Día: 9 de noviembre de 2023

La Gran Sustitución. La muerte de Europa en dos décadas

Musulmanes rezando en las calles de París.

#StopIslam

Guillaume Faye 09 de septiembre de 2023

La Gran Sustitución, concepto creado en Francia por el escritor René Camus y ampliamente difundido allende los Pirineos, todavía es ignorado en nuestros lares. Es de esperar que antes del colapso final nos nos enteremos al menos de lo que significa.

El debate sobre el islam, el laicismo, la integración, la asimilación de migrantes, el “comunitarismo”, la “desradicalización” antiislamista, etc., está desconectado de la realidad y del sentido común. Está intelectualizado […]. Es una ensalada de postulados ideológicos y de píos deseos. Pero el corazón del problema es práctico, material, demográficamente cuantitativo y, además, étnico. Diez principios deberían ser evidentes sobre esta cuestión.

1- No combatir solo los efectos de la inmigración, sino, sobre todo, sus causas

Querer prohibir los velos en los lugares públicos, controlar la financiación y la altura de los minaretes de las mezquitas, rechazar en escuelas, hospitales –y en cualquier sitio– las practicas islámicas, etc. –y hacerlo mediante leyes y reglamentos–: todo esto es necesario. Pero habremos perdido desde el comienzo si no comprendemos que todo esto también es insuficiente. Todo esto fracasará si no se aborda el origen del problema. Y éste es a la vez puramente cuantitativo y demográfico, pero también étnico: la inmigración extraeuropea de mayoría musulmana en progresión exponencial y la fecundidad netamente superior de los inmigrantes. Esta es la doble causa que hay que tomar en consideración.

2 – Pensar a largo y no a corto plazo

Matemáticamente, si no se hace nada para bloquear el flujo de la inmigración, si ninguna “remigración” (retorno a su país) es puesta en marcha, dentro de la segunda mitad del siglo XXI Francia (y lo mismo cabe decir de la mayoría de los países europeos) no será un país étnicamente “europeo” y el islam será netamente mayoritario. Nuestros países serán países afro-árabo musulmanes que conocerán la pauperización e incesantes violencias etnorreligiosas, con un éxodo masivo de los últimos europeos de origen. Además de una probable guerra civil de carácter étnico y de forma endémica. Es la ley de hierro de la demografía (inmigración y natalidad). En este caso, simplemente los países europeos desaparecerán, y hasta  puede que desaparezca su propio nombre.

Pero esta perspectiva a medio y largo plazo es ignorada totalmente por las oligarquías (los dirigentes actuales estarán muertos o serán nonagenarios cuando se produzca el hundimiento final) que piensan y actúan solo a corto plazo. Es el reflejo de una sociedad de lo inmediato, que no se proyecta en el futuro, que olvida su pasado, que toma Prozac o fuma porros para no pensar en el presente.

3 – Comprender que las fuerzas que desean la destrucción étnica de Europa están trabajando para ello

Estas fuerzas se infiltran en los diversos Estados, en la tecnocracia europea, en las oligarquías mediáticas, partidocráticas (incluido el FN francés) y sindicales. Imponen la ideología inmigracionista y colaboran en la islamización.

Fundamentalmente antidemocráticas (“antipopulistas”, como dicen en su jerga), animadas por un sentimiento nihilista de odio hacia la cultura, la historia y el arraigo de las naciones europeas, aliadas objetivas del islam invasivo, estas fuerzas empujan a las autoridades políticas de derechas o de izquierdas al etnocidio de los europeos. Todo está hecho para dejar entrar la marea migratoria y para destruir las raíces culturales de las identidades europeas, especialmente en la enseñanza pública y los medios de comunicación.

4 – El etnopluralismo es como el motor de agua: nunca funcionó en ninguna parte y nunca funcionará

Es una idea a enterrar en el cementerio de las utopías, como el comunismo. Existe una incompatibilidad de vida en común (cohabitación territorial) en una misma unidad política entre poblaciones étnicamente diferentes: sobre todo, si algunas son árabo-musulmanas o africanas. Las excepciones no son más que burbujas artificiales compuestas de élites.

Sobre todo para quienes viven una zona étnica, se ha puesto más que de manifiesto la imposibilidad del etnopluralismo (revelado ya por Aristóteles). Y, sin embargo, plantear tal cosa es un tabú, una prohibición ideológica. Un tabú, una imposibilidad que no experimentan las élites inmigracionistas y antirracistas por la sencilla razón de que esta gente, contrariamente a los “pequeños blancos”, no viven ni están nunca en contacto con sus queridos inmigrantes arabo-musulmanes o africanos, los cuales sólo son para ellos puras abstracciones. Es por ello por lo que difunden para los demás –no para ellos– el concepto de “vivir juntos”.

5 – ¿Combatir el “comunitarismo”? ¡Demasiado tarde!

El combate contra el “comunitarismo” (esa palabra trampa que sirve para enmascarar el término de “colonización étnica”) no sirve de nada, como tampoco sirve de nada el combate contra la islamización y la radicalización. Es demasiado tarde. A principios de los años ochenta del pasado siglo todavía se podía pensar en integrar y asimilar en la “República” y la cultura franco-europea a inmigrantes extraeuropeos. Pero ello es rigurosamente imposible desde que suponen porcentajes considerables, mayoritarios en ciertas zonas urbanas. Es inútil intentar mejorar las cosas: hay que darle la vuelta a la cuestión. Es decir, bloquear los flujos migratorios e invertirlos.

6 – Hay que abandonar la idea de que ellos son “nuestros compatriotas”. ¿Cómo lo serían, si no quieren serlo?

Es rigurosamente imposible constituir una nación unida con una proporción creciente de poblaciones árabo-musulmanas y africanas, incluso si hablan la lengua del país. La candidez de los inmigracionistas y asimilacionistas de querer que esos millones de inmigrantes o hijos de inmigrantes sean “nuestros compatriotas” es equivalente a la hostil negativa, por parte de un número cada vez mayor de ellos –sobre todo entre los jóvenes–, a considerarse franceses –o españoles, alemanes, etc.– incluso si tienen la nacionalidad. No quieren integrarse o asimilarse. Cada vez más jóvenes de origen árabo-musulmán, africano o turco, por toda Europa, incluso con nacionalidades europeas legales, se consideran ciudadanos de sus países de origen, mientras que Europa es detestada como una tierra de conquista. Tienen reflejos racistas. Ese es su problema.

7 – Querer crear un “islam de Francia” es una ridícula utopía

El islam no es solo incompatible con la “República”, sino que es incompatible con todo lo que no es él mismo, ya sea religión o cultura. Implica un profundo enraizamiento psíquico, étnico. De Gaulle lo había comprendido, y de ahí su rechazo a la Argelia francesa como apéndice de Francia. La idea de un “islam de la Ilustración”, moderado y reformado es un callejón sin salida. Los musulmanes franco-compatibles o republicano-compatibles son minorías utopistas, o son embaucadores faltos de sinceridad. El islam es intrínsecamente hostil a todo lo que representa la civilización europea. Las únicas ideologías que han flirteado con él son totalitarias: antes el nazismo y actualmente el marxismo, con el “islamo-izquierdismo”. Y no es por casualidad.

8 – Contra el terrorismo islámico: desislamizar Francia y Europa

No es solo con el espionaje y tratando de desmantelar las redes islamistas cómo se evitarán los atentados, ni tampoco programando en las cárceles (escuelas del crimen) ridículas e inoperantes (a la vez que contraproducentes) operaciones de “desradicalización”. Es, sobre todo, prohibiendo la entrada en el territorio (inmigración cero) de todo nuevo inmigrante musulmán y revertiendo los flujos migratorios a través de deportaciones masivas. Está mal decirlo, pero el riesgo de atentados terroristas en un país occidental es proporcional a la importancia numérica de su población musulmana.

9 – Admitir que la influencia musulmana y árabo-africana alcanza la totalidad del territorio nacional

La causa de todos los problemas es demográfica y matemática. Constatación de Patricio Riberiro, secretario general del sindicato de policía Synergie-Officiers: “Ningún lugar está inmunizado: el fenómeno de la comunitarización y de la insularidad de un montón de barrios se observa por todas partes con la infiltración y la invasión del tejido escolar, asociativo y deportivo; es un mar de fondo”. Menciona que “la negación de la realidad por parte de un cierto número de cargos electos” revela, en realidad, “la aquiescencia y la connivencia intelectual”. Piensa que “este buenismo o clientelismo cínico nos conduce a la catástrofe”. Nada que añadir. El problema es estrictamente demográfico, nada más. Por razones de corrección ideológica y semántica hablamos de “comunitarismo”, espantoso neologismo, mientras que se trata sencillamente de una invasión exterior (inmigración) e interior (natalidad).

Por otra parte, el escritor argelino Boualem Sansal señala: “El orden islámico intenta instalarse en Francia, es un hecho patente: en muchos lugares ya está instalado” ´(FigaroVox. Entrevista 17/6/2016)

10 – Integración y asimilación: misión imposible

La integración (es decir, la adopción parcial de las costumbres del país de acogida, como el idioma, pero conservando una parte de sus usos y costumbres de origen) es posible si los inmigrantes representan, como máximo, el 5% de la población de acogida. Para la asimilación (la adopción total de la cultura de acogida y el abandono de la propia) el porcentaje es todavía más bajo. Para decepción de todos los discursos (del FN, de la derecha y del centro), ni la integración ni la asimilación son posibles por una razón matemática: la proporción de inmigrantes es demasiado alta. Las masas de niños africanos o árabes de origen nunca podrán, salvo excepciones individuales, por supuesto, ser asimilados o realmente “afrancesados” por la escuela. La Francia universal, supracultural, supraétnica es una imposibilidad, el fruto de una utopía intelectual abstracta construida en tiempos en que la inmigración masiva no existía.

Conclusión: resolver el problema global supondrá un enorme choque

Los problemas de creciente comunitarismo, de “guetización”, de fricciones y enfrentamientos incesantes con las costumbres musulmanas en expansión que degradan la vida cotidiana de los autóctonos europeos; los problemas de criminalidad multiforme en alza constante, de hundimiento del nivel de una escuela pública multiétnica, de terrorismo, evidentemente: nada de ello se podrá resolver mediante simples políticas interiores que nunca estarán a la altura de los problemas.

El referéndum británico a favor del “Brexit” ha sido, en realidad, un desesperado voto protesta de las clases populares inglesas contra la inmigración. Pero una Gran Bretaña separada de la UE –si el referéndum es respetado–, ¿limitará la inmigración? No es seguro.

La solución general vendrá, en primer lugar, del restablecimiento de las fronteras nacionales y de la interrupción total de toda inmigración extraeuropea, incluso legal, de trabajo y de reagrupación familiar; en segundo lugar, de una decidida política de expulsión de todos los clandestinos e inmigrantes en situación irregular y de “remigración” para aquellos que están en situación regular. En cuanto a aquellos que, a causa del derecho del suelo (que deberá ser imperativamente prohibido), son “franceses de papel” (o de cualquier otra nacionalidad europea), su situación será la más difícil de resolver, pero deberá hacerse.

Cierto, estas soluciones suponen un inmenso coraje. Provocarán choques, dramas y conflictos que habrá que afrontar. Pero continuar sin hacer nada desembocará en una situación todavía peor. La ecuación es sencilla: a partir del momento en que una inmigración-desagüe es autorizada (alentada) por el Estado desde hace cuarenta años, con una tasa de reproducción de dos a tres veces superior por parte de las poblaciones inmigrantes, con un 90% de ellos musulmanes, y una huida de las elites jóvenes, Francia y los demás países europeos estarán muerto en veinte años.

Bukele y el hombre blandengue

Pandilleros detenidos en El Salvador. Los tatuajes son obra suya, cuando estaban en libertad

Javier Ruiz Portella 09 de noviembre de 2023

Hablamos de lo que, sin hipérbole, se puede calificar como la salvación de El Salvador emprendida por su presidente Nayib Bukele.

Es curioso que, al menos en Europa, no se le esté dando toda la atención debida a algo que constituye uno de los fenómenos más significativos de estos últimos tiempos. Me refiero a lo que, sin hipérbole, se puede calificar como la salvación de El Salvador emprendida por su presidente Nayib Bukele. Sí, es cierto que en las Redes Sociales se habla de ello; también lo es que la prensa del Sistema ha lanzado contra el régimen de El Salvador algunos de sus dardos envenenados (mayores sin embargo por parte de las Organizaciones Internacionales y ONGs), pero todo ello carece de parangón con el torrente de encono por parte de la izquierda o de entusiasmo por parte de la verdadera derecha que un asunto de tal calibre hubiese tenido normalmente que desatar.

La izquierda no ha chistado (o sólo lo ha hecho levemente), lo cual nada nos asombraría si fuese Bukele un dictadorzuelo socialista al uso. Pero no lo es. Se trata de un gobernante de derechas ante cuya actuación lo lógico sería que el mundo woke y progre se rasgara estrepitosamente las vestiduras ante lo que, a sus ojos, no puede ser más que una-atroz-y-dictatorial-represión-contra-una multitud-de-meros-presuntos-culpables-detenidos-a-mansalva. Por su parte, la derecha (la de verdad, no la derechona cobarde, cuyo epíteto explica suficientemente su silencio) tampoco se ha puesto a saltar de júbilo junto con el pueblo salvadoreño, el 95 por ciento del cual aclama, según todos los sondeos, a un presidente que en un plazo extraordinariamente breve ha puesto término al terror, la corrupción y la muerte que asolaban al país.

Veamos los hechos

En 2019, el outsider populista que era entonces Nayib Bukele ganó las elecciones a la presidencia de la República. Con ello puso término al dominio que, emponzoñados en la corrupción, ejercían desde hacía años (como mínimo, desde el término de la guerra civil en 1992) los dos partidos que se repartían el poder. Pero Bukele no se quedó ahí y la emprendió vigorosamente contra una corrupción mucho peor, pero que le era consustancial: el terror que desplegaban las pandillas denominadas Maras, las cuales habían convertido al país en el más violento de toda Hispanoamérica. Con un índice de 105,2 asesinatos por 100.000 habitantes, ello significaba que este pequeño país de unos ocho millones de habitantes contaba con la pavorosa cifra de aproximadamente 8.000 homicidios al año.

Pero no sólo se trataba de asesinatos, robos y extorsiones efectuados por miles de pandilleros, unos mafiosos tan carentes de ideología política como las actuales guerrillas y bandas de narcotraficantes que asolan a nuestra América. El número y la fuerza de las pandillas salvadoreñas era tal que habían llegado a hacerse con el control absoluto de determinados barrios o poblaciones, lugares fuera de la ley en los que, como en tantos suburbios franceses o de otros países europeos (pero con motivaciones y un trasfondo étnico bien distintos), nadie, ni siquiera la policía, podía entrar sin poner su vida en peligro.

Le bastaron sin embargo tres años a Bukele para acabar con tales horrores. Reducido el índice de homicidios a 7,8 por 100.000 habitantes, el país más violento de Hispanoamérica se había convertido en el más pacífico; con todas las obvias repercusiones que de ello se derivan en materia de riqueza y prosperidad.

¿Cómo ha podido producirse semejante milagro? ¿Cómo ha conseguido Bukele acabar con el terror? De la única forma con la que se puede acabar con tal monstruosidad: impidiendo cualquier asomo de concesión política, no vendiéndose y envileciéndose, no comprando la paz —como se ha comprado en determinada región española— a cambio de entregar a los terroristas los resortes del poder y del dinero público. Actuando por el contrario con la mayor contundencia contra ellos, dejándose de melindres y remilgos, reprimiendo a fondo, sin vacilar. Así se ha hecho en El Salvador, donde se ha proclamado el estado de excepción y se ha detenido nada menos que a 60.000 terroristas . Para alojarlos, se ha construido una gigantesca cárcel, el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), que, con capacidad para 40.000 reclusos, constituye el mayor penal de todo el continente americano. En el momento de inaugurarlo, el presidente Bukele declaraba: «Trasladamos a los primeros 2.000 pandilleros al CECOT. Ésta será su nueva casa, donde vivirán por décadas, mezclados, sin poder hacerle más daño a la población».

Duras condiciones

«Vivirán por décadas», y en condiciones duras, aunque humanas e higiénicas (nada que ver, por ejemplo, con los asesinatos entre bandas que son moneda corriente en muchas cárceles hispanoamericanas). Que las condiciones penitenciarias de El Salvador son duras, durísimas incluso, queda claro cuando se las compara con las existentes en las cárceles socialdemócratas, donde los presos son cómodamente mantenidos por el Estado sin que se vean obligados a trabajar en oficios de lo más corriente (carpinteros, pintores, fontaneros, albañiles, electriicitas…), como ocurre en El Salvador, donde deben subvenir mediante su trabajo a su alimentación y alojamiento.

Pero no sólo la vida de los penados es dura. También es duro, muy duro, para nuestros compasivos ojos ver las imágenes de estos miserables. No estamos acostumbrados a tales cosas. Lo que solemos ver son, más bien, imágenes de los cuerpos desventrados de las víctimas de crímenes o atentados cometidos por quienes, en caso de ser detenidos, aparecen la mayoría de las veces con el rostro púdicamente cubierto.

Lejos de hacerlo así, las autoridades de El Salvador envuelven la detención de sus terroristas en una meticulosa escenificación que, difundida en cantidad de videos por televisiones y redes, pretende, sin duda, servir de lección para quitarles a sus compinches las ganas de proseguir por el mismo camino. Pero algo más importante aún se juega aún en estas imágenes de centenares y centenares de presos que, a paso ligero, avanzan en tropel, pegados unos a otros, rapados al cero, esposados y con las manos en la espalda o en el cogote, inclinado el torso, baja la mirada, desnudo el cuerpo, cubierto sólo con sus negros tatuajes y sus blancos calzones.

Lo que se juega —lo que aquí se busca— es todo lo contrario del mandamiento primero de las cárceles liberales o socialdemócratas. Aquí no se busca «la dignificación y rehabilitación» de unos presos que al cabo de poco tiempo vuelven a salir a la calle con la alta posibilidad de volver a delinquir. Mediante esta exposición pública de los detenidos se buscan dos cosas: por un lado, un escarmiento que les quite las ganas de reincidir un día; por otro lado, la reparación —así sea simbólica— tanto de las víctimas de los crímenes cometidos como del conjunto de la sociedad ultrajada por ellos.

La compasión, mejor destinarla a las víctimas

Brilla aquí por su ausencia la lástima, la compasión hacia el delincuente: este gran principio de nuestra modernidad. Es ello, sin duda, lo que, incomodando a una derecha identitaria sobre la que pesa la constante amenaza de ser demonizada por sus enemigos, le ha impedido hasta la fecha abrazar con entusiasmo la causa de El Salvador.

Son distintas, en cambio, las razones que llevan a la izquierda a no abalanzarse con la saña que le es propia contra la experiencia salvadoreña. Para hacerlo, tendría que silenciar lo que todo el mundo sabe: el masivo apoyo que el pueblo de El Salvador está dando a unas medidas que desde la izquierda no se pueden sino tildar de autoritarias y antidemocráticas. Silenciarlo es tanto más difícil cuanto que no es sólo el pueblo salvadoreño el que expresa su apoyo a semejante «autoritarismo». Basta darse una vuelta por las Redes Sociales para constatar la extraordinaria cantidad de comentarios que, procedentes de toda Hispanoamérica (y de España), desean, en medio de un encendido entusiasmo, que un Bukele aparezca también en sus lares y emprenda la misma política que está haciendo renacer a El Salvador.

Uno creería a veces que la blandenguería del hombre moderno es una tara irremisiblemente expandida por doquier. Lo es, sin duda. Pero la experiencia salvadoreña también nos muestra que el mal tiene cura y que los ojos de una amplia, inmensa mayoría pueden acabar abriéndose un día de par en par.