Al salir de una curva divisamos un pueblo, al que nos fuimos acercando a la velocidad adoptada por el vehículo. Varias veces perdimos de vista la población, que aparecía de repente y se ocultaba con la misma brusquedad. Las vueltas y revueltas de la carretera convirtieron nuestra llegada en un juego.
“¡Ahí está!” exclamaba Pedrote. “¿Dónde?” preguntábamos a la vez Luisa y yo. “A la derecha”.
Con un poco de suerte vislumbrábamos los tejados o una chimenea. Luego permanecíamos a la expectativa. Tan pronto como uno de nosotros atisbaba un indicio, lo pregonaba y, de confirmarse, se apuntaba un tanto. Si era una equivocación, tenía que restárselo a los ya acumulados. Si el marcador estaba a cero, se convertía en un negativo.
Por supuesto, se suscitaron discusiones a propósito de quién había sido el primero en distinguir una señal. Si Luisa se desgañitaba afirmando que había sido ella, Pedrote…
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