Ahora que la ministra de nosequé habla abiertamente de prohibir la caza y los toros, queremos recuperar una de nuestras entradas favoritas.
Fui educado en un entorno urbanita, pero con suficientes componentes de otras formas de existir.
Estaba la ciudad, con su parque milimétrico.
Pero a dos minutos, estaba el campo. Y 0,5, el mar.
A los 10 años ví «corar un gochu«. La matanza de un cerdo. Ni pestañeé. A pesar del ruido y lo roja de su sangre. Y a pesar de mi edad.
Era simplemente un ritual que llevaba a nuestro alimento. Un ritual necesario, ejercido con el mínimo dolor. El animal muere, tras una vida tranquila, sin haber sentido nunca miedos, excepto en su rápido momento final. Fue querido, desde que nació. Fue alimentado y cuidado. Su salud era la de sus criadores. Su vida, la vida misma…
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