Luisa susurró algo pero con el ruido del coche nadie se enteró de nada.
“¿Qué ha dicho?” se interesó Pedrote inclinándose sobre su vecina que lo despidió de un empujón. “No te eches encima” “Bueno, bueno” “Ni bueno ni malo”.
Luisa masculló otra frase ininteligible. “Habla más alto” dije.
Por fin, articuló con nitidez: “No tiene cabeza”. Pedrote contuvo una risotada. “¿Quién no tiene cabeza?” “El ocupante del asiento delantero” “Pero si ese asiento está vacío” objetó Carmelina.
No hice ningún comentario. Desde el principio del viaje había advertido una presencia extraña a mi lado.
La declaración de Luisa surtió efecto y Carmelina dejó de hostigarme. Pedrote se limitó a apostillar: “Si lo dices tú…”.
Nos adentrábamos en la sierra. Tuve que redoblar mi atención. A las corrientes de oscuridad había que sumar la estrechez y la sinuosidad de la carretera.
Cruzamos un pueblo con una sola calle. Delante…
Ver la entrada original 114 palabras más

