Me llaman Manolita y tengo diecisiete años. Trabajo como costurera en un taller que no está lejos de aquí. Finalmente, esta mañana, Madrid se ha levantado en contra de las tropas francesas. Nadie pensaba empezar una guerra que sabíamos que nunca podríamos ganar. Solo queríamos recuperar el respeto que se nos negaba. Los vecinos nos echamos a la calle armados con lo que buenamente teníamos a mano; tanto hombres como mujeres, buscando a quienes nos quisieran liderar. Y entre ellos, mi padre, que dejó la fragua para acabar arrimando el hombro, junto a unos militares, en la defensa del parque de Monteleón. Tras de él salí yo, a pesar de su enfado, aunque fuera para traerle municiones y dar ánimo a los que iban cayendo heridos.

Cuando los gabachos nos hubieron ganado la mano, volví para casa, sorteando los cuerpos de los caídos durante la jornada. Entre ellos descubrí el…
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