Un kilómetro al suroeste del Circo Máximo y a tiro de piedra del rio Tíber en la eterna Roma, se levanta un monte de 35 metros de altura ocupando un área de más de 5.000 metros cuadrados. En todo su perímetro hay construcciones relativamente modernas como casas y comercios, pero la entrada al cerro está vallada y cerrada desde hace algunos años. La razón es que el Monte Testaccio no es un monte cualquiera, es más, ni siquiera es natural, sino el resultado de la acumulación de trozos de ánfora de cerámica como las que se utilizaban en el imperio para transportar aceite de oliva, principalmente de Bética, en Hispania. Entonces, como ahora, el sur de Europa ya era el mayor productor y consumidor del oro líquido, uno de los productos más versátiles que nos ha dado la naturaleza.
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