El Pontiac Firebird negro rasgaba la noche, cruzando como un cometa los desolados campos de Canadá. Su conductor parecía ignorar todas las restricciones de velocidad que se cruzaban en su camino, y el peligro que conllevaría un accidente de tráfico en una zona tan aislada de la civilización: Tan sólo tenía ojos para la carretera que se desplegaba ante él como el espinazo de un dragón dormido. De vez en cuando, lanzaba un vistazo al espejo retrovisor, a la pasajera que se sentaba tras él. Invariablemente, siempre apartaba la vista, con la boca seca y las manos sudorosas, y aceleraba aún más.
¿Cuánto tiempo llevaba así, clavado al asiento, en aquella cabalgata infernal? No lo recordaba ya. Horas. Siglos. Quién sabía. El miedo había nublado su sentido del tiempo. En aquellos momentos no podía pararse a recordar: Su mente estaba centrada en la carretera, en cómo había llegado a aquella situación, y en la certeza inexorable de que el fin de su viaje, y lo desconocido, se acercaban.
-¿Falta mucho?- Le interrumpió una voz suave desde los asientos traseros. Dio un respingo que casi les saca de la calzada.
-No…- Respondió, sorprendido de ser capaz aún de hablar –Unos pocos kilómetros tan sólo.
-Hmmmm… -Fue la única respuesta. Él no necesitaba mirar al retrovisor para saber que le observaba, con aquella terrible sonrisa grabada en su rostro – El viaje llega a su fin. Has sido un chofer muy diligente, David. De cinco estrellas.
– Cuando todo esto acabe ¿Qué será de mí? – David cerró los ojos, deslumbrado momentáneamente por una farola, y por un instante vio a Luke recortado contra la oscuridad de sus párpados. Le vio tal y como le había visto por última vez: Su rostro congelado por el horror, rodeado de rojo, rojo, rojo… Alejó la imagen con un ademán de la cabeza y reunió el valor suficiente para seguir preguntando: -¿Vas a hacerme lo mismo que a Luke?
Ella se reclinó hacia delante en su asiento y le acarició la mejilla con sus dedos finos y perfumados. Lo que eran las cosas: El día anterior David habría dado su vida por que aquellos dedos le tocasen. Ahora mataría por tenerlos bien lejos.
– Debería hacerlo ¿No crees?- Ronroneó ella en su oído –Hay leyes insoslayables, viejos contratos que no se deben romper. A veces un pobre idiota se cree muy listo, o muy valiente, y hay que darle un castigo ejemplar.
– Yo no… Nosotros no sabíamos…
-No saber algo no te libra de sus consecuencias – La caricia se convirtió en dolor, las uñas se clavaron en la mejilla de David arrancándole un grito de sorpresa. Ella se acercó aún más – Pero tal vez haya piedad para ti. Depende de cómo te portes cuando lleguemos.
Él no respondió. Su voz se había ido ya, atenazada por la fría mano del terror. Ya estaban llegando: en la próxima curva verían ya los perfiles del viejo edificio, de modo que David aminoró la velocidad.
-Oh, casi se me olvida- Dijo ella, dejando caer un objeto sobre el regazo de David – Un regalo para ti, para que nunca olvides esta aventura.
David bajó la vista para ver el “regalo”, al que las luces de las farolas arrancaban destellos plateados de vez en cuando. Se quedó petrificado mientras ella reía detrás de él, en la oscuridad.
Era el pendiente de Luke.
Aún había parte de la oreja unida a él.
AUTORA: LadyMurasaki



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