pocos incentivos para que los trabajadores fueran productivos o se centraran en fabricar bienes que pudieran ser realmente útiles para los consumidores. Mucha gente intentaba trabajar lo menos posible en sus empleos oficiales y, en la medida de lo posible, reservaba sus verdaderos esfuerzos para la actividad en el mercado negro. Como dice el viejo refrán soviético, los trabajadores tenían la actitud de “nosotros fingimos trabajar y ellos fingen pagar”.
Incluso cuando los planificadores socialistas buscaban realmente producir prosperidad y satisfacer las demandas de los consumidores, a menudo carecían de la información necesaria para hacerlo. Como describió el Premio Nobel de Economía F.A. Hayek en un famoso artículo, una economía de mercado transmite información vital tanto a los productores como a los consumidores a través del sistema de precios. Los precios de mercado permiten a los productores conocer el valor relativo de los distintos bienes y servicios y determinar cuánto valoran los consumidores sus productos. En la planificación central socialista, por el contrario, no hay sustituto para este conocimiento vital. Como resultado, los planificadores socialistas a menudo no tenían forma de saber qué producir, con qué métodos o en qué cantidades. Esta es una de las razones por las que los Estados comunistas sufrían habitualmente escasez de bienes básicos, al tiempo que producían grandes cantidades de productos de mala calidad para los que había poca demanda.
Por qué no se puede explicar el fracaso
Hasta el día de hoy, los defensores de la planificación central socialista sostienen que el comunismo fracasó por razones contingentes evitables, y no por razones intrínsecas a la naturaleza del sistema. Tal vez la afirmación más popular de este tipo sea que una economía planificada puede funcionar bien siempre que sea democrática. La Unión Soviética y otros Estados comunistas eran todos dictaduras. Pero si hubieran sido democráticos, quizá los dirigentes habrían tenido mayores incentivos para hacer que el sistema funcionara en beneficio del pueblo. Si no lo conseguían, los votantes podían “echar a los cabrones” en las siguientes elecciones.
Desgraciadamente, es poco probable que un Estado comunista pueda seguir siendo democrático durante mucho tiempo, aunque empezara así. La democracia requiere partidos de oposición eficaces. Y para funcionar, esos partidos tienen que ser capaces de difundir su mensaje y movilizar a los votantes, lo que a su vez requiere amplios recursos. En un sistema económico en el que todos o casi todos los recursos valiosos están controlados por el Estado, el gobierno en el poder puede estrangular fácilmente a la oposición negándole el acceso a esos recursos. En el socialismo, la oposición no puede funcionar si no se le permite difundir su mensaje en los medios de comunicación estatales o utilizar propiedades estatales para sus mítines y reuniones. No es casualidad que prácticamente todos los regímenes comunistas suprimieran los partidos de la oposición poco después de llegar al poder.
Las atrocidades y los fracasos del comunismo fueron los resultados naturales de un esfuerzo por establecer una economía socialista. Incluso si un Estado comunista pudiera seguir siendo democrático de alguna manera a largo plazo, es difícil ver cómo podría resolver el doble problema del conocimiento y los incentivos. Ya sea democrática o no, una economía socialista seguiría requiriendo una enorme concentración de poder y una amplia coerción. Y los planificadores socialistas democráticos se encontrarían con los mismos problemas de información que sus homólogos autoritarios. Además, en una sociedad en la que el gobierno controla toda o la mayor parte de la economía, sería prácticamente imposible que los votantes adquirieran conocimientos suficientes para supervisar las numerosas actividades del Estado. Esto agravaría enormemente el ya grave problema de la ignorancia de los votantes que aqueja a la democracia moderna.
Otra posible explicación de los fracasos del comunismo es que el problema fue el mal liderazgo. Si los regímenes comunistas no hubieran estado dirigidos por monstruos como Stalin o Mao, les habría ido mejor. No hay duda de que los gobiernos comunistas tuvieron más que su parte de líderes crueles e incluso sociópatas. Pero es poco probable que éste fuera el factor decisivo de su fracaso. Resultados muy similares se dieron en regímenes comunistas con líderes que tenían un amplio abanico de personalidades. En la Unión Soviética, es importante recordar que las principales instituciones de represión (incluidos los gulags y la policía secreta) no fueron establecidas por Stalin, sino por Vladimir Lenin, una persona mucho más “normal”. Tras la muerte de Lenin, el principal rival de Stalin por el poder -León Trotsky- defendió políticas que en algunos aspectos eran incluso más opresivas que las del propio Stalin. Es difícil evitar la conclusión de que, o bien la personalidad del líder no era el factor principal, o bien -alternativamente- los regímenes comunistas tendían a colocar a personas horribles en puestos de poder. O quizá algo de ambas cosas.
Es igualmente difícil dar crédito a las afirmaciones de que el comunismo fracasó sólo por defectos en la cultura de los países que lo adoptaron. Es cierto que Rusia, la primera nación comunista, tenía una larga historia de corrupción, autoritarismo y opresión. Pero también es cierto que los comunistas practicaron la opresión y el asesinato en masa a una escala mucho mayor que los gobiernos rusos anteriores. Y el comunismo también fracasó en muchas otras naciones con culturas muy diferentes. En los casos de Corea, China y Alemania, personas con antecedentes culturales iniciales muy similares soportaron terribles privaciones bajo el comunismo, pero tuvieron mucho más éxito con las economías de mercado.
En general, las atrocidades y los fracasos del comunismo fueron los resultados naturales de un esfuerzo por establecer una economía socialista en la que toda o casi toda la producción está controlada por el Estado. Si no siempre era completamente inevitable, la opresión resultante era al menos muy probable.
Al igual que las atrocidades del nazismo son lecciones abyectas sobre los peligros del nacionalismo, el racismo y el antisemitismo, la historia de los crímenes comunistas enseña los peligros del socialismo. La historia del comunismo no demuestra que deban evitarse todas y cada una de las formas de intervención gubernamental en la economía. Pero sí pone de relieve los peligros de permitir que el Estado se haga con el control de toda o la mayor parte de la economía, y de eliminar la propiedad privada. Además, los problemas de conocimiento e incentivos que surgen en el socialismo también dificultan los esfuerzos de planificación económica a gran escala que no llegan al control total de la producción por parte del gobierno.
Lamentablemente, estas lecciones siguen siendo relevantes hoy en día, en una época en la que el socialismo ha comenzado de nuevo a atraer adeptos en diversas partes del mundo. En Venezuela, el gobierno intenta establecer una nueva dictadura socialista que aplica muchas de las mismas políticas que la anterior, incluyendo incluso el uso de la escasez de alimentos para acabar con la oposición. Incluso en algunas democracias establecidas desde hace tiempo, los recientes problemas económicos y sociales han aumentado la popularidad de socialistas declarados al viejo estilo, como Bernie Sanders en Estados Unidos y Jeremy Corbyn en Gran Bretaña. Tanto Sanders como Corbyn son viejos admiradores de brutales regímenes comunistas. Incluso si quisieran hacerlo, es poco probable que Sanders o Corbyn sean capaces de establecer un socialismo en toda regla en sus respectivos países. Pero, no obstante, pueden hacer un daño considerable.
En el otro lado del espectro político, existen inquietantes similitudes entre el comunismo y varios movimientos nacionalistas de extrema derecha recientemente populares. Ambos combinan tendencias autoritarias con desdén por los valores liberales y un deseo de extender el control gubernamental sobre grandes partes de la economía.
Las peligrosas tendencias actuales, tanto de la derecha como de la izquierda, no son todavía tan amenazadoras como las de hace un siglo, y no tienen por qué causar ni de lejos tanto daño. Cuanto mejor aprendamos las dolorosas lecciones de la historia del comunismo, más probabilidades tendremos de evitar que se repitan sus horrores.
Este artículo fue publicado originalmente en la Fundación para la Educación Económica
Ilya Smoin es profesor de Derecho en la Universidad George Mason. Su investigación se centra en el derecho constitucional, el derecho de propiedad y el estudio de la participación política popular y sus implicaciones para la democracia constitucional.


La locura de criminalizar el «odio»
La conclusión es ineludible: el único objetivo de este tipo de leyes contra el «odio» es crear una categoría especial de delito basada totalmente en la identidad de la víctima

por Instituto Mises
Muchas personas se escandalizaron cuando más de 1.000 manifestantes fueron detenidos en el Reino Unido y encarcelados por diversos delitos, entre ellos «desórdenes violentos» e incitación al odio racial. Lo más chocante fueron los casos de los detenidos por publicar comentarios en las redes sociales sobre los disturbios, a pesar de no estar presentes en el lugar de los hechos y de no haber pruebas de que nadie de los que se sumaron a los disturbios hubiera leído ninguno de sus comentarios.
En las sociedades que defienden el valor de la libertad individual, el único propósito del derecho penal debería ser contener y castigar a quienes cometen actos de agresión contra otras personas o sus bienes. El derecho penal no debe utilizarse para impedir que las personas «odien» a otras o para obligarlas a «amarse». Al anunciar otra serie de leyes «para ampliar la lista de cargos que pueden ser perseguidos como delitos de odio», la gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul declaró en que «en estos tiempos difíciles, seguiremos defendiéndonos los unos a los otros. Lo estamos dejando claro: el amor siempre tendrá la última palabra en Nueva York». Para ello, presentó «legislación para ampliar significativamente la elegibilidad para el enjuiciamiento de delitos de odio».
Los intentos de promover el amor entre los diferentes grupos raciales o religiosos de la sociedad, por ejemplo, acusando a la gente de incitar al «odio» cuando protestan contra la inmigración, malinterpretan el papel del derecho penal. Las amenazas al orden público implican atentar contra la persona o la propiedad de otros ѿcomo ocurre en una revuelta violenta—, no la mera exhibición de «odio» hacia los demás. Sin embargo, cada vez más, los delitos contra el orden público se vinculan a la incitación al odio o a los delitos de odio.
Las leyes que prohíben la incitación al odio y los delitos motivados por el odio suelen definir el «odio» como hostilidad basada en la raza, el sexo, el género, la orientación sexual o la religión. A menudo, la hostilidad se entiende simplemente como palabras que ofenden a otros. Por ejemplo, en RU, la Ley de Comunicaciones de 2003 prohíbe enviar «un mensaje u otro asunto que sea gravemente ofensivo o de carácter indecente, obsceno o amenazador». La Ley de Seguridad en Línea de 2023 se centra en los contenidos ilegales en línea, incluida tanto la «incitación a la violencia» como la publicación de «delitos de orden público con agravantes raciales o religiosos». La conducta en línea incluye escribir posts o publicar blogs o artículos en sitios web.
Dado que la incitación a la violencia ya es un delito —«conducta, palabras u otros medios que insten o conduzcan naturalmente a otros a la revuelta, la violencia o la insurrección»—, no parece haber ningún propósito discernible en añadir el concepto de «odio» a tales delitos. Por poner un ejemplo, escribir «quemen la tienda» en las redes sociales podría considerarse una incitación a la violencia, pero escribir «quemen la tienda musulmana» en las mismas circunstancias se tipificaría como delito de odio. El incendio provocado (quemar realmente la tienda) es un delito, pero en función de la identidad racial o religiosa del propietario de la tienda, el incendio provocado se considera un delito «peor», —un crimen de odio— a pesar de que el daño en ambos casos y la pérdida sufrida por los propietarios de tiendas que son víctimas de incendios provocados no varían en función de su raza o religión.
Por lo tanto, no se necesitan leyes de «conducta de odio» para «criminalizar» aún más lo que ya es un delito. La conclusión es ineludible: el único objetivo de este tipo de leyes contra el «odio» es crear una categoría especial de delito basada totalmente en la identidad de la víctima. La política de identidad forma ahora parte del derecho penal. El «odio» basado en la raza o la religión es ahora una prioridad en la aplicación de la ley penal, con recursos cada vez más desviados hacia ella. Por ejemplo, Nueva York ha dedicado un presupuesto de 60 millones de dólares a la «lucha contra el odio».
Los sucesos ocurridos en el Reino Unido la semana pasada ilustran de forma escalofriante las consecuencias de un enfoque policial basado en la identidad. En la actual purga policial de alborotadores, quienes escribieron mensajes de «incitación al odio» en plataformas de medios sociales fueron acusados de «incitación al odio racial» y condenados a penas de prisión de hasta dos o tres años. Lejos de luchar contra el «odio», es probable que esto sólo alimente aún más el resentimiento y el antagonismo racial.
Libertad de expresión y primera enmienda
Hasta ahora, EEUU ha evitado seguir este camino socialmente destructivo, como el RU, gracias a la primera enmienda de la Constitución de los EEUU. La importancia de la primera enmienda para frustrar los intentos de ilegalizar la «incitación al odio» puede verse en el proyecto de ley de la Asamblea de Nueva York A7865A (2021-2022), que establece que humillar o vilipendiar a cualquier persona en las redes sociales basándose en su identidad es una conducta de odio y, por tanto, ilegal. El proyecto de ley exige a las redes sociales que informen de «conductas de odio en su plataforma» y define la conducta de odio como «el uso de una red social para vilipendiar, humillar o incitar a la violencia contra un grupo o una clase de personas por motivos de raza, color, religión, etnia, origen nacional, discapacidad, sexo, orientación sexual, identidad de género o expresión de género». Este intento de regular las «conductas de odio» es una clara restricción de la libertad de expresión, y como era de esperar se opusieron grupos de defensa de la libertad de expresión alegando que viola la Primera Enmienda.
Al vincular el derecho penal a la protección de los derechos de propiedad, Murray Rothbard sostiene que la «incitación» es un elemento de la libertad de expresión. Según el principio del libre albedrío, nadie debería alegar que la razón por la que cometió un incendio provocado (un crimen contra la propiedad de otro) fue que leyó un post en las redes sociales que decía «quemen la tienda». El pirómano sería responsable de su propio delito. Puede que leyera el post, pero la decisión de salir y cometer el crimen fue suya. Rothbard explica:
“¿Debería ser ilegal, podríamos preguntarnos a continuación, «incitar a los disturbios»? Supongamos que Green exhorta a una multitud: «¡Vamos! ¡Quemen! ¡Saqueen! ¡Maten!» y la muchedumbre procede a hacer exactamente eso, sin que Green tenga nada más que ver con esas actividades delictivas. Dado que todo hombre es libre de adoptar o no adoptar cualquier curso de acción que desee, no podemos decir que de alguna manera Green determinó a los miembros de la turba a sus actividades delictivas; no podemos hacerle, debido a su exhortación, en absoluto responsable de sus crímenes. «Incitar a los disturbios», por lo tanto, es un puro ejercicio del derecho de un hombre a hablar sin verse implicado en un delito”.
Rothbard añade que mucho dependería, por supuesto, del contexto: «hay un mundo de diferencia entre el jefe de una banda criminal y un orador de tribuna durante una revuelta». Uno de los británicos encarcelados por publicaciones en las redes sociales escribió en Facebook que «todo hombre y su perro deberían destrozar el hotel Britannia», conocido por alojar a inmigrantes. El autor del mensaje —un joven de 28 años sin muchos seguidores— no estuvo presente en los disturbios, ni había razón alguna para pensar que los presentes en los disturbios hubieran leído su mensaje o tuvieran intención de seguir su exhortación. En ese sentido, no parece haber sido más que un «orador de tribuna» que comentaba los disturbios desde la seguridad y comodidad de su sillón. Sin embargo, fue acusado de «palabras o comportamientos amenazadores, abusivos o insultantes con la intención de incitar al odio racial» y encarcelado durante 20 meses. El hecho de que los comentarios en las redes sociales se traten ahora de este modo como motivo para encarcelar a personas por «odio racial» representa una grave amenaza para la libertad individual e ilustra la insensatez de criminalizar el «odio».
Este artículo fue publicado inicialmente en el Instituto Mises.
Wanjiru Njoya es académica residente del Instituto Mises. Es autora de Libertad económica y justicia social (Palgrave Macmillan, 2021).

Ignorancia, manipulación y el nivel de los mares
El ser humano es tan insignificante que su actividad no es capaz de cambiar el clima del mundo, son procesos naturales y cíclicos.

Por Fernando del Pino Calvo-Sotelo
Como colofón de la habitual campaña veraniega de alarmismo climático, a mediados de agosto el telediario de la televisión pública andaluza anunció que, según «las predicciones científicas» de un estudio de Greenpeace, el nivel del mar subiría 1 metro en los próximos seis años, lo que supondría «la desaparición de 200 playas en nuestro país»[1], particularmente en el Golfo de Cádiz. Dado que la tendencia a largo plazo (1880-2009) del aumento del nivel del mar en Cádiz es de 1mm al año[2], esta noticia no sólo contradecía el sentido común, sino otros pronósticos (también alarmistas, pero no tan ridículos) publicitados por la misma cadena tan sólo cuatro semanas antes[3].
El disparate podría ser sólo un ejemplo más de la ausencia de rigor y nulo amor a la verdad del periodismo actual, pero, siendo la fuente una televisión pública controlada por el PP, también sirve como ejemplo del unipartidismo que gobierna España cuando se trata de defender las consignas del globalismo.
Calma: los mares no nos engullirán
En realidad, el «estudio» de Greenpeace[4], de carácter más propagandístico que científico (como casi todo lo que publica la organización), no pronosticaba que el nivel del mar en Cádiz subiría 1 metro en seis años, sino 12 milímetros, pero estimaba que, con esos 12 milímetros de subida del mar, la anchura de las playas podría reducirse en 1 metro. Es decir, que los intrépidos periodistas confundieron anchura (de la playa) con altura (del mar), algo que no hace ni un alumno de Primaria ni un seguidor de Barrio Sésamo, poniendo de manifiesto, una vez más, la descomunal ignorancia y falta de integridad del gremio. Así, de cumplirse el pronóstico del referido «estudio», la magnífica playa gaditana de Camposoto a la que los reporteros fueron a amargar a los bañistas con la noticia, no desaparecería, como ellos afirmaban, sino que su anchura en bajamar pasaría de forma imperceptible de 300m a 299m. Sin embargo, la realidad probablemente no sea siquiera esa.
En efecto, la trigonometría más básica nos indica que la relación entre el aumento del nivel del mar y la reducción de la anchura de las playas depende fundamentalmente de la pendiente de la costa (la tangente): por ejemplo, playas con muy poca pendiente ven su anchura muy afectada por los cambios de marea mientras que playas con mucha pendiente apenas notan cambios. Algo tan sencillo recibe desde 1962 el nombre de regla de Bruun, que estima que la reducción de la anchura de la playa (el retroceso de la línea de costa) será de entre 10 y 50 veces el aumento del nivel del mar, según algunos estudios[5], o entre 50 y 100 veces, según otros[6]. Sin embargo, esta regla está basada en un ceteris paribus demasiado simplista y debe tomarse con cautela, pues existen variables que afectan a la relación entre el aumento del nivel del mar y el retranqueo del perfil de la playa, como el movimiento vertical del terreno, la sedimentación y la erosión, o el traslado de la arena de un lugar a otro por causa de temporales, corrientes o cambios artificiales producidos por la construcción de espigones o puertos.
Los periodistas también parecen ignorar que, desde el origen de los tiempos, dos veces al día, 365 días al año, el mar sube y baja en Cádiz con carreras de marea (diferencia entre pleamar y bajamar) de hasta 3,5m en mareas vivas[7], lo que hace que la mencionada playa de Camposoto, por ejemplo, tenga una anchura que varía entre los 300m en marea baja y los 150m en marea alta[8]. Que dentro de unos años esas mediciones quizá sean 299,5m y 149,5m, respectivamente, no es noticia.
La arrogante pretensión de precisión
Pretender que podemos medir al milímetro o incluso a la décima de milímetro algo tan difícil de medir como es el nivel de los océanos no deja de ser un ejemplo más del cientificismo hoy imperante, que asigna a la Ciencia (con mayúscula, pues se trata de una divinidad) los atributos divinos de la omnipotencia y la omnisciencia. Así, el crédulo ciudadano actual, consumidor compulsivo de noticias, tiende a creer a pie juntillas las afirmaciones catalogadas como «científicas» aunque se trate de aserciones absurdas que nuestros mayores, que confiaban más en su sentido común, se habrían tomado con escepticismo e incluso con humor.
Muchos datos de la cuestión climática pretenden rodearse de un aura de exactitud y seguridad inexistentes, como es el caso de la medición de temperaturas de volúmenes gigantescos como la atmósfera o el océano: los datos mínimamente fiables son muy recientes y los históricos no dejan de ser estimaciones. Con la variación en el nivel de los mares ocurre lo mismo. Piensen lo difícil que es medir el nivel de una superficie tan enorme como el océano, superficie que no está nivelada (por ejemplo, en EEUU el mar tiene mayor elevación absoluta en la costa del Pacífico que en la del Atlántico) y que está afectada por ondulaciones que se producen cada pocos segundos (las olas), por la rotación de la Tierra (Coriolis), por corrientes y vientos y, sobre todo, por variaciones diarias y estacionales de origen gravitatorio, las mareas, que llegan a alcanzar en algunas zonas más de 14 metros de diferencia entre pleamar y bajamar.
Intentando medir el nivel de los mares
Existen dos fuentes de medición del nivel del mar: los satélites (sólo desde 1992, apenas tres décadas) y los mareógrafos. Los primeros miden la variación absoluta del nivel de los mares, pero sus lecturas están sujetas a ajustes orbitales que no dejan de ser intervenciones más o menos arbitrarias. De sus resultados se desprende que los mares están subiendo a un ritmo de 3,4mm al año desde 1992 (¡vaya precisión!). Sin embargo, los mareógrafos, de los que existen muy pocos con lecturas fiables a largo plazo, sólo aprecian una subida de 1-2mm al año en el mismo período[9], ritmo al que los mares tardarían entre 250 y 500 años en subir 50 cm (medio metro). Dado que sabemos que el nivel de los mares ha aumentado unos 120m desde la última glaciación hace unos 12.000 años, esta ligera subida no parece una emergencia, sino que puede entrar dentro de la variabilidad natural propia del período interglaciar en el que afortunadamente vivimos.
La diferencia de medición entre satélites y mareógrafos resulta controvertida. Cierto es que los mareógrafos miden la variación del nivel del mar relativa a la costa, cuyo terreno sube y baja a lo largo del tiempo debido al movimiento de placas tectónicas, a cambios en la capa freática o a otras causas. Ése es el motivo de que algunas ciudades que eran famosos puertos de mar en la Antigüedad se encuentren hoy tierra adentro (como Éfeso) mientras otras se encuentran sumergidas cerca de la costa (como Heracleion).
El aumento del nivel de los océanos, como el del agua contenida en un recipiente blando o de geometría variable, puede tener su origen en cambios en el continente (la corteza terrestre) o en el contenido (el agua), sea por el derretimiento del hielo del planeta o por la expansión térmica del agua al calentarse. Sin embargo, ligar a la actividad humana el ligerísimo aumento de los mares, que aparentan seguir su trayectoria natural desde la última glaciación, resulta temerario, no en balde el propio IPCC estima, con los escasos registros antiguos, que la tasa de subida comenzó a registrar un incremento «significativo» entre finales del s. XVIII y mediados del s. XIX[10], mucho antes de que el planeta se industrializara y mucho antes de que comenzara a aumentar el CO2.
La medición de temperatura de la atmósfera y los océanos
En la medición de temperaturas de la atmósfera o, más bien, de la troposfera, ocurre algo parecido. Sólo tenemos mediciones mínimamente científicas desde finales del s. XIX, pero éstas provienen de una escasa red de termómetros concentrada en países industrializados del hemisferio norte y en tierra firme, lo que supone un pequeño problema cuando los océanos ocupan el 70% de la superficie terrestre. Además, los termómetros tienen que estar bien calibrados, pues miden la temperatura indirectamente a través del aumento del volumen del mercurio o de las variaciones en la tensión eléctrica (los digitales) y tienen que estar protegidos del sol o de fuentes de calor externas y atendidos por personal que realice las mediciones sistemáticamente todos los días a las mismas horas, para que sean homogéneas y comparables.
Para más inri, el llamado efecto de isla de calor urbano (que analizamos en el artículo precedente[11]) distorsiona las comparaciones históricas, pues termómetros que en tiempos pasados se encontraban en mitad de un prado hoy están situados en plena ciudad. Por lo tanto, hasta que empezamos a disponer de satélites en 1979 ―hace sólo un instante, en términos geológicos―, las mediciones de temperatura eran bastante deficientes.
¿Y en el pasado remoto? Para medir la evolución paleoclimática de las temperaturas también se utilizan mediciones indirectas inferidas de la anchura de los anillos de los árboles y, sobre todo, de las variaciones isotópicas de catas de hielo concentradas en muy pocos puntos del planeta, sobre todo en la Antártida, donde existen las capas de hielo más profundas (p.ej., Vostok). Que estas medidas no sean demasiado precisas no significa que no sean enormemente útiles para hacernos una idea aproximada de grandes variaciones de temperatura ocurridas en el pasado. Asimismo, contamos con la geología, con los fósiles o con evidencias anecdóticas, como pueden ser testimonios o cuadros de ríos helados o cosechas de determinados frutos. Gracias a todo ello hemos conocido la existencia de las glaciaciones, del Período Cálido Romano, del Período Cálido Medieval (en ambos casos con temperaturas similares a las de hoy) o de la Pequeña Edad de Hielo (1300-1850, aproximadamente), período que la ideología climática procura ocultar a toda costa, pues desbarata su relato.
Con la medición de la temperatura de los océanos ocurre algo parecido. Hasta hace 20 años los datos eran esporádicos y se basaban en termómetros de dudosa fiabilidad instalados en la obra viva de buques que navegaban por los mares. Hace 20 años esto cambió con el programa Argo, que desplegó una flota de boyas que flotan libremente en todos los océanos y miden la temperatura y la salinidad hasta los 2000 m de profundidad. Aunque sólo cubren el 30% del volumen de agua de los océanos, nunca habíamos dispuesto de una información tan fiable, pero el calentamiento de los mares es tan inapreciable que su medición entra dentro del grado de error instrumental: desde el 2004, los océanos se habrían calentado 0,04ºC (cuatro centésimas de grado)[12].
Conclusión
La medición fiable de magnitudes clave para construir series históricas e intentar comprender un campo del saber que se encuentra en la infancia, como es el clima, entraña una gran dificultad. Sin embargo, la propaganda del cambio climático finge tener una seguridad en sus afirmaciones que no tiene en absoluto, y exalta el término «científico» aplicándolo abusivamente a aserciones muy dudosas para intimidar al incauto.
La ciencia actual, lejos de ser omnisciente, tiene enormes limitaciones, pero al hombre moderno esta realidad le molesta, pues anda fascinado consigo mismo. El problema es que, para avanzar en el conocimiento, primero hay que reconocer que hay cosas que no sabemos, e incluso cosas que ni siquiera sabemos que ignoramos, y esto el hombre convertido en dios no puede admitirlo bajo ningún concepto. ¿Sólo sé que no sé nada? Sócrates sería hoy linchado por blasfemo.
[1] 30 playas entre Cádiz y Huelva, camino de desaparecer (canalsur.es)
[2] The long sea level record at Cadiz (southern Spain) from 1880 to 2009 (csic.es)
[3] Las playas de Huelva y Cádiz, las más afectadas por la subida del nivel del mar (canalsur.es)
[4] crisis-a-toda-costa-2024.pdf (greenpeace.org)
[5] Approaches to evaluate the recent impacts of sea-level rise on shoreline changes – ScienceDirect
[6] doc00_guia_analisis_de_riesgos_y_adaptacion_al_cc.pdf (adaptecca.es)
[7] Anuario de mareas | Puerto de la Bahía de Cádiz (puertocadiz.com)
[8] Playa del Castillo-Camposoto.pdf (lineaverdesanfernando.org)
[9] The State of the Climate in 2023 (thegwpf.org)
[10] IPCC AR5, Working Group I, 3.7.4.
[11] Escuela de calor 2024 – Fernando del Pino Calvo-Sotelo (fpcs.es)
[12] The State of the Climate in 2023 (thegwpf.org)
Los datos que ningún izquierdista quisiera ver.
ESTO ES HACER LAS COSAS COMO SE TIENEN QUE HACER, LA CHUSMA FUERA Y PUNTO PELOTA.

As I am not sure if the blog translator will work with embedded tweets, I leave, for English-speaking users, a translation. The images are understandable knowing the text, the one named, is in Italian:
«How has Giorgia Meloni managed to reduce in one year 64.7% of immigration? and 72% of the menas? by cutting off the tap, it’s that easy, learn @sanchezcastejon
Source: Italian Ministry of the Interior. Devastating data.
I was looking forward to finding it:
the data no leftist would want to see.
In the HILO the link (for the dummies, sheeple and fanatics).«
TWEET ORIGINAL: https://x.com/rafatrej0/status/1828527144605229266

La comunidad de inteligencia estadounidense “WOKE” prioriza los sentimientos heridos sobre la seguridad nacional
La enorme Comunidad de Inteligencia (CI) de hoy está compuesta por al menos 18 “agencias de tres letras” cuyo lema parece ser “Las palabras desconsideradas hieren los sentimientos (musulmanes)”.

ARTÍCULO ORIGINAL EN INGLÉS: https://barenakedislam.com/2024/08/22/woke-u-s-intelligence-community-prioritizes-hurt-feelings-over-national-security/
Durante la administración Obama, la CIA y el FBI eliminaron términos como “yihad” y referencias al Islam de los documentos de entrenamiento de la IC de la era Bush, y su DHS adoptó una nueva nomenclatura, abandonando la “Guerra Global contra el Terror” en favor de “Operaciones de Contingencia en el Exterior” y declarando que en adelante el terrorismo islámico sería llamado “Desastre Causado por el Hombre”.
Muchos de los designados por Biden para el Comité Interino provienen de la administración Obama (Antony Blinken, Jake Sullivan, Alejandro Mayorkas, William J. Burns, Avril Haines, Susan Rice y otros), por lo que sus prioridades políticas son naturalmente similares, pero están cargadas de “progresismo” y “conciencia”.
La edición de invierno de 2023/2024 de The Dive , una revista trimestral de IC publicada por la “Oficina de Diversidad, Equidad, Inclusión y Accesibilidad (IC DEIA) de la ODNI (Oficina del Director de Inteligencia Nacional)”, nos muestra cuánto ha cambiado la IC desde el 11 de septiembre.
La introducción de The Dive la hace una editora en jefe anónima que anuncia que, como analista novel hace años, “le resultaba chocante lo común que era que la gente hablara y escribiera sobre países extranjeros de una manera despectiva”. La editora, susceptible, declara que el lenguaje que escuchaba al principio de su carrera era a menudo tan “hiriente” que la hacía “sentir incómoda”, pero anuncia orgullosa: “Muchas cosas han mejorado desde entonces”.
Separar el terrorismo del Islam

El primer artículo de The Dive sugiere una forma en que los funcionarios de la IC deberían cambiar su léxico antiterrorista con el objetivo de “desenredar el Islam de las palabras y frases que se utilizan para hablar del terrorismo y la violencia extremista”. Preocupado por el hecho de que “algunos cursos de formación y presentaciones oficiales confunden las creencias islámicas con el terrorismo”, el autor insta a los miembros de la IC a evitar “determinadas frases para identificar amenazas terroristas internacionales que son dañinas para los musulmanes estadounidenses”.
Entre esas palabras hirientes, las más importantes son “yihadista” y cualquier mención de la palabra “islam”. A los terroristas estadounidenses se los debería llamar “extremistas violentos locales” (HVEs), continúa el autor, pero hay que tener cuidado de asegurar que “no se haga referencia a los términos problemáticos” si resulta que los sospechosos son musulmanes.


Los terroristas musulmanes extranjeros pueden ser etiquetados como “extremistas del terrorismo internacional”, pero los miembros del CI deben asegurarse de “declarar explícitamente que manipulan y distorsionan el Islam para justificar erróneamente la violencia”.
El artículo luego presenta su sustituto preferido para “terrorismo”: “una palabra que muchos eruditos islámicos, líderes públicos y académicos usan para identificar con precisión a los extremistas: Khawarij ”.

Como señala Aymenn Jawad al-Tamimi , la palabra khawarij “no es inmediatamente comprensible para un público más amplio o para aquellos que no tienen conocimiento del uso histórico y actual del término en el discurso árabe e islámico”.
El artículo de Dive explica que la palabra “significa ‘forasteros’ y hace referencia a un grupo de individuos de la historia islámica que se rebelaron contra Ali ibn Abi Talib”. Si el objetivo de la ODNI es separar el terrorismo del Islam, elegir la palabra árabe khawarij y remontarse a los orígenes del Islam es inexplicablemente obtuso.

Sin embargo, la ODNI afirma que no tomó sus decisiones a la ligera, sino que “hizo grandes esfuerzos para entablar un diálogo con la comunidad musulmana, los académicos y un reconocido erudito islámico, el jeque Hamza Yusuf del Zaytuna College”. Además de todo eso, la ODNI recientemente “se enteró de que nuestros homólogos franceses han estado utilizando el término Khawarij en su nomenclatura”.
Bueno, si lo hacen los franceses…
Prohibir a los analistas antiterroristas utilizar las palabras “yihad” o “islam” hará que les resulte muy difícil describir o incluso identificar a las organizaciones terroristas más peligrosas, la mayoría de las cuales casualmente tienen “islam” y/o “yihad” en sus nombres. Por ejemplo:
Doblemente problemática es la nueva filial de Al Qaeda, llamada Jama’at Nusrat Al-Islam Wal-Muslimeen , y ampliamente traducida como Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (GSIM).
Se supone que “Alá” es otra palabra que no debe pronunciarse, lo que hace que los miembros del CI no puedan mencionar el nombre de Hezbolá ni llamar a los hutíes por el nombre que ellos mismos se dan: Ansar Allah .

Por qué los oligarcas americanos se están moviendo a la izquierda
El izquierdismo de vigilia no consiste en luchar por los intereses del hombre común. Las demostraciones ornamentales de victimismo de la política del agravio sólo ocultan la naturaleza oligárquica de este proyecto
por Instituto Mises

Hoy en día, no son los típicos milénials que beben café con leche los que se están volviendo locos. Si se da un paseo por las mayores áreas metropolitanas de América, se creerá que la justicia social es la última moda que está arrasando en las salas de juntas de las empresas. Se ha escrito mucho sobre el capital woke —el reciente giro de las empresas para señalar su afinidad con los movimientos de izquierda— y lo que significa para la sociedad en general. Basta decir que desde el año pasado, esta tendencia se ha acelerado a una velocidad vertiginosa.
Rascarse la cabeza con total confusión debería ser una respuesta natural a la señalización de virtudes de las empresas americanas. Hay que preguntarse por qué las grandes empresas, que tradicionalmente han sido percibidas como una institución reaccionaria alineada con la derecha política, hacen causa común con los radicales de la izquierda cultural. Aunque parezca contradictorio, las empresas y los magnates prominentes tienen muchos incentivos para subirse al carro de la señalización de la virtud.
Para las megacorporaciones, la señalización de woke es una cuestión de autopreservación para protegerse de las turbas voraces tanto en el ámbito virtual como en el físico. Es más, en una época en la que los vigilantes de los pasillos —estatales y no estatales— están al acecho en cada esquina a la espera de que los individuos cometan algún tipo de impropiedad, muchas instituciones se esforzarán por señalar su conformidad con las normas del régimen. No respetar el comportamiento aceptado por el régimen conlleva importantes costes sociales y financieros que la mayoría de las empresas no están dispuestas a asumir.
, como explicó el presidente del Instituto Mises, Jeff Deist, en una entrevista con Jay Taylor hace dos años. En pocas palabras, gastar cientos de millones en campañas que destruyen la civilización es un gasto ocasional para los principales magnates de América, que tienen mucho dinero de sobra después de cubrir sus gastos en necesidades básicas.
Cuando alguien es rico, digamos un individuo que tiene 10.000 millones de dólares, se permite el lujo de tirar el dinero en empresas antieconómicas sin perder el sueño por satisfacer sus necesidades económicas básicas. El multimillonario que encabeza un proyecto de teatro que es rechazado por el público no caerá en la pobreza por las consecuencias financieras. Puede volver a sus asuntos privados o pivotar hacia otra causa política que no sea tan divisiva. Por el contrario, para el propietario de una pequeña empresa, esa señalización de la virtud podría significar la bancarrota si su base de clientes tiende a ser de derechas o es, al menos, hostil a la señalización de la virtud culturalmente radical.
De hecho, uno de los desarrollos más perversos de las sociedades occidentales es la inclinación de los ricos a dilapidar la riqueza que han acumulado financiando todo tipo de proyectos sociales extraños. Sólo en una economía tan desarrollada, caracterizada por la hiperabundancia y los lujos sin precedentes, la gente puede dedicarse a actividades extrañas que en épocas anteriores habrían sido consideradas masoquistas y autodestructivas.
Personajes como George Soros y Michael Bloomberg son un claro contraejemplo de las élites empresariales del pasado. Los dos titanes financieros se han forjado una reputación de financiar una amplia red de grupos de control de armas que se esfuerzan por aprobar leyes destinadas a infringir la capacidad de millones de personas para defenderse. Por el contrario, Bloomberg y sus homólogos oligárquicos de izquierdas se permiten el lujo de vivir en comunidades cerradas y confiar en la seguridad privada para defenderse. Para ser justos, es probable que los magnates de los negocios de épocas anteriores no fueran fervientes defensores de cuestiones políticas de cuña como los derechos de las armas, pero no se les vería lanzando con entusiasmo su peso detrás de las últimas modas políticas hacia las que gravita la izquierda en estos días.
Bolcheviques y multimillonarios
Aunque la izquierda ha cambiado su estrategia general, pasando de los conflictos clasistas a un enfoque de política de identidad en el transcurso del último siglo, existen varios puntos en común entre la izquierda contemporánea y sus iteraciones pasadas. El más importante es su origen elitista.
En su polémica obra, Wall Street y la revolución bolchevique, el historiador económico Antony Sutton descubrió el respaldo oligárquico del bolchevismo, el movimiento político más destructivo del siglo XX por el número de muertos y el caos económico que desató en los países que abrazaron sus preceptos.
En contra de la mitología que han creado los historiadores de izquierdas, el bolchevismo no fue un levantamiento espontáneo de los trabajadores, sino un movimiento de aspirantes a la élite. El propio Lenin contaba con una licenciatura en Derecho y trabajó como escritor y activista político durante su tiempo de exilio mientras vivía en Suiza, Alemania y el Reino Unido. Al igual que Karl Marx, que contaba con el fastuoso patrocinio del industrial Friedrich Engels para subvencionar sus actividades cotidianas, destacados financieros como el banquero sueco Olof Aschberg ayudaron a financiar a Lenin y a sus compatriotas revolucionarios, según revela el trabajo de Sutton.
Tal vez sea contradictorio que los pesos pesados de las finanzas apoyen a un individuo y a un movimiento que aboga por la destrucción de la propiedad privada, pero tiene sentido cuando se analiza cómo se comportan los actores económicos que buscan rentas en el contexto de la centralización del Estado.
La naturaleza intrínsecamente centralista de los sistemas socialistas, incluso cuando los responsables políticos hacen desviaciones en los márgenes, como se vio con la Nueva Política Económica de Lenin, sigue siendo atractiva para los actores financieros sin escrúpulos, que buscan explotar estas características para obtener beneficios fáciles sin tener que enfrentarse a ninguna competencia seria. Sutton observó cómo los radicales económicos y los grandes intereses financieros pueden convertirse en extraños compañeros de cama:
Los bolcheviques y los banqueros tienen entonces este importante punto en común: el internacionalismo. La revolución y las finanzas internacionales no son en absoluto inconsistentes si el resultado de la revolución es establecer una autoridad más centralizada. Las finanzas internacionales prefieren tratar con gobiernos centrales. Lo último que quiere la banca es una economía de laissez-faire y un poder descentralizado porque esto dispersaría el poder.
Del mismo modo, Ludwig von Mises reconocía en Gobierno omnipotente cómo la sal de la tierra no es la responsable de que los movimientos políticos colectivistas sean la corriente principal:
No es cierto que los peligros para el mantenimiento de la paz, la democracia, la libertad y el capitalismo sean el resultado de una «revuelta de las masas». Son un logro de los eruditos e intelectuales, de los hijos de los acomodados, de los escritores y artistas mimados por la mejor sociedad. En todos los países del mundo las dinastías y los aristócratas han colaborado con los socialistas y los intervencionistas contra la libertad.
La «wokidad» como estrategia de relaciones públicas
Además, la señalización woke tiene una función de ofuscación que las empresas y los individuos pueden utilizar para desviar la atención de su comportamiento cuestionable. En un mundo dominado por las normas de conducta woke, estos actores apuestan por la suposición de que ir en contra de la ortodoxia imperante constituye una ofensa social mayor que prestar servicios de mala calidad o participar en un comportamiento moralmente cuestionable.
En lugar de competir con otras empresas sobre la base de la satisfacción de los deseos de los consumidores, las empresas tratan de superar a las demás intentando mostrar sus credenciales de woke. Aquellos que tienen esqueletos en sus armarios probablemente encontrarán utilidad en este tipo de señalización como una forma de evitar cualquier atención no deseada. Ser woke actúa como una liberación de todas las obligaciones sociales. Al considerar la historia de su nación como fundamentalmente intolerante, los individuos y las instituciones ya no se sienten obligados a cumplir con las normas básicas de decencia y a servir a sus clientes y a la comunidad.
Teniendo esto en cuenta, no se puede subestimar el papel de la ideología en la configuración del comportamiento de los actores empresariales en la época contemporánea. A menudo se caricaturiza a los magnates empresariales como homines oeconomici cuya única preocupación es el beneficio y que ven las relaciones humanas a través de una lente exclusivamente transaccional. Esta percepción subestima el nivel de socialización que ha permeado a través de las líneas de clase en toda América.
No hay nada especial en la clase media-alta y superior que la exima de ser infectada por la ideología de la izquierda cultural. De hecho, las personas acomodadas de América crecen en entornos, desde las instituciones educativas en las que se inscriben hasta los clubes sociales en los que participan, que los exponen a las tendencias políticas y sociales dominantes. A lo largo de su desarrollo, muchos miembros de esta clase acaban siendo condicionados a aceptar la doctrina dominante establecida.
La actual cosecha de élites empresariales tiene poco en común con los titanes corporativos de la Edad Dorada, que todavía operaban dentro de los confines de la propiedad burguesa. De hecho, los valores tradicionales y la resistencia al radicalismo cultural pertenecen más bien a las clases trabajadoras y a otros americanas que no se han colocado en la cinta transportadora del PC que es el conducto contemporáneo de la educación a la empresa.
Sin embargo, una cosa es cierta: el izquierdismo de vigilia no consiste en luchar por los intereses del hombre común. Las demostraciones ornamentales de victimismo de la política del agravio sólo ocultan la naturaleza oligárquica de este proyecto.
José Niño es un escritor independiente con sede en Austin, Texas.




